Efímeros.
Así somos todos en este mundo. No tenemos asegurado cuánto podrá durar nuestra vida, si mañana estaremos o si lo último que diremos es lo que quisimos realmente decir.
Es extraño, ¿cierto? No tenemos asegurada la vida, pero sí la muerte. Cada paso que damos y cada decisión que tomamos nos llevan a un mismo camino, sin embargo, también nos alarga o acorta los días.
Samantha siempre sintió escalofríos cuando escuchaba algo referente a la muerte. Odiaba que las personas a su alrededor murieran aunque ya se lo esperaba al ser tan mayores, detestaba pensar en cómo sería su muerte. Ni siquiera tenía esa duda, quería vivir todo lo que tenía que vivir, ser feliz.
En cambio Dylan era más frío con ese tema. Había perdido la sensibilidad a todo lo referente a ello porque entendía que algún día pasaría, tarde o temprano la muerte nos alcanza a todos. Pero allí de pie, frente a un ataúd que contiene su cuerpo inerte dentro, odió con cada fibra de su ser que le alcanzara. ¡No era el momento! Incluso él lo sabía. No era hora de decir adiós, tal vez por eso aún seguía estancado en el mundo de los vivos viendo como todos lloraban su pérdida.
―No lloren ―suplicó―. Sigo aquí, por favor, no lloren.
No podía creer que su existencia había acabado. No entendía el por qué seguía en la tierra. ¿Iría al cielo? ¿Dónde está la luz que lo guía hasta Dios? ¿Y dónde está Él? ¿Se quedará estancado aquí? ¿Iría al infierno?
¿Y qué rayos pasaría con Samantha?
Observó los rostros tristes y empapados de lágrimas de sus allegados, todos vestidos de negro y escuchando las palabras que decía el cura, frases que no llegaban a sus oídos porque solo lograba percibir el llanto de ella. Le destrozaba el corazón verla así: hecha pedazos.
“Todo por mi culpa”, pensó, derrotado.
El sonido de unas cadenas lo sacó de sus pensamientos, eran las que sostenían su ataúd y lo descendían poco a poco a la fosa a la que ahora pertenecería.
Samantha observó como la caja bajaba y la realidad la golpeó con fuerza, haciendo que cayera de rodillas. Era en serio, su amado estaba muerto; con quien iba a casarse, tener una mascota (o varias) y tal vez dos bebés, una casa nueva, un futuro. Él ya no estaba y con él se fueron todas sus ganas de vivir.
Nunca se detenía a pensar en la muerte y tampoco imaginó que perdería a su alma gemela tan pronto. En su cabeza se repetía que no debió dejarlo ir, furioso y herido, que debió hacerle caso y quedarse junto a él. Demostrarle que lo amaba por encima de todas las cosas.
Incluso de sí misma.
La tierra empezó a cubrir el ataúd de Dylan y eso la rompió más. Las lágrimas bajaban por sus mejillas como una cascada y su cuerpo temblaba de dolor, rabia y desesperación.
―No, no… ―suplicó―. ¡No lo hagan! ¡Deténganse!
Se levantó y se acercó a la fosa, a punto de lanzarse junto a él. Sin embargo, Leonard fue más rápido y la tomó de la cintura, alejándola de allí a pesar de sus patadas y golpes. Perdieron el equilibrio y cayeron al suelo pero no la soltó, al contrario, la abrazó con todas sus fuerzas.
―Sáquenlo de allí ―suplicó―. O llévenme con él, por favor. N-no voy a po-poder sin él ―gritaba entre sollozos.
“Es mi culpa, es mi culpa. Perdóname, Dylan. Lo siento muchísimo” pensó ella, apretando sus párpados para dejar de soltar lágrimas pero no funcionó.
― ¡Debió llevarme a mí! ¡No a él! ―gritó ella y un dolor de cabeza le hizo callar. Sus manos cubrieron la zona adolorida mientras seguía llorando y tenía que dejar de hacerlo o sería peor.
Dylan se acercó y se acuclilló frente a ella. Sus ojos grises demostraban la tristeza de su corazón mientras la observaba. Alzó la mano para acercarla a su rostro y se detuvo a centímetros, casi rozando su piel.
“¿Podría sentirme de nuevo?” se preguntó él y acercó su mano a su mejilla. Notó los vellos de Samantha erizarse y ella inhaló con fuerza, alejándose de inmediato. Lo logró.
―Aquí estoy, nena. Aquí estoy, no me he ido ―susurró, cerca de su rostro.
El olor a menta, característico de Dylan, llegó con fuerzas al rostro de Samantha. Observó a su alrededor, preguntándose qué rayos había sido eso.
― ¿Dylan? ―preguntó.
―Sí, sí. Soy yo, ¿me oyes? ―preguntó él, tomando su mano. Notó como Samantha miraba su mano con horror y la apartó―. Lo siento, lo siento.
― ¿Qué sucede, Sam? ―preguntó Leonard.
―Está aquí ―respondió ella en un susurro―. Él está aquí.
―Sam, escúchame por favor ―suplicó Dylan―. Te amo y siempre lo haré. Siempre estaré contigo, verte y no poder hablarte y que me escuches o me veas es mi castigo. Pero al menos puedes sentirme y espero que nada ni nadie pueda quitarme eso. Sé feliz ¡y no cometas ninguna locura, joder! Te amo, Samantha. En serio lo hago, incluso después de muerto.
Se levantó decidido a irse de allí, por el bien de Samantha. No quería afectarle más de lo que ya lo había hecho y se alejó. Notó como negaba con la cabeza y se dio media vuelta para no verla sufrir más, al menos por hoy.
―No, no ―dijo mientras se levantaba―. ¡Dylan, no te vayas! Yo… ¡Yo también te amo! ―gritó, buscándole.
“¿Me escuchó?” se preguntó él, con esperanza.
Observó a su alrededor y notó que todos la veían con lástima, como si se hubiese vuelto loca de la noche a la mañana. Él volvió a verla y se fijó en su resplandor, porque eso era Samantha: un ser de luz. En donde ella estuviera, siempre había luminosidad, sus ojos, su risa, su rostro… Y ahora estaba ahí, titilando, a punto de apagarse.
Samantha cayó al suelo porque sus piernas no paraban de temblar y sollozó con fuerza.
―Por favor, no te vayas. No me dejes sola, Dyl ―rogó, haciendo que una lágrima recorriera la mejilla del fantasma frente a ella.
¡Hola! Es mi primera vez publicando en Inkspired, soy nueva en la plataforma.
Esta historia es muy especial para mí porque la escribo con mucho cariño y busco que se vea lo más profesional posible, así que aparte de amor, tiene mucho esfuerzo.
Espero que te guste, si es así, déjamelo saber en los comentarios.
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También tengo página de Facebook y grupo de lectores: D. E. Liendo.
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¡Espero verte por allí!
¡Un beso!
Merci pour la lecture!
Recomiendo realmente que lean esta historia. Cada capítulo te hace amar a los personajes y sufrir con ellos, además de que es entretenida y se lee muy fluido. Dani sabe cómo dejar intriga para que quieras seguir leyendo más y más.
Es una muy buena historia, corta, entretenida, fácil de leer y con toques de humor. Te enamoras fácilmente de los personajes.
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