Cuando se abrió el cuarto sello, la mortandad y el hambre se desataron sobre la cuarta parte de la Tierra. Las fieras surgieron de sus entrañas, matando con espada y hambruna todo lo vivo. Y ahí estaba yo, en medio de todo, montando mi caballo pálido, y el Hades siguiendo mis pasos en medio de la ruina. Soy Muerte, el cuarto jinete.

Cuando se abrió el primer sello, los mayores generales cabalgaron a tierras baldías. Erigieron monumentos y naciones, pero fueron a más. Movidos por el deseo de conquista, destruyeron cualquier ápice de resistencia a su poder, y se bañaron en gloria. Y en medio de todo eso, estaba yo, montado sobre mi caballo blanco y una corona sobre mi cabeza. Soy el primer jinete.

Cuando se abrió el segundo sello, la paz en la Tierra fue arrebatada. Los hombres se degollaron unos a otros en un frenesí de violencia y sangre, y yo estaba en el medio de todo, montado sobre mi caballo rojo y una gran espada sostenida en mi mano derecha. Soy el segundo jinete.

Cuando se abrió el tercer sello, el hambre se apoderó del mundo. Las cosechas cayeron y el ganado colapsó, y los hombres se devoraron entre ellos en pos de saciar su apetito. Y en medio de todo eso, estaba yo, montado sobre mi caballo negro, y una balanza en mi mano. Soy el tercer jinete.

Cuando los cuatro sellos se abrieron, los Jinetes cabalgaron a través de la Tierra. Trajeron gloria, guerra, hambruna y muerte a los hombres, devastando naciones y hundiendo a las gentes en la desesperación.

En su lecho, la inconsciencia resultaba grata al poder omitir los llantos desgarrados de la esposa, y sus tres hijas, de otro modo, aquella transición resultaría un tormento. Ni siquiera sentía lo agotado del cuerpo, únicamente su corazón repasaba armoniosamente los días de la infancia. De pronto, entre la oscuridad que las velas no lograban alejar, se abrió paso un jinete encapuchado sobre un negro corcel. El hombre entonces perdió la paz, y rezó, seguro de que lo habían condenado al infierno.