I
Isabella Cat


Isabella es una joven residente de un pequeño pueblo en Santiago del Estero, Argentina. Conoce un hombre adinerado de Buenos Aires y tienen una relación. Descubre que él la maltrata, y decide adentrarse en el mundo de la prostitución. Allí descubre una red de trata de curas que contratan menores de edad.


Erótico Sólo para mayores de 18.

#escort #sexo #pedofilia #violacion #machismo #violencia-domestica
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Era un día caluroso de verano y estaba sentada al lado del aire acondicionado leyendo una novela juvenil, bastante tonta e insípida. Necesitaba algo para distraerme. En el barrio privado ubicado en Tigre vivía junto a mi pareja. Me había escapado de Santiago del Estero a Buenos Aires con este hombre cuando apenas tenía dieciocho. Lo conocí una semana después de haber cumplido la mayoría de edad. Mis papás habían quedado atónitos, pero poco interaron hacer para pararme. Mi madre era empleada de casas particulares y mi padre albañil. Me criaron como pudieron, intentando que nunca me faltara un plato de comida. No aceptaban subsidios del Estado, y eran antiperonistas. Logré terminar la secundaria, a diferencia de ellos y me gradué con honores. Fui abanderada todos los años. No asistía a ninguna fiesta, ni me besaba con ningún chico. Era la mejor alumna y casta. Por las tardes, trabajaba de camarera y a la mañana iba a una escuela pública. No tenía ni una falta. Asistía hasta los días de lluvia que nadie iba.

Me masturbaba en en el baño de la escuela (porque en la pensión que alquilábamos no había espacio) pensando en cómo me gustaría disfrutar de la penetración por primera vez. Mis padres eran ultra católicos, íbamos a misa todos los domingos. Si no fuesen pobres, me hubiesen pagado una escuela católica. Me llevaban a confesar con el cura y yo tenía miedo que me abusara, como veía en las noticias. Mamá me había enseñado que todos los hombres eran potenciales violadores, porque una vez el patrón la violó y la hizo abortar. Por lo menos tuvo el decoro de pagar una clínica de lujo. Y de niña, el primo de veinte años la abusaba. La familia era cómplice. Mis sesiones de masturbación eran cada vez más comunes, no cesaban. A veces me escapaba de clase para hacerlo. Pero no podía sentir atracción por nadie. No me gustaba nadie de la escuela. Eran varones coaptados por las hormonas e inmadurez, no tenían lo que yo buscaba. El profesor de geografía, un izquierdista de cincuenta años que daba clases en la universidad, solía tirarme indirectas. Yo tenía diecisiete años y faltaba poco para graduarme, y finalmente estudiar una carrera universitaria. No sabía cómo iba a costearla. No quería ser pobre y sin título como mis padres. Eduardo me gustaba. Era el único hombre para el que tenía ojos. Maduro, culto y sabía de economía. Me quedaba charlando con él durante el almuerzo y me explicaba sobre las maravillas del socialismo. Aprendí sobre feminismo, militancia y revolución junto a él. Era mi primer acercamiento a una filosofía. Me pasó su WhatsApp con la excusa de que tenía un PDF de Simone de Beauvoir que pasarme ¿Y si podríamos ser como ella y Sartre?

-Isabella...tendríamos que juntarnos a tomar un café-escribió vía WhatsApp, junto a un ícono de sonrisa.

-No puedo, tengo que trabajar y estudiar de noche.

-Te voy a buscar a tu trabajo. Pasame la dirección.

Y así fue como Eduardo, un hombre casado de cincuenta años, empezó a inmiscuirse en mi vida poco a poco. Se sentó y pidió un café. Mientras tanto, me miraba de reojo. Me faltaba un mes para cumplir dieciocho. Pero eso no cambiaba el hecho de que era un hombre mayor con su alumna de secundaria. Podría esperar a que terminen las clases, pero quería algo conmigo. Se notaba en su mirada lasciva que quería ser mi profesor en la cama, no en la clase. Y tenía como excusa hablarme de su filosofía izquierdista y feminista, porque tenía un tono sentimental y encantador, al igual que él.

-El patriarcado es el sistema que el hombre diseñó para oprimir a la mujer. Crea un desbalance entre el hombre y la mujer, donde este perpetra desde violencia física hasta simbólica. Por naturaleza, cosificamos a la mujer como un producto que sólo da placer. La prostitución es un ejemplo de ello.

-En ese caso, ¿ustedes es un opresor?

-Sí.

-¿Y pagaría por sexo?

-Lo hice cuando debuté a los dieciséis, junto a mi padre y mis primos. No quería hacerlo, prefería esperar a enamorarme. Pero me presionó. Quería que me hiciera hombre. Recuerdo que fuimos a un departamento donde trabajaban varias muchachas, hermosas y jóvenes. Me pregunto cómo habían llegado a esa vida miserable.

-Mi mamá siempre fue pobre, pero se dedicó a limpiar hogares de señoras de dinero. Nunca hubiese cometido semejante pecado.

Dejé la mesa y seguí trabajando. El viernes a la noche Eduardo me mandó un mensaje.

-¿Cómo está mi alumna preferida?

-Cansada. Mucho trabajo y estudio.

-El fin de semana mi esposa y mis hijos se van a visitar a la abuela en Buenos Aires. Voy a estar solo y aburrido, podríamos vernos.

Empecé a masturbarme como nunca. Me metía los dedos, no paraba de sentir como mi cuerpo se preparaba para tener un orgasmo. Imaginaba a Eduardo pasando su lengua por mis genitales, poco a poco, sintiendo cómo me excitaba. Pero como mujer diga, dije que no. Quería perder mi virginidad por amor, no calentura. Lo bloqueé y me olvidé de Eduardo. Aunque lo vería de nuevo en la escuela, los lunes a la mañana en geografía. Sólo habíamos tenido un par de clases de educación sexual, donde nos enseñaban que teníamos que usar preservativo y anticonceptivos. Le tenía pánico al sexo. Nos habían enseñado que sólo se hacía en pareja, por amor...Pero yo no sentía nada por Eduardo. Sólo era una chimenea en llamas. Quería que me agarra contra la pared y no me dejara respirar.

El fin de semana me la pasé dando clases de matemática a unas compañeras. No hablaba con nadie, era como una pared. Pero me buscaban cuando necesitaban ayuda. Yo era la genio, la que sabía todo. Me invitaron a salir de noche, pero no tenía ni siquiera dinero para el boleto de colectivo.

-Te lo pago yo-se ofreció.

Rechacé cortésmente. Tenía que estudiar. Lo peor que me podía pasar era ser toda la vida pobre con mis padres, llegar a los treinta limpiando los inodoros de las señoras de barrios altos. La veía a mi mamá desesperanzada, cansada de la rutina y los problemas económicos. Tenía a Sofía, una amiga de la escuela no tan pobre como yo, que me invitó a Buenos Aires en las vacaciones. Ella tenía familiares allí, y yo nunca había conocido el Centro. La capital era todo un enigma. Escuchaba malas reseñas de los porteños. Mis padres me dejaron y aprovechamos el fin de semana largo. Tuve una habitación para mi sola en las casas de sus tíos. Fui feliz por esos pocos días. Y tuve privacidad para masturbarme. En la escuela hablaban de porno, pero yo nunca había visto. Agarré la notebook de la habitación y busqué en Google la palabra cochina. Encontré miles de portales, y quedé atónita. Sentía repulsión, miedo y curiosidad. Abrí un video. Un hombre fortachón y musculoso penetrando analmente a una rubia tetona. Empecé a masturbarme con el ventilador refrescándome, mi cuerpo disfrutando del espectáculo. Sentía que lo que hacía era algo malo, pero me gustaba. Iba en contra de lo que escuchaba en misa todos los domingos.

Salimos a caminar por Microcentro con Sofía y noté que unas señoras estaban arrancando unos papelitos de la pared.

-Disculpen, ¿qué están haciendo?

-Eliminando anuncios de trata de mujeres.

-Estoy de acuerdo. La prostitución tendría que desaparecer-respondí.

Saqué papelitos y los guardé en la mochila. Esas mujeres necesitaban la salvación. Tal vez que se les ofrezca un puesto como empleada doméstica, en la casa de alguna señora de Nordelta, donde trabajaría más horas por menos dinero. Pero no perderían la dignidad, y dejarían de cometer pecado. Cuando volvimos a Santiago del Estero, me entero que a mi madre la despidieron del trabajo. Una patrona la acusó de haberle robado los dólares bajo el colchón. Pero yo sé que mamá jamás robaría. Desbloqueo a Eduardo, indignada, sin tener con quien hablar.

-A mi mamá la echaron del trabajo. Estoy desesperada.

-Lo siento chiquita, no sé qué podría hacer por vos.

-Consolarme.

-Podemos juntarnos el fin de semana…

Me arreglé de pies a cabeza, salí nerviosa a ver a Eduardo. Él me pagó el transporte. Nos juntamos en un café a charlar sobre los mismos temas de siempre: feminismo, socialismo...No podía evitar sentirme inferior por mi pobreza. Era la necesidad de siempre compararme con los demás y sentirme una zángana que vivía en la habitación de una pensión, y apena tenía alimentos. Pero Eduardo me daba un poco más de esperanza en el mundo. Sin embargo, puedo afirmar que hasta el día de la fecha, nunca le entregué mi virginidad. Sólo nos dimos un beso a escondidas, muy a escondidas. Y era la primera vez que besaba a un hombre.

Mientras trabajaba en el restaurante, la televisión mostraba el noticiero. Apareció una muchacha hablando de su trabajo como modelo webcam. Consistía en ofrecer servicios sexuales virtuales a cambio de dinero. La sola idea de que una mujer eligiera el camino fácil, me daba una sensación de bronca. Yo me mataba horas atendiendo mesas por un sueldo mísero, un trabajo que odiaba, pero no tenía opción.

-¿Y cómo se tomó tu familia tu trabajo?-le preguntó la periodista.

-Me dejaron de hablar y me echaron de la casa, hasta me golpearon y terminé yendo al hospital. Tuve la suerte de que contacté en un grupo de modelos a otra chica que me dejó vivir en su departamento.

-¿Y cómo es el tema de la pareja siendo modelo webcam?

-Se tiene que hablar desde el principio y dejar todo en claro, no ocultar nada. Yo cometí el error de ocultárselo a mi pareja y me terminó dejando.

Las palabras que escuchaba, eran demasiado para procesar. No entendía como una hermosa joven rubia de ojos verdes, de un barrio porteño pudiente, podría someterse a la cosificación de los hombres. Mi querido Eduardo, me había enseñado cómo sufrían las mujeres en la industria porno. Pero luego recordaba como el jefe había violado a mi mamá, y cómo yo odiaba este puto bar. Lo único bueno de mi vida era ver a mi amante secreto, Eduardo, todos los fines de semanas. Disfrutaba que me besara y como se aguantaba no tocar mis pechos. Porque yo sabía que Eduardo quería más. Terminé la escuela y empecé a buscar trabajo en otro lugar. Me metí en los clasificados de Internet y encontré la opción de trabajar de recepcionista en un club nocturno. Era mejor la paga y menos horas, eso era lo único que importaba. Lo que no sabía es que me iba a encontrar con una situación que cambiaría mi vida para siempre. Conocería al ese hombre que amé y me arruinó, y me hizo olvidar del inocente y pervertido Eduardo.

Se llamaba Carlos, tenía treinta y cinco años y era un empresario de salud privada de Buenos Aires. Soltero, sin hijos, nunca se casó. Estaba de viaje visitando familiares en Santiago del Estero. También venía de un origen pobre, pero un día a la tierna edad de dieciocho decidió huir a Buenos Aires. Y jamás volvió a vivir en el interior, le recordaba a su pasado de miseria. Digo empresario de salud privada, porque suena más suave, a decir que tenía una clínica de abortos clandestina ubicada en Palermo. Sus clientas eran mujeres pudientes, tanto ya casadas como niñas que se habían olvidado de tomar la píldora anticonceptiva. La pobreza lo traumó tanto, que no le importaba cruzar los límites legales. No tenía moral. Yo, por mi parte, me convertí en la ‘’señora de’’. Abandoné mis sueños y esperanzas por él. Vivíamos en Nordelta y me dedicaba a hacer pilates y vender productos por catálogo. Me sentía libre, que nunca más iba a caer en la pobreza. Les enviaba dinero a mis padres, y ellos estaban felices por mí. La primer noche que Carlos asistió a ese club nocturno para quienes tenían dinero de más, me penetró con la mirada. Sentía ganas de masturbarme, de mojarme. Quería perder la virginidad con él. Mi vagina imploraba ser penetrada por Carlos. Se contradecía con mis creencias religiosas, pero mis hormonas eran más fuertes.

-¿Cuántos años tenés, bonita?

-Hace un mes cumplí dieciocho.

-Pareces de más ¿Hace cuánto trabajas aquí?

-Hace una semana.

-Pareces inteligente ¿Te gusta leer?

-Sí, bastante. He leído El segundo sexo, de Simone de Beavouir.

-Qué lástima, nunca me gustaron las mujeres feministas.

Esa noche me encajó un beso. Me escapé del trabajo e hice algo arriesgado: me fui a un hotel con ese hombre que apenas conocía. No soportaba más tanta represión. Años de ir a la Iglesia, escuchar a mi madre hablar de no entregarme a ningún hombre hasta encontrar al amor de mi vida ¿Por qué es una entrega? Si la mujer también tiene placer y disfruta. Mi madre era tremendamente machista...no quería verla más. Vivía en una habitación recóndita, en un ambiente tóxico, no quería saber nada más. Seguí comunicándome todos los días con Carlos cuando se volvió a Buenos Aires. Tres meses después, me pidió que me fuera con él y dejara toda mi vida en Santiago del Estero. Pero no tenía nada que perder en esa pocilga. En Buenos Aires podía estudiar y tener una mejor vida, con el hombre que me volaba la cabeza. No me enteré de su clínica de abortos hasta unos meses después. Esa fue su primera mentira. Sin pensarlo, un día tomé un avión y no volví más. No avisé ni siquiera a mis padres. Les mandé un mensaje cuando ya estaba allá. No quería saber más nada con esa vida, quería algo más. Hacía meses que estaba enamorada de él. Fue un enamoramiento virtual, a través de videollamadas y mensajes. Cuando lo vi en el aeropuerto, le encajé un beso y toqué su pene. Estaba encantada por su existencia. Fuimos en auto hasta Nordelta, donde entramos a su hermoso departamento. Acomodé mis pocas pertenencias y empezó mi nueva vida.

El primer día con Carlos fue magnífico. Me estampó contra la pared y me practicó sexo oral, hasta que tuve un orgasmo. Él cocinó y me hizo masajes. Caminamos por todo el country y me mostró el centro comercial. Comenzaba una nueva vida, donde tenía la posibilidad de ser independiente y estudiar. Empecé a estudiar periodismo en una universidad privada. Mis días se basaban en madrugar y tomar la combi hasta mi facultad, llegar y dedicarme a zambullirme en algún libro mientras la empleada doméstica se ocupaba de las tareas del hogar. No era la alumna ejemplar como en la secundaria, pero tenía buenas notas. Si sacaba un ocho, me preguntaba por qué no un nueve. Un docente en particular se parecía mucho a Eduardo. Me masturbaba en el baño preguntándome cómo hubiese sido si le hubiese entregado mi virginidad. Hice una amiga desde el primer día. Descubrí su más profundo secreto de la manera menos inesperada. Nicole era una chica de veinte años, rubia de ojos celestes y con cuerpo de gimnasio. Tenía más de cincuenta mil seguidores en Instagram y viajaba por el mundo como modelo. A veces faltaba a clase porque tenía algún desfile o sesión de fotos por Europa. Vivía en un lujoso departamento en Puerto Madero. A veces me preguntaba cómo hacía para tener una vida tan opulenta. Un día se olvidó su iPhone en casa y descubrí husmeando que trabajaba para una agencia de escorts de lujo. Cobraba 500$ dólares la hora y llegaba al nivel del Hotel Faena. Un cliente era quien le pagaba el departamento, y su carrera en el modelaje le daba mucho menos dinero que su changa rentable como escort.

No podía comprender cómo una mujer proveniente de una familia bien, de clase media alta, podía cometer tal bajeza. Estuve meses sin decirle nada, haciéndome tonta.

Esta noche te espera el embajador de Francia en el bar del Hotel Faena. En total son 3.000$ dólares la noche.

Investigué el número telefónico y no encontré nada, absolutamente nada. Compré una base de datos y nada. Era totalmente un misterio. Lo que sí guardé una copia en mi móvil y nunca le dije nada. Sentí indignación, preocupación, impotencia. Nicole nos mentía a todos diciendo que era modelo. Nicole nos mentía a todos diciendo que su novio era un cuarentón ricachón, pero en realidad era un cliente. Le pagaba por ser su novia e ir de viaje por todo el mundo…¿sentía envidia o repulsión? Carlos también me llevaba de viaje, y sí, me trataba como si fuese su escort. Teníamos un trato frívolo, seco e inhumano. Trabajaba como médico abortista, todo un criminal. Pero lo peor es que me había robado la inocencia. Ya no me sentía la misma. Los días eran monótonos y aburridos. No hablaba con más con Nicole en la universidad, me costaba verla a los ojos después de descubrir que me había mentido. Su novio la pasaba a buscar y no podía ni saludarlos, me hacía la tonta. Pero su relación no se distanciaba mucho de la mía con Carlos. Lo nuestro era un acuerdo. Yo guardaba mis penas, me aguantaba todo y teníamos sexo todas las noches. Hacíamos las mismas poses y rutinas. Me hacía gemir y golpeaba mis nalgas. Nos íbamos a dormir sin dirigir palabra. Me pagaba la universidad, las clases de yoga y la depilación láser ¿Cuál era la diferencia? Es que se suponía que entre nosotros había amor...o eso deseaba creer.

Querido diario, hoy Carlos estuvo muy distante. Mientras mirábamos una serie en Netflix con unas copas de vino, empezó mi celular a sonar. Era un compañero de la universidad, preguntándome si podíamos juntarnos a estudiar mañana. Me empezó a increpar si lo estaba engañando, que si me estaba tirando onda. Tiró la computadora al suelo y escupió una parte del vino. Se enojó y se encerró en la habitación. Dormí sola en el sillón, angustiada y melancólica. Al otro día, no nos dirigimos palabra. Preparó su café con tostadas como cada mañana, se cepilló los dientes y se dirigió en auto a la clínica en Palermo como siempre. Yo fui a la universidad y hablé con Nicole, aún con un nudo en la garganta. Necesitaba una amiga porque la convivencia cada vez era más hostil. El periodo me tardó en bajar y me dijo que si quedaba embarazada, iba director a abortar. Aunque yo no quería. Me hice el test y dio negativo. Me masturbo para ahogar mis penas, miraba películas porno de los años ochenta. El actual me parece burdo e insulso. Me comunico con mis padres de vez en cuando, la relación es bastante distante. El sexo cada vez es menos frecuente.

-Está cada vez más frío y distante…-le conté a Nicole.

-Ese hombre siempre me generó dudas. No sé qué haces con él.

-¿Y adónde iré si me separo? No quiero volver a Santiago del Estero, sobre mi cadáver.

-Te venís conmigo.

Y el día que decidí salir de esa situación tóxica, Nicole se fue del país. Dejó su carrera, familia y amigos para mudarse con su novio mayor a Miami. Nunca me animé a increparla por su trabajo, ni me imaginaba si él lo sabía. Un empresario exitoso, con un gran capital económico y respeto social, ¿estaría con una escort? Parece bastante improbable.

Querido diario, Carlos me regaló un perfume importado. Está de buen humor y tenemos el mejor sexo del mundo. Pero de un momento al otro, cambió todo. Encontré preservativos entre sus cosas. Entre nosotros sólo usamos píldora anticonceptiva, me parecía improbable algo así. Lo increpé y empezó a tirar cosas contra la pared, diciéndome que yo era la infiel. Agarró mi teléfono y me borró a todos mis contactos masculinos. El mismo hombre que de día da clases de ginecología en una universidad prestigiosa, de noche practica abortos y maltrata a su pareja. El único motivo por el que me casaría con él, es que si sufro por bastantes años, por lo menos quedarme con la mitad de su patrimonio. Estoy atrapada aquí con él porque no quiero volver a mi vida miserable, ni perder mis estudios. No tuve la fortuna de encontrar a un buen hombre como Nicole. Ya pasó un año de relación y ya veo que este mundo no es color de rosas. Me da tanta repulsión, que siento más satisfacción masturbándome. Cuando veo a Sasha Grey, fantaseo que soy ella. Una mujer liberada y sin tabúes, que practica la sexualidad libremente. Pero aquí estoy, con diecinueve años casi casada con este hombre que me vuela la cabeza y a la vez me hace sufrir. Por la angustia, cada vez como más. Me doy atracones con chocolates y tortas. Me mato en el gimnasio para bajar todo, pero no es suficiente. Subí de peso, y Carlos me pregunta para qué me paga el gimnasio y yoga si sigo gorda. Tal vez por eso me engaña y ya no tiene ni el decoro de ocultarlo. Fui al ginecólogo a pedirme que me haga un chequeo de enfermedades de transmisión sexual. Resultó que era un colega que conocía a Carlos, y le llamó la atención. No tengo nada, por suerte. Noto que se comienza a depilar los genitales, cosa que conmigo jamás hizo. Le pido usar preservativo, con la excusa de que me estoy olvidando de tomar la píldora. Pero no quiero que sus infidelidades expongan mi salud. Me quedé sin amigas desde que Nicole se fue. Y ahora lamento haberle dejado de hablar por haber descubierto su secreto. No tendría que haberla juzgado.

Los días con este hombre son cada vez más tensos, infernales...Parece que duran décadas. Pero tiene algo encantador que me hace volver a él. Cada noche lo espero con la comida hecha, y le doy un abrazo. Él lo recibe frívolamente, casi como si yo no existiera.

-Te extrañé, amor. Estás hermosa-dice de buen humor.

Y solté una lágrima de felicidad porque hoy estaba tranquilo. Tal vez había tenido un buen día en el trabajo. Este hombre es improbable, no se sabe qué esperar de Carlos. De lo único que estaba segura era que jamás volvería a mi mísera vida.

Nicole se separó del novio y volvió a Buenos Aires. Retomó sus estudios y me le encontré en la universidad. Nos sinceramos y conocí su historia real. La increpé por primera vez, y se largó en llanto. Con una taza de café en mano, confesó que a los dieciocho se escapó de la casa porque sus padres eran alcohólicos y violentos. Encontró un anuncio en Internet de un departamento privado de escorts en Microcentro, a unas cuadras del Obelisco. La madama se quedaba con la mitad, y le daba una habitación a cambio. Allí vivía y trabajaba ocho horas al día. Dejó su vida de lujos con sus padres de clase alta, para tener una mísera vida en un prostíbulo barato. Pero un año después, conoció a Ricardo. Sí, el cuarentón con que el se fue a Miami. Fue una noche de sábado en la barra del Faena. En ese entonces la contactó con una agencia de escorts y empezó a cobrar 100$ dólares la hora, 1000$ la noche. La agencia se ocupaba de su seguridad y se quedaba con la mitad de sus ganancias. Su nivel de prostitución era de lujo, renombrado y discreto. Empezó también en el modelaje y se insertó en el ambiente artístico-televisivo. Participaba en la conducción en un programa por la tarde, pero su mayor ingreso era tener citas con hombres de renombre y mucho caudal económico. A pesar de no tener necesidad, lo seguía haciendo. Me dejó bien claro que una vez que lo haces, nunca lo dejarás. El dinero rápido, la adrenalina...se vuelven sensaciones adictivas. Su pareja la engañó y decidió volver a Buenos Aires y su trabajo. Para ese entonces, ya estaba al borde con Carlos. Pero decidía darle otra oportunidad, tal vez iba a cambiar.

Pero lo peor que me contó, es que en su agencia de escorts, había menores de edad contratadas por curas. Entre los hoteles de lujo de Buenos Aires, había historias muy turbias. No podía creer lo que escuchaba. Los hombres que debían predicar la palabra de Dios, buscaban que niñas cumpliesen sus fanstasías más turbias. Se aprovechaban de las que tenían bajos recursos, madres solteras con ganas de progresar.Cumplían profundos deseos con sadomasoquismo y orgías. Le cuestioné por qué no lo denunciaba, y entendí todo: el motivo de la clandestinidad de su actividad, provocaba la corrupción de las autoridades. La policía era cómplice, porque le pagaban un porcentaje para que no abrieran la boca. Llevé este secreto por mucho tiempo, no quería que mi vida corriese peligro. Cuando salía en algún medio la noticia de algún cura pederasta, me agarraba un ataque de pánico. Aún me parecía que el trabajo de Nicole no era del todo moral, pero yo estaba casi casada con un médico abortista. No dejaba de ser un delincuente para la ley argentina.

Estos días Carlos estuvo tranquilo. Fuimos a comer a un restaurante de pastas en Puerto Madero por la noche. Corría un viento fresco y las luces iluminaban el río. Miraba al cielo y las estrellas me pedían que huyera de ese hombre, que hiciera algo. Pero no tenía escapatoria. Sus palabras tiernas me hacían entrar en un laberinto, donde creía que era él era un buen hombre. Luego venía la celopatía, los insultos, el control. Nunca me pegó, pero muchas veces estuvo a punto. Casi nadie toma en serio el maltrato psicológico. Sólo los golpes son visibles. Los medios de comunicación hablan de mujeres golpeadas y asesinadas, pero jamás de la invisibilidad del abuso emocional. Un hombre como Carlos tiene una habilidad intrínseca y particular para manipularte hasta que lo ames. Yo lo amé. Me dejaba controlar e insultar. A veces me decía sos una boluda, llegaste tarde ¿Qué carajo hiciste después de tu clase de yoga? ¿Me estás engañando? La cena transcurrió pacíficamente, mientras hablábamos sobre la universidad y su trabajo. Hay algo en común que tenían Carlos y Nicole: ambos estaban en la clandestinidad y tenían una doble vida. Los del exterior no podían entender cómo tenían una vida tan lujosa. Y eran adictos al dinero rápido. Carlos podía hacer cinco abortos por día, no tenía ningún problema. Regresaba a casa con un fajo de billetes. Compraba dólares y los guardaba en una caja fuerte.

Sabía que me engañaba pero un día lo comprobé. Sonó su móvil mientras se bañaba, y encontré la foto desnuda de una mujer. No me sorprendió. Lo increpé enojada.

-Es una loca obsesiva que no me deja en paz, yo no quiero saber más nada. Sólo tengo ojos para vos ¿Por qué tocas mis cosas?-exclamó mientras tiró el celular contra la pared.

-¿Y entonces por qué no la bloqueas?

-Se cambia de número y me vuelve a contactar. Está obsesionada conmigo, pero yo la rechacé.

Mi amor, ¿cuándo nos vemos?, decía carlos en la conversación de WhatsApp. Nicole me comentó que iba al psicólogo. No sabía muy bien qué hacían estos, tampoco nunca había tenido el dinero para ir a uno. Me explicó que le comenta sobre sus problemas y sentimientos, y trabajan en base a eso. Así que le pedí su número y arreglamos una sesión. En la primera quedé petrificada, me costó hablar pero quería soltar todo. Me limité a contarle de mi pasado oscuro en Santiago del Estero, y me actual miserable presente con Carlos. A medida que las sesiones avanzaban, mi terapeuta mencionó el término maltrato emocional. Que eso era lo que Carlos me hacía. Jamás lo había pensando. Sólo creía que era un buen hombre con cambios de humor repentinos, pero nunca un maltratador.

-¿Cómo me vas a decir que es un maltratador? Yo lo amo.

-El amor tiene un límite ¿No pensaste en ponérselos?

-Me voy. Carlos es un buen hombre, no un maltratador.

Pasó una semana y Carlos tuvo un brote. Rompió toda la vajilla de la cocina y me la arrojó. Creyó que yo lo estaba engañando con el psicólogo.

-¡¿Así vas vestida al psicólogo?!-exclamó.

Estaba con una falda, una musculosa y tacones. Sus ataques de celos repentinos cada vez me cansaban más. Pero esa noche terminó con sexo duro. Lo perdoné y dormimos abrazados. A la mañana siguiente, Carlos me preparó el desayuno. Estaba de buen humor. Me pidió disculpas por lo de anoche y de nuevo creía que era un buen hombre, que él podía cambiar.

En la universidad nos encomendaron escribir una investigación periodística de tres carillas. El profesor me hacía recordar a Eduardo. Era un hombre con aires de intelectual, feminista y de izquierda. Enseñaba sus clases con perspectiva de género y nos hablaba en contra de las malditas corporaciones. Carlos me había enseñado sobre Ayn Rand, Milton Friedman y el liberalismo clásico. Abandoné las ideas socialistas que había adquirido en la secundaria. Era parte de la maduración. Ayn Rand hablaba del concepto de libertad individual y alababa al capitalismo. Milton Friedman fue un gran economista de libre mercado, impulsor de la Escuela de Chicago. No faltaba oportunidad para cuestionarle su dogma al profesor de redacción periodística. Era licenciado en comunicación social de la Universidad de Buenos Aires, rubio de ojos claros y soltero. Estaba en contra de la institución del matrimonio, sobre todo creía que era una forma de opresión para la mujer. Pero yo estaba casi casada con Carlos, sólo faltaban los papeles.

-Me siento libre conviviendo con mi pareja. No veo la opresión. La mujer tiene que tener derecho de hacer lo que quiera con su vida y cuerpo.

-Esa libertad es limitada por los estándares patriarcales de la "buena mujer"-respondió el docente.

-Y si la mujer elige prostituirse?-preguntó Nicole.

-Eso es una violación. Todas las prostitutas son víctimas de trata-respondió mientras tomaba un sorbo de café de Starbucks.

-Profesor, me pregunto cómo puede estar en contra del capitalismo si usa un iPhone y toma café de Starbucks-le pregunto.

Me miró enojado y no respondió. Siguió dando la clase. Elegí escribir mi investigación sobre los curas pederastas que Nicole me comentó. Eran tres carillas para contar algo que daba para un libro.

Llegan a la agencia de escorts por el boca en boca. La central es un departamento de lujo en Puerto Madero, donde nadie sabe lo que pasa allí. Figuras de renombre disfrutan de los servicios de damas mayores de edad, que están allí voluntariamente. La agencia tiene contactos judiciales y policiales, jamás recibió una denuncia. Es todo una operación oculta. Trabajo bajo el nombre de Laiza, una joven estudiante de derecho. Los datos sobre mi vida son mentira. Estos hombres creen todo. Noté que había menores de edad cuando me encontré con una niña de catorce en el departamento. Entró un hombre vestido de cura, con cara de pervertido. Hablé con la niña y sus padres son muy pobres, no tenía otra opción. Las reclutan con anuncios que les prometen ser modelos. Son tan tontas e inocentes, que no buscan referencias ni van acompañadas a la cita. Es la desesperación por el dinero. Yo misma he visto como le dan suculentas coimas a la policía. Me salí de ese mundo, me manejo con clientes por mi cuenta. Estoy ganando menos, pero no pienso volver. En años en este mundo del sexo, nunca vi tanta perversión como en el departamento de Puerto Madero. Los clientes piden fetiches bizarros, sobre todo sadomasoquismo. Un político de renombre pidió beber mi orina y que golpee con un látigo su trasero. Pagó 500 dólares. Ese fue mi último día allí.

Así comencé mi investigación con el testimonio de Nicole. Más adelante, la ampliaré conociendo por dentro ese mundo. Pero por ahora mi vida se resume en tratar de ser la mejor mujer para Carlos, que no se enoje y estemos en paz. Pero no lo logro. Tiene sus ataques. Decidí volver al psicólogo y ahogar mis penas.

-Ayer a la noche Carlos se emborrachó y empezó a tirar cosas y decir que era una puta.

-Qué es lo que te atrae de él?

-Me da un refugio del mundo. No quiero volver a mi anterior vida. Cuando está de buen humor, es cariñoso y simpático.

Aún no entendía por qué lo quería, ni por qué seguía con él. Me daba dopamina y quería más y más. Carlos era una adicción. Llevaba traje y zapatos formales, era bastante gordo. Le gustaba hablar de política y deseaba que volvieran los militares. No era un hombre en sus cabales. Íbamos a visitar a sus padres en Santiago del Estero, y yo a los míos. Nos preguntaban si nos íbamos a casar. Yo respondía que no con firmeza. Lo único que faltaba era estar pegada a este nombre bajo la ley. Lo odiaba y lo amaba. Quería que me abrazara y besara, pero se distraía con el móvil y me ignoraba. Era experto en ingnorarme. Vivía en su mundo donde sólo importaban sus amantes y su trabajo. Cada tanto se acordaba de mí y hacíamos el amor. Era un hombre seco de pocas palabras. Me decía que llegaba tarde por el trabajo, pero yo sabía que había algo más. Me estaba engañando. Lloraba cuando él no estaba imaginándome como tocaba a otra mujer...Y a mí me dejaba sola.

Llegó del trabajo y yo estaba tirada en el sillón publicando en Instagram. Le dije que quería trabajar para tener mi propio ingreso, no sólo depender de él. Se molestó.

-¿De qué vas a trabajar? Si no sabes hacer nada.

-Dejé mi currículum en varios restaurantes, locales de ropa y call centre. Pero me gustaría conseguir algo relacionado a mi carrera, como redactora.

-Tus escritos son bastante buenos, pero nadie te contratará siendo tan joven. Mejor dejá que yo te mantenga, ¿para qué querés trabajar? Estás mejor quedándote en la casa.

Las palabras de Carlos se sintieron punzantes. Yo quería un trabajo que me permitiera salir de ese círculo vicioso. Ese mismo en el que él me maltrataba, pero yo rogaba por su amor. Revisó mi teléfono, me pegó un cachetazo. Pensó que lo engañaba con mi psicólogo. Ese hombre que me había advertido en lo que me estaba metiendo, pero yo no lo quería ver. Carlos era lo único que tenía. Ya casi no tenía contacto con mis padres ni amigos. Mi vida se basaba en complacerlo. Lo amaba con locura, pero a la vez lo odiaba por lo que me hacía. A su secretaría de la clínica la trataba mejor que a mí. Con el público externo, era todo un caballero. Pero conmigo era un bruto. No sé si era la diferencia de edad o su neurosis. Empecé a defenderme de sus maltratos. Le negaba sexo y no le cocinaba. Cuando volvía a la noche del trabajo y empezaba a insinuarse, le pegaba un cachetazo y lo empujaba. Terminaba masturbándose con pornografía. No quería darle sexo a un hombre que no me respetaba. Tal vez hasta los clientes de Nicole la trataban mejor que él a mí. Carlos me trataba como un objeto a sus órdenes. Mi amiga le ponía límites a sus clientes. Quien estaba siendo denigrada era yo. De todas formas, aún me parecía un trabajo desagradable ¿Quién estaría tan desesperada como para hacerlo?

8 de Febrero de 2020 a las 16:27 0 Reporte Insertar Seguir historia
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