I
Era un día de otoño, oscuro, silencioso. Se cernían nubes bajas y grises en el cielo. El caballero buscaba un refugio donde pasar la noche en aquella región tan lúgubre del país y, luego de mucho cabalgar, se encontró con un modesto castillo poco antes de caer la noche. No supo cómo fue, pero a la primera mirada que echó al edificio, en lugar de sentirse esperanzado, lo invadió un sentimiento de insoportable tristeza.
II
No oyó voces ni vio luz alguna en las almenas ni en las ventanas sobre las murallas lo cual le pareció extraño; pero la curiosidad, más la necesidad de un confortable descanso y alimento, lo impulsó a aproximarse y le llamó mucho la atención aquella frondosa enredadera que nacía en los fosos, cubría la entrada y se extendía hacia lo alto de las torres.
III
Lo asaltaron sombríos pensamientos y recordó las advertencias de los veteranos que habían sobrevivido a cruentas contiendas en lejanas comarcas:
—Mucho cuidado: La magia puede más que la espada — Y otra vez sintió frialdad, abatimiento y un malestar en el corazón que no pudo explicarse. Era un misterio.
IV
Pero el caballero, ávido de gloria y aventuras, sacudió la cabeza y se dijo:
—Tengo ingenio y gran habilidad con la espada, en ello confío — Espoleó su cabalgadura y se acercó hasta el puente levadizo que estaba abierto y era una invitación al paso; pero no cruzó de inmediato. Debía examinar más de cerca el aspecto de aquella construcción, que se le antojó de excesiva antigüedad.
V
Grande era la decoloración producida por el tiempo. Pero esto no tenía nada que ver con algún aspecto que demostrara destrucción. Las tablas del puente levadizo parecían firmes, aunque crecían hongos menudos, que se esparcían por toda la superficie hasta desaparecer bajo la hiedra, que se enroscaba también en las barandas. Decidió entrar: lo haría con cuidado y muy alerta.
VI
Guió su caballo hacia la cabeza del puente, buscando el centro. Pero el animal, al avanzar dos trancos por las maderas, lanzó un un relincho y se negó a continuar. Lo espoleó con fuerza y le espetó furiosas blasfemias; pero fue inútil.
Entonces, desmontó e intentó llevarlo por las riendas; pero la bestia, encabritando, se zafó de un tirón y escapó a campo abierto, espantada.
VII
Lo haría solo, el caballo lo encontraría después. Ahora se trataba de un reto. En sus andares caballerescos nunca había chocado ni con magos ni con encantamientos ni con talismanes contra maleficios —Tal vez sean invenciones de la gente para darse importancia — se dijo.
Desenvainó la espada, se ajustó el yelmo y echó a andar.
VIII
Comenzó a cerrar la noche. Una ráfaga de aire frío barrió con furia impetuosa la superficie del puente levadizo. A lo lejos, tronó y comenzó a llover. El Caballero, blandiendo su acero, avanzó decidido a descubrir el misterio de aquel castillo. Ya estaba en medio del puente cuando, tal vez por casualidad, tropezó con la hiedra que era cada vez más espesa.
IX
Fue, primero, un rápido movimiento en zig-zag de aquel tentáculo verde, salido de la hiedra, que le atrapó una pierna, lo hizo derrumbarse pesadamente sobre los tablones y soltar la espada. Luego, el ataque fue en avalancha, inmovilizándole completamente. Al final, de la planta comenzó a fluir una especie de aceite viscoso, brillante, extranatural.
X
Mientras el caballero luchaba desesperadamente por zafarse, recordó lo dicho por sus veteranos hermanos de armas: —La magia puede más que la espada — También lamentó no haber seguido de largo y olvidarse sus sueños de gloria ; pero ya era inútil: estaba atrapado por aquella diabólica planta:
— ¡Insensato! — Gritó y fue su última palabra.
La hiedra succiono su cuerpo hasta dejar vacía la armadura.
FIN
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Registro: 2007094701286
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