Era una fría noche de invierno en las montañas de Qaasuitsup-Groenlandia. Eran aproximadamente las 3:30 de la madrugada cuando escuché un fuerte ruido proveniente de afuera de mi cabaña. Escuché como si algo muy pesado cayera en la nieve, hubo unos segundos de silencio y luego escuché pasos agigantados acercándose al pórtico. Era la tercera vez que me despertaba en la semana por el mismo ruido, y harto de esto busqué mi hacha y emprendí mi camino a lo que fue, por mucho, la peor experiencia de mi vida.
Caminé hacia la ventada y logré vislumbrar a lo lejos, en la obscuridad dos pequeñas luces amarillas que se agrandaban más y más a cada segundo. Seguía escuchando los grandes pasos cada vez más cerca, también recuerdo que me invadió un fétido olor como a pescado podrido, fundido con otra sustancia que no logré reconocer, que irritaba fuertemente mi garganta. Un segundo después lo que me habían parecido pequeñas luces se convertían en unos grandes ojos que me miraban, penetrantes, desde la obscuridad. Estos parecían tener en mí algún poder hipnótico y no podía dejar de verlos. Ahora en pleno juicio e intentando recordar lo que sucedió me parece haber sido transportado a otra dimensión y al mismo tiempo estar inerte, en mi cabaña con el hacha en la mano, y alguna monstruosidad fuera de mi ventana aguardando mi muerte para devorarme.
Estaba desnudo en la nieve y percibo el mismo olor fétido, con mucha más intensidad. No puedo moverme a pesar de mis esfuerzos. Veo por el rabillo del ojo algo que hizo que el corazón me diera un vuelco, y me turbó profundamente. Era un ser de proporciones abismales, parecido a un lobo pero inmensamente más grande que caminaba a dos patas. Cuando por fin me encaró pude apreciar con total claridad su horripilante aspecto. Tenía dos ojos llameantes que me miraban desde una cabeza huesuda y deforme; un hocico largo que chorreaba gotas de sangre y que desprendía aquel olor tan desagradable y de donde salían dos colmillos largos. En la parte superior de su cabeza tenía unas astas extremadamente largas y puntiagudas de color café rojizo que parecían tener rastros de sangre seca.
Y lo que debieron ser minutos, o incluso segundos, me parecieron horas interminables de sufrimiento. Estaba a merced de aquel ser de gran tamaño sin poder hacer absolutamente nada, más que implorar en mi mente una muerte rápida. Me hizo lo que pareció ser una mueca burlona y demencial. En seguida desapareció de mi vista y pensé que algo lo había ahuyentado, un momento después sentí un gran dolor. Me había arrancado un brazo de una mordida y lo devoraba con tal rapidez y facilidad, que parecía ser para él tan solo un tentempié. Sentía un dolor indescriptible, insoportable que me alcanzaba hasta los huesos. El olor metálico de la sangre no tardó en hacerse presente en aquella atroz y salvaje coyuntura. Deseaba morirme y esperaba desmayarme o desangrarme de manera prematura, cosa que —por desgracia— no sucedió. Sentía cada mordisco y rasguño que aquella bestia me asestaba y como por ensalmo y de forma inexplicable yo no podía morir. Se había comido ya mi otro brazo de manera aún peor que el anterior, sin arrancarlo y comiéndolo mordisco a mordisco desde los dedos hasta el hombro. Se detuvo frente a mi y con una de sus largas y filosas garras me dio un tajo con el cual mis dos piernas se desprendieron tan fácilmente que parecía que cortaba una hoja de papel. Ahora me miraba fijamente y cuando parecía que iba a abalanzarse sobre mi todo cesó de golpe, con el abrir de la puerta de mi cabaña. Una ráfaga de viento penetró y junto con ella entraba Andrew Sakari el zagal que repartía la leña. De aquí no recuerdo mucho más que el dolor que sentía en todo el cuerpo, tenía las manos y piernas congeladas. Me desmallé casi inmediatamente que salí de aquél trance —o lo que me acababa de pasar en un espacio de eónes. Y más por una maldición que por un milagro logré llegar vivo al hospital.
Estoy postrado en cama con las manos y piernas amputadas; me duele todo el cuerpo, sin embargo, esto es lo que menos me tiene intranquilo. Es el hecho de saber que estoy más indefenso, que aquella bestia sigue viva en alguna parte del bosque, buscándome, la que no me deja descansar. Cada noche pido a los doctores que cierren las ventanas con seguro y que corran las cortinas, deseando que eso sea suficiente para detenerlo. A pesar de que me encuentro en un segundo piso no dudo que aquello sea un impedimento para que venga por mi con sus llameantes ojos amarillos, para llevarme a un sufrimiento eterno lleno de pestilencia e inmundicias.
Gracias por leer!
Podemos mantener a Inkspired gratis al mostrar publicidad a nuestras visitas. Por favor, apóyanos poniendo en “lista blanca” o desactivando tu AdBlocker (bloqueador de publicidad).
Después de hacerlo, por favor recarga el sitio web para continuar utilizando Inkspired normalmente.