fakecomedian Ane K

Ana y Alex van al mismo instituto, aunque hasta el momento lo más bonito que han llegado a hacer es ignorarse mutuamente, pero no por ningún motivo personal: Alex es una inadaptada a la que vapulean de cuando en cuando y tiene sus razones para mantenerse al margen de sus compañeros de clase; Ana, en cambio, es una adolescente que, si bien nunca ha movido un dedo por hacer mal, simplemente se deja llevar por la corriente. Al menos hasta ahora.


LGBT+ Tout public.

#juvenil #drama #lgbt #chicaxchica #adolescente #instituto #novela
0
531 VUES
En cours - Nouveau chapitre Tous les 2 jours
temps de lecture
AA Partager

1.

Supongo que esta vez nos hemos pasado y es que sí, por mucho que me gustaría decir se han pasado, mi estatismo, mi pasividad y mi cualidad de observadora impenitente me hacen partícipe de ese nos hemos. Y sí, indudablemente nos hemos pasado.

La situación: clase de gimnasia, duchas, toda su ropa empapada en los lavabos y rebozada en harina y un móvil grabando la reacción de ella ante la jugarreta. No hay que ser demasiado listo para atar los cabos. Como broma pesada es mala, como broma a secas es nefasta y, finalmente, como muestra de humanidad es menos que cero. Y yo me quedé mirando, quieta, hasta fingí reírme. Hemos estado estudiando ese rollo en psicología y sé que podría escudarme en la puta presión de grupo, pero, francamente, ¿quién es tan gilipollas como para fingir ser un grandísimo hijo de puta y hacer ver que disfruta con ello? Por lo visto, yo misma.

Y si sólo fuera eso… A esa chica le han pegado al salir de clase, sólo por ser una jodida friki con su descarada individualidad, sus gustos raros y sus putas camisetas de grupos que nadie conoce, y yo casi he jaleado con el resto mientras le daban de hostias. He visto como la humillaban unas diez veces y siempre he estado al otro lado, agradecida de ser del otro lado. Joder… me cago en la puta. Presión de grupo: ojalá pudiera contármelo y creerlo.

Los sucesos posteriores al evento de las duchas, una clase de historia sobre aranceles y alguna guerra o algo así, han estado amenizados por risitas, la gente mirando las pantallas del móvil y lanzando notas al pupitre de Alex, que es la víctima de esta historia, papelitos que ella indefectiblemente arrugaba con toda la parsimonia del mundo sin mirarlos, como haciendo ver que está por encima. Creo que, de hecho, lo está. Tiene estilo. Pero por muy estoica y fuerte que sea, lo he visto, en su mirada, y no estaba bien: ¿alguna vez habéis visto la mirada de rabia y pavor de un animal enjaulado? Pues eso pero con mucho cansancio y un desarraigo doliente que batiría records si hubiera competiciones de categorías emocionales, las mismas en las que yo sería una estrella en la categoría de inconmovible: ¡que es que me quedo mirando cada puñetera vez, joder! Y ni siquiera recuerdo de dónde viene tanto odio o lo que sea, ¿acaso de su actitud? ¿De su fama de bollera? ¿Del hecho de que aguante regia todo esto y aún sea capaz, a veces, de confrontarnos y dejarnos en evidencia con su puta retórica? Aunque, haga lo que haga, siempre nos reímos más fuerte, así que en el fondo da igual lo que haga o lo que diga. Victoria de grupo: ni siquiera tiene porque ser una victoria real, simplemente es que somos más y hacemos más ruido. Y eso lo sé hasta yo que estoy al otro lado. Porque lo estoy.

Como sea, el caso es que aquel día un no-sé-bien-qué me impulsó a seguirla tras la clase de historia: tal vez un poquito de conciencia, tal vez esa mirada suya de no pertenencia, tal vez el triste hecho de que durante las tres últimas clases del día no tuvo más remedio que llevar sólo su puto abrigo negro tres cuartos, tal vez. Y no tuvo más remedio, creo, porque no es la típica chica que contaría algo así o aceptaría compasión… quizás ni tan siquiera ayuda.

–¡Eh, Alex! –la llamé.

Ella se giró, mirándome con un recelo brutal y casi como si yo fuera el ser más despreciable y traicionero en la faz de la tierra: sinceramente, casi desando el camino y me doy media vuelta. La chica resultaba intimidante, pero supongo que nosotros, de alguna manera, le enseñamos a tener que serlo. ¿O no?

–¿Qué coño quieres? –espetó–. ¿Aparte de harina traíais también huevos y se os ha olvidado usarlos?

–No, que… lo siento, tía. Lo siento mucho. Lo que te han hecho hoy, ¿sabes? Y no sólo hoy. Es… eh, es asqueroso. Y que lo siento, y siento…

–¿Qué lo sientes? –bufó–. No me hagas reír, Ana. ¿Qué es esto? ¿Un primer paso para ganarte mi confianza antes del show final? ¿Alquitrán y plumas?

–Lo digo en serio, tía, lo siento y me arrepiento.

–Ah, ya veo… –se acercó a mí, de una forma que, nuevamente, me resultó tan intimidante que casi me echo a llorar ahí mismo–, que a la niña le ha entrado una inyección de moralina de repente… ¿Quieres sentirte un poquito mejor contigo misma? Bueno, Ana, verás, yo no soy tu puto proyecto de crecimiento personal, así que puedes irte a tomar por el culo.

–Lo siento de veras –reiteré, intentando mirarla a los ojos y procurando que ella no evitase los míos. Gran intento, pero en balde.

–Me importa una mierda. Eres una zorra, no puedes venir aquí ahora y con la boquita pequeña decir que lo sientes cuando llevas años…

–¿No puedo intentar arreglarlo…? ¿Enmendarme? – corté.

–No conmigo.

–Pero tenemos el puto trabajo de Lengua juntas, no estaría de más que…

–¡Oh, por Dios! ¿Es por eso? ¿Doña perfecta quiere llevarse un poquito bien con la tía a la que humillan para que haga su parte del trabajo? Tú tranquila por eso. Eres gilipollas y una puta hipócrita.

–No es eso… –musité, pero lo cierto es que ni yo misma tenía claro qué decir para excusar lo que, a todas luces, había sonado como un banal oportunismo. Pero, en serio, no se trataba de eso, ni siquiera lo había pensado… o quizás sí, a algún nivel, yo qué sé.

–La verdad es que tienes muy mala suerte, debemos ser la única puta clase de España en la que no hay un García o un González que separe nuestros apellidos. Ya ves. Putadas de la vida. Nos toca juntas.

Me reí. No pude evitarlo. Y ella me miró con más desprecio aún si cabe.

–Me ha hecho gracia, perdona –expliqué, casi amedrentada.

–¿Y ya te está permitido reírte con la pringada y no de la pringada de clase? ¿No te echarán del grupito? –replicó sarcástica y sin ápice de buen rollo ni distensión.

–Mira, tía, sólo quería disculparme, ¿vale? Soy una jodida cobarde, de verdad, sí, pero jamás he disfrutado viendo nada de lo que te hemos hecho. Lo siento, ¿vale? Me faltan agallas. No ha sido tampoco por el trabajo. Es que lo de hoy ha rebasado algún límite, no sé.

–Sois un hatajo de subnormales. Todos –se encogió de hombros.

–¿Cuándo te viene bien quedar para el trabajo? –cambié de tema al sentirme acorralada y contra las cuerdas.

–El miércoles.

–¿Entrenas el resto de días?

–Ah, que ahora te interesa mi vida también. ¿Información para futuras putadas?

–No lo pones fácil, ¿eh?

–Deberías probar a ser yo un día antes de hablar de ponerlo o no fácil.

–Nos vemos el miércoles después de clase –dije, buscando con desesperación salir de ahí. Puta arisca de los cojones, joder, que en cinco minutos he acumulado más tensión en las tripas que en diecisiete años de vida.

–Vale.

Cuando ella ya se estaba dando la vuelta, dispuesta a bajar las escaleras, se me ocurrió decir:

–O-oye, Alex, que… que hace fuera ahí frío, o sea no, al revés, que hace frío ahí fuera –balbuceé al tiempo que le tendía mi sudadera. Aunque lo cierto es que mereció la pena sólo por ver cómo se relajaban sus facciones y reía, aunque fuera de mí–. Toma, creo que vives algo lejos y… eso, no cojas una neumonía con ese abriguito de mierda.

–¿Te da miedo que pase eso y ser parte de un… eh, homicidio involuntario? Hasta el miércoles, Ana. Y… gracias por el espanto este –dijo, sosteniendo la puta sudadera.

¡Joder! Tengo una elocuencia que ya quisieran poetas, cómicos y juglares modernos. Juglares modernos digo… Perdón, es que hace poco estudiamos el rollo ese de los Cantares de gesta y el Mester de Clerecía y esas cosas.

Por supuesto, no tardé mucho más en salir pitando de allí. Supongo que no sorprenderá a nadie saber que soy la reina de la no-confrontación, a la vista está, así que lidiar con esa tía, aunque el final haya sido menos tenso, me ha resultado una situación de lo más violenta.

Al salir por la puerta del instituto, me encontré a Cristina rodeada de su habitual séquito. Y digo séquito con total intención y un poco de mala leche.

–¿Dónde coño estabas, tía? –me espetó así sin más, sin formalidades propias de gente educada ni nada.

–Eh… tenía que hablar con Alex por lo del trabajo de Lengua, ya sabes.

Tres, dos, uno… y todos estallaron en carcajadas: un humor vacío e hiriente. Ni siquiera creo que se tratara de humor. ¿Puede ser la crueldad divertida y graciosa meramente por ser cruel y humillante, sin más? Parece que sí; pero ojalá no, ojalá. Tampoco tengo derecho a hablar ni juzgar esto, no me lo he ganado.

–¿Qué pasa, tía? Estás muy seria –comentó Miriam, rompiendo su ataque de hilaridad antes que los demás.

–Nos estamos pasando con esa chavala. Tenemos que dejarla en paz, hablo en serio. Para empezar, ¿de dónde viene ese desprecio?

–¿A la friki bollera de mierda esa? –preguntó con sorna Cris–. No jodas. ¿Pero tú la ves? El asco que da con sus aires de superioridad y esa…

–¿Qué aires de superioridad? –zanjé–. No es nada de eso, tía, es que tiene que ser así, pero no es superioridad, es… yo qué se. Pero por mucho que te gustase que fuese una chica tímida y fácilmente torturable, pues no, resulta que no lo es. Ella sólo hace lo que puede para no desmoronarse o darnos de hostias.

–¿Oye pero a ti qué te pasa, tía? ¿Qué te ha dado hoy? ¿Te mola la bollera de repente? –inquirió.

–¿Te ha bajado la regla o qué? –añadió Carlos para sumarse a la conversación con su refinadísimo humor de, se entiende, refinería de mierda y acompañando su comentario de unas risitas, claro.

–Eres gilipollas, Carlos, en serio. Puto humor de las cavernas –dijo Miriam, exasperada. Que la chica no adora precisamente al susodicho es un secreto a voces.

–¡Joder! ¡Cavernas! ¡Que no he entregado el comentario crítico de Platón! –exclamó Amaia de pronto, agarrando la mochila y poniendo pies en polvorosa de camino, supuse, a la sala de profesores.

–Bueno, yo me voy a casa –dije tras observar la cómica espantada de Amaia–. Pero, en serio, tenemos que parar, joder. Ni siquiera le hemos dado oportunidad de caernos mal, la hemos crucificado de antemano.

–¡A mi sí que me cae fatal! –aseguró Cristina.

–Pues muy bien, ¿y qué? –repliqué–. ¿Es un puto crimen caerte mal? ¿Eres la puta diosa de la sociedad? ¿No está permitido? ¿Te hace feliz joderla?

–Mira, tía, pírate ya a casa, ¿eh? Y échate una cabezadita a ver si así mañana se te ha recolocado el cerebro –replicó.

No dije nada más. Tomé su sugerencia y emprendí camino a casa, pero mientras cruzaba el parque de enfrente al instituto, apenas medio minuto andando desde la puerta del instituto y el encontronazo, Miriam me alcanzó y agarrándome por el hombro dijo:

–Tía… no seas así. Ya sé que tienes razón y que a veces somos unas niñatos crueles y gilipollas y Cris se lleva la puta palma, pero… ya sabes la presión a la que le someten sus padres con el conservatorio, la forma física, las campañas de publicidad y…

–Me da igual, Miriam. ¿Pasarlo mal te da derecho a hacerlo pasar mal? –dije resolutiva.

–Tienes razón… Sólo no seas demasiado dura. Es mi amiga y la quiero. Sólo me preocupo.

–También es mi amiga. Y no creo que aplaudirla o… Sin más, tía, nos vemos mañana –me despedí.

Porque sí, aun en contra de lo que pueda parecer, Cristina es mi amiga y puede ser una tía estupenda, aunque también puede ser, a la vista está, de lo más gilipollas, cruel y tiránica.

Que no sea demasiado dura con ella, Dios… qué pereza de vida. ¿Y esa tía? ¿Álex? ¿Quién se preocupa de ella? Que no es mi proyecto de crecimiento personal ha dicho, que si me han dado una inyección de puta moralina… Tiene su gracia la hija puta, una gracia un poco mordaz, pero gracia a fin de cuentas. Es aguda. Y un poco puta también, claro. Tengo que dejar de decir tantos “puta”. ¡Fíjate!: al final igual la tía si me sirve como proyecto de crecimiento personal, ¿eh? Dios… espero no estar haciendo esto por el trabajo de lengua, de veras que no, pero joder, a veces es difícil analizarse a una misma. ¿Soy una puta oportunista? A fin de cuentas… No, mira, ojalá que no.

28 Janvier 2021 12:17 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
0
Lire le chapitre suivant 2.

Commentez quelque chose

Publier!
Il n’y a aucun commentaire pour le moment. Soyez le premier à donner votre avis!
~

Comment se passe votre lecture?

Il reste encore 1 chapitres restants de cette histoire.
Pour continuer votre lecture, veuillez vous connecter ou créer un compte. Gratuit!