Sentí que estaba viviendo mi vida sin darme cuenta de que había una canción de fondo. Esa melodía no me gustaba, pero nunca me había detenido a cambiarla. Somos nosotros y solo nosotros los responsables de musicalizar nuestra vida. Lo importante es darse cuenta.

Cupido siempre se quejó de que él enamoraba al mundo, pero era incapaz de sentirlo en carne propia. Una vez, se le ocurrió pedir un deseo en navidad y Santa Claus le concedió el milagro a cambio de renunciar a sus funciones. Cupido se enamoró. ¿Qué pasó? El mundo se volvió un caos sin el amor de Cupido. Tuvo que decidir, muy a su pesar, revertir su deseo, abandonar a su amado. Solo queda un recuerdo de aquello: el muérdago de navidad. Donde todos los años, Cupido se reencuentra con su amor.

Un año de adultez, de encontrar mi propio camino. Obtuve mi diploma, el premio por los esfuerzos. La felicidad de terminar una etapa, la curiosidad y emoción por empezar otra, y también inseguridades y miedos. Todo eso se resume en "cambios", una salida forzosa de la zona de confort. Pero una va aprendiendo, ganando habilidades y nuevos amigos en el camino. Estoy lista para afrontar el 2020.

Y no me refiero al acto físico que los crea, sino de dónde provienen sus almas. Me gusta creer que antes y después de la vida hay un espacio y tiempo diferentes al nuestro, pero todos están conectados entre sí. ¿Traerán los bebés los secretos del universo? Lástima que para cuando aprenden a hablar ya lo han olvidado todo.

Querida vida, ¿por qué insistes con las fuentes finitas? Disgusta saber que tienen vencimiento, desilusiona. Quedan dos opciones: dejar de buscarlas o disfrutar de su existencia mientras dure. Por otro lado, me pregunto: ¿qué somos los seres humanos para pedir algo así a la vida, a la que tanto hemos quitado? ¿No somos acaso también nosotros los responsables del agotamiento de las fuentes? Quizá exista una tercera posibilidad: esforzarse al máximo para mantenerlas fluyentes. Ser responsables.

Era otra noche común de lluvia torrencial. Pero esta fue especial: soñé contigo. Hacía mucho que no lo hacía. En mi sueño hablábamos y dormíamos juntos, se sentía tan real. ¿Sabes que fuiste la primera vez que amé tanto? Antes de dormir te dije "adiós" y repetiste la palabra. Desperté en mi solitaria habitación. Todavía te extraño, guardo en mí los más mágicos recuerdos, eso no cambia, pero ya estaba en paz, me había despedido. Había dejado de llover, ya me sentía listo, ya podía amar otra vez.

En la oscuridad, ellos se buscaban para inventar un nuevo idioma, uno que no necesitaba palabras para estar cargado de significados. Lo sustancial era transmitir, percibir, deleitarse en el placer provocado y en el propio goce. Todo transcurría en el ritmo de este lenguaje, que siempre terminaba volviéndose poesía. Lo más maravilloso de este nuevo idioma, que es único y a la vez es infinito, es que en él se produce el arte de combinar almas y cuerpos.

Un vigilante, bastante mayor, trabajaba por las noches, observando las cámaras de seguridad. Pero esta vez, algo mágico ocurrió: las diferentes pantallas comenzaron a mostrarle su pasado, personas queridas, el agua corriendo en un río, una araña tejiendo... Por esos segundos lo comprendió entonces: la vida jamás fue algo lineal, todo está conectado con todo. Sintió que aprendió de sus errores y descubrió la importancia del prójimo y la naturaleza. Y así murió: de un infarto súbito, en su puesto.

Es difícil resumir tanto viaje en tan pocas palabras, pero me arriesgaré, igual que cuando me animé a viajar. Un enorme desafío. 9800 kilómetros. Al otro lado del mundo. Naturaleza. Especies únicas. Paisajes increíbles. Otro idioma, otra historia. Diferente comida, nuevos sabores y olores. Las mismas sonrisas en las almas. Otras culturas. Nuevas personas, la misma humanidad detrás de distintos colores de ojos, de piel y de creencias. Una realidad. Un sueño. 9800 enseñanzas. Un viaje de ida.