lola-sorciere1578967642 Lola Sorciere

La guerra tiene a Haztennaiz sumido en la desesperanza, y con el peligro constante de ser dominado por Velych, la potencia militar que ha conquistado a la mitad del continente. A la muerte del ultimo rey, Magnar Haugen, su hijo y nuevo rey Caleb presenta una oferta al consejo del pequeño país para ser aliados y respetar su autonomía, si estos ceden uno de sus tesoros: un maite, sus misteriosos omegas, eruditos y religiosos, para que contraiga matrimonio con su heredero en un país donde los alfas predominan en la población y la natalidad esta pérdida.


Fantasía Épico Sólo para mayores de 18.

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Capítulo 1.

La tensión en el Salón de los Cien Pilares se podía sentir al tacto. El consejo de los zutabes, es decir, los líderes de las casas de Haztennaiz había aceptado reunirse con él para celebrar un Tratado de paz y cooperación entre ellos y su nación Velych.

Caleb podía sentir las miradas de odio de todos los zutabes clavarse en el cómo dagas; lógicamente esa sería su reacción después de toda la tensión bélica entre ambas naciones. Sin embargo, esos hombres y mujeres no eran ni por cerca lo peor a lo que se había tenido que enfrentar en sus 48 años de vida, no existiendo un punto de comparación entre ellos y los rebeldes de colonias guerreras mucho más agresivas que el país en el que se encontraba.

Señores – Se levantó del asiento que le fue otorgado al inicio de la sesión, dejando que su metro ochenta y nueve de estatura sobresaliera entre todos los haztennainzen presentes. – Mi propuesta está en pie. Si somos sensatos, esta guerra nos ha arrancado más de lo que nos ha otorgado. – Hizo una pausa, que aprovecho para analizar los rostros en la sala antes de proseguir. – Si me permiten decirlo, es una guerra que le ha cobrado un costo más alto a Haztennaiz que a Velych.

- ¿Y por ello debemos venderle a uno de nuestros maites para que se convierta en la prostituta de su hijo?

El anciano que respondió tan agresivamente tenía un sinfín de arrugas surcándole el rostro, y apenas si una mata de cabello plata se sostenía de su nuca, dejando su calva con múltiples manchitas a la vista de todos. Encogido y débil, Caleb se dio cuenta que el resto de los zutabes callaron ante su voz, que aún conservaba el don de mando de un alfa.

- Zutabe Mihura, yo no estoy pidiendo que vendan a sus maites. Eso lo hizo mi padre al solicitarles cien. Yo solo propongo una oferta de matrimonio como garantía de paz.

- Rey Caleb, ¿de verdad cree que vamos a dejar que un maite, hijo predilecto de la madre Jainkosa se una en matrimonio con un país que odia a los omegas? Porque ¿si está enterado que todos los maites son omegas, verdad?

El tono del anciano estaba cargado de veneno y rencor, disfrazándolo de condescendencia. Caleb evito llevarse las manos al rostro en gesto de desesperación. Esos ancianos eran lo suficientemente cerrados como para no ver que esa era la única forma de detener sin más enfrentamientos la situación de guerra que los había enemistado por ya diez años.

-Estoy enterado.- Respondió armándose de paciencia.- Y ese es mi interés en este matrimonio. Deseo que mi país cambie su postura frente a los omegas, y sobre todo, que ambas naciones puedan entenderse y cooperar.

El anciano sonrío, y Caleb entendió que la negativa era un hecho.

- Lo lamentamos mucho, rey Caleb Haugen, pero nosotros no tenemos la autoridad para obligar a un maite a aceptar una propuesta de matrimonio. Ellos lo deciden, aunque claro, bajo pena de ser desterrados y despreciados por su comunidad. A final de cuentas, son criados para servir a nuestra religión, no para el matrimonio.

Caleb vio brillar la esperanza. Como diplomático durante el reinado de su padre, tuvo que aprender a buscar en los vacíos legales las oportunidades de hacer valer los deseos de la corona sobre sus colonias. Y encontró el vacío que esperaba.

- Entonces, ¿si un maite acepta por voluntad propia el matrimonio, ustedes harían valido el tratado de paz y cooperación?

- Por supuesto, estamos en toda la disposición de cooperar.- La sonrisa y la mirada del zutabe Mihura decían que era todo lo contrario.- Aunque le deseo suerte encontrando un maite de buena crianza que desee romper sus votos con la madre Jainkosa. Por favor, piense en otra manera de convencernos, porque Haztennaiz jamás será una colonia más de Velych. Nosotros seguiremos defendiendo nuestra autonomía.

Como si de un solo ser vivo se tratara, todos los zutabes reunidos se levantaron tras el zutabe Mihura, que sin decir otra palabra dio por finalizado el concilio. Salieron del inmenso salón, dejando al rey y su delegación completamente solos. O eso parecía en un principio, pues un zutabe de edad madura se acercó, quedándose al final de todos los demás.

- Rey Caleb, ¿puedo invitarlo a tomar el té a mi residencia?

Saúl Lescano era el nombre del zutabe. Como la mayoría de los hombres de ese país, su altura no rebasa el metro setenta y cinco, por lo que se veía pequeño al lado del monarca. Pero su porte, las canas en su cabello castaño y la barba bien cuidada le daban una vista por decir lo menos, magnificente. A leguas se notaba su naturaleza dominante de alfa, que chocaba con la del rey por ser iguales. Sin embargo, después de analizar su filosa y penetrante mirada unos segundos, respondió:

- Puede ser, pero ¿está bien para usted hacerlo? Creí que los zutabes actuaban como una unidad.

- Se dará cuenta pronto que no hay nada más falso que la unidad de los zutabes. Me interesa discutir con usted el Tratado de paz y cooperación, en un modo más privado, si le apetece.

***********

Los gritos y gemidos de dolor rompían el sepulcral silencio del salón. La mujer omega en la camilla, despeinada, desnuda y sudando por el esfuerzo chocaba grotescamente a la vista con el entorno lleno de flores de camelia y las vestimentas de fiesta de los ahí presentes. Todos observaban, callados, mientras un hermoso omega de cabellos negros trenzados tomaba la cabecita ensangrentada que comenzaba a salir por las piernas de la parturienta, mientras calmadamente daba instrucciones a los novicios que le auxiliaban.

- Olivia, por favor vaporízala con un poco más de esencia de jazmín.

A pesar de su seriedad, Daniel no soportaba que las personas sufrieran más de lo necesario cuando los atendía. Sabía que la chica se encontraba con mucho dolor, pues hasta hacía menos de dos minutos él tuvo que meter el brazo dentro de su cavidad vaginal para acomodar la salida del bebe, que venía atravesado. Aunque el momento crítico ya había pasado y ya estaba saliendo el mechón de pelos oscuros del bebé, ella seguía apretando con la misma intensidad la mano de su alfa, que no se había separado de la camilla desde que inició. Cuando la nueva vaporización hizo su trabajo, relajo el esfuerzo en su mano y pareció concentrarlo en su útero.

- Lo estás haciendo muy bien, sigue pujando, un par de veces más y tu bebe estará afuera.

Tal cual como se lo prometió, después de pujar una vez más la cabecita del bebe salió por completo, y con el último esfuerzo de su cansada madre salió el resto del cuerpecito. Daniel lo tomo por la barriguita y con su mano comenzó a sobar rápidamente la espalda para estimular la respiración. De inmediato se escuchó el llanto, y pudo comprobar entonces que era una pequeña niña.

La colocó encima de su madre desnuda, aún sucia y con el cordón umbilical intacto, según la tradición, para que madre e hija se reconocieran y consolaran mutuamente ante la inminente separación física del nacimiento.

Mientras la madre reía entre lágrimas, su alfa se levantó de donde le tomaba la mano y le beso la frente, las mejillas, el inicio de sus cabellos y los labios. Llorando beso la cabecita de su hija aún llena de sangre y líquido amniótico.

Para ese momento Daniel ya había separado el cordón umbilical e iniciado la purga de los restos de la placenta. Cuando finalizó, los novicios envolvieron al bebé en una sabanita de algodón y se la llevaron para limpiarla y posteriormente dejarla en la habitación donde su madre reposaría 24 horas antes de volver a su hogar.

Cuando la nueva feliz familia salió del lugar con ayuda de los novicios, la sala llena de maites rompió en aplausos. Daniel acababa de graduarse como maite al ayudar a traer una vida al mundo de manera exitosa.

En ese momento debía comenzar el juramento a la madre Jainkosa. Los maites más viejos y respetados avanzaron al frente, liderando al grupo el Aito Maite Aarón, un omega de 55 años. Este lucía una túnica blanca bordada de flores de camelia, el símbolo de los maites, y su negro cabello pintado de canas plateadas trenzado y enredado alrededor de su cabeza. Daniel hizo una inclinación a modo de saludo, sin importarle su camisola blanca teñida de sangre del parto que acababa de asistir. A pesar de estar sucio, lucía hermoso y radiante, con su largo cabello azabache trenzado y cayendo pesado en la curva de su cadera. Indicándole a Daniel que se arrodillara, Aarón comenzó con la ceremonia:

- Hermano Daniel, haz demostrado frente a esta comunidad, frente a tus hermanos y hermanas que posees el don de nuestra amada madre para ayudar a traer el regalo de la vida. Tu existencia, así como la de todos nosotros, desde el inicio es la declaración del amor que nuestra madre Jainkosa derrama sobre sus hijos. ¿Estás dispuesto a ofrendar tu vida, tu cuerpo y tu espíritu a servir por ese amor?

- Lo estoy.

- ¿Estás dispuesto a negar tu presencia al matrimonio o cualquier relación carnal que impida que cumplas con tus obligaciones a la madre Jainkosa?

- Lo estoy.

- ¿Estás dispuesto a honrar este juramento por el resto de tu vida?

- Lo estoy.

- Hermanos, hermanas.- Se dirigió a los mates presentes en la sala, mientras le colocaba el anillo de madera en el dedo anular izquierdo, prueba de su unión con la madre.- Son testigos de la palabra del hermano Daniel. Esta tarde ha prometido ser uno con nosotros y dedicar su vida a ser un siervo y un hijo de nuestra amorosa madre. Seamos pues testigos jubilosos del cumplimiento de su promesa, y si así no lo hiciese, jueces y ejecutores de la justicia de nuestra madre. Es y será por siempre.

- Es y será por siempre.

Los maites reunidos respondieron al unísono, dando por concluida la ceremonia de juramento. Daniel se levantó, dándose cuenta hasta ese momento que estaba temblando. Silvia, la maite de quien fue ayudante durante su noviciado, avanzo hasta el con la corona de camelias y lo coronó, dándole un beso en cada mejilla como símbolo de bienvenida.

El júbilo finalmente estalló al mismo tiempo con los aplausos, y tanto novicios como maites hicieron un círculo y comenzaron con las danzas tradicionales, acompañados de la música que ellos mismos interpretaban con tambores, flautas y panderos. Se podía apreciar sus delgados y finos cuerpos moviéndose al compás de la música, dejando ver el vuelo de sus ropajes blancos y sus cabellos negros cuando realizan giros y piruetas.

Daniel fue jalado al centro para celebrar, y en realidad lo estaba disfrutando. Pensó que lo mejor de las celebraciones en la Casa de los maites era la danza. Mientras sus pies y sus caderas giraban al ritmo que marcan los tambores todos parecían tan libres. Rio con ganas cuando, uno a uno, sus compañeros entraron al círculo marcado para danzar con él, jugando a seducirlo. Este era un juego típico de maites, que a pesar de ser considerados limpios y puros hijos de Jainkosa, no dejan de tener la naturaleza de un omega. Dejando que el baile se prolongara hasta que podía notarse como su pecho se levanta cuando respiraba agitado, declaró ganadora del juego a una pequeña novicia de cabellos rizados hasta la nuca, que se ganó su favor girando graciosamente alrededor de él y acariciando levemente su hombro con la punta de sus dedos, todo con gestos paródicos tan exagerados que le arrancaron una carcajada. Levantó el brazo de la pequeña y dio por terminado el duelo de baile.

Después, dejó que la danza siguiera para revisar la mesa del banquete. Los maites normalmente eran muy medidos en cuanto a comida se refiere, pero al ser una celebración en torno al inicio de una vida hacían de las graduaciones algo especiales, dejándose llevar y llenando sus estómagos con todo lo que podían.

Había sopa de tomate rostizado, de papa y crema de champiñones; espárragos asados, calabacines rellenos de queso, estofados de verduras y empanadas; panes salados rellenos de queso y palitos de pan con romero se alineaban al lado de los postres, donde piezas de pay de manzana, piña y pasteles de frutos rojos con miel se encargaban de ser la tentación de la comilona. La carne estaba prohibida, como en casi todo Haztennaiz.

Daniel tomó un ejemplar de cada postre y un vaso de fermentado de fresas para acompañarlo. Amaba las cosas dulces, y no siempre había oportunidad de comerlas, así que como premio a su esfuerzo para llegar a la graduación se permitiría comer tantos dulces como quisiera ese día.

- Si abusas de los dulces y el fermentado te vas a sentir inflado en un rato más y no podrás seguir bailando.

Silvia se acercó, posando su manita ligera en el hombro de Daniel. Sonrió con placer al ver su cabello liso que jamás trenzaba, pues le parecía innecesario.

- Si me siento mal, conozco a una excelente maite que puede ayudarme a mejorar con su té de jengibre y anís, ¿no crees?

- Yo atiendo enfermos, no mocosos berrinchudos que comen como si no hubiera un mañana.

Ambos rieron, y tomaron asiento en los tapetes dispuestos alrededor del salón para disfrutar sus alimentos. Silvia había sido su maestra cuando se inició en farmacia, y luego lo acogió como ayudante cuando aprobó su catedra de anatomía. Era una omega de 28 años, de apenas metro y medio, cuya estructura física delgada y rostro liso como de niña la hacía parecer frágil. Pero su engañosa apariencia encerraba a una leona que aterrorizaba a todos los novicios, pues era sumamente exigente y disciplinada al momento de la verdad, no admitía atrasos ni errores y exigía total compromiso de sus ayudantes. Solo Daniel se había mantenido firme y constante bajo su enseñanza, hasta ahora que él era un maite reconocido y que sería asignado a una casa de consulta en algún lugar del país.

Daniel la admiraba muchísimo. Fue hijo único, y al nacer como un posible maite sus padres lo aislaron con la esperanza de que nadie supiera de su existencia. Pero al final no pudieron evitarlo, así que cuando el clero se lo llevó a los cinco años no conocía lo que era tener un hermano o siquiera un compañero de juego. Él pensaba en Silvia como en esa hermana que nunca tuvo. Para él era la única de toda la congregación a la que si reconocía con ese título.

Se dedicaron a conversar sobre la ceremonia, la omega que atendió Daniel y las posibilidades de que los padres llamaran a la niña con una variante de su nombre. Era una tradición popular que un recién nacido heredara como segundo nombre, o incluso único nombre el del maite que lo traía al mundo, ya que estos representaban los dones de prosperidad y luz de la diosa Jainkosa, y fungían como guías espirituales, sanadores y consejeros del lugar al que fueran asignados. Daniel sonrió ante la posibilidad, aunque aún no se hacía a la idea de una multitud de niños y niñas con su nombre.

- Bueno, eso dependerá de a qué casa de salud me asignen. Si es en la región de Labanak, los montañeses siguen por tradición una línea de nombres sucesorios por familia.

Silvia perdió la sonrisa que la había acompañado y miro seria a su discípulo. Tomo un respiro y luego prosiguió.

- Sabes del atentado que ocurrió en Lautada hace unas semanas, ¿verdad?

Daniel asintió. Ese día otro maite sustituyo a Silvia, pues esta entro en su ciclo de celo y se quedó en su habitación reposando los síntomas más duros. Y justo ese día una marea de heridos llego hasta sus puertas. Las pobres almas tuvieron que ir desde sus tierras hasta la Casa de los maites en Gotorlekua, luego de que los grupos de choque velyches conocidos como Haukers destruyeran las casas de salud de las praderas bajas. Fueron más a los que ayudo a bien morir ese día que a los que lograron salvar.

- Dany, sé que es inevitable y que se requieren muchas manos en todos lados, pero con esta guerra no deseo que te vayas de aquí. Por favor, déjame convencer al Aito Maite de…

- No Silvia.

Fue un no definitivo, que incluso detuvo a su incansable maestra. Aunque la Casa de los maites estaba llena de comodidades, y la ciudad funcionaba en un sistema de seguridad para proteger a todos los omegas, Daniel no quería eso. Llevaba toda su vida encerrado en esa ciudad, y lo que más ansiaba de convertirse en maite era el ser enviado a las casas de salud a servir. Así podría ver por el mismo las maravillas que tanto contaban libros y personas sobre el país donde nació. País que nunca había visto, que no conocía. Quién sabe, incluso podría ver parte del mundo.

Silvia asintió, y se llevó su vaso de fermentado a los labios. Pensó en avisarle que sin su consentimiento había dado algunos pasos, pero sabía que se molestaría y sería capaz de salir de su propia celebración, así que lo omitió y continúo la conversación por otro lado.

La celebración se prolongó hasta muy tarde, por la madrugada. La música era cada vez más floja, y los danzantes menos que al inicio, y estos se movían más lento, más pausado y más seductoramente. Aunque los fermentados tenían menos efecto que el alcohol, si poseían un efecto desinhibidor que dejaba en modo amoroso a los omegas, sin importar los votos de maite que pudieran haber hecho, por lo que no era raro que las celebraciones terminaran con unos cuantos maites reunidos en las habitaciones para practicar sutiles juegos sexuales. Al final no era más que masturbaciones mutuas y rozamientos, pues no podían finiquitar de manera correcta el coito al ser todos omegas. Esto, lejos de estar mal era bien visto, pues la sexualidad y sus expresiones eran regalos de la diosa Jainkosa, por lo que, si bien un maite no podía tener una relación donde su atención fuese exclusiva para una persona, si podía masturbarse sin miramientos, ya sea solo o en compañía.

Silvia dejo a Daniel en el tapete donde se encontraban cuando se sintió achispada y siguió a una hermosa maite a su habitación. El jugueteaba con la corona de camelias con la que fue coronado, la cual estaba descansando en sus muslos cruzados, pensando en su futuro y en su pasado. Tarareaba sin darse cuenta la canción de cuna de sus recuerdos, imaginando las manos suaves de su madre y la risa de su padre. Como siempre que pensaba en ellos, la melancolía empezaba a hacer estragos en él, cuando Aarón tomó asiento a su lado.

- ¿No hay juegos para ti?- Aarón había dejado la formalidad de su jerarquía y bromeaba con su mejor alumno de Anatomía Humana. Daniel rio, y negó con la cabeza.

- Apenas hoy jure mis votos, no estoy aún tan desesperado para encerrarme a jugar con nadie. Eso déjaselo a los viejos.

- Ouch. Pero los deseos están más encendidos en los jóvenes, no en los ancianos. Recuérdalo bien, no me hagas creer que te aprobé de mi clase sin los conocimientos apropiados.

- No lo hiciste, aprendí bien. Si mal no recuerdo la regla dicta que, si bien en los jóvenes es fuerte el deseo sexual, cuando se vislumbra el final de la vida reproductiva de un omega la excitación sexual se ve disparada.

- Mocoso insolente, ¿quién te enseño eso?

- Déjame pensar, ¿no fuiste tú?

Rieron, mientras chocaban los vasitos de cristal, el de Aarón más lleno que el de Daniel, y los vaciaban de una vez.

- Se ha decidido que serás asignado a una casa de salud en un par de semanas.

Daniel asintió con la cabeza. Por dentro eso lo hacía feliz, pero no debía mostrar demasiada alegría por dejar el lugar que fue su hogar por 17 años, no al menos frente a Aarón, que si bien era un maestro agradable, como persona era sumamente volátil y dramático, propenso a llevar las cosas a un nivel demasiado personal cuando se ofendía con alguien.

- Iré a donde me envíen y serviré con todo lo que soy, lo sabes.

- Lo sé, pero no me siento conforme.

Se obligó a no rodar los ojos ante la idéntica intención que Aarón y Silvia tenían. En cambio suspiro y pregunto el porqué.

- Daniel, ¿no te das cuenta? Tienes demasiada capacidad para ir a perderte en las montañas o la selva y atender un pequeño poblado. Eres el mejor novicio de tu generación, el que tiene más conocimiento de farmacia o anatomía, y hablas idiomas de países que ni siquiera has visitado. Sabes de política más que nadie en este lugar…

- Y eso solo me hace alguien que lee mucho, no alguien especial. ¿A dónde va toda esta platica Aarón?

- Perspicaz, como siempre.- El hombre le dedico una sonrisa de medio lado.- Soy un hombre viejo, Daniel. Si bien aún gozo de buena salud, eso no va a durar para siempre, y alguien debe quedarse a cargo de la unidad de nuestra fe.

- Necesitas un sucesor, ¿no es así?- Daniel creía adivinar qué era lo que Aarón quería de él y no le gustaba ni un poco.

- Así es, necesito a alguien nuevo. Alguien joven, talentoso y muy bien preparado. Para ser más específicos, ¿qué te parecería ser mi sucesor, Daniel?

**********

Caleb fue guiado a través de un jardín muy verde, luego de pasar por la gruesa puerta de madera. Un corredor fresco, lleno de enredaderas por toda la pared exterior conducía a una estancia amplia y agradable, con unos asientos bajos y redondos de mimbre cuya base contenían cojines grandes y suaves, que invitaban a la relajación.

La residencia de Saúl Lescano podría dar la impresión de ser cálida de inicio, pero inmediatamente después de entrar te dabas cuenta que el frío de la soledad habitaba ese lugar. Saúl lo invito a tomar asiento, mientras le daba instrucciones al beta que lo acompañaba para que les trajera té de flores y algunos bocadillos.

Una vez que este fue servido, ordeno que cerrara todas las puertas y ventanas, y que le esperara fuera.

- Bueno, ahora si podemos hablar con libertad majestad.- Saúl dejó la pequeña taza de barro en la mesita cercana y enderezo su postura para ver más cómodamente al alfa frente a él.

- Bien zutabe Lescano, debo suponer que si insistió que viniera con usted es porque tiene una solución al conflicto que nos atañe.

- Si y no, Alteza.- Saúl cruzo las manos sobre sus rodillas, y se acercó como quién va a contar un secreto a alguien.- No, porque usaremos como solución su Tratado presentado hoy a los cien. Y sí, porque yo voy a facilitarle que este Tratado se lleve a cabo.

La atención de Caleb definitivamente fue tomada en ese punto. Este hombre misterioso decía que quería ayudarlo, pero ¿cómo? No era ni por menos un zutabe poderoso, y pertenecía a la edad media de la unidad de zutabes que hacia menos de dos horas rechazaron su propuesta. No entendía que tenía que ganar.

- Admito que estoy intrigado. Sin embargo hay algo que no entiendo. ¿Por qué quieres ayudarme a concretar este Tratado?

Saúl dio otro trago a su té, y dejando la taza de lado sostuvo la mirada azul del hombre que tenía enfrente. Caleb tuvo que reconocer que, al menos, agallas tenía.

- Porque creo que usted y yo vemos lo mismo. Vemos que mi país ya no puede sostener esta guerrilla sin caer en un abismo. Para los zutabes como Mihura esto es irrelevante, porque son familias que han tenido riqueza desde tiempos inmemoriales. No saben de las perdidas en el campo, los muertos, desaparecidos y huérfanos que ya contamos por miles. Y aunque lo vivieran en carne propia, jamás se atreverían a desafiar al clero prometiendo a un maite en matrimonio, mucho menos a un extranjero.

- ¿Y porque no se atreverían?- A Caleb le resultaba ridículo que el grupo de hombres y mujeres más ricos y poderosos del país no se atrevieran a desafiar al pequeño grupo de omegas que se encargaban de la religión.

- Porque el clero los destruiría, a ellos y a sus familias. Majestad, tal vez en su país usted tenga el control y la última palabra en todo, pero aquí el verdadero gobierno está en los maites. Tiene tal poder sobre el pueblo que si ellos repudian a una familia, será el fin de esta. Por esa razón, ni aunque estuvieran de acuerdo con usted aceptarían el Tratado.

- Entonces, ¿cómo es que usted piensa hacer que cooperen? Honestamente, me siento escéptico con toda esta revelación.

- Majestad, usted dejo abierta la posibilidad en el consejo de hoy, ¿recuerda? Si un maite se ofrece de voluntad propia para el matrimonio, ellos están obligados a honrar el Tratado. Y yo sé de un maite que se ofrecerá sin dudar.- Caleb lo miró analítico, negándose a creer que uno de los afamados maites traicionaría su fe.

- ¿En serio? ¿Y quién es ese maite, si se puede saber?

Saúl sonrió con la suficiencia del hombre que tiene la mano ganadora.

- Ese maite es mi hijo.

14 de Enero de 2020 a las 02:24 0 Reporte Insertar Seguir historia
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