Vientos arreciaron contra el cuerpo anémico de la tristeza. Un impulso de sus lágrimas caídas la animó a revivir su primer caída. Fue bien recibida, pero entre amargos descargos llenaron de culpas su garganta amarga.
Las nubes espesas comenzaron a arremolinarse en torno a ella, cuando sus lágrimas de angustia la entregaron al abrazo espinoso de su segunda caída; ignorada fue y acusada de brujería cometer, en su corazón ardía que aún abierta seguía. Comprendió que por ellos ya no era más querida.
De rodillas cayó ante su tercer tropiezo, en el cielo negro, presagios de tormenta había. Con un abrazo fue recibida, mientras su espalda a puñaladas fue herida; competencias de quién más sufría la alejaron de quién creyó, la quería.
La tormenta cayó cuando su cuarto tropiezo de las manos, la tomó. A ironías lo poco de su confianza liquidó, a cada caricia, su pureza se llevó, conocimientos del mundo al que ella siempre se negó.
Llora la lluvia sobre aquella anémica muñeca descolorida, que pese a sus intentos fue destruida; ahora ya no llora, no puede llorar, porque no es más que carroña dejada atrás.
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