—Asesino—dijo en voz baja pero clarísima. Raskolnikof siguió a su lado. Sintió que las piernas le flaqueaban y vacilaban. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Su corazón dejó de latir como si se hubiese separado de su organismo. Dieron en silencio un centenar de pasos más. El desconocido no le miraba. —Pero, ¿qué dice usted? ¿Quién… quién es un asesino? —balbuceó al fin Raskolnikof, con voz apenas perceptible. —Tú, tú eres un asesino —respondió el desconocido. Tomado de Crimen y Castigo.
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