arikeldt Arikel DT

Aquella fue una noche mágica que duró mil eternidades, con rosas brillantes y oscuros profundos. Con mucho amor y mucho Yuri. Mucho llanto, mucho dulce y mucho todo. * * * [In regards 2 love Otayuri] [IR2LOtayuri] * [Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, le pertenecen a Sayo Yamamoto y Mitsurō Kubo, pero la historia sí es totalmente mía. No se admiten plagios ni re-publicaciones]


Fanfiction Anime/Manga Interdit aux moins de 18 ans.

#alternative-universe #boys-love #drama #fanfic #Ir2lotayuri #otabek-altin #Otayuri-Protection-Squad #otayuri #romance #san-valentín #songfic #yaoi #yoi #yuri-on-ice #yuri-plisetsky
14
4.7mille VUES
Terminé
temps de lecture
AA Partager

Capítulo único



«ACABO DE MORIR EN TUS BRAZOS ÉSTA NOCHE»



El cielo ruidoso gritando angustia con sus nubes oscuras.


La moto estacionada.


El cigarrillo encendido.


El corazón roto.


Iniciemos allí.


Ése es nuestro panorama actual.


Ése es el yo actual.



«Te lo di todo».



Cada cosa, cada palabra, cada mirada, todo lo que pude hacer y todo lo que no pude hacer, TODO. Todo lo que soy estuvo entre tus manos.


Eres horrible.


Despreciable, cruel, egoísta y altanero.


Y te quiero.


Lo siento.


Perdóname, Yuri. Dijiste que era tu único amigo, el mejor de todos. Dijiste que yo era, después de Potya, la única criatura en la que confiabas.


Mírame ahora.


Mira a éste idiota, uno más de los que se enamoraron de ti. Uno más de los que probaron tu boca y murieron envenenados.


Me mataste.


Lo siento.


No fue intencional, al menos quiero creer eso.


Pero el resultado no cambia, morí ésta noche, Yuri. Lo hice entre tus brazos.


Estabas ebrio, lo sé, y lo siento.


Cada hora ocultando esto y amándote en secreto, cada segundo fingiendo cariño fraterno, todo explotó antes de poder detenerlo.


El tiempo se hizo pasión de azúcar, y, cuando me di cuenta, mis manos se aferraban a tu cintura, mis labios a tu cuello, y tú te aferrabas a mí, a la parte mía que derramaba todo el amor que siento por ti.


Me gustas, Yuri.


Me gustas tanto.


Y te quiero.


¡Te quiero como no tienes idea!


¡Como no te imaginas!


¡Así te quiero!


Y por eso me largo.


Por eso estoy aquí, bajo ésta vieja parada de autobuses, con la moto a un lado, esperando a que el aguacero de medianoche disminuya lo suficiente como para poder huir finalmente de ti.


Debí haber hecho eso desde el principio, desde la primera vez en la que me llamaste «Beka», con esa voz tuya y con esa sonrisita preciosa.


O incluso mucho antes, desde aquel día de sol en el que te conocí, aquel día en el que olvidaste el libro de historia y tus ojos de fiera se posaron en mí, exigiéndome compartir el mío contigo.


Desde ahí debí huir.


Debí decirme a mí mismo:



«Ok, Otabek Altin, esto es urgente».


«Parece que tienes un serio problema en el pecho. O te calmas, o te infartas».


«Así que aléjate».


«¡Pero aléjate ya!».



Y no. Lamentablemente, no pude pensar aquello, no pude pensar en nada.



«Soy Yuri».



Dijiste, y mi torpe boca repitió tus palabras mientras te extendía una mano.


Me porté como un tonto aquella vez, incapaz de recordar mi propio nombre, y aún ésta noche, incapaz de detener mis impulsos, y los tuyos, que eran tan dulces.


Lo siento.


Lo arruiné todo.


Era perfecto hasta ayer.


Tu sonrisa, mi sonrisa.


Tus manos, mis manos.


El mundo y la vida eran de rosa pastel. Ahora son azul noche.


Te odio.


Esa es la verdad.


Rompiste todo lo que soy y todo lo que era, tocaste con tus dedos mi alma y tomaste mi corazón entre tus palmas, luego cerraste inocentemente los puños con tanta fuerza, ¡TANTA! Que me pulverizaste. No te importó ni un poco.


Y lo siento.


Lamento haber arruinado esto.


Matabas a todas las abejas idiotas que rondaban tras tu miel, ilusamente creí que yo era mejor que todas ellas. Y lo era, hasta ésta noche.


Hace unas horas, me insultaste de la peor manera posible. Me pisoteaste y me acabaste. Me desterraste del paraíso con tan solo un par de palabras.


Y yo fui un tonto.


Un idiota.


Un estúpido.


YO TE LO DI TODO.


Todo lo que soy.


Todo lo que fui.


¡TODO!


¡¿Te importó?!


¡No! ¡Por supuesto que no! ¡Claro que no!


¡Yo morí, Yuri!


¡Apenas hace unas horas, morí!


Tú eres el culpable.


Tú me mataste.



«DEBIÓ SER POR ALGO QUE DIJISTE»



Eres la criatura más bonita que existe.


La más linda.


La más dulce.


La más pura.


Eres el ángel de mis sueños.


El que vela mis noches, mis días, mi vida y mi tiempo.


Me miras, con esa forma tan tuya de mirar, y mis labios se mueven y sonríen. Mis ojos bajan, tiemblan y se avergüenzan. ¿Cómo ser capaz de mirarte fijamente por más de dos segundos?


No se puede.


No es posible, no es dable, no es fácil.



«Está molesto».


«Porque paso más tiempo contigo que con él».


«Está celoso».



Me dices, y yo me rio de tu infortunado novio de turno.



«No es gracioso, Otabek Altin».



Afirmas, intentando darle seriedad al asunto al decir mi nombre completo, pero mi sonrisa se ensancha.


Voy a serte sincero, Yura, tu ex novio no me provoca otra cosa que no sea lástima y risa.


Porque soy yo el que pasa las noches en tu cama, oyendo cómo mimas al pequeño y esponjoso Potya.


Soy yo el que te conoce desde hace casi diez años. Soy yo el que recibe el mensaje de «Buenos días» y «Buenas noches». Soy yo el que tiene un apodo especial y cariñoso.


Yo el importante, yo el que vale y pesa.


Yo el amigo.


EL MEJOR AMIGO.


Y ahora ya no da risa.


Ahora da pena.


Porque diez años han pasado y yo sigo siendo solo el buen amigo, el casi hermano, y nada más.


Ahora dan celos, envidia, malestar y molestia, porque es él y los que estuvieron antes que él, los que probaron la poción de tu boca y la oyeron en el placer. Ellos, los que vieron el edén y palpitaron entre tus piernas. Ellos, no yo.



«Tienes razón. No es gracioso».



Te digo, y ambos nos ponemos serios, mientras, recostados en la cama, vemos la pancita de Potya subir y bajar en medio de su profundo sueño.



«Debemos celebrar».



Me dices, de pronto.


En nombre de la soltería y la libertad, o algo así.


Debí negarme.


Debí decir algo, lo que sea, cualquier cosa.


Pero vi tus ojos, y el norte se me perdió.


Te vi ponerte de pie e ir a la cocina, tenías un vino. De higo, me parece, muy dulce, como tú.


Hablaste del sol, de Marte y de Apolo, de Venus y Venera. Hablaste del cielo y del infinito, y luego bajaste a la tierra, con leones, tigres, salmones, osos, palomas y ballenas.


Yo, engatusado, escuchando alegremente todo, porque todo lo que dices siempre es interesante y siempre es bello. Incluso cuando hablas de amor, de tus ex, y de sexo.



«¿Tú qué crees?».



Me preguntas, y yo suspiro, tomo un sorbo del vaso, me hago el interesante y respondo al fin.



«No lo sé».



Susurro.



«Creo que es hermoso».


«La naturaleza».


«El clima».


«La vida».


«TODO».


«Todo es hermoso».



Te digo, y me complace tu sonrisa.


No sé cómo continuamos, si seguimos con los neandertales o pasamos a Charlton Heston en su personaje de Moisés y lo mucho que lo odias.



«Un hombre que abandona al único padre que conoció y a la mujer que fue el amor de su vida a manos de una criatura venenosa, ¿Qué clase de hombre es?».


«Ah, sí».


«No es un hombre».


«Es un santo».


«Un idiota cruel».


«Uno que les rompió el corazón a aquellos que le dieron todo lo que nunca debió ser suyo. Todo lo que no se merecía».



Palabras crueles, sin duda.



«Él liberó a mucha gente, ¿Acaso debió ser egoísta y pensar en su propia comodidad?».



Te pregunto yo.



«Sí, definitivamente sí».


«No por él, sino por ellos».


«Los que le dieron el amor que no se merecía».



Me dices.



«Además, aún con corona y cetro, pudo seguir siendo un libertador».


«Como sea, al final, nunca lo sabremos».



No.


Probablemente nunca lo sabremos.


Quizá fue eso lo que me hizo tomar tu mano tan de repente.


Preguntaste qué pasaba, qué quería.


Te quería a ti.



«Debió ser egoísta».



Repetía mi mente, una y otra vez. El corazón se me salía por la boca y mis pies se enfriaban, sentía que podría morir en cualquier momento.


Entonces, tú, valiente como siempre, me recostaste en la cama y te acercaste a mí.



«¿Ya estás ebrio?».



Me preguntaste.


Y sí, estaba completamente ebrio, de ti, de tus ojos de fuego verde llameando y provocando explosiones en mi pecho, y de tus manos traviesas acariciando mi ropa.



«Esto está tan mal».



Me dijiste, justo antes de inclinarte hacia mí y darme tu boca.


Creo que no hay palabras para definir lo mucho que me gustas y lo mucho que te quiero.


No hay letras que puedan describir la sensación dulce que creció en mi pecho cuando sentí tus labios rozando mi mejilla, repartiendo besos.


¡Te quiero, Yuri!


¡Te quiero tanto!


Y te lo dije.


Te lo repetí mil veces mientras te acostaba con toda la suavidad posible sobre la cama. Te dije que te amaba, te dije que me gustabas.


Tus besos me habían infundido valor, fuerza y vida, y me vi a mí mismo confesando todo eso que me hacías sentir.


Me vi, de pronto, con más versos que todos los poetas de mi país. Me vi enamorado, encantado, feliz, y… error mío, me vi correspondido.



«DEBIÓ SER UNA ESPECIE DE BESO»



Idiota.


Idiota yo.


Pobre, iluso e idiota.


Te di tanto amor en tan poco tiempo y de tantas maneras, todo sin dejar de decirte que eras la primera cosa que se paseaba por mi mente al levantarme por las mañanas, y la última antes de cerrar los ojos por las noches.



«Te amo».



Esa frase nació en mi boca incontables veces y se posó en tu piel sensible llena de besos y marcas.



«Te amo tanto, Yuri, te amo».



Perdóname.


Fui un idiota que buscó tu placer y el suyo propio en medio de ese acto hueco. Porque eso es lo que era, un acto cualquiera. Yo te hacía el amor y derramaba mi alma y mi corazón en ti, tú fingías.



«Estás ebrio».



Decías.



«No sabes lo que haces».



Me repetías.


Y te odio.


Por todo lo que me hiciste sentir, por todo el llanto y por toda la alegría falsa que quisiste darme.


Te odio tanto.


Porque al acabar, exhausto, satisfecho, y feliz, te miré a los ojos con todo el amor que sentía, busqué tus labios con los míos y solo recibí tu rechazo.



«¿Acabaste?».



Fue tu pregunta.


Fría, cruel e hiriente.



«Quítate, me aplastas».



Dijiste.


¿Por qué, Yuri?


¡¿Por qué?!


Cuál era la necesidad o el motivo para que quisieses regodearte así con mi corazón. Rompiéndolo, quebrándolo, destrozándolo con tus besos bien fingidos y enterrándolo con tus palabras violentas llenas de odio y hartazgo.


¿Te lastimé?


¿Es eso?


Acaso me excedí y traduje tus «No pares» de manera literal. ¿Acaso significaban «Ya basta»?


¡¿O qué?!


¡Explícamelo claramente, porque no lo entiendo!



«¿Qué sucede?».



Te pregunté, confundido, desorientado e incrédulo, viendo cómo juntabas tu ropa para irte al baño.


Toqué la puerta mil veces, «Estoy bien», fue lo único que recibí ante todas mis preguntas.


Estaba asustado, y con ese miedo empecé a vestirme yo también.


Luego saliste, como si nada hubiese pasado.



«¿Aún no te vas?».



Me preguntaste, no supe qué responder.


Lo pensé mucho, casi por mil eternidades, viéndote encender un cigarrillo y viéndote fumar en el balcón.



«¿Qué somos?».



Te pregunté, con el corazón en la boca y con los ojos nublados.



«Nada».



Me dijiste.



«Amigos».


«Los mejores amigos».



No lo entendí.



«Te amo».



Te repetí.


Ya sin poder controlar el llanto asfixiante, e intentando secarme los ojos con los puños cerrados.



«No te confundas, Otabek, esto es…».


«Nada».


«Hacía calor».


«Solo eso».


«No le busques significados».


«No los tiene».



«DEBÍ HABERME ALEJADO»



Soy un idiota, uno sin orgullo.



«Sal conmigo, Yuri».



Te pedí, con la voz rota y el corazón hecho pedazos.



«Por favor».



Te rogué.


Entonces, le diste otra calada al cigarrillo, una lenta y profunda. Expulsaste el humo hacia la noche fuera del balcón y hacia el viento frío, como si fuera una oración a la oscuridad, como si eso te importara más que mi alma agonizando dentro de la habitación. Luego volteaste y me miraste.



«No».



Me dijiste.



«¿Por qué?».



Quise preguntar, intentando vencer el nudo en mi garganta, pero tus siguientes palabras me callaron y me rompieron.



«No ruegues, Otabek».


«Das pena».



Pasaste junto a mí, tomaste tu chaqueta y fuiste a la puerta. Tu abuelo no estaba, dijiste que parecía que llovería, que irías a recogerlo a su club de pastelería, y que yo podía quedarme si quería.


Y te fuiste.


No viste las lágrimas que quemaron, los puños que dolieron y el corazón hecho trizas sobre la escena de tu crimen. Sobre ésta cama y éstas sábanas que aún llevaban el aroma de tu shampoo y el calor de tu piel.


Fue tu habitación, aquella en la que fui herido y desechado, la que me vio caer de rodillas y contener el grito sofocante, pero no las lágrimas, esas fluyeron sin reparos, mojando hasta el cuello de la camiseta que llevaba puesta.


Quise odiarte en ese instante, pero tu aroma en la habitación, tu cama, tu gato, y el recuerdo persistente de tus jadeos suplicantes, me lo impidieron.


¡Dios!


¡Estaba tan enamorado de ti!


¡Te amaba tanto!


¡Me gustabas tanto, y te quería tanto!


¡TANTO!


Tanto, que mi dolor se hizo torrente inagotable y no dejé de llorar incluso cuando ya había llegado a la seguridad de mi hogar.


Estaba roto por dentro, Yuri.


Aún lo estoy justo ahora.


Irremediable.


Irreparable.


Innegablemente roto, podrido y destruido.


Así me dejaste.


Y ahora te odio.


No tienes ni idea, NI UNA PUTA IDEA, de cuánto te odio.


Mi madre me observa mientras arrojo mi ropa sobre la mochila en la cama, no dice nada, tan solo me mira en silencio, analizando la situación con cautela. Mis manos son tan violentas que por poco rompo la puerta del armario al cerrarla.



«¿Peleaste con Yuri?».



Me pregunta, con la voz suave y comprensiva, y yo me detengo frente a la cama.


Los ojos hinchados, la nariz húmeda, la mandíbula temblorosa y un asentimiento, son todo lo que ella ve.



«¿Eres gay?».



Me pregunta, y no sé qué contestarle.


¿Lo soy, Yuri?

Me enamoré de la criatura más demoledora del mundo. De sus ojos bonitos llenos de la ferocidad de una jungla, y de sus labios de fresa que me sonríen siempre de forma única, a mí y solo a mí.


Le hice el amor a la persona a la que amaba, resultó ser un hombre igual que yo.



«Sí».



Le digo, y ella asiente mientras se acerca a consolar mis quejidos incomprensibles, e intenta secar mis mejillas que no dejan de mojarse.


En otro momento, sus brazos tiernos serían un bálsamo para cualquiera de mis aflicciones.


Hoy no.



«¿Yuri lo sabe?».



Me pregunta.



«Ahora sí».



Le digo.



«¿Por eso pelearon?».


«¿Porque eres gay?».


«¿Porque te gusta?».



Sí.


Sí, mamá, sí.


Por eso y porque me odia.


Por eso y porque yo no le gusto. Él no me quiere.


Y ahora es justo por eso que me voy.


No regresaré nunca.


Lo juro, y lo siento.


No puedo vivir bajo el mismo cielo que él. No soporto respirar su mismo aire.


Me alejaré lo más que pueda de su preciosa memoria, de su bella imagen y del recuerdo dulce y triste del sabor de su piel y de sus labios.


Él me mató hoy, ésta misma noche.


No hay nada ya.


No existe nada aquí para mí si él no está.


Lo siento.



«Sí».



Le digo, y ella acaricia mi rostro y me da un beso en la mejilla.



«Él también te quiere».



Me dice, en un susurro suave, y yo niego mil veces, porque no es así. No es para nada así.



«Que se pudra».



Le digo.



«No, hijo, no. No digas eso».



Me dice ella, y yo me alejo para seguir guardando mis cosas en la mochila.



«Hablo en serio, mamá. Puede irse y morirse, no me importa».



Le digo.



«¿A dónde irás?».



Me pregunta ella.



«Lejos de él».



Le digo.



«Llamaré. Lo prometo».



Le aseguro.



«Solo dime a dónde, por favor. Cuando Yuri venga a buscarte se lo diré y así podrán encontrarse. Sé que si lo hablan con calma, entonces… todo mejorará. Solo dime a dónde irás, Otabek».



Me dice ella.


Y no.


Lo siento.


Tú y yo ya hablamos y todo empeoró. Hicimos el amor, o yo te lo hice, y tú solo te abriste como te abres para todos los que estuvieron antes y todos los que vendrán después, y luego de jugar, te fuiste.


Que si quería, podía quedarme, dijiste.


Para qué, Yuri.


¡¿Para qué mierda querría quedarme?!


¿Para verte fingir que no hicimos algo hoy?


¿Para ver cómo eso que hicimos fue un juego?


No.


Lo siento, mamá. Ver a Yuri no es una opción ahora.


Lo siento.



«No quiero encontrármelo. Eso no, por piedad».



Le digo a mamá, le doy un beso en la mejilla, y me marcho de ahí sin decirle a dónde. Ella le pide a nuestro dios que guie mis pasos. Yo le pido que los guie lejos de los tuyos.


Así, me voy caminando hacia el garaje de Jean. Aún faltan un par de horas para medianoche y, gracias al cielo, él no ha salido y está allí. Su sonrisa enorme y su alegría me agobian justo ahora.


—¿Qué pasó, Otabebé? —me pregunta, y su novia se aleja un poco para darnos privacidad.


—Esto es una mierda, Jean… —le digo.


—¿Por qué? ¿Qué pasó?


—¿Qué pasó? —le pregunto—. ¡¿Que qué pasó?!


—¿Por qué me gritas?


—¡Pasó que me enamoré! —le digo, sin bajar ni un poco la voz—. ¡Eso pasó! ¡Me enamoré como un maldito idiota! ¡Un estúpido idiota! —le afirmo—. Caí como un tonto, uno que se enamoró de él por completo, ¡Por completo, maldita sea! ¡Total y podridamente enamorado! ¡Así estoy! Y ahora… mierda… ahora solo quiero llorar.


Isabella toma su teléfono de la mesa, sale de allí y sube las escaleras, Jean se me acerca y me da unas palmadas en el hombro.


—Te dije que ese gatito no era para ti… —me dice Jean, y yo niego. El «Te lo dije» no me sirve para nada ahora—. Lo siento, Otabek. Diablos, amigo, me duele verte así… —eso está mejor, eso sí me sirve, casi hasta me reconforta.


—Ya no importa. Todo se fue al carajo. Me largo de aquí. Me llevaré la moto. Gracias por todo.


—¿Que qué? No, ¿A dónde? Dios, Otabek, no dejes que te destroce así. ¡Tu familia está aquí, que se largue él!


—¡La suya también! Su abuelo está aquí, y no puedo exigirle nada a Yuri. Ni amor, ni piedad, ni nada. Por dios. Eso es imposible.


—Diablos… esto está mal.



«Esto está tan mal».



Tu voz susurra en mi mente, me lleva a recuerdos agridulces que parecieron de miel en su momento y que ahora solo eran hiedra agria y venenosa.


—Ya no puedo, me voy… —le digo a Jean, mientras subo las escaleras hacia la habitación que me dio y que a veces utilizo.


Grande y acogedor, así era el hogar que Jean y su novia habían formado en el garaje en el que ambos reparábamos autos. Mecánicos de día y cantantes de noche, o por lo menos esa era la idea inicial. Aunque, a veces, él estaba demasiado cansado como para tocar algo, algo que no fuera su novia, porque a ella si la tenía bien satisfecha, si sabes a lo que me refiero.


Allí tenía yo un par de cosas. El casco de la moto, audífonos del celular, galletas y aquella chaqueta de cuero negro, esa que tú tanto amabas pedir prestada.


¿Ves cómo en cada momento te pienso?


¡¿Por qué no sales ya de mi cabeza?!


Hazme ese favor al menos.


Ése es mi último deseo.


El último deseo de un enfermo cuyo corazón perdido, destrozado y pisoteado pareciera estar a punto de morir.


—Otabek… —me dice Jean, apareciendo por la puerta de la habitación y apoyándose en el umbral—. Tienes visita…


No.


No. No. No.


No, por dios, no.


—Si quieres le digo que…


—Puedo presentarme solo, Jean Leroy… —tu voz. Tu maldita y desagradable voz.


—Estás en mi casa, gato enano… —te dice Jean, y tú solo le cierras la puerta en la cara asegurando que su novia te invitó a venir.


Ni siquiera quiero verte, en serio.


No sé qué pueda hacerte si te veo de frente.


—Hey… —tu voz dulce me llama—. ¿Qué pasó? Tienes apagado el celular, ¿Por eso viniste aquí en domingo, por un cargador?


—¿Qué quieres, Yuri?


—Creí que te quedarías a dormir en mi casa. Te busqué, Isa me dijo dónde estabas, y bueno, ¿Qué pasa contigo, Otabek? —me preguntas, sentándote en el único sofá de allí, y dejando una pequeña bolsa con cervezas recién compradas a tu lado.


—Me voy, eso es lo que pasa… —te digo.


—¿Por cuánto?


—Por siempre.


—¿Por qué?


—¡Por ti, maldita sea!


—Mírame al hablarme, Otabek Altin.


O no.


Eso no.


Voy a ahorcarte si te veo, maldito bastardo.


Igual, no hace falta que me gire, de pronto te tengo justo frente a mí.


Con esos bonitos ojos que tienes.


Y esos bonitos labios.


Y con mis marcas en tu bonito cuello.


Entonces vuelve a pasar, y creí que ya no podía más, pero me equivoqué.


Tal parece que mis ojos tienen el sello de «Inagotable» en sus lagrimales.


—¿Qué pasa? —me preguntas, al verme llorar como un niño perdido.


Tus dedos fríos tocan mi rostro y lo acunan.


Ni siquiera tengo fuerzas para responderte o alejarte. Siempre quise parecerte fuerte, y mírame ahora.


Despedazado por ti.


—¿Por qué estás aquí? —te pregunto, y tú te encoges de hombros y sonríes.


—¿Por qué no? —me preguntas, pegando tu cuerpo al mío y pasando tus brazos por mi cuello—. La pasamos bien hace un rato, ¿No?


—¿De qué rayos hablas?


—Vamos… —me dices, secando dulcemente mis mejillas con tus dedos—. Pensé que podríamos repetir un poco. No me importaría hacerlo, ¿Sabes? Somos amigos, añadirle de vez en cuando un «sexuales» a esa etiqueta no es problema para mí.


—No.


—Rayos, Otabek… —me dices, alejándote de mí—. ¿Por qué lloras? Fue bueno para mí, y sé que también te gustó, entonces… ¿Por qué no?


—Lo siento, Yuri, pero yo no soy así… —te aseguro—. No seré uno más de los idiotas que se enamoran de ti. Lo seré todo, o no seré nada


—¿Eso qué significa?


—Significa que acostarme contigo fue el PEOR error que jamás volveré a cometer en mi vida, eso significa, idiota… —te digo, secando mis ojos con los puños cerrados—. Hacerlo contigo me hizo sentir que llegué a la meta pero no obtuve la medalla. Y eso es frustrante, horrible y miserable.


—¿Eres gay?


—¡¿Y tú no, carajo?!


—¡Yo sí, desde siempre! ¡Mi abuelo lo sabe! ¡Todos mis amigos lo saben! ¡Tú lo sabes! ¡Tus amigos y tu familia lo saben! —me dices—. Escucha… rayos, no vine aquí a pelear. Quieres o no quieres sexo.


—Vete a la mierda. ¿Tienes algo de cerebro? ¿Al menos escuchaste lo que te dije mientras lo hacíamos?


—Yo… —me dices, parpadeando varias veces y claramente confundido. Ni siquiera lo recuerdas, maldito imbécil—. No lo sé. Quizá sí, quizá no.


—¡Te dije que te amaba, Yuri!


¡Dios!


No tengo ni idea de lo miserable que puedo verme justo ahora.


Con los ojos hinchados, el rostro lleno de lágrimas y sorbiendo la nariz cada tanto.


—¿Acaso eso te importa? —te pregunto—. ¿Te importa al menos un poco?


—No te obligué a dormir conmigo, Otabek.


—¡No! Y ése es el maldito problema. Tú empezaste, y aún después de escucharme, continuaste. «No pares», dijiste.


—¡¿Qué querías que dijera?!


—¡Que me pararas, maldita sea! ¡Si no sentías lo mismo, no había necesidad de pisotear así lo que yo sí sentía! ¡Creí que eras mi amigo!


—¡Lo soy! —me dices, con la voz rota.


—¡No, Yuri, no! Si fueras mi amigo te interesaría un poco lo mucho que sentía y lo mucho que me arruinaste.


—Olvidemos esto, ¿Sí? —me dices, con los ojos acuosos y con la voz desesperada—. Sabía que era un error, lo siento. Yo… hagamos las paces, ¿Sí? Finjamos que nada de esto pasó, que no hicimos nada. Otabek, por favor.


—En serio, Yuri… ¿Crees que puedo fingir?


Tus ojos llorosos sobre mí me comen por completo, arruinan todo lo que soy y toda mi fuerza. Me matas con solo mirarme.


—No hagas eso… —te pido—. No hagas eso, es trampa si lloras. Sé un hombre y pelea limpio.


—No te vayas… —me pides—. Puedo arreglarlo. Puedo… no sé…


—¿Qué? ¿Intentarlo? ¿Salir conmigo? ¿Forzarte a ti mismo a aceptar mis sentimientos?


—No. Eso nunca. Jamás. No los acepto.


—¿Por qué? —te pregunto, casi como un ruego, importándome muy poco el extinto orgullo que me dejaste.


—No lo sé… —me dices, secándote las lágrimas con las mangas del suéter—. Puedo salir con cualquiera, quien sea está bien, todos… menos tú.


No sabes lo mucho que me rompes.


No tienes ni una puta idea.


En serio.


—Dime por qué… —te exijo, y tú esquivas mi mirada y me das la espalda.


—Vine aquí a pasar un buen rato, si en serio no quieres, entonces…


—¡DIME POR QUÉ!


—¡Porque no me gustas! —me gritas, y retrocedes al ver que me he acercado peligrosamente a ti—. ¡¿Eso es lo que quieres oír?!


—¡Sí! —te digo—. Quiero alguna excusa para poder tener el valor de romperte la cara.


—¡Hazlo! Sin excusas. Si eso quieres, hazlo.


—Debiste detenerme… —te digo—. Si puedes salir con cualquiera menos conmigo, debiste detenerme.


—Lo siento… —me dices—. Por favor, Otabek…


Me pregunto si crees que eso basta.


Una disculpa cualquiera que solo dios sabe si en serio sientes de verdad.


—Vete… —te pido, y tú te aferras a la chaqueta que tanto te gusta.


—No me iré… —me aseguras, con la voz temblorosa.


¿Por qué?

¿Te divierte jugar conmigo?


—¿Es divertido? —te pregunto, tomando tus manos y soportando el asco inmenso que me da tocarte—. ¡¿Es divertido jugar así?! ¡Dime, Yuri! ¡¿Es divertido?! ¡Usarme, romperme, y planear volver a hacerlo! ¡¿Es divertido, Yuri?! ¡¿Te divierto?!


—¡Otabek!


—¡Vete! ¡Lárgate, mierda, lárgate de una vez! —te dije, sin poder contener el golpe duro y certero que le di a la pared tras de ti.


Tus ojos se cerraron por un instante, casi anticipándote al golpe que no te tocó; llorando, por algún motivo desconocido y extraño, quizá porque el jueguito que siempre juegas no te salió cómo esperabas, o qué sé yo.


Me ruegas en silencio que no siga, que me detenga.


¿Qué quieres?


¿Quieres que finja que nada pasó?


¿Quieres que finja que no estoy roto por dentro?


¿Que no tengo asco, miedo, y dolor?


¿Que no recuerdo tus labios y lo bien que sabe tu boca?


¡No!


¡Lo siento!


¡No es así, Yuri!


¡Te entregué mi vida!


Te entregué mi amor.


Te di mis pensamientos, mi cariño, mi pasión, los vertí entre tus brazos y morí de dicha, de esperanza y de anhelo.


¡TE AMÉ!


¡Maldita sea la hora en la que te amé!


Te amé como jamás amé nada.


Como siempre quise amar, ¡Así te amé!


Derramé cada gota de éste amor, cada gota dolorosa, sublime y profunda, las derramé todas en ti, creyendo que las cobijabas, que las aceptabas.


Creyendo, ilusa, estúpida, y totalmente, que al aceptar mis besos y pedirle más a mi cuerpo, tú… me dabas esperanzas.



«¿Acabaste?».



Esa pregunta fue tu respuesta a mi amor.


Y no.


No debió ser así.


Te di mi alma, y tú me preguntaste aquello. Como si yo fuera uno más, uno cualquiera.


Te enderezaste, te vestiste.


Me pisoteaste.


Es un cruel amor éste que tengo.


Siempre te vi valiente, fuerte y admirable. Creí que me enamoraba del chico con aire de soldado patriota, honesto e imbatible, y no. No fue así. Caí de cabeza ante una fiera salvaje. Ante un mercenario insensible que no tiene patria, ni dios, ni ley.


Te llamo cruel.


Te nombro salvaje, déspota y horrible.


Te considero demonio y abominación. Acechador de almas puras, embaucador de corazones.


Rompecorazones, eso eres.


Quebrantador de amores, sueños y esperanzas. Asesinas la bondad del mundo.


Eres maldad, Yuri.


Tú y todo lo que haces.


Eres malvado.


Eres MUY malvado.


ERES TAN MALVADO.


¡Pero ya!


¡Déjalo así!


Ya no hagas nada.


Ya no me escuches.


Ya no me mires.


Ya no digas nada.


—Vete… —te vuelvo a pedir—. Déjame en paz ya, y lárgate… —te digo, estrujando tu brazo entre mis dedos y aventándote con todas mis fuerzas y todos mis odios fuera de la habitación.


Deja ya a éste desahuciado al que abatiste con tu maldita indiferencia.


Déjalo morir con dignidad.


Cierra los ojos.


No veas lo destrozado que lo dejas.


Tan solo vete, y no mires atrás.


Haré eso también. Es lo mejor.


No puedo forzar mi sentir en ti.


No puedo obligarte a amar.


No puedo más.


Lo siento.


Me enamoré de ti y lo arruiné todo.


¡Lo siento!


No es tu culpa.


Es la mía.


Es mi error.


Y lo siento tanto.


—Pasa la noche aquí, es muy tarde ya… —me dice Jean—. Amigo, te juro que no sabía que Isa le había dicho que estabas aquí. Ella no sabía que estaban peleados, creo. Como sea. Come algo, preparé pasta, está deliciosa. Descansa un poco y enfría la cabeza. Otabek, no puedes irte a ningún lado así, ¿Entiendes? Está por llover. Estás loco si crees que dejaré que manejes así, ¡Tus padres me matarían!


Mis oídos están sordos a su voz, y mi cabeza no entiende ninguna de sus palabras, casi a empujones me abrí paso y salí de allí.


Jean intentó detenerme, yo encendí la moto, me subí y me largué.


Adiós todo.


Adiós vida.


Adiós Yuri.


Ojalá te mueras, en serio.


Ojalá te pudras, tú y todos tus huesos.


¡No!


Espera.


Ojalá ames.


En serio.


Ojalá alguna vez te enamores. Porque amar es bonito.


Y ojalá seas correspondido, porque éste mal que me dejas, ésta inseguridad, éste dolor y ésta muerte lenta, no se las deseo a nadie.


Ni a ti, que eres mi peor enemigo, mi némesis, mi asesino.


Ni siquiera a ti te deseo esto.


Porque esto es horrible y cruel. Esto que me hiciste es…


Yuri, ¿Por qué?


¿Por qué no te enamoras de mí?


¿Por qué no puedo tener una oportunidad?


Dime.


¿Por qué no me miras como yo te miro?


¿Por qué no te gusto como tú me gustas?


«DEBÍ HABER HUIDO»



Es así como, finalmente, llegamos aquí.


A la salida de la ciudad, a la última de las paradas de autobús.


Al cruel panorama triste de un pobre soldado caído en combate, un enamorado rechazado.


La noche, el aguacero, el cigarrillo, y tus recuerdos aglomerándose en mi cabeza.


Tu bonita sonrisa.


Tu bonita mirada.


Tu bonito carácter demoledor y demandante.


Tu bonito todo, aquello que me enamoró y me sedujo desde el primer instante.


¡TE AMO!


Esa es la verdad innegable de ésta trágica historia romántica.


Te amo, y por eso todo esto duele.


Por eso lloro.


Porque amar es bello, siempre y cuando sea correspondido, y porque yo no tuve esa suerte. No fui así de bendecido, no fui así de afortunado.


Lo tuve todo en la vida. Un hogar cálido, unos padres comprensivos, y una hermana alegre.


Todo, excepto a ti.


Todo, excepto tu amor.


¿Eso hace que deje de amarte?


No.


Por desgracia.


Claro que no.


Definitivamente no.


Mis versos son tuyos, lo juro.


Mi música, mi vida y mi alma.


Mis poemas y mis canciones.


Incluso mi muerte, mi dolor, mi agonía y mi caída, te pertenecen.


Cada palabra que nace en mi mente, y cada sonido de mi boca. Todos mis latidos y todas mis caricias. Todos mis besos.


TODO.


Todo lo mío es únicamente tuyo.


Y nunca de alguien más.


Porque éste corazón roto y estos ojos que lloran, éste pobre enamorado estúpido, ya lleva únicamente tu nombre y tu marca.


Eres su dueño.


De la misma manera en la que los colmillos de los elefantes muertos llevan las iniciales de su cazador, así llevamos yo y mis pensamientos tu mirada de depredador clavada justo en medio.


De la misma manera cruel, injusta, terrible e irremediable. Tomaste de mí solo lo que se te antojaba, y tiraste todo lo demás, porque todo lo demás no te era útil y no te importaba.


Te pertenezco.


Y lo siento.


Lo siento tanto, Yuri.


Lamento haberme enamorado de ti.


Lamento haberlo arruinado.


Lamento todo y lo lamento tanto.



«Beka».



Tu voz.


Otra vez.


Rondando en mi mente como un susurro demasiado claro en medio de la lluvia.


Tu voz es dulce y tus ojos en la noche son bellos.


Tu sonrisa, esa que reservas únicamente para mí y para tu abuelo, es preciosa.


Me enamoraste con cada gesto y con cada palabra. Con cada petición y con cada concesión, con todo lo que hacías y la forma en la que te portabas. Con toda tu fuerza y toda tu alma. Con todo, así me enamoraste. Así me venciste. Con armamento de lujo y con toda tu artillería pesada.


Fuiste a por mí con todo.


Con todas las ganas, y con cero misericordia.


¿Y sabes qué es lo peor, Yuri?


Que no puedo odiarte.


Que solo puedo llorar por todas esas tardes hablando de cosas tontas.


Y por todas las recetas experimentales que tú y tu abuelo probaban en mí y en mi familia.


Por todas las risas de mi hermana al escucharte practicar en nuestra sala las obras trágicas que presentabas en el teatro, por los aplausos de mi padre y por las lágrimas de mi madre.


Porque yo te amaba… y mi familia también.


Y porque yo… yo creí… que tú…


Creí que no jugarías conmigo.


Creí, inocentemente, que podrías jugar con todos, CON TODOS, con cualquiera, menos conmigo.


Y no.


No pensabas lo mismo.


Porque tú mismo dices que no puedes salir conmigo, pero al parecer sí puedes romperme, jugarme y embaucarme.


Sí puedes enseñarme el paraíso y bajarme de golpe, y lo hiciste tan fácil, tan sonriente y tan coqueto, hiciste que pareciera que era bueno.


Rayos.


No te acerques nunca más a mí, Yuri, hablo en serio.


No te acerques a mi familia, no te acerques a mis amigos, no te acerques a los clientes del taller y del garaje de Jean. No te les acerques. Monstruo.


Los lastimarías.


Y no te importaría.


Recuerdo que una vez vi a uno de tus novios en tu puerta. Sentado en el tercer escalón de la entrada, encogido, con la frente apoyada sobre sus rodillas y abrazándose a sí mismo.


No lo supe entonces, pero ahora lo tengo claro. Era una más de tus desdichadas víctimas.


Creí que yo era mejor que ellos, porque tú y yo, juntos, habíamos hecho muchas cosas durante muchos años. Porque habíamos compartido tanto.


Ahora recuerdo sus ojos hinchados y su mirada cargada de odio. Ahora pienso que, seguramente, también compartiste mucho con ellos y los hiciste sentir seguros. Les hiciste creer, cruelmente, que todo sería eterno. Que todo estaba bien y que todo era perfecto.


Ahora entiendo a aquel hombre alto, apuesto y rico, que te esperó a la salida del teatro y que quiso golpearte. Fue porque lo rompiste, desde muy adentro, tomaste todo lo que era, lo usaste, lo quebraste y lo abandonaste.


Porque eso es lo que tú haces, como si fuera un deporte tuyo, uno muy sano, uno muy natural.


Cada minuto que paso aquí, bajo ésta gastada parada, esperando a que el aguacero disminuya, son minutos en los que me doy cuenta de lo malvado que fuiste, eres y siempre serás.


De lo mucho que te gusta jugar, y de lo mucho que no te importan tus contrincantes.


¿Fuimos al menos eso para ti, Yuri? O fuimos solo tus juguetes, unos de plástico cualquiera, de los que se muerden y se botan cuando ya no gustan, cuando se doblan.


Porque así se siente.


No se siente como una digna derrota después de una honorable batalla, se siente podrido, desechado. Se siente deprimente, se siente del asco.



«Soy Yuri».



Dijiste, aquella primera vez. Con tu voz hermosa, esa que siempre está rondando en mi cabeza. Rememorando charlas, cantos y risas.



«No traje libro, compartamos».



Tus ojitos bonitos, llenos de vida, sueños y fuerza, se posaron en mí, y caí rendido.


Maldito el día en que te conocí, amor mío.


Odio con toda mi alma haber llevado el libro de historia, pesaba mucho el maldito volumen, debí dejarlo en casa.


Tu amiga, Mila, debió prestarte el suyo, ella siempre fue muy lista, nunca olvidaba sus libros. No como tú, mi lindo gatito tonto.


Rayos.


¿Ves cómo no puedo odiarte bien?


Ahí vas tú a arruinar mis pensamientos llenos de odio. Haces que recuerde cositas bonitas, cositas tuyas, cositas ricas, y la sonrisa boba se asoma en mi cara y se ensancha sin pedir permiso.


Oh, Yuri, déjame en paz.


Por favor.


Déjame morir en la autocompasión, en la miseria, en la…



«¿Beka?».



Ahí estás tú, una vez más.


Con tu rostro bonito, tus ojitos lindos y tus labios condenadamente atractivos.



«No debiste olvidar el libro de historia ése día, Yuri».



Le digo al viento.



«No lo olvidé».



Me responde… el viento.



«Nunca lo olvidé».



Ay, santa mierda.


Por favor no.


Por favor dime que no.


Dime que Yuri Plisetsky, el asombroso, hermoso, y arrollador, Yuri Plisetsky, NO está ahí, a un par de metros de mí, y acercándose aún más.


—¿Yuri? —te digo, solo por si acaso, y me enderezo bien en mi asiento.


Tu polera está empapada y apenas puedes mantener estable la bicicleta junto a ti con lo mucho que tiemblan tus manos.


Alucinación o no, mis ojos se congelan al verte allí. Acercándote, con la bicicleta vieja, con la mochila llena, y con el cabello chorreando pequeños ríos de agua.


—¿Qué diablos haces? —te pregunto, sin pensar en nada y sacándome la chaqueta para tirártela. Ni loco me acerco más y te la pongo.


Tú no contestas, observas mi chaqueta, ahora entre tus temblorosas manos, y sonríes.


Te sientas lo más lejos de mí que puedes, considerando lo pequeño que es el asiento de la parada de autobuses, no es mucho.


—No sé… —dices—. Creo que me voy… —susurras, y apenas puedo escucharte.


Debes estar loco, o yo, en todo caso.


Estaba imaginándote e imaginaba todos tus colores, tus formas, tus maneras y tus palabras, y de pronto te apareces como un fantasma frente a mí.


—¿A dónde? —te pregunto, con el temor de verte desaparecer en medio de una bruma mágica.


—No sé… —me dices, mientras te quitas todo lo de encima y me dejas ver mis marcas en tu pecho, tu cuello y tu espalda—. A dónde tú vayas.


¿Por qué Yuri?


¿Por qué?


Quiero seguir llorando, pero ya casi no puedo. Ya casi se me han congelado los ojos y ya casi no te siento.


—¿Por qué? —te pregunto, y tú guardas tu ropa en tu mochila.


—Él sabe… —me dices—. Mi abuelo, él sabe.


—¿Qué sabe? ¿Qué estás idiota y que saliste en bicicleta de madrugada a dios sabe dónde?


—Sí… —me aseguras—. Llegué llorando a casa y me fui a dormir. Él me despertó, había alistado la mochila con ropa y otras cosas. Dijo que cuidaría de Potya. Dijo que te siguiera.


—Dios, Yuri… —te digo, sin poder creer nada—. ¿Por qué? No puedes hacer eso, ¿Entiendes? Regresa de inmediato, no puedes dejarlo solo, eres su único nieto.


—No… —me dices, y tu voz se rompe y me rompe en mil pedazos—. Él sabe…


—¿Qué sabe?


—Que moriré sin ti… —me dices, con los ojos hinchados, intentando secar inútilmente todo el llanto—. Desde que tengo memoria, desde que te vi. Él sabe que aquel día no olvidé el libro de historia, que quería una excusa para hablarte.


—No, Yuri, no.


—Sabe que tengo miedo… —me dices, haciendo el esfuerzo para que tus palabras no se quiebren—. Que escuchar a tu mamá hablar de su futura nuera y sus futuros nietos es un martirio.


—¿Eso qué significa?


—Significa que escucharte decir que quieres formar una familia grande junto a tus padres, es… me matas, Otabek. Me matas siempre, y no lo sabes.


No tengo palabras para decirte, Yuri.


Si bien mi voz te pertenece, mis labios se han paralizado.


No quiero creerte.


—Así que me voy, lo siento… —me dices—. Mi abuelo dijo que prefiere ver cómo te sigo, antes que ver cómo su único nieto se marchita sin ti y muere, porque sabe… sabe que sin ti… me muero.


No.


Yuri, no.


Por favor.


—Por lo tanto… —me dices, sorbiendo la nariz y respirando profundamente—. Con su bendición… te seguiré… —me amenazas—. A donde sea que vayas, iré yo. Y sé que me odias, sé que lo arruiné. No debí besarte. No debí tocarte, no debí pedirte que me hicieras el amor. Lo siento, Otabek Altin… ahora, lo hecho, hecho está. No sé retroceder el tiempo. Me voy, eso es lo único que sé.


—Yuri…


—No me importa a dónde, ¿Entiendes? Tú vete. Solo vete ya, vete a donde puedas, a donde quieras, a donde más se te antoje, huye y escapa lo más rápido que puedas, VETE… —me dices—. Yo te seguiré… te seguiré al infierno, siempre.


—No es justo, y lo sabes… —te digo, y solo cuando lo digo noto que mis ojos son ríos de sal otra vez.


—Sí, nunca fui justo. Ni siquiera conmigo mismo… —me dices—. Pero no estoy pidiendo tu permiso, así que no te molestes en intentar detenerme. Yo elijo por dónde van mis pies, y han dicho que van tras los tuyos. Punto final.


—No me hagas esto, Yuri… —te digo, y me pongo de pie.


No puedo estar quieto, no cuando, de pronto, tengo unas inmensas ganas de gritar y de romper todo lo que vea.


¿Por qué no me dijiste esto antes?


¿Por qué ahora?


—Dime por qué… —te pido, dándote la espalda e intentando calmarme un poco—. ¿Qué sientes por mí? —te pregunto.


—Te quiero… —me susurras, y yo muero de miedo.


Por alguna razón incoherente, mi mente repite una y otra vez un «Lo sé», algo como un «Siempre lo he sabido».


Lo pienso y lo pienso, pero justo ahora, no entiendo nada de lo que pasa.


No lo entendí aún cuando sentí tus brazos tras de mí, rodeándome con temor, como si yo fuera a empujarte.


—No puedes estar enamorado de mí, Otabek, ¿Entiendes? —me dices—. Tú vas a casarte, vas a darle una nuera hermosa a tu madre, una que vivirá en tu casa, con toda tu familia, una que te dará hijos hermosos y sanos. Yo voy a verte, sonriéndoles. Y voy a ser muy feliz, porque tú estarás bien, y tu familia estará bien. Nadie aquí va a mirarlos raro, o feo. Serán respetables, como hasta ahora.


—Jamás creí que te importara lo que la gente dice.


—No me importa cuando hablan de mí. Cuando me ven en la tienda como analizando el por qué no he salido nunca con una chica. Como preguntándose si nací así, o si fue la falta de padres de mano dura lo que me transformó con el tiempo… —me dices—. Pero si ellos, cualquiera de ellos, se atrevieran a hablar de tus padres, de tu hermana, o de ti… yo… yo en serio les rompería todos los huesos, TODOS. En serio. No tienes ni idea de lo mucho que los lastimaría. Porque nadie va a hablar nunca de ti, ni van a cuestionarte, ni van a ir por ahí juzgándote, nadie, jamás. Los mataré si lo hacen.


—Basta, Yuri. Por favor… —te pido.


Mi mente está en blanco.


No sé qué pensar ni qué decir. Mi conexión cerebro-boca está fallando.


Me giré hacia ti y tomé tu rostro entre mis manos. Te observé por mil años, y me di cuenta de que aún, a pesar de lo roto, demolido y seco que me dejaste, me gustas.


—Seamos amigos, Otabek… —me pides—. Por favor…


—No… —te digo, con la voz más firme con la que puedo hablarte.


No logro entender cómo piensas justo ahora. Lo maduro que eres y lo mucho que yo y mi familia te importamos.


Solo sé que tomé tu mano y tu mochila y te llevé conmigo en la moto.


Hablaste de tu bicicleta, de que la dejábamos y de que alguien podría robársela.


Yo regresé al único lugar en el que me siento seguro.


Mamá nos dio chocolate, habló contigo y yo oí cómo llorabas, y creí que yo ya no podía, pero también lo hacía.


Papá y yo los mirábamos desde el umbral de la sala. No sé si él lo entendía, pero no dijo nada.


Eran las dos o quizá las tres de la madrugada cuando fuimos a dormir, y papá dijo que, por ese día, podríamos levantarnos tarde.


Y yo entendí una cosa.


No puedo salir contigo.


No ahora.


Tu abuelo habló conmigo al día siguiente. Le dije que te quería pero que no quería verte incómodo.


Me dijo que te diera tiempo.


Le dije que eso era lo que yo necesitaba.


Antes, nunca me había puesto a pensar seriamente en las cosas que dijiste, Yuri, en una nuera para mis padres y en nietos. Nunca pensé a futuro porque solo podía pensar en mi presente y en ti. Tú abarcabas todo mi mundo.


Debo agradecerte por eso.


Porque expandiste mi forma de pensar y mis planes a futuro, porque no puedo ser egoísta con mis padres, ni con tu abuelo.


Porque te amo.


Y porque te amaré por siempre.


Porque sé que no te gustan los niños, y a mí sí, aunque me tengan miedo. Y porque quiero tenerlos contigo.


Porque me gustas, y me gusta verte dormir entre mis brazos. Me gusta también lo dulce que eres y lo fácil que es pedirte un beso.



«Como amigos».



Aseguras.


Como si eso cambiara el hecho de que yo me muero por ti y tú te mueres por mí.



«Te amo».



Te digo, acercándome a tu oído y susurrándotelo.



«¿Como amigos?».



Me preguntas, y yo te digo que sí, que también como amigos, como amantes, como novios, como familia, como todo.


Porque caí por ti un buen día, un gran y bello día, y no dejé de hacerlo hasta hoy. Todo lo contrario, caigo un poquito más siempre que paso a tu lado. Con cada palabra y con cada acto. Con tu sonrisa cuando logramos juntar nuestros ahorros para empezar a vivir juntos.



«¿Como amigos?».



Dice tu abuelo, y yo me rio al ver lo mucho que te ocultas en mi pecho para que nuestras familias y amigos no vean tu rostro encendido, y para que Jean no te moleste llamándote «princesa tomate».


Me encantas, Yuri.


Fue una noche la que por poco nos arruina. A mí, a ti, a todos. Se sintió como un eón entero. Un eón muy feo.


Hicimos muchas cosas sin pensar y morimos juntos. Ahora, años después, quiero creer que lo estamos haciendo bien. Que tuvimos nuestra segunda oportunidad, gracias al cielo, gracias a tu abuelo.


Eres mi vida y te amo con locura.


A ti, al anillo en tu dedo, a tu cuerpo desnudo, a las sábanas desordenadas, a tu rostro somnoliento, y al certificado de adopción aprobado que no dejas de mirar y que sigue sacándote sonrisas desde ayer. Juntos son… lo son todo para mí.


Son parte de mi amor, parte del tuyo. Parte de la noche mágica en la que hicimos el amor por primera vez, y nos vimos confesando lo que en diez años no habíamos podido. La noche en la que nos vimos correspondidos.






Fin.


7 Juin 2020 05:15 5 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
7
Lire le chapitre suivant Nota final

Commentez quelque chose

Publier!
YP Yuki Plisetskaya
Preciosa historia.... Me sacó lagrimitas 😭
August 19, 2020, 04:30

  • Arikel DT Arikel DT
    Gracias! Me alegra que te haya gustado 😘♥️ August 21, 2020, 04:38
S Silvana
Esto es hermoso ❤️
June 26, 2020, 23:05

  • Arikel DT Arikel DT
    Gracias por darle una oportunidad~ ♥️ June 30, 2020, 13:36
  • S Silvana
    Gracias a ti por escribir algo tan hermoso 🥺 July 21, 2020, 07:16
~

Comment se passe votre lecture?

Il reste encore 1 chapitres restants de cette histoire.
Pour continuer votre lecture, veuillez vous connecter ou créer un compte. Gratuit!