Odiaba los días en los que todo le salía mal, odiaba que lo trataran como si fuera un ser que no existiera, odiaba que ignoraran lo que él decía como si lo que pensara u opinara no fuera nada relevante, odiaba que pasaran sobre él como si no fuera importante, odiaba que las personas se acercaran a él y lo trataran como si lo conocieran de toda la vida, como si supieran quién es.
De verdad que lo odiaba.
Desde que se despertó esa mañana de abril, sabía que no sería un buen día, pero ¿Cómo podría llegar a serlo? Ese día se cumplía cinco años de lo que pasó...
Cinco años de aquel incidente que lo convirtió en el hombre que es el día de hoy.
Kim Namjoon salió del cobijo de sus sábanas, tomó una rápida ducha y se dirigió a la cocina de su apartamento, el cual constaba de una sala de estar, una cocina y dos habitaciones con el pequeño lujo de su propio baño privado.
Cinco años...
Cinco años desde la última vez que lo vio.
Cinco años desde la última vez que lo abrazó.
Cinco años desde la última vez que lo besó.
Y después desapareció.
Dejándolo hundido en las profundidades que le brindaba todas las porquerías que se metía.
Y a él no le importó.
Sólo se fue.
Namjoon se sirvió un café demasiado cargado, el mismo que caló en su cuerpo, y el cual terminaría por ser lo único que se dignaría a ingerir a lo largo del día.
Con desánimo, optó por ponerse unos pantalones negros y una camisa blanca, junto con una gorra del mismo color de los pantalones y botas, y salió de su apartamento.
Al salir, dirigió su vista al cielo, sin sorprenderse al ver un día gris, triste, con ganas de llorar incansablemente.
Combinaba perfectamente con su estado de ánimo
Con el mismo desánimo con el que despertó, y arrastrando los pies, se dirigió al lugar en donde sorprendentemente aún tenía trabajo, después de todas las infracciones que había cometido.
Y así fue, un día más sin él, sin la luz que alegraba sus días, sin la risa que amaba, sin el hombre al que le entregó el corazón.
Y él, tan sólo se dejaba caer en el abismo.
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