El espejo roto le advertió que ella no se había reconocido en él. Los vecinos solo habían escuchado el ruido del cristal al fragmentarse. Ella no había gritado; los daños cerebrales le habían impedido responder al dolor de los cortes en las manos.

No titubeó cuando encontró a su hermana tumbada en el suelo del baño rodeada de pastillas. Quizás ese control de la situación se debiera a que ya había asistido antes a una sobredosis de al menos uno de sus padres biológicos.

Ella caminó como si con su paso moviera el planeta de órbita.

A través del cristal, ella observó los edificios de enfrente. Y conectó la vida de personas desconocidas formando figuras abstractas al unir con líneas imaginarias las ventanas iluminadas de sus hogares.

Él dejó la pistola sobre la mesa. Abrió la nevera y está le eructó ruididamente exhalando el cerdo agridulce del día anterior.

Decían que esa chica nunca se reinsertaría. Pero tras caerme por las escaleras en una misión, ella fabricó una silla de ruedas eléctrica con una butaca de un cine abandonado, las ruedas de un carrito de supermercado tirado en la calle y la batería de un coche teledirigido de una desechería.

Era la quinta vez que se contestaban con preguntas. Lo que le indicó que ambos estaban a la defensiva y que ninguno iba a dejarse convencer por el otro.

Solo me siento sola cuando me veo a través de los ojos de los demás.

Hablo con el gato. Creo que escucha más que algunas personas.

Esa chica inadaptada llevaba un destornillador fijo en el bolsillo. Había arreglado la mitad de electrodomésticos del vecindario. Tal vez esa ansia por reparar trastos viejos se debiera a que creía que había algo defectuoso en ella.

Lo malo de ser solitar@ es que nunca tienes coartadas

El cielo estaba tan nublado que apenas se asomaba la noche.

Entre las ramas de los pinos, el viento compuso un sonido parecido al de las olas, como si el mar y el bosque hablaran el mismo idioma. Me imaginé a ambos conversando sobre lo que ocurría en la isla. ¿Por qué no? También del asesinato.

La mariposa se camufló durante unos segundos entre los pétalos de una rosa. Esa mariposa y los secretos tenían algo en común; podían mantenerse algún tiempo ocultos, pero a la larga salían a la luz

Las moscas que volaban bajo la farola aceharon al perro moribundo. Ignoro desde cuando agoniza; pero si un perro vive menos que un ser humano, el tiempo le pasará más lento. Al verme reflejada en sus pupilas he comprendido que soy lo último que él verá.

La forense me miró como al insecto que devoraba el cadáver sobre la mesa de autopsias.

En las ventanas más altas del edificio de la comisaría se reflejaban las estelas de dos aeronaves en el cielo. Formaban una X, como si marcaran el lugar en un mapa tridimensional de la ciudad.

El detective se aproximó al cadáver de la mujer que yacía en el solar abandonado y sentenció: —El ser humano es el único habitante del planeta que comete feminicidio. Ser humano no significa ser algo bueno.

Me vi reflejada en las gafas de sol. La desconocida se las había puesto para ocultar su dolor; o alejarse del mío.

Clavó las pupilas en el reloj de pared cuya esfera representaba el grito de Munch. Ese rostro enfermo esbozaba una mueca horrorizada, como si el tiempo se le hubiera agotado.

El perro cojo, el gato ciego, el hamster tullido... La casa parecía una clínica veterinaria, pero, la fecha de caducidad de los animales que su hija acogía era corta, y a esa chica solitaria le costaba demasiado hacer amigos.

Ella bajó el ala del sombrero en silencio para fingir que mi comentario no le había herido. Pero las lágrimas ya empañaban sus ojos.

Ahora ya sé porque le gustaba nadar. Bajo el agua no se oía a la gente hablar.

Los buen@s maestr@s jamás te responderán con un: "Eso ya lo deberías de saber".

Las nubes parecían continentes extraños de un mapa de otro mundo. Se iban distanciando como los países desarrollados de los subdesarrollados.

Cuando el camarero se alejó, Javier acanzó el vaso de cerveza y se reclinó en la silla de mimbre. —Fernando, si hay algo que tengo claro es que quiero vivir el año que me queda.

Las arrugas de la almohada dibujaban los rasgos de su mujer fallecida, como si parte de su alma se hubiera impreso en esa tela cincuenta por ciento algodón cincuenta por ciento poliester.

A él, las explosiones que emitían los informativos le resultaron ajenas. Ignorante de que ella se hallaba en el epicentro de una.