Cuento corto
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EL PERRO DE HOCICO NEGRO.

Dos de la madrugada y todavía no puedo dormir, no puedo dejar de pensar en aquel día, ese maldito perro no me ha dejado en paz desde entonces. Todavía lo veo todas las noches antes de dormir, y a pesar de que cierro mis ojos ahí está, con sus ojos brillantes y su hocico lleno de espuma amarillenta, escucho como rasca con furia la madera, como aúlla y como todavía suplica piedad, piedad que yo no tuve y jamás tendrá el conmigo. Solo me queda esperar a que se canse de molestarme o que la locura me consuma por completo, ya la muerte me parece dulce, pero ese sueño parece muy lejano, han pasado años, creo que este es el infierno, este ataúd es mi castigo y ese animal mi verdugo.

Sali a comprar dulce en la tienda, pero estaba cerrada, así que me dirigí a la tienda que estaba en la calle arriba de mi casa. De camino a la tienda me encontré con un pequeño perro, sus ojos eran negros y brillantes, su pelaje era precioso, con un color café en el torso, blanco en las orejas y negro en el hocico, me vio con sus ojos inocentes y me enamoré de su simpleza, lo tome del estomago y lo lleve a mi casa. Mi madre era una mujer trabajadora y mi familia era de bajos recursos así que cuando le mostré al cachorro lo vio con pena y dijo – no, no podemos mantener a ese perro, seria una boca mas que alimentar así que sal y abandónalo en la calle – eso fue lo que dijo y tratando de que me conceda el permiso le conteste diciendo – ¡pero madre esta solo y no tiene nada que comer!

-En ese caso tu comida será para el- solo guardé silencio y tomando al perro en brazos me dirigí al parque frente a mi casa. El parque era pequeño, con dos pequeñas canchas, una de futbol y básquet y otra de vóley, un poco antes de las canchas, había un pequeño parque con nada más que una resbaladera, un columpio y dos sube y baja, finalmente alado de las canchas habían dos lugares, en frente una terreno baldío el cual tenía al menos unos 4 metros y medio de profundidad y a su lado la casa barrial, y en el techo de ella la que seria la casa del pequeño perro por un tiempo.

Durante una semana estuve a lado del cachorro dándole de comer lo poco que podía. Decidí mostrarle a Julio mi pequeño secreto, y el sorprendido me pregunto - ¿Cuánto tiempo lleva el perrito aquí? – Yo respondí con sinceridad – ¡una semana! – dije, pero Julio no respondió. Llego el fin de semana y yo me desperté ansioso, pero ese entusiasmo se vería interrumpido con la noticia de Julio -¡El perro esta enfermo, ven rápido!- exclamo, y yo sin siquiera pensarlo corrí en auxilio de mi pequeño cachorro, cuando llegue el perro tenía la nariz destrozada y de ella salía una sangre espesa como pus, los ojos del animal eran tristes y sus patitas débiles apenas le permitían mantenerse en pie. Bajo el cachorro había una pequeña cantidad de espuma amarillenta – cuando vine el perro estaba en el piso, se cayo del techo- dijo – pero después vi la espuma y me di cuenta de que tiene rabia- yo le pregunté - ¿esa casa se puede curar?

-No, mi mama me dijo una vez que los perros sufren hasta que se mueren.

- ¿Entonces está sufriendo?

-Si- dijo, y yo con la voz tembloroso y mis ojos llenos de lagrima - ¿Y ahora? – pregunte - ¿Qué vamos a hacer con el perrito? – a lo que el respondió – debemos matarlo, para que no sufra – yo mire al pequeño cachorro y dije – no, no podemos hacer eso, nos vamos a ir a la cárcel.

- Solo hay que tirarlo al terreno baldío, ese lugar es muy alto, cuando lo lancemos se va a morir – y yo en mi ignorancia accedí a matarlo.

Nuevamente tomé al perro en brazos y dirigiéndome a mi amigo dije – aquí abajo hay un alambre, mejor debemos ahorcarlo y así si no se muere podemos intentar otra cosa, le di a Julio el perro, el lo puso en el suelo y lo empujo a patadas hasta el borde, finalmente el

Cachorro cayo a mis pies y agonizante suplico piedad con sus aullidos, y yo temblando lo tome en brazos y lo lleve asta el alambre, lo puse alrededor de su cuello y lo deje un momento colgado, Julio y yo vimos como el perro pataleaba luchando por su vida, para finalmente caer en el duro pavimento. El perro todavía estaba vivo así que lo intentamos varias veces, todas fallaron, empujándolo con el pie lo llevé hasta un rincón en el que había una gran piedra y en ese lugar lo lapidamos hasta que agonizante movió su cola, yo asustado y llorando le dije a Julio – ¡ayúdame a mover esta roca!

- ¿Para qué?

- para aplastarlo y que se muera

-No, me voy a manchar de sangre y mi mama me va regañar – decidimos finalmente tirarlo al terreno baldío, donde finalmente empezó su muerte, pero sus agonizantes movimiento nos hicieron cree que no moriría nunca. Corrimos a nuestras casas y cuando llego la noche no pude dormir, solo esperé toda la noche con la imagen del perro en mi mente el día siguiente.

Me levanté de la cama y corrí al parque, pero al llegar ya no encontré el cadáver, de alguna forma eso me tranquilizo un poco. Camine a mi casa, abrase a mi madre, subí las escaleras, entre a mi habitación y frente a mi estaba el, con su hocico negro y sus orejas blancas.

22 de Abril de 2020 a las 04:00 0 Reporte Insertar Seguir historia
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