El viento movió sus largos cabellos rizados y anaranjados. Si agudizaba la vista, podía ver avanzar a la mujer por la falda del Nevado Urkan. Si se concentraba un poco más, incluso era capaz de ver en su rostro la determinación de quien añora llegar a la cima. Sin embargo, tenía otros planes para ella. No podía permitir que alcanzara la cumbre y encontrara a su hermano, porque si lo hacía, todos los proyectos de su Maestro se marchitarían.
Se sentó sobre una roca y esperó que la mujer comenzara la última parte de su ascenso. Si bien el tiempo apremiaba, necesitaba que estuviera en la altura indicada para poder detenerla. Pero no le gustaba esperar. Sus ojos, de un inusual rojo, ardían de deseo e impaciencia. ¿Tan complejo era ponerse a escalar un cerro? No lograba comprender por qué se le perdonó la existencia a este grupo de humanos que de nuevo comenzaba a extenderse sobre Iradia como una plaga. Tenían que haber acabado con todos cuando se presentó la oportunidad.
Mientras observaba a su víctima, su ave de rapiña sobrevolaba el área. Consideró regalarle un trozo de su presa.
El sol comenzó a ponerse y el cielo se volvió rojizo. La mujer estaba próxima a alcanzar la cima, cuando la vigilante se puso en alerta.
—Unos pasos más —murmuró, mientras la mujer seguía ascendiendo—. Ahí.
En ese momento, posó sus grisáceas manos en el suelo y sonrió en un gesto torcido. La tierra comenzó a moverse con una violencia tal, que, si no fuera porque ella misma provocaba los sismos, habría caído. Rocas de distintos tamaños se desprendieron y, para su satisfacción, la mujer que escalaba perdió el equilibrio y cayó. Rodó cerro abajo y, en cada giro, intentaba sostenerse de las rocas cercanas. Pero era inútil, la tierra siguió moviéndose y en cuanto lograba asirse a una piedra, esta se desprendía y continuaba con su caída. Hasta que su cabeza azotó contra una gran roca.
La criatura que acababa de hacer temblar la tierra sonrió satisfecha, detuvo el sismo y agudizó la vista. La mujer yacía inmóvil y las piedras a su alrededor estaban manchadas con sangre. Debía de estar muerta o al menos inconsciente y malherida; lejos de la civilización nadie iría en su auxilio y sus restos quedarían allí olvidados para siempre.
Un ser como ella aterrizó a su lado. Su cabello largo, cano y enmarañado daban luces de un viaje rápido e improvisado. Su rostro se contrajo por un momento apenas perceptible para ella mientras observaba la escena.
—¿Tenías que atacarla así? Pudiste hacerlo de forma más rápida y simple. Más... limpia —hizo una mueca de asco.
—¿Qué importa? Solo es una humana. No debía llegar hasta la cima.
Él, de pronto, llevó su mano a su cabeza. Un dolor profundo lo estremeció, como si algo lo partiera a la mitad. Contuvo la calma. Bajó las manos, impertérrito y se giró, dejando tras de sí el manchón rojo que se extendía allá a las faldas del Nevado.
—Vamos, hay mucho por hacer.
—La registraré. Debo cerciorarme de su muerte —dijo la criatura de cabellos anaranjados, avanzando unos pasos hacia su reciente víctima.
—Déjame encargarme de eso. Tu trabajo ya está hecho. Vamos.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó perspicaz.
—Un humano jamás sobreviviría a una caída así.
Ella miró al ave que planeaba sobre ella. Luego observó a su repentino acompañante y le sonrió burlesca. Comenzó su caminata hasta el lugar de la caída y ordenó:
—Cómetela.
El ave, tras sobrevolar un momento, cayó en picada sobre el rostro de la mujer. Allí, entre las rocas y tierra y arbustos de la tundra, arrancó uno de sus ojos. En el suelo, ella se estremeció una última vez.
Merci pour la lecture!
Nous pouvons garder Inkspired gratuitement en affichant des annonces à nos visiteurs. S’il vous plaît, soutenez-nous en ajoutant ou en désactivant AdBlocker.
Après l’avoir fait, veuillez recharger le site Web pour continuer à utiliser Inkspired normalement.