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Las ratas de la medianoche

La vida en la gran ciudad no era fácil, y menos para alguien que recién llegaba de un pueblo pequeño, en el cual apenas y los carros transitaban de vez en cuando.
Desde que me había mudado sola a la ciudad, mi vida en ese pequeño cuarto en el centro de la ciudad fue un completo caos. Y ni hablar de un descanso, pues durante las noches las ratas se apoderaban de las calles de la ciudad, las paredes y el techo del edificio, y las alcantarillas.
Su chillido era de lo más común en las noches, hasta el punto en transformarse en el sonido característico del ambiente nocturno.
— Deben existir muchas ratas en esta ciudad — Me dijo una noche mi compañera, cuando ambas tratábamos de dormir después de un largo día de trabajo.
Pero, lo más característico sin dudas, era ver las mordidas de ratas en la vieja cortina de mi única ventana, aún cuando vivía en el doceavo piso, muy lejos del suelo.
Aunque tampoco le daba mucha atención, puesto que los roedores tenían todo el edificio bajo su poder, y durante las noches podían verse ratas gigantes corretear por los pasillos.
Una vez, entre las tantas noches en las cuales no lograba conciliar el sueño, sentí cómo algo pequeño golpeaba la ventana incansablemente. Desde un inicio no le di importancia, y continué tratando de dormir en medio del chillido de miles de ratas por toda la ciudad.
Pero, aunque fuese pequeño, aquel golpe resaltaba sobre el sonido de los roedores. Tanto así que, una noche de tantas que ocurría lo mismo, decidí dirigir mi mirada hacia la ventana, para encontrarme con una visión horrorosa.
Una rata del tamaño de un gato, con enormes dientes, golpeaba mi ventana una y otra vez.
Aquella rata pudo haber sido una más de las miles que habitaban la ciudad, de no ser porque al iluminar allí con mi teléfono móvil, el animal desapareció al recibir el destello de la luz.
Esa noche no pude volver a conciliar el sueño, y menos pude hacerlo con el incansable golpe de la rata gigante en mi ventana, que cada noche aparecía justo a las doce, y que no se detenía jamás. Con la diferencia, claro, de que ahora no había rata alguna.
Otro día decidí dormir con la vista hacia la puerta, dándole la espalda a la ventana maldita, tratando de evitar así el sonido. Pero al hacer esto tan solo tenía la vista directa de decenas de pequeñas patas yendo y viniendo bajo la puerta, y algunas intentando romper la parte baja de mi puerta, con sus pequeños pero poderosos dientes.
El trabajo se estaba haciendo más agobiante, y mi compañera mostraba preocupación hacia mí, pues durante los días no paraba de mirar hacia las ventanas y las puertas, donde parecía escuchar aquellos chillidos y golpes de dientes si no fijaba mi vista en ellas, para asegurarme que no estuvieran ahí las ratas.
Sin embargo, aunque la gente me llamaba loca, podía sentir cómo mordisqueaban las puertas de la ofician cuando dejaba de mirarlas.
El sonido de las ratas me perseguía, incluso cuando estaba en un parque, pues allí podía sentir cómo rasguñaban la madera en los banquillos donde me sentaba, e incluso sentía sus colas viscosas golpear mi pie.
Todo esto, sumado a que la ventana de mi cuarto estaba abierta al llegar a casa, aún cuando la dejé cerrada la mañana antes de salir, me llevaron a confinarme en mi cuarto unas semanas después, luego de que sentía cómo las patas de una rata gigante se movían libremente por el suelo de mi pequeño hogar, o se aferraban con fuerza de la sábana que colgaba, aún cuando al iluminar allí no había nada.
Decidí dejar todas las luces encendidas las veinticuatro horas del día, y desarmar toda mi cama para usar su madera como escudo, cubriendo todas las ranuras de mi puerta y tapiando toda la ventana con madera. De esta manera no podrían entrar en mi casa ni molestarme más.
Ahora dormía en un colchón tendido en el suelo, alejada de la puerta maldita, donde los roedores carcomían cada noche la madera con que yo trataba de refugiarme.
También sentí cómo la ventana de mi cuarto fue abierta, y también allí comenzaron los roedores a devorar la madera con que vanamente me defendía.
Perdí la total noción del tiempo, pues al mantenerme en confinamiento, no saber qué hora era ni comer a horas debidas, terminé por verlo todo absolutamente igual.
Aunque para mí siempre era medianoche, pues a es ahora las ratas comenzaban la tarea de torturarme. Sus chillidos aumentaban cuando intentaba dormir, y podía sentir cómo corrían al interior de mi casa sin detenerse.
Me estaban volviendo loca, y sentía como si se alimentaran de mí, pues cada día me podía ver más delgada, débil y mientras dormía aparecían heridas en mi piel, que nunca más volvían a cerrar.
Con el pasar de los días, me sentía como si yo fuese el alimento de las ratas infernales.
Hasta que, no sabría decir si era un día o una noche, la puerta de mi hogar explotó en mil pedazos, y por allí entraron varios policías, de los cuales un par se desmayaron al observar mi estado físico.
Después de eso fui recluida en un centro hospitalario, del cual posteriormente salí para ser enviada a un hospital mental, donde me intentan cuidar de las ratas, las cuales menciono las veinticuatro horas del día.
Decían que tanto en el hospital como aquí me iba a sentir segura y protegida. Sin embargo, cada noche antes de dormir, a medianoche, puedo sentir cómo las ratas brincan y chillan a lo lejos, en búsqueda de su alimento.

21 Août 2020 16:29 2 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

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Miguel Alejandro Chávez Ayala Miguel Alejandro Chávez Ayala
Es un gran cuento. Me gustó bastante como abordaste el tema de los trastornos en tu relato. Para mí es un tema muy interesante.
August 22, 2020, 04:05

  • Scatha Scatha
    Pronto subiré más cuentos similares. Ya los tengo preparados. August 22, 2020, 20:22
~