mr_riz_rhymer Riz Rhymer

Un hombre, una reina, un destino. La leyenda del hombre cuyas flechas disparadas desde su arco volaban más de mil metros hasta dar en el blanco se perdió en el olvido, siendo omitida en los libros de historia, pero hoy, a tantos siglos después de haber ocurrido, la leyenda debe ser contada.


Cuento Todo público.

#arena #Masyaf #Cleopatra #egipto #tirador #Tirador-de-las-Arenas #Carlo-Magno #Griego #grecia #imperio #faraona #emperador #reino #faraón
Cuento corto
2
3.2mil VISITAS
Completado
tiempo de lectura
AA Compartir

Tirador de las Arenas

Durante el gobierno de Cleopatra en Egipto, existió un hombre al servicio del trono. Este hombre no destacaba por fuerza física, ni por altura, ni por habilidades en combate cuerpo a cuerpo. La gente lo conocía porque él era el tirador de las arenas, el hombre que había derrotado a ejércitos completos con una sola flecha antes de que pudiesen siquiera llegar cerca de su base. Un tiro certero al cuello del general enemigo y todo se acababa.


Pero tampoco era conocido por su puntería, la cual en efecto superaba por mucho a la de sus camaradas arqueros, sino por su habilidad de disparar flechas a más de dos mil metros de distancia, un logro que solamente podría ser atribuido a un dios.


Un día, el tirador de las arenas, que respondía al nombre de Masyaf, fue enviado a Grecia, junto con su majestad Cleopatra, para protegerla mientras ella atendía asuntos pendientes con el gran emperador Alejandro Magno. Todo estaba tranquilo, como cualquier día normal en la vida de un guardia de la gobernante de Egipto, pero algo era diferente, y no era porque estuviesen en un terreno ajeno a ellos, sino porque alguien estaba mirándolos. Masyaf lo sabía. Podía sentir los ojos de aquella persona penetrarle la espalda.


No podía ser otro que un asesino enviado para asesinar a la mandamás del país de las arenas, pero ella no temía, pues confiaba su vida a aquel hombre que se encargaba de protegerla. Masyaf velozmente desenvainó su espada curva y arremetió contra el asesino cuando este estuvo a escasos centímetros de alcanzar a la monarca. Lo arrojó contra el suelo, reemplazó su espada por su arco en su mano derecha, sacó una flecha de su carcaj, la cargó en el arco y disparo.


La fuerza ejercido sobre la flecha provocó que agujerara el pecho del asesino y se enterrase profundamente en el suelo debajo de este. Todos los presentes quedaron asombrados, pero lo que no sabían era que no había sido él, sino su arco quien había emitido semejante poder de disparo. El arco que el guardia tenía en sus manos había sido un regalo de Horus, quien había buscado a un mortal para recobrar la fe en la humanidad. Retó a cualquiera a que levantase su arco. Quien pudiese siquiera tomarlo sin morir quemado, se lo podría quedar. El resto de la historia creo que se deduce bien.


Tras ese incidente, guardias del palacio de Alejandro acompañaron a Cleopatra y a su guardaespaldas a su habitación, donde ambos pasarían la noche. Claro, la monarca dormiría mientras Masyaf vigilaba que nadie entrase por la noche y la matase.


Los días pasaron y Cleopatra y Masyaf volvieron de regreso a Egipto, donde el guardia fue recompensado por sus acciones el primer día de estancia en Grecia. Pasaron los años, y Masyaf nunca abandonó su deber como guardia del trono. Muchos lucharon contra él en contiendas para tener el honor de reemplazarlo, pero ninguno pudo vencer al portador del arco de Horus.


Un día, algo cambió en la relación entre Grecia y Egipto. Se podía oler a leguas el arma del deseo de guerra por parte los griegos. Claro está que Egipto no perdió tiempo alguno y comenzó los preparativos para la guerra. Almacenamiento de provisiones, fabricación de armas, construcción de fortificaciones, entre muchos otros en la lista. Masyaf, por orden de la faraona, encabezó al ejército egipcio contra los griegos.


La batalla se avecinaba, y Egipto estaba listo para recibir a su enemigo con sangre y fuego. Llegó al fin el día de la llegada de los… el griego. Así era: un solo hombre armado llegó ante el palacio y ordenó ver al general Masyaf de inmediato. El tirador de las arenas bajó de los balcones de los aposentos de la faraona para atender las demandas de aquel hombre.

Al llegar ante el guerrero griego, Masyaf exigió saber de qué se trataba todo eso. ¿un truco? ¿una rendición? No lo sabía. El soldado griego se limitó a entregarle un pergamino enrollado. Masyaf lo tomó, lo abrió y leyó sus contenidos:


“respetable general Masyaf: se le informa por medio de este documento, que serán invadidos por el ejército de Grecia si es que no aceptan dos condiciones para su rendición ante el poder de nuestro imperio:


La primera condición es que se instale un gobernante griego criado en Egipto a partir de la muerte de su actual gobernante.


La segunda condición es que usted entregue, al imperio de la gran Grecia, el arco del dios Horus, como trofeo de victoria sobre su pueblo. De lo contrario, nos veremos obligados a atacar cuanto antes y someter a su pueblo mediante cualquier método que sea necesario utilizar. Por favor, razone y elija lo que es correcto para su pueblo.


Masyaf obviamente largó al emisario de regreso a su tierra. Acto seguido, regresó al palacio a reencontrarse con su alteza. En el camino hacia los aposentos de Cleopatra, Masyaf se puso a pensar en las palabras que en ese pergamino estaban escritas. Reflexionó el si valía la pena sacrificar a todo su pueblo por solamente una persona, pero cuando hubo de tomar la decisión, no dudó en mantenerse firme en su deber de proteger a la gobernante de Egipto.


Justo tras entrar en los aposentos, pudo encontrar a cleopatra siendo atacada por un nuevo asesino. Masyaf corrió para tomar su arco del suelo junto a la cama de la monarca y una flecha de su carcaj. Cargó la flecha y la disparó, acertándole al atacante en la cabeza. Él creyó que ya había acabado lo peor, pero estaba equivocado. Un segundo asesino salió de entre las sombras de los aposentos y, con una daga, apuñaló por la espalda al guardia de la faraona. Este, con sus últimas fuerzas, logró matar al segundo asesino a base de golpearle la cabeza con su arco.


Masyaf cayó al suelo, malherido y cansado. Cleopatra se arrodilló junto a él para acompañarle mientras la vida se desvanecía de su cuerpo. Tras unos segundos de agonía, Masyaf, el tirador de las arenas, murió.


Debido a la ausencia de Masyaf en la batalla contra Grecia, el imperio griego tomó Egipto, y a su gobernante como prisionera.


Se dice que, aún tras lo escrito en aquel pergamino, Alejandro Magno mostró respeto a la leyenda de aquel hombre y dejó el arco de Horus en el palacio del faraón como reliquia sagrada del hogar y tierra del gran Masyaf, el Tirador de las Arenas…

26 de Julio de 2020 a las 01:26 2 Reporte Insertar Seguir historia
3
Fin

Conoce al autor

Riz Rhymer Poeta, escritor, una pizca de filósofo y gran amante de una buena historia. Si, suena muy ñoño, pero es cierto, y me apasiona la literatura, así como me gusta que a la gente le guste lo que escribo.

Comenta algo

Publica!
Muy bueno 👏🏻
August 01, 2020, 07:13
Gabriel Gutierrez Gabriel Gutierrez
Excelente relato de leyendas históricas llevadas a cuentos
July 28, 2020, 09:38
~