Ese contenido fue el responsable de haberme colocado dentro del cubo de vidrio. Los lados lumínicos brillaban en distintos colores fugaces. Ante esa transparencia retenida y psicodélica, mis manos reclamaban auxilio delante de un salón vacío. Estaba en medio de un desolado recinto. Me habían olvidado.
Cuando habitaron la casa no tuve oportunidad de defenderme, tenía poca importancia lo que yo pensara. Me arrancaron del cubo y agujerearon el estomago. Se reían sin escuchar mis súplicas. Laceraban mis siluetas con una gillette.
Dejé el dolor cuando entendí que soy solo un adorno. Esos que se coleccionan a montones y les otorgan sentimientos y les dan vida simbólica. Las personalidades humanas atesoran recuerdos en ellos. Al igual que me pasa a mí, las insignificantes formas y curvaturas de las cuales estamos compuestos realzan la esperanza de abrillantar soledades. Muchas veces nos hablan y nos comparan con seres llenos de amores místicos.
Tuvieron el desparpajo ingenioso de colocarme en ese lugar.
Hay destinos denominados adversos. Y no soy la excepción.
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