jesslzz Jess Argarate

Melina, Gianna y Adrián son mejores amigos desde siempre. Sus diferentes personalidades confluyen en un mismo problema en común: una pesadilla compartida y recurrente que llena de terror sus días y sus noches. Una pesadilla que es el único recuerdo de lo que les ocurrió, a sus cinco años, cuando se perdieron en el bosque prohibido de Castel. Sobrevivientes de un trauma que no pueden recordar, experimentan toda suerte de fenómenos extraños. Reportes de apagones, luces misteriosas en el bosque y mascotas desaparecidas inundan las noticias locales. A pesar de sus experiencias alteradas intentan llevar una vida normal, hasta que sus rutinas se trastornan por completo cuando comienzan a percibir una poderosa presencia a su alrededor. La imagen de una chica de cabellos plateados irrumpe en sus vidas, un fantasma del pasado que los llama desde un lugar al que juraron nunca más volver. La única forma de descubrir la raíz del misterio será desenterrar la verdad oculta entre los oscuros pasadizos del círculo en el bosque, en donde nada es lo que parece ser. (Esta novela está terminada. Está compuesta de 37 capítulos que iré publicando todos los viernes)


Thriller/Mystère Déconseillé aux moins de 13 ans. © Todos los derechos reservados

#295 #sobrenatural #misterio #paranormal #pesadillas #fantasmas #suspenso
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Capítulo 1: Bosque

Sonó el timbre. Melina continuó inmóvil en su banco, abstraída del entorno. Entre la multitud de oscuras emociones que la asolaban había aparecido una nueva, una incómoda sensación de inminente desgracia que la venía persiguiendo desde las primeras horas del día. A estas alturas la sensación ya se había transformado en un presentimiento insistente del que no lograba deshacerse. El sonido del timbre terminó por transformarse en silencio sin que ella lo notara y para cuando logró reaccionar, el aula ya estaba vacía por completo.


La repentina soledad le produjo un escalofrío. El banco detrás suyo estaba tan vacío como el resto; Adrián había desaparecido a la mitad de la clase una vez más. Debía tener sus razones y Melina no podía culparlo, ella lo había estado evitando todo la mañana. Se sentía abstraída y lejana, como si todo lo que había ocurrido la noche anterior le hubiera ocurrido a alguien más. No comprendía la naturaleza de sus emociones. Quizás necesitaba más tiempo para procesarlo. Adrián había hecho uso una vez más de su talento único para escabullirse sin que nadie lo advirtiera, pero Melina no estaba segura de haber notado sus movimientos en su abstracción del mundo. En otro momento Melina se hubiera encogido de hombros sin más, pero hoy se sentía molesta porque no era el mejor momento para estar sola, no con ese péndulo de incertidumbre balanceándose sobre su cabeza. Frunció el ceño y se levantó de su asiento. Cuando rescató su mochila del suelo un recuerdo inquietante en la voz de una compañera llegó a su mente. Sacudió la cabeza para sacárselo de encima, salió del aula y sus pasos veloces resonaron en el pasillo. Desde allí se alcanzaba a oír el bullicio de los estudiantes bajando el último tramo de las escaleras. Todos se dirigían hacia la planta baja porque había un evento en el salón de usos múltiples, una presentación de asistencia obligatoria para los alumnos. Melina se sintió afortunada de que la directora hubiera elegido justo esa hora para hacerla; saltarse la clase de matemática representaba un gran alivio para su cerebro sobrecargado.


Llegó a la escalera pero algo la obligó a detenerse ante el primer escalón. La sensación se manifestó una vez más, implacable. Sabía que algo malo estaba a punto de pasar, lo sentía en cada centímetro de piel. Lo único que no sabía era de dónde provenía la amenaza. Ante sus ojos inquietos la membrana de la realidad vibró, un sutil temblor en el aire se hizo visible. Un momentáneo desenfoque desdibujó los bordes de los objetos a su alrededor, como si se tratara de una escena de sueño en una película. Melina parpadeó y todo pareció recobrar su nitidez. Pero al mirar hacia abajo notó que algo había cambiado. La escalera del colegio había sido cubierta por completo por una hojarasca húmeda y revuelta. Dentro de ella se extendía una intrincada red de raíces y troncos parcialmente consumida por un suelo oscuro.


Su cerebro reaccionó buscando una respuesta lógica y comprensible. Lo que estaba observando podía tratarse de uno de sus tantos sueños hiperrealistas. Debió haberse quedado dormida sentada en su banco y ahora estaba soñando. Melina sintió que sus sentidos se agudizaban buscando una pista. Tantos años de sufrir pesadillas le habían otorgado la peculiar habilidad de detectar esos detalles borrosos, indefinidos, que diferenciaban un sueño de la realidad. Melina tanteó con su pie, pero el suelo era sólido y firme. Sus dedos recorrieron la textura del tiro de la mochila sobre su hombro pero su relieve estaba allí, bien marcado y continuo. Desde las paredes una multitud de afiches coloridos invitaba a los alumnos a participar de fiestas temáticas o a inscribirse en talleres de artesanías o clubes de ajedrez. Podía leerlos y entender lo que decían: el centro de comprensión del lenguaje de su cerebro se hallaba activo. La claridad de la mañana entraba a raudales por la ventana del pasillo y hasta podía distinguir el polvo suspendido, brillando como chispas dentro de los haces de luz. La charla ruidosa de sus compañeros se oía con claridad. Todo parecía normal, excepto por esta imagen imposible, que seguía ahí, firme ante sus ojos. La suma de detalles percibidos indicaban que esta vez no se trataba de un sueño. Ante esta revelación el miedo a lo desconocido se instaló en su interior, aferrándose a su pecho con garras heladas.


El suelo boscoso parecía real. Sin dudas, era real. El efecto era fantástico, como si alguien hubiese editado la escena usando algún mágico software de retoque, recortando el extraño paisaje desde otro lugar y pegándolo, sin costuras visibles, encima de la imagen original. Melina trató de controlar su miedo respirando hondo. Debía haber alguna forma de deshacer esta ilusión. Reuniendo un poco de valentía dio un paso hacia adelante, esperando que el espejismo colapsara como un castillo de naipes. Pero nada sucedió. Cada escalón parecía estar oculto en parte por hojas secas y restos de corteza, pero de alguna forma era posible percibir que aún estaba allí. Continuó descendiendo, observando como algunas de las barras verticales de la baranda se habían transformado en delgados troncos de pino que luchaban por alcanzar un cielo cubierto y gris. Bajó otro escalón y alcanzó a ver a algunas de sus compañeras charlando al pie de la escalera, que ahora lucía como un pasadizo en el bosque de sus pesadillas. Uno de los chicos parecía estar apoyado contra un árbol, pero nadie parecía notar el cambio. Melina quería creer que su alucinación iba a desaparecer en cuestión de segundos, pero nada indicaba que así fuera. El bosque parecía hacerse más real a cada paso.


Dos peldaños más abajo, lo que más temía apareció ante sus ojos. Ella. Arrodillada en la escalera, con la cabeza gacha, la joven parecía estar meditando o rezando una plegaria con gran concentración. Sus largos cabellos, tan rubios que ya eran blancos, caían en cascada por sobre sus hombros huesudos. Vestía una túnica de color azul demasiado holgada para su cuerpo. Su piel era pálida, macilenta. Sus pies descalzos parecían brillar en el contraste con la tierra oscura del suelo del bosque. La aparición levantó su rostro hacia ella y Melina se largó a llorar en silencio, su terror derramándose en forma líquida, incontrolable. Había otro sentimiento allí, junto al terror. Pero no fue capaz de descifrar lo que era.


Melina sabía que este encuentro era inevitable. Sabía que era cuestión de días, de horas, para que Ella se le apareciera cara a cara, así como se le había aparecido a los demás. Era lo que había estado esperando, temiendo, escapando. Pero aún así su cerebro racional insistía en transmitirle la imposibilidad de lo que sucedía, albergando aún la absurda esperanza de que no le pasara a ella. Esa parte de su cerebro se resistía a creer a pesar de que su sentido de la vista le enviaba señales opuestas: todo esto estaba pasando de verdad. Era real. Pero a la vez no, no podía estar pasando. En esa contradicción interior el miedo se instaló con fuerza, haciendo latir su corazón en saltos desesperados.


La chica de cabellos plateados tenía los ojos cerrados. Su boca murmuraba palabras ininteligibles. Melina cerró sus ojos con fuerza, esperando que la aparición se deshiciera en el aire. Entonces oyó una voz muy baja, apenas un susurro suave. No podía entender las palabras que murmuraba, pero llegaba a captar que era un mensaje para ella. Se sintió como una vieja antena de radio tratando de sintonizar una frecuencia lejana y fantasmal. De pronto el dial hizo contacto y logró comprender lo que la voz intentaba decir. Comprendió que la imagen que la rodeaba era el propio mensaje. Era el bosque. Debía volver al bosque. Y debía volver al bosque de inmediato.

Melina abrió los ojos y se resistió a seguir oyendo. No iba a escuchar más. El bosque era un viejo enemigo, un horror secreto que no quería volver a visitar. Ante esta amenaza su cuerpo intentó activar un reflejo defensivo. Melina cerró sus manos en puños temblorosos y quiso retroceder. La aparición percibió el cambio, dejó de murmurar y se quedó inmóvil. Entonces logró reconocer esa sensación que anidaba junto al miedo. Algo en esa imagen pálida le resultaba muy familiar. Tuvo la certeza de haberla visto antes, hace años, hace días. ¿Cómo podía conocer a un fantasma que no había visto jamás en su vida?

Ella abrió los ojos. Melina contuvo el aliento ante ese tono de azul sobrenatural que emanaba de esos irises gigantescos. Sintió que esa profundidad abisal la absorbía, la consumía poco a poco en la tentación de dejarse ir, dejarse atrapar, flotar en esas aguas. Era una invitación a saber la verdad, luego de tantos años. Pero junto a esa noción de familiaridad había otro sentimiento, uno que se parecía mucho a una advertencia. Una señal de alarma, de confianza rota. Un resentimiento.

Confundida, Melina retrocedió un escalón, luego otro más. Cuando se atrevió a mirar otra vez, la joven había desaparecido. Sus piernas quisieron correr, escapar a casa. Fue entonces cuando se dio cuenta de que ya no podía caminar. No podía moverse en lo más mínimo. Una brisa suave alcanzó su cabello. Como solo podía mover sus ojos observó todo a su alrededor. El bosque irreal parecía haberse extendido hasta formar una especie de claro, un área delimitada por pinos frondosos. Un círculo. Su corazón se desbocó y un sudor frío corrió por su espalda. Ese bosque era la cuna de todo el terror de su vida. Miró hacia arriba y el techo ya no estaba allí, en su lugar había un cielo gris que se deshilachaba en finos retazos de negro. Se sintió liviana, deshecha. La invadió una horrible sensación que conocía bien: su cuerpo se estaba quedando dormido.

El timbre volvió a sonar y el cielo, los pinos y la hojarasca se deshicieron en volutas de humo. Ahora el cuerpo de Melina se había adormecido por completo y no respondía a sus órdenes. Sus rodillas se aflojaron, sus músculos perdieron toda su tensión. Pero mientras su cuerpo se desplomaba su mente continuaba despierta, tan despierta que ahora podía ver que la escalera había vuelto a ser la de siempre, la misma que había subido y bajado cada día desde la escuela primaria. Una escalera que parecía acercarse a su rostro en cámara lenta y que cada vez se veía más grande. Pudo saber que la textura arenosa del cemento estaba conformada por miles de pequeños puntos en todos los tonos de gris y negro que pudieran existir. Y esos puntos crecieron y crecieron hasta que el gris lo llenó todo y ya no hubo nada más que ver.


Melina tomó una bocanada de aire ante lo inevitable, el terrible poder de la fuerza de gravedad que la había arrastrado hacia una filosa realidad.


29 Mai 2020 15:19 1 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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Jazmin 03 Jazmin 03
Ow! Me encantó el comienzo de tu historia, transmitió mucho. Éxitos :)
May 18, 2021, 21:46
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