I
Io Theron


En una época donde los hijos de los dioses caminaban por el mundo, un cronista vivió la más extraordinaria de las aventuras.


Fantaisie Tout public.

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Capítulo 1

Escribo esta crónica con la esperanza de que alguien la encuentre en algún momento y pueda servirle para algo. Después de tantos años sirviéndome de la memoria y de inteligencia de hombres más sabios y mejores que yo, parece justo destinar parte de mi tiempo a relatar los extraordinarios tiempos de los que fui testigo. Así pues, que mi sabiduría te sea propicia, desconocido.


Nací una noche fría. Mi madre, casada desde muy muy joven con un comerciante en Acritina, mucho más mayor y mucho más estúpido que ella, tuvo una noche de pasión con una divinidad. Nunca me dio muchos detalles, pero me dijo que ese tipo de cosas se saben y aunque en su momento no lo entendí bien, ahora lo entiendo perfectamente.


Después de darme a luz tuvo que huir a una ciudad vecina. Aunque no estaba más que a 3 o 4 días de viaje, fue suficiente para que su marido la dejara tranquila y, aunque no tuvo una vida fácil el tiempo que conviví con ella, sin duda fue mejor que vivir al lado de su marido.


A la edad de 4 años empecé a ir a los templos a leer y aprender de las tradiciones que nos obligaban. Los dioses están muy presentes en todas nuestras acciones diarias y, si bien es cierto que nunca tuve en gran consideración a mi padre, hay que concederle que consiguió obtener una posición muy alta dentro del respeto del populacho.


Como digo, a una edad muy temprana yo ya sabía leer los textos más complejos. Leía rápido y comprendía aún más rápido, lo que obligó a mis maestros a esforzarse para poder colocarme retos. Pero pronto abandonaron sus esfuerzos. Al fin y al cabo ¿a quién le importa el hijo de una meretriz?


Obviamente esto último tampoco me hizo muy popular entre los niños de la polis y más de una vez tuve que defenderme a pedradas y palazos de las agresiones de los niños más bobos y violentos.


No obstante, mi padre tenía planes para mí y con 5 años, después de un paseo por el bosque, tuve un feliz encuentro con Zalan, un sátiro enviado por mi padre que ejercería el rol de padre adoptivo para mí a partir de entonces y por los próximos 6 años.


Bajo su batuta aprendí muchísimo pues tenía acceso a conocimientos que los pobres maestros de la polis jamás soñaron. Compaginó mis energías por aprender con ejercicios físicos extenuantes. Tanto es así que a menudo, al llegar a casa, mi madre debía ponerme paños fríos y darme agua helada para bajarme la fiebre que me acaecía.


Cuando cumplí 11 años, una mañana especialmente nubosa y de un frío espantoso, el buen Zalan dijo en voz alta lo que todos sabíamos ya. La isla se me quedaba corta y debía buscar nuevos lugares.


Días después me despedí de mi madre con un abrazo. No volvería a verla en muchos años. Ella me dio un zurrón enorme lleno de ropa que había reparado, comida en salazón y un pequeño bote de tinta que debía de haberle costado casi todo el dinero que tenía. Nos despedimos con lágrimas y partí en un barco en dirección a Santorini.


Mi vida allí fue bastante divertida en mis propios términos. Aunque pronto se corrió la voz de quién era mi padre y comenzaron a pasarme cosas extrañas, casi todo el mundo me trataba con respeto o, al menos, con un ligero temor, por lo que tuve una adolescencia más bien tranquila. Jamás hice ningún intento por decirle a nadie quién era mi padre y más bien trataba de ocultarlo activamente. Pese a todo esto, pude aprender todo lo que quise y jamás encontré un freno a mi insaciable hambre de nuevos conocimientos. Incluso, los monjes de los templos, consintieron en su momento, y debido a quien yo era, a enseñarme legajos y pergaminos que alguien de mi edad no debería poder leer ni entender; y una persona normal, no querer conocer ni buscar.


No obstante, el ansia que me corroía por dentro por saber más de los dioses, sobre sus costumbres, accesos a sus lugares, funciones, poderes, crónicas y designios, me ocupaba tanto tiempo y me obsesionaba tanto, que a menudo soñaba con que descubría un párrafo especialmente explícito o un legajo oculto en algún hueco con nombres y crónicas descuidadas durante mucho tiempo y de un valor incalculable para mi.


Aunque mi estancia en Santorini fue corta, la recuerdo con mucho cariño. Sin embargo, tres años después de llegar, los monjes me consiguieron una plaza para estudiar en la biblioteca de Creta y con felicidad y algo de pena, volví a hacer el zurrón de mi madre y embarqué.


Tras mi llegada a la enorme isla mi educación dio por fin un vuelco. Entre los muros de la enorme biblioteca encontré desafíos y retos para alguien como yo. Legajos tan viejos y tan mal escritos que debía pasar horas descifrando y tratando de entender que había querido decir el escritor. Muchas veces, los monjes me mandaban a la cama a altas horas de la madrugada asustados porque me encontraban en un estado semi catatónico de concentración. Y aunque estaba lejos de estar ausente, pues mi mente trabajaba a velocidades desconocidas para mí, mi cuerpo gritaba de dolor cuando por fin me movía después de numerosas horas en la misma posición.


Estoy convencido de que de no haber sido por el riguroso esquema de ejercicios que Zalan me obligó a hacer y que yo repetía cada mañana como un reloj, mi cuerpo no hubiese soportado el ritmo.


Después de dos meses de esta actividad frenética, mi cuerpo adquirió las proporciones que ahora me definen. Mi cuerpo ligeramente encorvado, mis músculos finos pero duros como cuerdas o ramas jóvenes. Mi pelo negro enmarañado y que crece desigual y en todas direcciones y mis ojos también negros que están siempre acompañados de una sempiternas ojeras muy marcadas, y que me dan el aspecto de un borracho trasnochador adorador de Dionisio.


Mi vida social también dio un sorprendente giro. Comencé a relacionarme de igual a igual con los monjes y otros jóvenes que, tal y como pasó en Santorini, también se hicieron eco pronto de mi procedencia aunque esta vez, se debió también a causa de mi recién adquirida valentía para decir lo que pensaba y veía. A nadie le extrañó ni un poco que yo escuchara voces que me ayudaran a resolver los crímenes que se juzgaban en el ágora o que me ayudasen a encontrar pruebas en los lugares del suceso cuando acompañaba a la justicia de la polis.


Pero lo que más hizo por mi reputación mal que me pese, puesto que odiaba estar rodeado de aduladores cuando acudía a las asambleas a hablar de filosofía, de historia o de leyes, fue un hijo de Apolo. Uno especialmente propenso al don de la profecía y del que se decía que pronto iría al oráculo de Delfos a ocupar el lugar que le correspondía. Yo no veía la hora de que eso ocurriera pero lo cierto es que ambos nos profesábamos un respeto importante y nos tratábamos con mucha educación.


Este vidente, señalaba hacia mi persona muchas veces en sus visiones cuando la gente acudía a él para pedir augurios o guía en crímenes o misterios. Y cuando esto ocurría, mis habilidades se manifestaban y efectivamente, yo ayudaba a resolver dichos misterios. Durante algún tiempo incluso pensé que él permitía que esto ocurriese o que había alguna clase de conexión.


4 años después de mi llegada y, coincidiendo con una nueva olimpiada, tanto él como yo, fuimos convocados para acompañar al rey Minos (un soberano imbécil, nunca mejor dicho) y a la delegación de Creta al evento que reunía toda Grecia.


No obstante, él fue más listo que yo y cuando llegó el momento tomó el camino a Delfos y yo me quedé en el barco del rey, escuchando sus bravatas sin parar y su evidente falta de intelecto. Fue un trayecto horrible.


Un mes después de embarcar, llegamos a Olimpia, la ciudad más neutral y más dedicada a los dioses de toda Grecia.

13 Décembre 2020 19:15 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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