santiago-soto1603152462 Santiago Soto

Un breve relato, de un punto de vista, aparentemente estático


Histoire courte Tout public.
Histoire courte
2
2.1mille VUES
Terminé
temps de lecture
AA Partager

Un conocido inconsciente

Mucho ha pasado ya, y, aún así, lo he de contar nuevamente. Mi relato favorito, el mejor que tengo. Atención pues, oyente, puesto que, aprecio mucho la compañía.

Un Domingo a las nueve de la mañana, un hogar entre los suburbios. Una pareja llegaba, triunfante y exhausta, cargando un preciado ser: su primogénito, un recién nacido en el hospital a las afueras de esta ciudad. El infante, envuelto en una manta verde manzana, abriendo sus curiosas órbitas a lo que sería su hogar, resuena en el lugar, un bramido, similar a un chillido, de hambre de un desvalido. Los padres enseñaron con orgullo y alegría a la familia su nuevo integrante. Así comenzó un nuevo capítulo en sus vidas. Tiempo después, me enteré del nombre del pequeño ser: Augusto. Un nombre bastante peculiar en mi opinión, pero, hasta ahora, realmente nunca comprendí el porque. Augusto, al dar emocionadamente sus primeros pasos, recorría su hogar con la rapidez y agilidad de un ratón tras un buen queso, tanto padres como demás familiares lo correteaban a diario, asemejándose a un revuelo de un gallinero. El júbilo del infante era tan palpable como el cansancio de sus padres.

Un día, éste decidió salir al patio y, gracias a su natural e inocente curiosidad, se escabulló por las rendijas de la cerca, hasta llegar a un claro, justo detrás de su casa, donde había árboles de mango, con sus frutos desparramados por el suelo. Augusto, con una sonrisa, dio varios pasos torpes entre los árboles, esquivando inconscientemente los rastros de bachacos negros, hasta cesar su andar, al verme. Sus órbitas se habían abierto más que de costumbre, su curiosidad, avivada por su energía casi nuclear, lo llevaron a balbucear varias palabras, con ánimo de establecer conversación (al menos, eso creí yo). Yo, sin embargo, lo acompañaba en silencio, observándolo, intentando descifrar como ese animalito no habría resbalado entre las conchas de mango, o, como no intentó comer tierra del suelo. El infante continuó observándome por unos instantes, hasta caerse de rabo, y comenzar a llorar. Su padre lo encontró rápidamente, con angustia y el corazón al cuello, por temor al posible daño causado en el infante. Ambos volvieron a la casa, aunque, si no recuerdo mal, Augusto me seguía mirando, como si quisiese transmitirme algo.

Tiempo pasó, los árboles crecieron, junto con la mala hierba a sus anchas. Ya en cuarto grado, volando estaba Augusto: ya tenía amigos, con quienes compartía cada travesura; desde repicar a los demás, sin defensa alguna, hasta hurtar los bombones de la alacena. Su educación era estable, nunca escuché quejas al respecto, pero, el niño aún me buscaba. Cuando sus padres y la familia se retiraban, él volvía a escabullirse entre las tablas, rodeando con más cuidado las hojas caídas de los mangos, y siempre, sin dudar, se sentaba al lado mío, admirando el lugar. En repetidas ocasiones nos encontramos: al jugar con sus amigos a las escondidas, al repasar las tediosas tablas de multiplicar bajó el tronco de algún árbol, el cual, terminaba abandonando, gracias a las hormigas y bachacos que, en medio de su milenaria tarea de expandirse y conquistar, usaban de campo de batalla el cabello del chico, u, ocasionalmente, su camiseta, cuando éste se dormía. No comprendía, su insistencia, aunque, jamás se lo manifesté. Yo estaba en medio de ese claro, en medio del follaje, observando siempre, mi alrededor y las estrellas, acompañado de él, y de las criaturas del bosque: las hormigas trabajadoras, el puntual Sol, la brillante Luna, sus hijas y primas, las estrellas, las ardillas marrones, cuyos alerones extendían en medio de su andar diario. El aire siempre era puro, rodeado de tanta exuberancia. ¿Sería por eso, qué semejante criatura, dignara su tiempo y compañía, al lado de aquél que palabra no dirigía? Me lo pregunté un tiempo: al llover e inundarse las calles y callejones, mientras el sol secaba hasta el agua que bebía, al anochecer y mirar el firmamento, la idea no me abandonaba. Ya los años pasaron, envejecí, al igual que, sus padres, los cuales, desafortunadamente, miraron a su cría migrar al norte. Todo listo estaba; desde maletas con ropa a por montón, hasta sus libros, preparados para la travesía. Momentos únicos recordaré siempre, cómo me miraba, como me hablaba, aunque no lograse responder. Me dolía verle partir, y, quería y deseaba su compañía, pero, ni palabra llegué a pronunciar; ni el más leve chirrido, o, el más absurdo sonido. Anochecer era nuevamente, y, en la despedida, Augusto, dejando sus provisiones para el viaje, dijo querer salir a tomar el aire fresco. ¿Podría ser mi oportunidad esa, de evitar vivir sin su inexplicable presencia? Él saltó la cerca, caminó ignorando las hojas en el suelo, y, como antes, se sentó junto a mí. Quise decir algo, pero, solo enmudecí, mientras ambos observábamos a Júpiter hacer su aparición de cada noche. El rumor del viento parecía mecerme, junto con el cabello del joven. No quería terminar esa noche, sin observar a ese extraño ser, apacible, como siempre, a mi lado. Se levantó y, se despidió de mí, sin mirar atrás. Se fue, y, a pesar de todo, la noche no resultó gélida esa vez, sino, agradable. Por un tiempo esperé, a su vuelta. ¿Cuánto tardaría, en volver la cría al nido? Eso, no lo sabía y, por dentro me partía. Tempestad aguante, aguardando en el mismo lugar. Sequías sufrí, en medio de una alucinación, volverlo a avistar. Mis estructuras, al igual que mi ánimo, decayeron. Las hormigas acabaron con mis estructuras, carcomiéndolas hasta derribar mi esfuerzo, cuya fuerza se había mermado, extrañando a ese ser. No volví a levantar cabeza después de eso. Extrañaba ahora el firmamento, el cual me recordaría siempre esos momentos, los cuales sentí no volverían, junto aquella criatura, cuya hermosura, a pesar de reconocer, nunca le hice apreciar. Cabizbajo anduve el resto de mis días, sin ánimo de siquiera observar el viento mecer las hojas del mango, o, de presenciar cómo las ardillas saltaban grácilmente, en compañía mutua, de rama en rama, desbordando dulzura. Ya recogido y viejo, aguardé mi final, cuando, el viento, mi mirar hizo levantar: Aquella casa, dónde la cría había crecido, estaba abierta, tras la partida de sus progenitores. ¿Nueva estancia? ¿invasión? Ni siquiera entendía el porque me importaba, de la misma forma en que no comprendía el porque de la criatura. Una silueta vislumbré, un adulto es lo que miré. Me devolvió la mirada, con un tipo de arma en la palma, plana y con punta era, esperando a ser blandida, con lo primero que consiguiera. Mi momento aguardé, a pocos pasos de la silueta, cuando, una estela de alegría envolvió aquel claro. ¿Podría ser? ¿Aquella criatura volvió? No tuve fuerzas para mirarlo, y, con mi último aliento, intenté decirle "Gracias, por tu compañía" antes de mi ser romperse en dos, y yacer en la tierra. Ya no sentía frío o calor, o sensación alguna alrededor. Solamente ascendí, hasta el sol ver. ¿Habría vuelto a nacer? Miré a mi rededor, y, el ambiente era distinto: se respiraba el mismo aire, pero, vecinos se erguían junto a mí, saludándome en silencio, haciéndose notar, sin prorrumpir sonido o bramido. El cantar de las aves llamó mi atención, no recordaba aquellos colores por aquí. La tranquilidad se hacía sentir por todos lados. ¿En dónde estaría? ¿sería ese el cielo? Unos pasos me sacan de mis ideas. Alguien se acerca, una figura adulta, con una jarra con agua. "Tomen, queridos" fue lo que dijo, antes de comenzar a regar a mis vecinos. La figura se volvió para buscar más del vital líquido. Al volver, esa sensación volvió, y, aunque no lo podía ver, podía sentir que Augusto estaba a mi lado.

Tiempo pasó, como antes, hasta recuperar mis fuerzas. Mi juventud regresaba, junto con la belleza del huerto, que ahora Augusto sembraba. Rodeado de tantos vecinos, mi soledad no lograba recordar, ahora que Augusto los cuidaba a todos. Quería agradecerle, pero, no sabía como, hasta el momento en que, su hija nació y probó su primer dulce de chocolate, proveniente de mi agradecimiento. Un amigo, se aleja zumbando, tras escuchar mi historia. Tal vez me crea, o, me comprenda, aunque, estaba muy entretenido tomando polen de mi vecina Orquídea. Tiempo ha pasado, y, pasará, hasta que mi siguiente agradecimiento vuelva a aflorar, gracias a su maravillosa presencia.

20 Octobre 2020 13:58 2 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
2
La fin

A propos de l’auteur

Commentez quelque chose

Publier!
US Uzzy Soto
Excelente historia!!!!
May 24, 2021, 17:08
Cristian Rodriguez Cristian Rodriguez
nah de locos, me quede flipando xd
March 19, 2021, 18:52
~