Y luego empecé a reír, me daba risa que creyese fervientemente en mí como alguien maliciosa, tal como una bella rosa que esconde las espinas, yo creo que la flor venenosa terminó siendo ella, porque con sus acciones demostró que no tuvo un ápice de voluntad para admitir que ya no deseaba seguir regando el terreno fecundado con las semillas de ávidas plantas de cariño, compresión y más sentimientos genuinos...

Ahora el terreno yace yermo porque ninguna lágrima más volvió a regarlo y ningún suspiro de alivio que emulase al placer pudo procurarle deliciosos vientos benignos.

Cuando habló con voz tremulosa para advertirme de mi naturaleza abyecta, sentí algo, ¿cómo llamarlo? "tristeza" su voz antes volátil tal como los girasoles bailarines ante la gravedad que el viento ejerce en sus pétalos me hacía estremecer y sonreír, era un soplo de viento fresco directo a mi rostro, aunque, cuando volvía a escuchar su voz, dejé de sentir algo...

Tenía problemas en aceptar su cuerpo, se sentía gorda y sin atractivo alguno. Comía normal, pero con la cuarentena comenzó a hacerlo en exceso, quizás por ansiedad y cuando se dio cuenta, ya era tarde. La ropa que antes le quedaba bien, ahora le apretaba y cada vez que se veía en el espejo, sus ojos le devolvían una mirada llena de asco. Tiempo después, decidió revertir esta situación, sabía que no sería fácil, pero de todas formas lo quiso intentar: su primer paso fue comenzar a beber más agua.