yasnaiapoliana Yasnaia Poliana

Al morir su padre, Anna Smith descubre que este tiene otra hija, llamada Shelagh. Shelagh Mannion supo toda su vida que su padre prefirió a su hija Anna. Ambas son hermanas, pero el rencor y el dolor las mantienen separadas. Este es su camino para recuperar el tiempo perdido. Crossover series Downton Abbey/Call The Midwife entre Shelagh Mannion Turner y Anna Smith Bates


Drame Tout public.

#fanfiction #downton-abbey #call-the-midwife #hermanas #familia #amor
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Agosto de 1964



–¿Mamá, puedo dormir un poco más?

Sonrió, y acarició el cabello de su hijo.

–Está bien, sólo porque estás de vacaciones. Pero luego cuando te levantes, iremos a comprar tu nuevo uniforme para la escuela.

–No, ¡odio la escuela! –el niño se tapó la cabeza con su almohada, y sacudió las piernas.

–¡Pero es una escuela nueva, te encantará!

Riéndose, le quitó la almohada y le dio un beso en la frente.

–Duerme otro poco mi amor.

El niño se acomodó mejor en su cama y de inmediato cerró los ojos.

Cerró la puerta lentamente y fue al baño. Allí peinó su cabello rubio mirando atentamente a las nuevas líneas que aparecieron alrededor de sus ojos azules. Encendió la luz para verse mejor, pese a que entraba el sol por la ventana.

–Oh, no–dijo mirando mejor a su rostro.

–¿Qué pasó, amor? –su marido entró sonriendo–Buenos días.

–Nuevas arrugas. –dijo puntuando a la persona que la miraba desde el espejo, una persona igual a ella pero que parecía demasiado mayor.

–¿Dónde? Yo te veo perfecta.

–Mira, aquí y aquí. –se acercó al espejo, marcando con sus dedos sobre su cara–¡Eso no estaba ayer!

Su marido rió, como siempre.

–Siempre te ves bien, amor. No te preocupes por esas cosas. Mírame, yo tengo muchas más.

–A los hombres les queda mejor –masculló y salió del baño, escuchando otra vez la risa de su esposo.

Ató su cabello con una cola de caballo desprolija y miró la cocina. Quejarse no prepararía el desayuno, así que puso manos a la obra. Primero abrió la ventana, era un día demasiado veraniego, y todo el calor parecía haberse acumulado en el departamento. De hecho, había dormido bastante poco en la noche debido al calor, y además de arrugada, se sentía muy cansada.

También, se sentía nerviosa. Pero no quería pensar en eso.

–John, ¿tienes todo listo? –preguntó cuando vio a su esposo saliendo del baño, peinándose.

–Todo. –él se sentó para atar los cordones de sus zapatos–Aunque nada me preparará para viajar en bus y luego en subte con este día de verano.

–Entonces te pondré ropa para que cuando llegues, te cambies. No quiero que los empleados vean al gerente todo sucio y sudado al quinto día de hacerse cargo del hotel.

–Por eso eres mi sol–John sonrió, poniéndose de pie–Terminaré el desayuno. ¿Hoy qué harás?

–Iré con Johnny a comprar su uniforme. De paso, miraré si en las tiendas de los alrededores necesitan dependienta, o algo que yo pueda hacer –dijo saliendo de la cocina y entrando a la habitación. Con rapidez, abrió el armario y fue doblando una camiseta, una camisa, y otra corbata, y las puso en un pequeño bolso–Oh, pondré tu perfume también.

–Anna no tienes que hacerlo –John se apoyó en la puerta, mirándola.

–Necesitas tu perfume, no podrás bañarte cuando llegues. ¿Dónde lo pusiste?–abrió un cajón del armario, y luego otro, hasta que lo encontró.

–No me refería a eso. Me refería a que no tienes que buscar un trabajo. Viviremos muy bien con mi salario, sabes que es un excelente trabajo. Y mira, este departamento no está nada mal.

–Sí, vivimos bien pero estás a más de una hora de tu trabajo. Si gano dinero yo también, podemos pagar algo que esté más cerca. Viajar tanto todos los días te hará mal.

–Eso no es así porque ambos sabemos que la vieja aquí eres tú.

–¡John!

Él se rió, desapareciendo en la cocina. Ella lo siguió con el bolso en la mano, lo vio poniendo las tazas de té sobre la mesa.

–Siéntate y toma el desayuno, deja de quejarte. –su esposo también puso un plato con galletas frente a ella–Además no tiene sentido vivir en el West End, nos convertiremos en unos refinados y eso no nos gusta, ¿verdad?

–No –sonrió apenas, concentrándose en su té.

John se sentó a su lado, en silencio. Sin dejar de mirar su taza, ella sentía que él estaba obervándola, y sabía porqué.

La noche anterior, ella le anunció que lo haría. Pondría todo su coraje y valentía para hacerlo hoy, pero ese hoy había llegado, y ella no encontraba ni el coraje, ni la valentía.

John quería animarla, si levantaba apenas sus ojos sabía que encontraría su mirada dándole confianza. Él, de alguna manera, intentaba retribuirle el apoyo que ella le dio cuando apareció la oferta de un puesto como gerente del hotel más caro de Londres. Significó dejar Yorkshire, dejar amigos, y dejar el trabajo de Anna como ama de llaves de la familia Crawley. Ella aceptó pese a todo eso, estaba entusiasmada y feliz de que John tuviera una oportunidad única, y de inmediato comenzó a hacer las maletas.

Pero apenas un mes después, Londres se convirtió en sinónimo de algo más. Algo oscuro, algo del pasado que de pronto fue escupido por su padre antes de morir.

Y el entusiasmo de Anna fue desapareciendo, se transformó en una sonrisa falsa para apoyar a John y hacer sentir cómodo a su hijo, y nada más.

–Anna no es una obligación que hagas esto. Pasaste años sin saberlo, puedes continuar así.

–La diferencia es que ahora lo sé.–respondió sin mirarlo, concentrada en destrozar una galleta junto a su taza de té–No deberíamos vivir aquí.

–¿Qué? –él parpadeó, miró la cocina–¿Qué tiene de malo esto? Es un edificio moderno y nuevo.

–No hablo del edificio, me refiero a Poplar. No deberíamos estar aquí. Por eso quiero que nos mudemos a otro lugar.

–Anna llegamos hace quince días. El hecho de que tu hermana viva aquí no significa que la encuentres a cada paso. Olvídate de ese tema.

Apretó los párpados cuando él dijo "tu hermana". Jamás había escuchado esa palabra relacionada con ella.

Ella no tenía hermanos ni hermanas, hasta que supo que había vivido equivocada.


Tres meses antes.

–¿Familiares del señor Smith?

Ambos se pusieron de pie, mirando al médico. Llevaban unos cuantos minutos esperando en un pasillo del hospital, con la vaga esperanza de que hubiera buenas noticias. La cara del médico decía lo contrario.

–Me temo que el señor Smith se encuentra en un estado muy delicado.

Sintió el brazo de John rodeándola, y tragó el nudo que se había formado en su garganta.

–¿Cuánto tiempo? –fue todo lo que pudo sacar de su boca, con un hilo de voz.

–No creemos que pase esta noche. Lo siento mucho, señora.

–¿Podemos verlo? –preguntó John. Él estaba muy preocupado, y eso hacía que ella lo amara aún más, porque su padre nunca había sido un buen suegro, pese a los esfuerzos de John. Pero él lo estimaba de todos modos, y lo respetaba como padre de su esposa.

–Si, será mejor que lo vean, pero no puede hablar.

El médico se hizo a un lado, luego los acompañó por un pasillo hasta una sala donde Joseph Smith agonizaba perdiendo la batalla contra la cirrosis, un obsequio de su vicio por el alcohol.

Cuando Anna lo vio, el hombre parecía aún más pequeño y consumido que horas antes cuando ingresó al quirófano. Sin embargo, estaba agitado, nervioso, y movía sus manos intentando quitarse la máscara de oxígeno.

–Trate de estar calmado –dijo John, y eso le valió una severa mirada de desprecio del enfermo.

–Papá, es verdad, cálmate. Te hará mal estar asi–Anna trató de sonreírle, tomando una de las delgadas manos de Joseph.

Pero aún así, el hombre logró quitarse la máscara.

–De todos modos me moriré. –declaró con voz pastosa–Hija, ven.

–¿Qué pasa, papá? –se inclinó, intentó colocarle la máscara, pero sorpresivamente su padre aún conservaba bastante fuerza y no le permitió hacerlo.

–Tienes que saber algo –la voz de Joseph ahora salió un poco más clara, pero era esforzada, como si realmente le doliera físicamente pronunciar las palabras–Fui un desgraciado toda mi vida.

–No digas eso. Ponte esto, vamos–trató de sonreírle otra vez, fracasando totalmente porque sus ojos estaban llenándose de lágrimas por ver el estado de su padre.

–¡No! –Joseph apartó su mano, arrojó la máscara, que cayó colgando de la cama–Si no hubiera sido un desgraciado, no estaría así. Estoy pagando todo lo que hice.

–Bueno papá, te entiendo. No te preocupes ahora por eso...–John le alcanzó la máscara, ella intentó ponerla otra vez donde debía ir.

–¡Déjame en paz con esa cosa y escúchame bien! –Joseph comenzó a toser, pero apartó las manos de Anna. Cuando la tos pasó, recostó su cabeza en la almohada y miró a su hija a los ojos–Hubo otra mujer...

Anna miró a John, que del otro lado de la cama negó con la cabeza, suspirando.

–Papá, eso no me extraña. Fuiste siempre un rompecorazones–rió apenas, tratando de que su padre se calmara.

–Hubo otra mujer –repitió, sin hacerle caso–Hubo otra, en Escocia. Mi mujer.

–¿Qué? –frunciendo el ceño, miró a su padre a los ojos–¿Qué quieres decir con eso?

–Era mi mujer, Meredith, sí...Era mi esposa.

La palabra esposa prendió la mecha de la duda. Su padre jamás se había casado con su madre. Decía que era anarquista y ateo, y el matrimonio iba contra sus convicciones. Su madre, Muriel, siempre fue "mi mujer" o "mi chica" para Joseph. Nunca "mi esposa". Y Anna jamás había escuchado el nombre Meredith.

–Hay una niña, como tú–susurró Joseph, más calmado. John intentó ponerle la máscara, el moribundo apartó la mano otra vez, pero con debilidad.

–¿Papá?

–Una niña. Mi hija con Meredith. Shelagh. Era idéntica a su madre –sonrió, con su boca llena de espacios y pocos dientes.

Anna lo miró, luego miró a John, que se encogió de hombros.

–¿Papá, qué estás diciendo?

–Es una niña como tú, sí. Mi niña–susurró.

–Papá...–lo miró atentamente, nunca había visto a su padre con un rostro soñador y sereno como ese, al parecer lo que estaba recordando era algo realmente bello. Se mojó los labios, tratando de hacer la pregunta con la mayor sutileza posible–Papá, ¿tienes otra hija?

Pero Joseph cerró los ojos, negó con la cabeza. Anna miró a su esposo otra vez, mientras su padre tosía nuevamente. Temió preguntar, y Joseph tampoco dijo más nada. Dejó que John le colocara la máscara, y yerno e hija se quedaron sentados a cada lado de la cama, esperando.

Falleció tres horas después.

****

–¿Ves ese pajarito? Es como tú, pequeño y gritón.

Le hizo cosquillas al bebé, que se retorció riendo en sus brazos.

Se apartó de la ventana, y con la destreza de una madre de muchos niños, comenzó a preparar el desayuno con una sola mano. Su hijo trataba de agarrar todo, y ella, riendo, lo regañaba suavemente.

–¡Mamá me muero de hambre! –escuchó la voz de su hijo mayor.

–Buenos días mamá, ¿cómo amaneciste? Muy bien Timothy, ¿y tú? —se burló ella, mientras continuaba con el desayuno.

Su hijo adolescente rodó los ojos, bajó las escalones de dos en dos y caminó hacia ella.

–Buenos días mamá, etc, etc. ¡Me muero de hambre!

–Eso es buena señal, significa que tu cuerpo quiere fuerzas para, por ejemplo, cuidar a tu hermano –con rapidez y antes de que el chico pudiera reaccionar, le dejó al bebé en sus brazos.

–¡Mamá! Ensuciará mi ropa.

–¿Desde cuándo te interesa tu ropa? –lo miró levantando una ceja, provocando que el chico se sonrojara.

–Quizás tenga que ver con la presencia de Maggie en la reunión de Scouts de hoy –dijo Patrick bajando las escaleras. Su hijo se sonrojó todavía más, luego hizo cara de asco cuando su padre besó a su madre en los labios.

–Dios, es muy temprano para toda esta asquerosidad –dijo llevándose a su hermano a la sala.

Patrick ayudó a su esposa a llevar el té a la mesa.

–Shelagh no es necesario que vayas hoy a la clínica prenatal. Mira el calor que hace, puedes quedarte aquí a descansar.

Ella lo miró, con las manos en la cintura.

–¿De verdad no es necesario? No te creo nada.

–Bueno, eres muy necesaria, no voy a mentirte. Pero...

–Iré, Patrick. Además a las niñas les encanta, y a Teddy también. Ya hicieron muchos amiguitos. ¡Y quiero trabajar!

–Está bien, chica terca, aprendí que no debo discutir tus decisiones–levantando las manos en señal de inocencia, su esposo se sentó a la mesa y llamó a Tim y al bebé. Comenzaron a desayunar, haciendo todo tipo de muecas y bromas para que Teddy riera.

Luego, como siempre, padre e hijo mayor salieron apurados y llenos de recomendaciones de Shelagh. Ella comenzó a limpiar, charlando con su hijo más pequeño, y después despertó a sus dos hijas.

–Hoy iremos a comprar muchas cosas para hacer una rica cena. Y a la tarde, tenemos la clínica. Deberán portarse muy bien porque mamá estará trabajando, y papá también–dijo mientras las peinaba.

–¿Y estará la hermana Julienne?–preguntó Angela.

–Por supuesto. Y también la hermana Monica Joan, la tía Trixie, y todas las enfermeras, y las mamás con sus bebés, y sus hermanitos. Y podrán jugar mucho.

–Pero nos portaremos bien. –declaró May.

–Claro que sí –les dio un sonoro beso a cada una–Se portarán bien porque con Teddy, ustedes son los niños más hermosos y educados del mundo.

****

John apretó su mano, luego se puso de pie.

–Se me hará tarde.

Anna también se puso de pie, y le dio el bolso con la ropa.

–Cuidate.

–Tú también. Anna, ya sabes, si no quieres, no lo hagas. Pero si lo haces, tienes todo mi apoyo. Prométeme que me llamarás.

–John estarás trabajando...

–Prométeme que me llamarás. No puedo acompañarte, pero no quiero que pases por esto sola.

Ella asintió, y él le dio un beso en la frente y otro en los labios.

–Te amo. Nos vemos en la noche.

–Yo también te amo. Mucha suerte y cuidado con tu pierna.

Él le sonrió, tomando su bastón y saliendo por la puerta. Ella se quedó allí, mirándolo hasta que él tomó el ascensor y desapareció.

Comenzó a limpiar rápidamente, y luego despertó nuevamente a su hijo.

Johnny se levantó muy perezosamente y ella lo esperó con el desayuno listo, mientras hacía la lista de las compras.

–Buenos días. –dijo el niño, bostezando, sentándose frente a su taza de leche tibia.

–Buenos días pequeño dormilón. Toma tu leche asi salimos a pasear. ¿Esta tarde te gustaría ir a la casa de tu nuevo amigo Jim? Debo hacer algunas cosas.

–¿Puedo ir contigo?

–No te gustará, son unas cosas... muy aburridas.

–Está bien. Llevaré mi auto nuevo y mi juego de fichas para que Jim los vea.

Le sonrió, viéndolo tomar la leche, que le dejaba un bigote chistoso sobre su pequeña boca.

Siguió anotando en la lista, tratando de no olvidar nada, aunque en realidad su mente estaba llena de otras cosas.

Exactamente tres meses atrás, enterraba a su padre.

–¿Piensas que es verdad lo que dijo? –le preguntó John, una vez que la conmoción había pasado, mientras regresaban a casa luego del funeral.

–Por Dios, John. Quien habló fue la morfina. Él deliraba.

–Sabes que puede ser cierto, ¿verdad?

Aún no caía en que su padre había enfermado rápidamente y habia muerto, así que la indignación contra su marido emergió inmediatamente.

–¿Cómo puedes decir eso? Está bien, él no fue el mejor hombre contigo, pero me quería mucho y también a mi madre, ¡él jamás pudo hacer algo así! Ya lo sé, era alcohólico y todo eso, ¿pero tener otra familia? ¿Y en Escocia? Jamás fue allí.

–Anna, me dijiste que hasta que cumpliste los 11, tu padre iba de acá para allá viajando. Luego se estableció.

–Porque cambió de trabajo y puso su verdulería. Él no era un tipo malo, ¿cómo va a tener otra mujer, otra hija? Son locuras.

Pero apenas dos días después, mientras revisaban la pequeña cabaña alquilada de Joseph, juntando sus pocas pertenencias, John la llamó desde la habitación.

Ella había estado guardando platos en una caja, y fue a su encuentro. Lo vio con el cajón de la mesa de luz sobre la cama, y un montón de fotografías y papeles.

–Anna, mira esto–dijo entregándole una fotografía.

Había una niña con lentes y ropa escolar. Detrás, escrito en una letra que ella no conocía, un simple nombre: "Shelagh Smith".

–¿Qué es esto? –dijo mirando nuevamente a la niña de la fotografía.

–Hay cartas aquí –respondió él, revolviendo entre los papeles–Y hay otras fotos.

Anna tomó las fotografías. En todas estaba la misma niña, a veces más pequeña, a veces más grande, a veces sola, a veces con una mujer de rizos, a veces...con su padre. Con Joseph Smith.

–¿Qué es esto? –repitió, esta vez con un susurro aterrado.

John puso junto a ella la pila de cartas. Con manos temblorosas, ella las tomó y leyó los remitentes. "Meredith Mannion" decía en muchas de ellas. En otras, decía "Lorna Mannion".

–John...–dijo apenas, él tomó una de sus manos, y la apretó.

–Tranquila, vamos a leerlas. Quizás no sea lo que pensamos, quizás él conoció a estas personas pero cuando te lo contó confundió todo y dijo lo que dijo.

John abrió con cuidado una de las cartas. Era un solo papel, arrugado y amarillo. Anna sólo lo observó atentamente, incapaz de tocar un sobre u otra fotografía.

De pronto John dejó la carta, con un suspiro, y tomó otra.

–¿Qué dice?

John no respondió y abrió el sobre, uno de los que pertenecía a Lorna Mannion.

–Dios...–lo oyó decir.

–¿John?

Él dejó la carta a un lado, y la miró. En sus ojos había compasión y eso casi le dio náuseas.

–Lo siento mucho, Anna.

****

Las puertas del Iris Knight Institute se abrieron estrepitosamente, dando paso a tres niños Turner que entraron con energía, en sus pasos y risas anunciando la llegada de su cansada madre.

–Buenas tardes –saludó Shelagh a sus compañeras, luego miró a sus hijos–Creí haberles dicho que se comportaran, pero ya ven...

–Oh Shelagh son niños, ¿qué otra cosa podías esperar? –Trixie, la enfermera que Shelagh conocía desde hacía más tiempo, se acercó para ayudarla con su bolso mientras se reía–Hoy tenemos refrescos de manzana, ¿quieres venir a tomar uno a la cocina? Así descansas un poco.

Pero varias madres comenzaron a llegar, algunas con sus vientres a punto de explotar, otras con sus bebés en brazos, así que Shelagh declinó la invitación y se sentó frente a su mesa, saludando a cada mujer, revisando sus datos, organizando todo de manera eficiente, como siempre lo hacía.

Llevaba casi una hora de trabajo arduo cuando vio que sus dos hijas estaban dándose empujones, mientras otro par de niñas las miraban.

–¡Angela! ¡May! –llamó, pero sus hijas parecían estar compenetradas en discutir, al parecer, por la propiedad de un conejo de peluche del que cada una agarraba una oreja, tirando sin importar que el pobre animal terminara sin ellas.

De inmediato se puso de pie, mirando a todas partes. La hermana Hilda estaba libre así que con un asentimiento la relevó en su puesto de trabajo. Shelagh caminó hacia las niñas.

–Hijas, ¿qué está pasando aquí? ¿Por qué pelean? –se puso en cuclillas, mirándolas severamente, pero las niñas solo estaban concentradas la una en la otra.

–Es mio –dijo May, tirando del juguete con ambas manos.

–¡Es mio! –exclamó Ángela, más alto.

–Este conejo no es de ninguna de las dos, es de este lugar y está aquí para que todos los niños jueguen. Así que déjenlo –con suavidad, tiró de una de las patas del conejo. Con reticencia, lo soltaron. Shelagh lo dejó en el suelo, junto a otros muñecos.

–Pídanse perdón.

Ambas niñas se miraron, frunciendo el ceño.

–Vamos niñas, ¿qué es lo que siempre les digo?

May la miró, luego bajó la cabeza.

–Que tu hermana es la mejor amiga que puedes tener –susurró.

–¿Y entonces?

–Entonces no debemos pelear nunca –completó Angela, la misma postura de su hermana.

–Muy bien. Ahora pídanse perdón.

–Perdón –dijeron al unísono, dándose la mano.

Shelagh les sonrió, luego les dio un beso en la frente a cada una.

–Ahora jueguen con los demás niños, no quiero ver mas peleas.

Se puso de pie, y caminó hacia su mesa. La hermana Hilda le sonrió.

–A veces admiro tu paciencia. –dijo guiñándole un ojo.

–Lo siento. –la miró, llena de culpabilidad.

–Oh, no pasa nada. Quédate tranquila, yo vigilaré que no peleen otra vez por el conejo u otra cosa.

Shelagh sonrió agradecida, sentándose y ordenando sus papeles.

–Buenas tardes.

Levantó la vista. Frente a ella, había una mujer pequeña, de cabello rubio, atado con un rodete. Tenía una carpeta verde en una mano, y sus ojos azules se paseaban nerviosos por toda la sala.

–Buenas tardes –le sonrió–¿Tiene cita?

–Estoy buscando a Shelagh Smith.

La miró sin pestañear. Hacía años, muchísimos años que su nombre y Smith no iban juntos.

–O quizás aqui la conozcan como Shelagh Mannion –dijo la mujer. Apretaba la carpeta con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.

–Soy...soy yo –dijo tragando con fuerza, de repente incómoda, y con deseos de huir, deduciendo que algo malo estaba sucediendo pero sin saber exactamente qué.

La mujer también tragó, de pronto sus ojos parecieron llenarse de lágrimas.

–¿Quién es usted? –preguntó Shelagh, aunque no sabía bien si había logrado formular la pregunta, porque lo único que podía escuchar eran los latidos de su corazón, y lo único que podía ver era a esa mujer que la miraba, con una mirada que ella ya conocía y que, gracias a Dios, había sacado de su memoria mucho tiempo atrás.

–Soy Anna Smith –escuchó apenas, un pequeño susurro en medio del bullicio general.

Ambas mujeres se quedaron mirándose, sabiendo exactamente quién era la otra.

18 Septembre 2020 00:39 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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A propos de l’auteur

Yasnaia Poliana Demasiado rara, demasiado soñadora, demasiado deprimida, y demasiado vieja para estar acá. Sé mucho pero conozco poco.

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