Él caminaba por las calles frías de la ciudad, con las manos dentro de sus bolsillos, con la mirada baja.
No tenía energías para correr como siempre lo hacía. Se sentía desvastado. No quería escuchar los regaños de su tío, ni tampoco la irritante voz de Natalia. Menos quería sentir la mirada de Bill sobre él, clavandose como un cuchillo en su piel.
Aún podía escuchar las voces en su cabeza, los comentarios de los espectadores.
- ¡Es un perdedor! ¡Jamás le ganará a alguien de su categoría!
- ¡Boo! ¡Boo!
Levius cerró los ojos con fuerza y siguió caminando, sin darse cuenta que estaba clavandose las uñas.
Llegó al puente por el que siempre cruzaba al correr. El río bajo sus pies de veía brillante con los colores cálidos del atardecer. Cuando observaba el sol poniéndose detrás de las estructuras del poblado, recordaba a su madre. De pequeño solían ver todos los atardeceres que se veían desde su casa.
Aún conservaba el recuerdo, y le dolía.
Levius se quedó viendo el atardecer con los brazos sobre el barandal. Su cabello rubio se movió lentamente con el viento, sus ojos se cerraron por si solos disfrutando la brisa.
Pero al cerrar los ojos, su mente le trajo malos momentos.
- ¿Cómo pudo...? ¿Cómo pudo haber pasado?
- No es su culpa. Su rival tenía mucha ventaja. Agradece que al menos está vivo y con este combate no cae en el descenso.
- Levius... ¡Levius! ¡Di algo!
Gritos, vítores, palabras de desaliento.
- ¡Perdedor! ¡Boo! ¡Retirate!
Un pequeño trozo de papel llegó a sus pies. Se agachó y lo tomó con la mano que contenía una prótesis mecánica. Se trataba de un periódico de aquel día, en el cual figuraba el rostro del chico, agotado, con sangre en sus labios y sudor que marcaba su cabello.
Levius Cromwell obtiene una inesperada derrota que deja una marca en su expediente.
El rubio destrozó el papel y lo tiró al río, furioso. Había sido sólo una derrota, pero le dolía. Le dolía que todos le recordaran que había perdido. Se había prometido a si mismo que no decepcionaria a nadie.
Y los había decepcionado. A su tío, a Bill, a Natalia, al público, a los fans.
A él mismo.
Porque ahora sólo podía oir las voces de todos a su alrededor, diciéndole lo que era.
Un maldito perdedor.
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