El autor ya no disponía de más espacio en donde almacenar las palabras. Inquietudes, reflexiones, ilusiones, diferentes estados de ánimo plasmados en un papel que el tiempo empezaba a dotar de un feo tono amarillento.Las palabras necesitan que les insuflen vida, necesitan ser leídas y sin embargo se consumían encerradas en la casa del escritor.
Guardó en una maleta las que le parecieron más interesantes y salió a la calle en busca de receptores que alimentaran su ego.
Aparcó su cuerpo en mitad de una concurrida avenida con la intención de compartir con el mundo su talento, pero todos pasaban por su lado sin echar un vistazo a su obra, pasaban de largo ignorándolo.
Desesperado e impotente, vio como un súbito aguacero convirtió sus preciadas palabras en papel mojado.
Regresó a su encierro entre cuatro paredes.
En la casa del escritor no había otra cosa que estanterías repletas de legajos, una mesa, una silla e innumerables cuartillas aún en blanco.
No escribiría más, almacenaría sus palabras en la cabeza y no las compartiría. -Serán tan solo mías. -Pensó.
No tardaron las ideas en presionar su cerebro. En el cráneo no había suficiente espacio y el dolor aumentó día a día hasta volverlo loco.
Decidió que a partir de ese momento las palabras le acompañarían allá donde fuese, pero la lluvia no las mataría de nuevo y nadie se las arrebataría sin antes tener que quitarle la vida.
Todo su cuerpo se convirtió en un manifiesto a la demencia. Tatuadas en la piel, las palabras no dejaron un solo espacio en blanco.
Ahora todos le prestaban atención por donde pasaba y el autor, temeroso de que alguien se las robara, caminaba cada vez más deprisa hasta acabar corriendo como un poseso huye del exorcista.
Acabó escondido bajo un puente a la orilla de un contaminado río, recitando para sus adentros un poema.
Estaba en estado de gracia, que bellas las nuevas palabras.
Sin duda jamás había creado algo tan inspirado y no disponía de nada en donde plasmarlo.
Regresó a su madriguera ensimismado, repitiendo una y otra vez los versos al igual que hace un niño con la lista de la compra que le encargó su madre.
Al cruzar la calle, un autobús a modo de punto y final concluyó con todo.
Un año más tarde sus libros se vendían como rosquillas. Una hábil campaña publicitaria, ideada por el banco que se había quedado con la casa del autor y encontrado su legado, lo convirtió en un escritor de culto rodeado de un halo maldito.
Ningún heredero conocido, nadie reclamaría los derechos de autor.
Fin.
Gracias por leer!
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