Se pasó, creo que esta vez la Paty, se pasó, a nadie se le puede hacer eso. Tuvimos que firmar todos los amigos la garantía de cumplimiento exigida por la malvada. El Monchito, el tercero de la escuadra se hizo pescar esta vez por la cola, no se me borra de la mente la imagen insólita de verlo como lo vi ; disfrazado de caporal arrodillado rogándole que “por diosito que no le hagan eso”. Faltaban solo cuarenta y cinco minutos para que nos toque entrar a bailar en el corso del carnaval del Valle como miembros de la comparsa “Sambos de La Concordia” la más aplaudida por los espectadores el año pasado y por eso, todos esperaban entusiasmados lucir nuevamente sus habilidades de expertos bailarines, manteniendo para ello, el coordinado avance “supervaronil” de la escuadra de la primera línea haciendo tronar nuestras botas a través de la avenida, rodeada de graderías repletas de alegres espectadores por ambos lados
La banda contratada acababa de tocar una saya a modo de calentamiento, las chicas con sus pequeñas falditas repletas de lentejuelas, sus relucientes botas y por supuesto,sus calzoncitos blancos,habían ensayado sus coquetos pasos con las rodillas juntitas y las manitos a los lados.
Nosotros los más pintudos del grupo, las habíamos acompañado con nuestros mejores saltos, luciendo el cascabeleo de nuestras botas, gestos acompasados con el destello de los costosos trajes de fantasía, diseñados especialmente para este año, cuyo precio final sobrepasaba tres veces el sueldo mensual de nuestro amigo cajero en una Cooperativa de Ahorro y Crédito, Montos oportunamente cancelados sin regatear a un equipo de artesanos costureros, convencidos que cualquier privación, valía la pena por pasar un buen carnaval.
El asunto se puso grave cuando la nombrada Paty apareció acompañada de una notaría gorda y dos policías que portaban la orden judicial de detención, para nuestro querido amigo Monchito, aduciendo falta de pago de pensiones mensuales, ordenadas y comprometidas en el juicio de divorcio que mantuvieron ambos, luego de tres años de casados con un pequeño vástago varón, fruto de una “abuenada” intermedia al desenlace.
Nuestro amigo presintiendo la intención, trato de zafarse del zarpazo de su ex, que ya lo sujetaba firmemente por la manga, arriesgando desgarrar su preciado traje de luces y sintiendo la malévola sujeción de la iracunda notaria por el sombrero colgado al cuello, fue quedando, después de dos giros en grupo, definitivamente prisionero, entre los herméticos guardias a todas luces contratados y bien aceitados para completar la acción. Comprendiendo la emboscada de la que era sujeto y ante la imposibilidad de un rescate por parte de los compañeros de juerga, perdiendo toda compostura, el acusado pasó repentinamente al lagrimeo con humillantes ruegos, recurriendo a consideraciones imposibles de suponer podía hacer un valiente caporal. Acepto toda la culpa y se comprometió a cancelar lo adeudado el lunes mismo, para lo que tuvimos que firmar como garantes todos los de la escuadra.
Y así continuaremos nuestra vida, entre carnaval y carnaval hay solo un año.
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