exhalar exhalar !

Como cualquier adolescente, Yuri Plisetsky odia compartir su habitación. Medias sucias tiradas por doquier, bolsas de frituras que él no se comió regadas en el piso y madrugadas sin poder dormir por los ronquidos de alguien más. Es por eso que desde hace dos años vive por sí solo en lo que tiene que ser la habitación más pequeña del internado. Pero cuando en pleno año escolar llega un nuevo estudiante y la única habitación disponible es la suya, se ve obligado a soportar la presencia de un chico llamado Otabek. Guapo, atlético y popular, es todo lo que Yuri no quiere en su cuarto. O al menos eso es lo que él cree. Yuri detesta a Otabek y hará lo que sea para que se vaya, y Otabek… él solo quiere que lo dejen dormir en paz.


Fanfiction Anime/Manga Interdit aux moins de 18 ans.

#yuri-on-ice #otayuri #yuri-plisetsky #otabek-altin
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1. ¡Encantado de conocerte! Me caes mal

Desde la primera vez que Yuri vio a Otabek entrar por la puerta de su habitación, supo que no le iba a caer bien. Aun cuando al principio, no estuvo seguro de qué causaba dicho efecto. Podían ser los lentes de sol caros que utilizaba, la maleta color oscuro, o la chaqueta de cuero que llevaba consigo. Todo era un conjunto rebosante de personalidad que haría que cualquiera se le quedara mirando. Ya fuese por la seguridad que demostraba sin haber dicho una palabra, o por la determinación silenciosa que llevaba al caminar de un sitio a otro.

Yuri había estado escuchando música acostado en la cama de su dormitorio. De la nada, un tipo había entrado. Y si eso confundió a Yuri, más le confundió que el tipo dejara una maleta dentro del lugar para luego irse.

Yuri frunció el ceño y se incorporó en la cama mientras se quitaba los audífonos. Por breves segundos, meditó las posibilidades de lo que podría estar pasando. Una broma por parte de las personas de su propia casa, era lo más probable. Adoraban hacerlo molestar, como una clase de hobbie personal que iba de generación en generación cada año. Yuri era el conejillo de indias de sus compañeros de dormitorio.

Mientras trataba de pensar en la situación y en las razones por las que un tipo desconocido entraría a su cuarto como si nada, lo vio regresar con otras dos maletas.

Desde allí, Yuri tenía más que en claro que le iba a caer mal, tan sencillo como eso era.

Lo peor de todo es que Yuri no tenía razones para odiarlo, no todavía. De todas formas, Yuri estaba seguro de que el tal Otabek pronto se las iba a dar. Y si el mismo Otabek no le daba razones para echarlo de la habitación, Yuri iba a hacer que se fuera, de una manera u otra. Nadie que se convirtiera en su compañero de cuarto iba a poder aguantarlo por todo un año escolar.

Los únicos que hubiesen podido eran Mila y Georgi, sus mejores amigos. Pero primero que todo, aun cuando estaban en el mismo año, Mila era una chica, convirtiéndola en inelegible a la hora de compartir habitación. Por otro lado, aunque Georgi sí era un chico, era un año mayor. En general, solían colocar a personas de la misma edad juntos.

Yuri no entendía. En los dormitorios del colegio solían organizarlos por religión o nacionalidad, y al ver al tipo al frente de él, era más que obvio que no tenían nada en común.

Así que impaciente como era, Yuri se plantó al frente de la oficina de la señora que les organizaba las habitaciones. Era una mujer algo vieja que usaba anteojos cuyo principal objetivo era encargarse del funcionamiento de las casas del internado cada año. Por su parte, Yuri había practicado en su mente el mini discurso que le iba a dar. Él estaba seguro de que Otabek no iba a durar más de una hora en su habitación.

—Hola —saludó ella de manera automática. Movía unos papeles, y con la otra mano navegaba en la computadora—. ¿En qué puedo…? —La señora levantó la mirada, y el tono amable con el cual había comenzado la frase se había desvanecido tan pronto como había llegado—. Yuri.

Él sonrió, para luego avanzar unos pasos. Estaba dispuesto a hacer lo que fuese necesario.

—Hola… —Yuri miró con disimulo el pedazo de plástico en la mesa que indicaba su nombre—. Señora… ¿Povlova? ¿Señorita? Bueno. Vengo a hacer un reclamo.

—¿De nuevo? —Ella lo ignoró, y continuó con su trabajo—. Déjame adivinar. Trataron de ponerte un compañero de cuarto.

Yuri suspiró.

—Sí —dijo, y se sentó al frente de ella—. El problema es que ahora no me lo pidieron. El tipo entró en mi cuarto y cuando le pregunté qué hacía, me dijo que esa era su habitación.

Sin darle más detalles de los necesarios, se limitó a recordar lo que había pasado. Otabek había llegado con tres maletas, súper costosas. Había dicho su nombre en una voz tan estúpida y grave que al principio Yuri no le había entendido nada. «Otabek», le había dicho. A Yuri le había tomado varios segundos procesar que se refería a su nombre.

En ese momento, Yuri no le contestó, a pesar de que no hubiese podido hacerlo aunque quisiera. El supuesto Otabek dejó sus maletas a un lado y al ver cuál era la cama y el lado que estaba vacío, se acostó en el colchón y se quedó dormido, sin importarle si Yuri tenía que decirle algo o no.

Eso había sido suficiente. A Yuri Plisetsky le caía mal Otabek Loquefuera.

Y por esas mismas razones se encontraba en la situación actual, en una oficina con una señora que se negaba a cooperar.

Por su parte, ella al escucharle esbozó una sonrisa condescendiente, como si le contaran un mal chiste y tuviera la obligación de sonreír solo por ser amable.

—Entonces no seas maleducado y enséñale el sitio.

Yuri apretó la mandíbula. Tuvo que contener las ganas de mandar todo a la mierda y tratar de mantener su fachada de niño adorable por unos segundos más. Respiró profundo y volvió a sonreír.

—Sí bueno… Eh, no puedo hacer eso. Ya el curso comenzó hace dos meses y las normas dicen que no puedes cambiarte de dormitorio en pleno año escolar. Eso lo sabe todo el mundo.

La señora juntó ambas manos encima de la mesa y se inclinó hacia al frente, cansada.

—Yuri, si alguien entró a tu cuarto probablemente esté jugándote una broma. Aquí no tengo ningún registro de eso que me dices.

Yuri apretó su puño en el pantalón, decidido a llegar al centro de ese asunto lo más pronto posible.

—Tiene que haberlo —dijo, y se inclinó sobre la computadora—. Se llama Otabek… Es el único que se llama así aquí, mientras venía para acá lo busqué en el sistema…

—¿Otabek? ¿Otabek Altin?

Yuri parpadeó varias veces, asintiendo.

—Ah, sí. Él. ¿Podrás sacarlo?

La mujer suspiró, y se quitó los anteojos para luego pincharse la punta de la nariz.

—No puedo sacarlo de allí. Es un… caso especial.

Él retrocedió en su asiento y se cruzó de brazos.

—¿Eh? ¿Caso especial? Yo lo vi sin discapacidades. Bastante normal si me preguntas. ¿Puedes sacarlo?

La señora negó.

—¿Sabes lo que es un caso especial? —preguntó. Yuri abrió la boca, pero ella le mostró la mano indicando que guardara silencio—. No significa que sea discapacitado. Es un chico que estudia aquí por situaciones distintas. —Hizo una pausa y volvió a ver la computadora—. Parecido a tu caso.

Yuri respiró profundo y la mujer continuó hablando.

—Tendrás que soportarlo por ahora. Viene de otro colegio y no podemos sacarlo. Esto se escapa de mis manos.

—Pero…

—Tú mismo lo dijiste. —Ella le miró—. Las normas dicen que no puedes cambiarte de habitación una vez ha comenzado el curso. Pues mira —dijo, señalando la pantalla—, la habitación asignada es esa y él se va a quedar allí.

Yuri entrecerró los ojos y salió de la oficina con un portazo.

Al día siguiente Yuri se despertó a las seis de la mañana, es decir, una hora y media antes de lo usual. Todo era parte de su plan para molestar a Otabek, con el propósito de que renunciara a la habitación. Se dijo a sí mismo que si iba a hacer algo, iba a hacerlo bien.

Así que, todavía entre dormido y despierto, puso la canción de rock más estruendosa que conocía y se puso a hacer ejercicio. Saltó, se estiró y se movió de un lado a otro.

Cuando se detuvo para mirar de reojo a Otabek, él estaba sentado en la cama. Yuri frunció el ceño y abrió la boca para hablar, pero Otabek le interrumpió.

—Buenos días —dijo.

Yuri ladeó la cabeza.

—Buenos días —contestó. Se aseguró de que Otabek entendiera su tono, medio arrastrado y con énfasis en las palabras. Pero Otabek, lejos de reclamarle o mirarle feo, se llevó la mano a la boca para bostezar.

Yuri, en sus quince años de vida nunca había visto a alguien que despertara de manera tan tranquila.

—Hago ejercicio todas las mañanas —mintió, y para hacerlo más creíble, se estiró de manera exagerada al frente de él—. Espero no te moleste.

Otabek asintió de manera leve, viendo a cualquier otro lado de la habitación.

—Me da igual. Ah, y creo que tienes buenos gustos musicales.

Y dicho eso, se levantó y fue al baño.

La cara de Yuri se puso roja de la rabia.

—A que no adivinas —dijo, para luego lanzar el bolso contra el asiento.

Mila estaba sentada en una mesa mientras usaba su teléfono, y al verlo llegar le saludó con la mano.

—¿Sigue sin poder salirte bigote? —preguntó ella.

—Sí, pero no. No es eso. —Suspiró, y le hizo un gesto a Mila para que cerrara las piernas. Solía hacerlo a menudo, porque su amiga a veces olvidaba que estaba usando falda—. Me pusieron un compañero en el dormitorio.

—¿Y eso por qué? Si apenas y cabes tú ahí…

Yuri frunció el ceño y se apoyó sobre la mesa al frente de Mila.

—Tampoco es tan pequeño —dijo mientras sacaba su teléfono—. Sabes que siempre he tenido dos camas ahí, aunque duermo solo. No es como si iba a poder llevar esa cama para otro sitio…

—¿En resumen?

Yuri volteó a mirarla.

—Bueno, en resumen el tipo entró y se acostó ayer ahí. Y cuando fui a preguntar me dijeron que no podían sacarlo.

Mila levantó la mirada de su teléfono.

—¿Será que hubo una pelea o…?

—No, eso tampoco. Es nuevo. Estamos en pleno noviembre y es nuevo, ¿puedes creerlo? —Negó—. Es lo que me faltaba.

Mila hizo una seña con la mano, quitándole importancia.

—¿Es bonito?

Yuri entrecerró los ojos. Por supuesto, de todo lo que él había dicho lo único importante como para ganarse la atención de Mila es que había un chico nuevo, y que tal vez era bonito.

—No lo sé, Mila. Quizá debería presentártelo —dijo, aunque el tono implícito dejaba en claro que no era la mejor idea.

—No sé qué decirte —rio, para luego estirar la mano y sacudir el cabello de Yuri—. Puedo ofrecerte mi habitación. Podríamos vestirte de niña y creo que a Sara no le molestaría que…

—No.

—¿De verdad? ¿Aun con ese cabello tan bonito y rubio que tienes? Podrías cortártelo.

Ella intentó agarrar un mechón de cabello de Yuri entre sus manos, pero él le detuvo con un golpe en la muñeca.

—Ni se te ocurra.

Mila suspiró como si le acabaran de destruir una maravillosa idea, y volvió a utilizar el teléfono.

—¿Sabes cómo se llama?

—Se llama Otabek. —Yuri le mostró su teléfono—. Mira. Busqué su nombre en Google y me sale un idioma que ni conozco.

Mila agarró el teléfono y entrecerró los ojos.

—¿Uzbekistán? ¿Tu compañero tiene un nombre uzbeko? Tal vez sea de allá.

Yuri le arrancó el teléfono de las manos.

—¿Y no se puede regresar a su país?

Mila hizo una exclamación y le pegó en el hombro.

—Tal vez ni siquiera es de ahí —dijo, encogiéndose de hombros—. Puede que incluso sea ruso pero le pusieron ese nombre.

Yuri se bajó de la mesa y rodó los ojos.

—Quiero que se regrese y me devuelva mi habitación —dijo Yuri.

Mila negó, y cuando miró hacia la puerta, el profesor estaba de pie hablando con alguien más. Se bajó de la mesa de manera rápida.

—Estás exagerando —susurró, mientras intentaba sentarse de manera disimulada—. Tarde o temprano te iban a colocar un compañero.

Yuri se sentó mientras veía al profesor entrar.

—Hubiese preferido tarde, gracias.

Yuri supo que Otabek era raro porque colgó en su pared una foto de un paisaje.

Esa tarde cuando Yuri llegó a su dormitorio —y ahora también de Otabek—, la pared impecable que había estado sin nada durante dos años ahora tenía una enorme foto enmarcada. Otabek no estaba.

Al parecer, Otabek había sacado sus cosas y estaban medio puestas en la cama. Ropa, sábanas, una toalla, varios libros, un cepillo de dientes. Era como si no le hubiese dado tiempo de organizar todo antes de entrar a clase.

Además de eso, estaba la foto. Era un atardecer.

La mitad superior de la imagen era el cielo, rosado con nubes moradas, y la otra mitad inferior reflejaba la ciudad llena de edificios y puntos que simulaban las luces de las ventanas.

Era simple y nada del otro mundo. Yuri afincó la rodilla en la cama de Otabek, queriendo verlo de cerca.

«Almaty, Kazajistán», decía a un lado junto con una firma. Se dio cuenta de que era una pintura, tan realista que la primera vez que la vio pensó que era una foto.

En definitiva, supo que Otabek era raro porque en vez de pegar un póster de una mujer desnuda, ponía una pintura de un atardecer.

Tocó el marco con la yema de sus dedos. Era de madera, y Yuri tuvo que admitir que el contraste de fondo blanco junto con la imagen del atardecer era reconfortante.

Yuri apoyó ambas manos en el colchón tratando de sentarse. Con el movimiento, sintió algo molestarle en la pierna y cuando apartó la sábana, pudo verlo.

Era otro marco. A diferencia del marco de madera, este brillaba, y tenía un relieve que se asemejaba a olas de mar chocando entre sí. Yuri se preguntó si estaría hecho de oro. Estaba vacío, sin ninguna foto o pintura. Era pesado, y cuando Yuri lo levantó, encajaba perfectamente con la imagen del atardecer.

Colocó el marco en su sitio, y se levantó de la cama.

Al hacerlo, se dio cuenta de que Otabek había entrado en la habitación y lo miraba. No estaba usando el uniforme.

—¿Por qué tienes dos marcos? —preguntó Yuri.

Se acostó en su cama, y parte de él esperaba que Otabek se quejara de que estaba tocándole las cosas. No lo hizo.

Otabek se encogió de hombros.

—No me gustaba el que traía la pintura. Mandé a hacer otro.

Yuri miró con disimulo el marco que había tenido entre las manos, puesto en la cama de Otabek. Si no era de oro, tenía que ser de plata. Era un marco muy pesado como para no serlo. Yuri insistió.

—¿Por qué no te gustaba?

Otabek le ignoró la pregunta.

—Tú no tienes nada en tu pared —dijo, pero sin verlo.

Yuri se cruzó de brazos. Miró su propia pared, como si no la hubiera visto antes. No tenía ningún póster.

—No.

Yuri había entrado a otros dormitorios antes, y si algo había aprendido, es que la gente solía pegar pósteres. Él ya había visto demasiados. Bandas de rock, películas de súper héroes y de nuevo, mujeres desnudas. Ese último tipo de pósteres estaban prohibidos, pero nadie iba a entrar a las habitaciones de chicos solo para arrancarlos.

—¿Por qué pusiste un paisaje? —preguntó.

Otabek se movía de manera diligente encima de sus cosas, organizándolas. Le daba la espalda a Yuri.

—Porque me gusta.

Yuri hizo un sonido de «mmm».

—Soy Yuri. Soy de décimo año, supongo que tú eres un año mayor. —Hizo una pausa—. ¿No fuiste a clases hoy?

Otabek negó con la cabeza.

—Vamos a las mismas clases, y no tenía ganas.

Yuri subió las cejas, medio divertido que él le dijera esas cosas. Reprimió una sonrisa y entrelazó las manos.

—Puedo decirle al coordinador que faltaste a clase. Pueden castigarte.

Otabek se encogió de hombros, y miró a Yuri por un rato.

—Hazlo si quieres. Estás en todo tu derecho.

Yuri apretó la mandíbula.

—Bien —dijo entre dientes.

Dicho eso, salió de la habitación con una sonrisa.

Yuri se quedó de pie por unos segundos antes de tocar la puerta. Iba a arrepentirse después, se lo suponía.

Cuando Georgi le abrió estaba usando una mascarilla en la cara, y Yuri no hizo el mínimo esfuerzo por ocultar su desagrado. Estuvo tentado a decirle lo mal que se veía, pero se suponía que venía a su habitación a pedirle un favor. Y si iba a pedir un favor debía procurar no insultarlo, al menos en los próximos cinco minutos.

Algo le decía que se iba a arrepentir más rápido de lo que esperaba. Así que Yuri tuvo que ignorar la pasta verde y con grumos que Georgi tenía por todo el rostro.

—¿Qué quieres a esta hora? —preguntó Georgi.

—¿Que no es obvio? —Yuri puso el pie en la puerta, y empujó para poder entrar a la habitación—. Necesito tu autoridad como coordinador.

Georgi suspiró, y cerró la puerta detrás de él.

—Soy coordinador en horas de clase.

—¡Bueno! —Yuri movió sus manos a los lados. Luego sacó su teléfono y se lo mostró—. Son las ocho de la noche. —Georgi se llevó la mano a la frente y Yuri continuó hablando—. ¿Dónde está tu otro compañero?

Georgi caminó por la habitación.

—Casi nunca está aquí. Seung-Gil casi siempre duerme en la habitación de Phichit.

—Ya. —Yuri se sentó en la cama vacía y colocó las manos encima de su regazo.

Georgi se quedó viéndolo, fastidiado.

—¿Qué quieres?

Yuri sonrió, una sonrisa que solo podía ser de alguien que estaba a punto de obtener lo que quería.

—Tengo un compañero de cuarto ahora.

Georgi se mantuvo de pie apoyado en la puerta.

—Ah, sí. Otabek Altin.

Yuri frunció el ceño.

—¿Es que todo el mundo sabe de él? —Sacudió la cabeza—. Bueno, hoy faltó a clases.

—Sí, lo sé. —Georgi agarró una toalla, y se la pasó por la cara—. Él asiste conmigo.

—¿Y bien?

—Eso. Puede faltar toda esta semana. Hay materias con las que debe ponerse al día y hablar con los profesores. Incluso puede que vea algunas materias contigo.

—Lo que faltaba —dijo, mirando hacia el techo—. ¿Por qué tendría que ver materias conmigo? ¿Acaso tenemos la misma edad?

—Creo que lo expulsaron de su antiguo colegio. Así que probablemente sea un año mayor.

Yuri levantó las cejas y se incorporó en la cama. Eso explicaba por qué entraba al internado cuando el año ya había comenzado, y también hacía que Yuri se preguntara las razones de dicha expulsión.

—¿Acaso no hay una manera de que se vaya a otra habitación?

Georgi se encogió de hombros.

—Las normas dicen que…

—Ya sé lo que dicen las normas.

—…no puedes cambiar de habitación si las clases ya comenzaron. A menos que sea por acuerdo propio de ambas partes o por un incidente mayor. ¿Quieres cambiar con alguien más? —preguntó. Yuri parpadeó varias veces y Georgi continuó—: Tengo entendido que quisieron darle un dormitorio más grande, pero él quiere quedarse donde está. No podemos obligarlo.

—No es el punto que yo cambie de habitación o no. Esa es mi habitación.

—Sabes que no es tuya…

Yuri le mostró la mano, indicándole que se callara.

—Ya, como sea. Eres inútil. ¿Puedo preguntar por qué eres coordinador?

Al escuchar eso, Georgi se llevó la mano al pecho, ofendido.

—¿Perdón? No es mi culpa que nadie quisiera el puesto.

Yuri asintió con una sonrisa.

—La única manera que te pusieran ahí. Bueno, gracias por nada, supongo.

Esa noche cuando regresó a su habitación, Otabek no estaba.

Así que Yuri trató de dormirse temprano sabiendo varias cosas: Otabek era mayor que él y había cometido algo lo suficientemente grave como para causar que lo expulsaran de su antiguo colegio.

Cuando recordó lo que Georgi había dicho, Yuri sonrió. La única manera de sacarlo de la habitación era que el mismo Otabek lo decidiera así. Por supuesto.

Él iba a hacer que Otabek Altin se cambiara de habitación fuese como fuese.

1 Juin 2020 14:51 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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