sandra-vidal1601850680 Sandra Vidal

Las tradiciones de nuestros antepasados guardan secretos que al descubrirlos, hasta el ser mas incrédulo comenzará a creer.


Histoire courte Tout public.

#347 #caminoinca #secretos #misterios #incas #perú
Histoire courte
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LOS SECRETOS DEL QHAPAQ ÑAN

Hay cosas que la escuela no te enseña, secretos de nuestros ancestros, que no figuran en ningún libro de historia, simplemente están ahí, esperando a que los vivas y se impregnen en ti, en tus creencias, en tu cultura. Y así sucedió

Mi abuela era del norte del Perú, de un lugar llamado Cayaltí, siempre me hablaba de lo bien que lo pasaba de niña en su tierra haciendo jugarretas con sus hermanos. Una tarde al visitarla en la clínica, la encontré mirando hacia la ventana como si recordara algo, al oír mis pasos volteó sonriente. La besé y le pedí que me contara otra de sus historias, estaba enferma y en cualquier momento se iría de mi lado pero quería tener más de ella en mí. No costó convencerla y sin más preámbulo inició su relato: - Hay hijita, como extraño a tus tíos, la vida no les dio muy buenos momentos. Todo comenzó cuando allá en Cayaltí anduvimos caminando cerca a los cerros y encontramos casitas destruidas, sobre una superficie plana parecida a un patio grande había hileras de ladrillos de barro y ese camino largo que se perdía a lo lejos. Había también piedras labradas con dibujos de serpientes. Tu tío Pepe, el que te conté que murió chiquillo, pensó que tal vez habría algún tesoro, así que excavó y encontramos collarcitos y caritas de porcelana o creo que eran de arcilla. Con esas caritas hicimos muñecos, pero no fue buena idea, pues no habíamos pedido permiso. Hijita siempre debes pedir permiso si no te va mal.

Yo miraba a mi abuela tratando de comprender lo que me decía, al parecer ella atribuía la mala suerte de sus hermanos a las caritas de cerámica y a los collarcitos encontrados en aquel lugar. La abracé y sentí como poco a poco su respiración se iba apagando.

Pasaron años desde que escuchara esa historia y las casualidades de la vida hicieron que vuelva a oírla. Tenía por aquel entonces unos veintitantos años, acababa de terminar mis estudios universitarios y decidí emprender un negocio gastronómico a las afueras de Lima. Haciendo un poco de reconocimiento de mi zona de trabajo, recorría lugares aledaños, encontrando un valle verde extenso, el río de aguas limpias y miles de cerros y quebradas que guardaban algo más que simple tierra por mostrar. Así hallé un pequeño puente de quincho atravesando el río, con el que llegue al otro lado del valle. Anduve cuesta arriba de un cerro teniendo árboles de molle que adornaban el camino. Luego de unos cuantos metros divisé unas casitas de adobe deterioradas, algo parecido a unos dibujos en sus paredes y una especie de catacumbas en el suelo. Observé detenidamente y comprobé que a ese lugar lo atravesaba un camino estrecho pero largo que bordeaba al cerro más cercano. Entonces se me vino a la mente la historia de mi abuela en Cayaltí. El camino, las casitas, todo era igual, busqué las caritas de arcilla o porcelana, en lugar de eso encontré trozos de vasijas de barro, apenada pues pensé que nada de eso servía, seguí caminando y hallé una pared antigua pintada de un color medio rojizo, en ella había una pequeña ventanita cerrada, no sé porque me vi impulsada a descubrir que guardaba dentro de ella encontrando un muñequito de trapo, algo simple pero curioso. Lo cogí y siguiendo la tradición de mi abuela lo convertí en mi objeto favorito. Después de ese paseo, enfermé a causa de lo poco que dormía, apenas cerraba los ojos venía a mi mente esa imagen en la que recorría el largo camino estrecho que atravesaba el conjunto de ruinas que encontré. Detrás de mí, la presencia de un hombre, con atuendos de antiguos habitantes peruanos, intentaba alcanzarme. Intranquila, fatigada sin ganas de nada, apenas hablaba. Hubiera seguido así, si no fuera por Doña Irma, una de las señoras que trabajaba conmigo, quien me reclamó a qué Huaca le había robado. Extrañada, le conté de mi visita a las ruinas y del muñequito que tenía. Fue entonces que lo escuche de nuevo. No había pedido permiso para entrar y coger.

Doña Irma explicó que esas ruinas de Molle estaban atravesadas por el gran camino real o Qhapaq Ñan, ruta que recorrieron los incas para visitar los santuarios de la costa, por tanto las ruinas que visité formaban parte de este gran tramo y lo más probable es que hayan sido pequeños centros de adoración donde los antiguos habitantes usaban el color medio rojizo del azogue para maquillarse en sus rituales hechiceros. Todo lo hallado ahí es sagrado por ser parte de alguna ofrenda a una divinidad y no podía cogerlo así por así sin antes pedir permiso y mantener el equilibrio del universo. La cabeza me daba vuelta con tanta información histórica y esotérica a la vez, de dónde sacó esa data, acaso se lo contó algún profesor en el colegio. Doña Irma se sonrió y me dijo algo que ya sabía: -Esa información pasa generación tras generación, formando parte de las costumbres de los pueblos. La profanación no es bien vista hoy, ni ayer, ni hace siglos. Había profanado un lugar sagrado para nuestros ancestros, ellos creían mucho en eso y las creencias son más fuertes que cualquier cosa.

Regrese a las ruinas de molle, hice una breve caminata por los restos del gran camino inca que atravesaba a los restos arqueológicos, fue entonces que comprendí la grandeza del lugar y de tantos otros muy parecidos que están por todo nuestro territorio. Ellos guardan secretos de quienes anduvieron por ahí formando nuestra historia, la que vivimos hoy en día pues hemos nacido de ellos en cierta forma. El aire azotaba mi rostro pintado de arcilla roja, devolví el muñequito a su lugar y lo acompañe con una pulsera que compre hace unos días, como parte de mi ofrenda al universo y mi contribución al legado cultural de futuras generaciones.

6 Octobre 2020 23:10 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

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