Vivo con un monstruo desde hace años, pero soy yo la que está escondida en el armario, un armario protegido por el silencio y la mentira. Mentira disfrazada de felicidad.
Maldito deseo de libertad. Deseo de vida, deseo de un todo que nunca llegaré a experimentar, aunque sea lo que más ansíe.
Conocí a mi monstruo años atrás, aunque antaño no era así. Mi recuerdo de él muestra una imagen borrosa de un apuesto y encantador hombre. Dicha imagen ha ido emborronándose con el paso del tiempo, haciendo de ésta la figura de un engendro esperpéntico y malicioso.
Los latidos de mi corazón tapaban ese reflejo que ahora logro ver, haciendo un inefable disfraz de príncipe azul, mas ahora consigo ver la rana que pudo apagar mi alma.
Los mismos latidos que lo protegieron durante varios años, son los que él destruyó con el último bofetón que me dio.
Los monstruos existen, son muy perspicaces en cuanto a inteligencia me refiero, pues son capaces de ocultarse bajo el aspecto de un hombre. Pero un hombre no te hace sufrir, un hombre es una persona, al contrario de un monstruo.
Mi resiliencia me ayudó a continuar durante varias caídas, mas la melancolía llenó los profundos huecos de mi corazón.
Logré ver sus garras atrapando mi cuello antes de caer en un abismo. Un frío y oscuro abismo del que se es imposible escapar, como es la muerte.
Merci pour la lecture!
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