oveja-gris Oveja Gris

La vida de Leticia, una joven que a los diecisiete años, luego de una vida de maltratos y pérdidas; debe enfrentar la muerte de la mujer que la rescató de ese infierno.


Historias de vida No para niños menores de 13. © Todos los derechos reservados

#humor #drama #lifestory #duelo-conflictos #familia #amigos
11
9.2mil VISITAS
En progreso - Nuevo capítulo Todos los domingos
tiempo de lectura
AA Compartir

"El espectáculo debe continuar"

I

Lucas y Leticia se hallan de pie enfrentados bajo el cálido sol de la tarde, en un sector poco concurrido de la costanera de un lago de color azul intenso. La joven pareja de adolescentes (diecisiete años, ella; y dieciocho, él) ha viajado hasta la patagónica localidad de “El Calafate”, ubicada en el sur de la República Argentina; para celebrar el comienzo del año dos mil quince en compañía de los tíos de la joven, quienes residen en aquella ciudad. Pero algo extraño acaba de suceder. El chico, un joven de cabello y ojos castaños, sonrisa amable y rostro atractivo; sostiene en su mano derecha un celular que no deja de sonar. A su vez, observa fijamente y con expresión de ligero desconcierto, a la chica situada de pie frente a él. Ella, una muchacha de cabello rubio rizado y ojos celestes, le devuelve una mirada extrañamente desafiante. Lucas comienza a acercar el teléfono a su oído muy lentamente y sin dejar de vigilarla. Entonces, Leticia parece darse por vencida. Inmediatamente se gira dándole la espalda, y se aleja varios pasos de él. A continuación, el chico contesta la llamada, todavía sin poder comprender la extraña actitud de su novia.

—Hola, ¿Martín?

—Hola, Lucas... —responde la voz de un hombre—. ¿Leti está con vos? —pregunta a continuación.

Lucas nota algo raro en el tono, aún así le contesta.

—Si, pero... no sé qué le pasa... estaba esperando que la llamara Victoria y...

—Lucas, Victoria no va a poder llamarla —interrumpe el hombre con voz grave.

—¿Qué?... ¿le pasó algo, Martín? —pregunta el chico asustado.

—Si.

—¿Qué?, ¿qué le pasó?

—Necesito hablar con Leti —responde el otro lacónicamente.

—No... Martín, decime por favor, qué le pasó —insiste Lucas desesperado.

Martín lanza un triste suspiro y le responde.

—Tuvo una hemorragia cerebral y está en coma.

El chico se queda helado.

—¿¡Qué...!? —atina a decir.

—Lucas, necesito hablar con Leti —insiste Martín.

—Si, pero... ¿Olivia...?

—Olivia está bien, no te preocupes. Pásame con Leti, por favor.

—Si...

Lucas se dirige hacia Leticia con los ojos llenos de lágrimas y le dice.

—Es Martín. Atendelo.

Pero Leti parece no haberlo escuchado.

—Leti...

Como la chica continúa ignorándolo, él pierde la paciencia.

—¡Leti, atendelo! —le grita.

Ella lo mira de reojo y acepta el celular de mala gana.

—Hola, Martín... —dice inexpresivamente—, si... entiendo... ok... no, está bien... si, ahí te paso.

La chica le devuelve el teléfono a Lucas sin mirarlo. Él la contempla con asombro, pero aun así agarra el aparato y se aleja nuevamente para hablar.

Entonces Martín le dice.

—Lucas, cuidala, por favor.

—Sí, Martín. Ni bien consiga los pasajes, nos tomamos un avión.

—Tranquilo.

—Si... ¿Vos...? —comienza, pero no sabe cómo seguir.

—No te preocupes por mí. Yo estoy acompañado —contesta el hombre intentando sonar convincente.

—Si... Martín... lo lamento mucho —termina el joven desconsolado.

—Lo sé.

El chico corta la comunicación y se seca las lágrimas. Enseguida se dirige hacia su novia, quien permanece sentada en el suelo, dándole la espalda. Lucas se agacha junto a ella e intenta atraer su atención, pero la chica mantiene la vista fija en el suelo. Entonces, le ofrece su mano. Leti la mira durante un momento y finalmente la acepta. Él la ayuda a levantarse y ambos se ponen en marcha.

Momentos después, llegan a la casa de los tíos de la chica. Allí se encuentran con Julia, la tía y Maru, una de las primas. Leticia entra primero y se dirige rápidamente a su habitación sin mirar a nadie. Julia y Maru la observan extrañadas. La chica entra en su cuarto y cierra la puerta. Mientras tanto, en el living, Julia interroga a Lucas.

—¿Qué pasó?... ¿pelearon?

—No —responde el chico cabizbajo.

Leticia se sienta en el suelo y apoya la espalda contra la pared. Mantiene los ojos muy abiertos y la mirada perdida durante un largo momento. Finalmente, cierra los ojos y se echa a llorar ocultando la cabeza entre los brazos.

Minutos después, Lucas ingresa al dormitorio seguido de Julia y Maru. La chica continúa en la misma postura, entonces él se agacha junto a ella y le dice.

—Leti...tu tía consiguió pasajes para volver esta noche.

—Ok... Gracias —contesta sin levantar la cabeza.

La mujer también se agacha y replica.

—De nada, mi amor.

Al tiempo que le acaricia el cabello, pero Leticia no muestra reacción alguna. Maru hace otro intento.

—Leti... ¿querés hablar?

Ella niega con la cabeza.

—Está bien... ¿te ayudamos con el equipaje? —pregunta la joven a continuación.

Leticia vuelve a negar.

Maru la mira con profunda tristeza y añade.

—Nosotras vamos a estar en la cocina... por si necesitás algo... Por favor, lo que sea.

Leticia asiente con la cabeza. Maru se acerca más a ella, le da un beso en la mejilla y se aparta con tristeza. Julia la besa en la cabeza y también se aleja. Ambas salen de la habitación dejando a los dos chicos solos. Lucas mira a Leticia angustiado y le dice.

—Leti... ¿no vas a decir nada?

La chica permanece inmóvil durante algunos segundos. De pronto, levanta la cabeza bruscamente y anuncia.

—Tenemos que armar la valija.

Enseguida intenta ponerse de pie, pero Lucas se lo impide.

—Mirame —le pide desesperado.

La chica levanta la vista hacia él muy lentamente y se encuentra con la mirada consternada del chico.

—Mi amor... tenemos que estar juntos —le dice él.

—Ok —responde ella.

Enseguida se pone de pie y comienza a ordenar la ropa. Lucas la observa con gesto abatido.

https://youtu.be/bGLHadex0B0

Más tarde, Leticia entra en el baño. Hello darkness, my old friend. Se lava las manos y se mira en el espejo. I've come to talk with you again. Durante un momento no reconoce su propia imagen. Es el rostro de una joven triste. No es ella. Es la otra. La que dejó atrás gracias a Victoria. Y ahora Victoria...

La chica se echa agua helada en la cara reiteradas veces, como si quisiera con ello borrar esa expresión. Luego se seca con la toalla, la deja a un lado, apaga la luz y abandona la habitación.

In restless dreams I walked alone. Todo lo que sucede a partir de ese momento, se le presenta en forma borrosa y fragmentada, como si su mente se encontrara a miles de kilómetros de distancia. Los sentidos se adormecen. Los movimientos se vuelven lentos e incoordinados. Las emociones se quedan congeladas en el cuerpo. Apenas siente las manos de sus primos que la tocan, la acarician, la abrazan, e intentan reconfortarla inútilmente. Rostros acongojados le dicen cosas sin sentido. Y al segundo siguiente, inexplicablemente, se encuentra viajando en el asiento trasero de un auto por una oscura autopista. Una sucesión de luces y sombras rebelan y ocultan su rostro inexpresivo. Algo malo sucedió, pero no recuerda bien qué. Su mente se encuentra adormecida, pero en algún rincón muy lejano de la misma, algo la inquieta. Piensa que está regresando a su casa. Que pronto verá a Victoria. Y ella sabrá cómo...

Las luces del aeropuerto perturban momentáneamente su retraimiento. La chica se baja del auto y camina por el interior del edificio como un autómata. Apenas siente los besos, los abrazos y las palabras de consuelo que le dirigen sus familiares a modo de despedida. Con la vista fija en el suelo realiza el trayecto final hacia el interior del avión, y posteriormente dentro del mismo. Al final, se hunde en su asiento y clava la vista en la ventanilla. Y más allá. Pero no ve nada. Una mano agarra la suya, pero ella apenas la siente. El avión comienza a carretear por la pista y finalmente se eleva en el cielo. Leti observa a través de la ventanilla cómo todo se vuelve pequeño e insignificante. Y finalmente, sólo queda la negrura que refleja lo que ella siente en su interior en esos momentos: un enorme vacío. Las luces de la cabina se apagan, y en la calma oscuridad de la noche en las alturas, Leticia se siente completamente sola... And whisperedin the sounds... of silence.


II


Buenos Aires. Leonardo, un joven de casi diecinueve años, alto, moreno y de complexión delgada y atlética; se pasea inquieto, de un lado a otro de su cuarto. Revisa con frecuencia su celular y chequea con insistencia los mensajes que le envió a Victoria y que no han sido vistos por la mujer. Deja el celular a un lado y suspira preocupado. De pronto, el aparato comienza a sonar. Leo se abalanza sobre él y observa con extrañeza que tiene un mensaje de un número no registrado. Rápidamente lo lee: "Leo, soy Martín. Necesito que vengas al hospital. Victoria está internada. Está grave." El chico abre mucho los ojos con expresión de incredulidad y enseguida sale corriendo.


Varios minutos después llega al hospital desesperado. Cerca de la entrada, se encuentra con Ana, otra adolescente de diecisiete años, de cabello castaño, largo y ondulado y constitución más bien menuda. Leo la intercepta bruscamente y le dice.

—¡Ana!, ¿¡qué pasó con Victoria!?, ¿¡sabés algo!?

Ana lo mira inexpresivamente y contesta en tono monótono.

—Victoria está muerta.

—¿¡Qué decís!? —replica él incrédulo—. Victoria está embarazada... va a tener un bebé...

—Está embarazada y va a tener un bebé. Pero nunca se va a despertar —reitera la chica con actitud abatida.

—¿Qué? —repite él. Y enseguida agrega furioso—. ¡Estás diciendo cualquiera, loca! ¿Qué te pasa?

De pronto, se oye la vez de Martín llamando a Ana.

Leo gira la cabeza en esa dirección, y cuando localiza a un hombre de casi cuarenta años, se dirige hacia él rápidamente.

—¿Qué le pasó a Victoria, Martín? —inquiere.

Éste lo mira y le dice.

—Leo, menos mal que viniste... Victoria... —comienza—. Ella... tuvo una hemorragia cerebral y... —se interrumpe.

—¿Qué?... ¿no se va a despertar?... ¿se va a morir? —pregunta Leo desesperado.

Martín asiente sin mirarlo.

—No... no... no puede ser —replica el chico estupefacto.

Ni Martín ni Ana le responden. Leo los mira a ambos alternativamente y añade atropelladamente.

—Quiero verla.

—Podemos verla ahora —contesta Martín—. Para eso la estaba buscando a Ana.

Pero la chica hace un gesto negativo con la cabeza.

—¿No vas a venir? —le pregunta el hombre.

Ella lo mira casi desafiante y le responde.

—No. ¿Para qué?

—Está bien. Vamos, Leo.

Los dos hombres se marchan, mientras Ana los observa con expresión triste.


Minutos después, Leo y Martín llegan a la entrada de la habitación donde se encuentra Victoria, una mujer de treinta y seis años, de cabello rubio, embarazada y en estado de inconsciencia. El chico se asoma al interior y se queda paralizado al ver a la mujer llena de cables y tubos. A continuación, se acerca a la cama y se agarra la cabeza en gesto de desesperación. Martín se aproxima a él muy despacio y le apoya una mano sobre el hombro. El chico se cubre el rostro con ambas manos.

—No... no, no puede ser... —repite.

Martín comienza a decirle algo, pero Leo se aparta de él y le grita.

—¡No!

Se queda mirándolo muy angustiado durante algunos segundos, luego da media vuelta y huye de allí. Martín lo observa, pero no hace ademán de seguirlo. En lugar de ello, toma una mano de su mujer y la mira con pena.

Momentos después, siente que alguien se para a su lado. Gira la cabeza y se encuentra con Lautaro, un hombre de su edad, bastante corpulento.

—¿Lo viste a Leo? —le pregunta inmediatamente.

—Si... —responde éste— Agus estaba intentando hablar con él, pero... no creo que vuelva.

—Es lo mejor —replica Martín.

—No sé... ¿Y Ana? —pregunta el otro.

—Tampoco quiere venir. No tiene ningún sentido para ella.

—La entiendo —replica Lautaro apenado.

—Si. Yo también —coincide Martín.

Tras una breve pausa, Lautaro añade.

—Entonces... ¿cuándo van a hacer la cesárea?

—Tengo que hablar con Leti, primero —responde Martín.

—Si... está bien.

—Además... Victoria quería donar sus órganos —agrega mirándolo.

El otro comprende enseguida.

—Leti va a necesitar un tiempo para... procesarlo —manifiesta.

—Desgraciadamente no tenemos mucho.

—Lo sé. Cuando hablaste con ella... ¿cómo la notaste?

—Distante —responde Martín inmediatamente—. Como si ya lo supiera y no quisiera escucharme.

—Seguro presentía algo.

—Si... es posible.

Ambos se quedan mirando a Victoria con expresión triste.


Ya entrada la noche, Ana se encuentra sentada en los escalones de acceso al hospital con expresión ensimismada, cuando nota que alguien se sienta a su lado. La chica gira la cabeza para mirar y se encuentra con Santiago, un joven de dieciocho años, de cabello rubio y lacio, un tanto desordenado. Ana sonríe con alivio y enseguida se echa a sus brazos llorando. El chico la abraza a su vez y le acaricia la espalda. Al cabo de un momento, ella le dice.

—Pensé que llegabas mañana.

—Adelantamos la vuelta —replica él.

—¿Por qué? —pregunta asombrada.

Santi sonríe con tristeza y responde.

—Me llamaron tus viejos. Estaban re preocupados. Les dije que yo estaba más cerca y que iba a llegar antes.

—Gracias —manifiesta ella conmovida.

El chico vuelve a sonreír sin ganas y le añade.

—¿Querés que vayamos un rato a casa?

—No. Tengo que esperar a Leti.

Él asiente.

—Pero podés decirles a mis viejos que estoy bien —prosigue la chica.

—Ok.

Santi saca su celular y llama a la mamá de Ana. La mujer lo atiende enseguida.

—Silvia... sí, ya estoy con Ana. Está acá al lado mío... sí, está bien... Ahí te la paso.

Le extiende el teléfono a Ana y ella lo toma.

—Ma... sí, me voy a quedar hasta que llegue Leti... No, no la vi más a Victoria. Victoria ya no existe... —hace una pausa y agrega en tono cansado—. Mamá... sí, después vamos para allá con Santi. Chau, besos para los dos. Cuídense.

Ana corta la comunicación y Santi enseguida le pregunta.

—¿Estás segura de que no querés ir a ver a Victoria?

—No hay nada que ver, Santi. Sólo un cuerpo conectado a un montón de cables y tubos. No es Victoria.

El chico baja la vista con tristeza, pero no le dice nada.

III


Mientras tanto, en la casa de Leo, la madre y los cuatro hermanos del joven se encuentra cenando; mientras que el chico permanece en su cuarto, acostado en su cama, bastante decaído. Al cabo de un momento, Tomás, el hermano de diecisiete años, entra en la habitación. Leo lo mira de reojo con expresión severa. El chico intenta entablar conversación con él.

—Ey... mamá me contó lo de... Victoria —comienza titubeante.

—¿Y? —replica Leo con brusquedad.

—Lo... lamento.

—¿En serio? —pregunta el otro en tono irónico.

—Si... que se yo —replica el joven dubitativo.

—¿Y por qué lo lamentás?... ¿no deberías estar contento? —arremete, cada vez más irritado.

—Mirá, Leo...

—No, mirá vos, Tomás... No vengas a hacerte el buenito ahora, porque no te creo una mierda. ¿Por qué mejor no vas a visitar al viejo y le contás las buenas nuevas? —escupe.

Tomás duda un momento y Leo continúa.

—Dale. Y de paso le decís que se cumplió su deseo: no voy a ir a la universidad —añade con amargura.

—Pará, Leo. No sabés...

—¿Qué cosa?

—El flaco ese... seguro que te va a seguir bancando.

—Martín tiene cosas más importantes en que pensar. Como su mujer muerta y su bebé que está a punto de nacer. ¿Eso no te parece suficiente? —inquiere mirándolo con dureza. El otro le responde algo amedrentado.

—Si... obvio.

—Bueno, rajá, ahora. Quiero estar solo.

Tomás lo mira durante un segundo y obedece.

Al cabo de un momento, la mamá del chico ingresa a la habitación. Leo está a punto de echarla, cuando se percata de que no se trata de su hermano.

—Vieja... ¿qué pasa?

—Estás muy triste —señala la mujer apenada.

—No. Nunca estuve mejor —replica él con la vista fija en la cama de arriba.

—Hijo... quisiera ayudarte...

—Vos ya me ayudaste, vieja. Echaste a ese borracho de la casa. No necesito nada más de vos.

—Pero... la señora Victoria era tan buena... sé que la vas a extrañar mucho —insiste ella.

—No quiero pensar en eso, ahora.

—Y... ¿Leti?

—Tampoco quiero pensar en ella.

La mujer lo observa durante un momento y luego le acaricia el pelo con ternura.

IV


Pasada la medianoche, Leticia y Lucas aterrizan en Buenos Aires. Rápidamente buscan el equipaje y se toman un taxi, que al cabo de varios minutos se detiene frente al hospital. La chica se baja inmediatamente y se dirige casi corriendo hacia la entrada, mientras Lucas se queda atrás pagando y ocupándose del equipaje. Leticia ingresa al hospital y enseguida se encuentra con Martín. Los dos se quedan mirándose durante un momento, hasta que ella reacciona.

—¿Dónde está Victoria? —pregunta con ansiedad.

—Vení conmigo —responde él.

Martín se pone en marcha y Leticia lo sigue en silencio. Cuando llegan a la sala de espera de terapia intensiva, la chica alcanza a ver de reojo a los padres de Victoria junto a un hombre joven, que no puede ser otro que su hermano, a la madre de Martín, a Lautaro, a Agustín, a Ana y a Santi; pero hace caso omiso de todos. Ambos ingresan a la habitación de Victoria y Leticia se acerca muy lentamente hacia la cama con expresión aturdida. Cuando llega junto a ella, le toma una mano, y al cabo de un momento dice.

—Parece dormida.

—Si... —coincide Martín.

A continuación, le aprieta la mano y la toca de diversos modos, como esperando algún tipo de respuesta. Finalmente desiste y las lágrimas comienzan a resbalar por sus mejillas. Martín le apoya una mano sobre el hombro y ella se vuelve hacia él con desesperación y le dice.

—¿Qué vamos a hacer?

—Le van a hacer una cesárea para que nazca Olivia —responde éste con tristeza.

—¿Y Victoria?

—No hay nada más que hacer por Victoria —contesta abatido.

—¿Van a dejar que se muera? —pregunta ella sorprendida.

—Ella... ya murió, Leti.

—No. Está respirando —replica la chica con obstinación.

—Es un aparato el que respira por ella —explica él pacientemente.

—Muchos pacientes en coma se despiertan —insiste Leti.

—No. No "muchos". Y ella no está en coma. Tiene muerte cerebral.

—A vos sólo te importa tu hija, ¿no? —lo increpa con un tono inesperadamente duro.

—Me importan las dos. Sólo que ya no puedo hacer nada por Victoria —replica el hombre, sin perder la calma.

Ella lo mira con desconfianza.

—¿Podemos hablar, Leti? —añade él.

—¿De qué?

—De lo que quería Victoria.

Leticia no le contesta.

—Ella quería donar... —empieza Martín.

Pero Leti lo interrumpe.

—No quiero hablar, ahora. Quiero estar con Victoria.

—Está bien —acepta resignado.

—Te podés ir, si querés.

Martín la mira durante un instante y luego asiente. Enseguida se retira de la habitación. Leticia no le presta atención.

La chica permanece junto a Victoria un largo rato, mirándola con expresión pensativa y triste. Al cabo de un momento, abandona la habitación y se dirige a la sala de espera. Agustín es el primero en verla y alerta a los demás. Todos la miran, pero ella no les hace caso y se dirige directamente hacia Ana, quien también la mira fijamente. Leti se para frente a su amiga y le dice.

—¿Podemos hablar?

—Si... obvio —responde ésta algo sorprendida.

Ambas se alejan un poco del grupo, ante la mirada atenta de los adultos. Cuando alcanzan una distancia que impide a los demás oírlas, Leti prosigue.

—Necesito que me cuentes que pasó.

—¿Qué pasó...? —pregunta Ana algo confundida.

—Si.

—Victoria... tuvo un ACV y... —empieza.

—No, eso ya lo sé. ¿Pero cómo?, ¿por qué? —interrumpe Leti ansiosa.

—Tenía una... malformación en los vasos sanguíneos de... —explica la otra.

—¡No! —exclama Leticia. Y prosigue indignada—. ¿De qué me estás hablando, Ana?... Ella estaba sana. No tenía ninguna enfermedad.

—Es algo que no da síntomas —replica Ana apenada.

—¿En serio?... ¿ningún síntoma? —pregunta Leti sin creerle.

—Bueno... a veces puede causar cefaleas o.… mareos.

—¿Y vos nunca notaste nada de eso? —la increpa.

Ana la mira extrañada.

—Yo... No. Victoria nunca me dijo...

Pero Leti vuelve a interrumpirla de mal modo.

—¿Y vos qué hiciste?

—¿Qué hice...?

—¡Qué hiciste para ayudar a Victoria cuando se descompuso! —le grita.

Los adultos y los dos chicos observan la escena preocupados. Ana mira a su amiga sin saber qué decir. Entonces, Leticia la agarra con fuerza de los hombros, y con una mezcla de furia y angustia comienza a sacudirla y a gritarle.

—¿¡Qué te pasa!? ¿¡Por qué no me contestás!?... ¿¡no hiciste nada, acaso!?... ¿¡la dejaste morir!?

Martín, Lucas, Santi y Agustín se acercan apresuradamente. Los dos hombres llegan primero. Martín agarra a Leticia y Agustín a Ana; pero es Santi quién se ocupa de contener a ésta última, mientras que Martín le dice a la primera.

—Leti, Ana hizo lo que tenía que hacer. Actúo muy rápido, pero... —hace un gesto negativo sin poder continuar.

La chica lo mira, todavía con desconfianza, pero no le dice nada.


Un poco más tarde, cuando el reloj de la sala de espera marca las dos y treinta de la mañana, sólo quedan en la sala Martín, Lautaro, Agustín y los cuatro chicos. Martín se dirige hacia los dos adultos y les dice.

—Váyanse ustedes, si quieren.

—Pero... ¿los chicos...? —pregunta Lautaro.

—Yo me ocupo.

Lautaro mira a Agustín, pero antes de que llegue a tomar una decisión, los tres notan que Leticia vuelve a dirigirse hacia Ana, pero esta vez con expresión de culpa.

—Perdoname, Ana —manifiesta apenada.

—Si... no hay drama —responde ésta en tono apagado.

—¿Podemos hablar?

—Si, obvio.

Ana mira a Santi, éste se pone de pie y se aleja unos metros de ellas. Leticia lo observa durante unos segundos y luego se vuelve hacia Ana.

—¿Es cierto que... Victoria está muerta? —le pregunta.

—Si, Leti. Es cierto —responde su amiga bajando la mirada.

—Pero respira...

—No, Leti. No respira. Una máquina respira por ella. Y las drogas mantienen funcionando su corazón. Porque su cerebro dejó de funcionar.

—Pero... hay personas que se despiertan —añade esperanzada.

—Pero Victoria tiene "muerte cerebral". Las personas que se despiertan lo hacen de un estado vegetativo.

—No sé qué significa eso.

—Muerte cerebral significa qué su cerebro está demasiado dañado como para repararse.

—¿Y quién decide eso?

—Los médicos.

—Los médicos también pueden equivocarse —insiste ella.

—Si... es verdad... —reconoce la otra con cansancio.

Leti la mira durante un instante y luego le pregunta.

—¿Vos pensás que... deberían sacar a Olivia del cuerpo de Victoria y donar sus órganos?

—Sinceramente... no me importa mucho Olivia... Pero sí, deberían hacer eso —concluye.

Leticia baja la vista con tristeza, pero no dice nada.


Hacia las tres de la mañana, sólo quedan en el hospital, Martín, Leticia y Lucas. La chica se encuentra en la habitación de Victoria, sentada junto a la cama de la mujer, cuando Martín ingresa a la misma.

—Leti... —la llama.

—¿Qué?

—Deberías ir a casa a dormir un rato.

—No. Yo no me voy a ir. Andá vos, si querés —replica con terquedad.

—No. Yo voy a quedarme con mi mujer y con mi hija.

—¿Y querés yo que me vaya? —le pregunta dolida.

—No. No quiero que te vayas... —Y tras una pausa añade—. Voy a decirle a Lucas que se vaya... si te parece... hay que darle de comer a las perras mañana y...

—Me parece perfecto —coincide.

Martín sale de la habitación y se encuentra con Lucas. Enseguida le dice.

—Leti se va a quedar.

—Ok... —responde él.

—Vos... ¿podrías ir a casa a hacer algunas cosas por mí?

—Obvio, Martín... ¿y Leti...?

—No te preocupes por ella. Yo me ocupo.

—Está bien.

Lucas agarra sus cosas y se marcha cabizbajo. Al cabo de unos segundos Leticia aparece en la sala de espera.

—¿Se fue? —le pregunta a Martín.

—Si... ¿Me acompañás a tomar un café?

Si. Vamos —responde ella sin ganas.

Los dos se dirigen hacia la cafetería y se sientan en una mesa frente a frente. Luego de pedir dos tazas de café, permanecen un largo rato en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Una vez que el mozo regresa con el pedido, Martín mira a Leticia y le pregunta.

—¿En qué pensás?

—En nada —responde ella automáticamente.

—Decime, Leti.

Ella lo mira y contesta.

—En que quiero que Victoria se despierte.

—Yo daría mi vida porque se despierte.

—Pero vos pensás que es imposible.

—No. No imposible. Pero las posibilidades son prácticamente nulas. Y yo tengo que pensar en otras cosas, también.

—¿En tu hija?

—Si. Pero no sólo en ella.

—¿En qué más?

—Leti... vos la conocías muy bien a Victoria. ¿Pensás que esto es vida para ella?

—No —reconoce sin mirarlo.

—Con Victoria ya hablamos sobre estas situaciones, y lo que ella quería era... donar sus órganos.

—¿De qué hablás?... ¿cómo van a sacarle los órganos?... está embarazada, Martín —alega indignada.

—Después de la cesárea, Leti.

—¿Y cuándo... le van a hacer la cesárea?

—En cuanto yo firme el consentimiento.

—No lo hagas, Martín —le pide desesperada.

—No puedo hacer eso.

—¿Por qué?

—Porque Victoria... —comienza. Pero cambia de idea—. No es lo que Victoria quería.

—¿Y qué?... Seguro que tampoco quería morirse a los treinta y seis años —señala molesta.

—Nadie quería que pasara esto. Pero pasó, Leti. Y no podemos negarlo.

—Yo... te puedo ayudar a cuidarla si...

—No se trata de eso —interrumpe él—. Victoria... ya está muerta, Leti —y pronuncia las últimas palabras con profundo dolor.

Leti lo mira durante un instante y luego dice.

—Pero... es muy pronto para...

—¿Pensás que dejar pasar el tiempo haría que fuera más fácil? —pregunta él.

—No sé...

—Te entiendo. Pero por desgracia no tenemos tiempo.

—Entonces andá a firmar lo que tengas que firmar así terminamos de una vez por todas —añade en tono resentido.

—No voy a hacerlo hasta que no lo entiendas.

—¿Qué importa lo que yo piense?... Yo no soy nada de Victoria.

—Sabés que eso no es así. A Victoria le importaba mucho lo que vos pensabas. Y a mí también.

—Si de verdad te importa lo que yo pienso, no firmes nada. Victoria está embarazada y Olivia no iba a nacer hasta dentro de un mes. No pueden sacarla todavía —dice obstinada.

—Leti... yo entiendo cómo te sentís, pero Victoria...

La chica estalla y le grita.

—¡Martín!... ¡Victoria siempre me decía que yo le iba a aplicar la "inyección letal" en caso de que fuera necesario!... ¿de verdad pensás que lo decía en serio?... ella siempre jodía con esas cosas. Era un chiste, nada más —concluye molesta.

—Leti... Victoria murió y es un riesgo para Olivia seguir adentro de su cuerpo. Por eso tienen que sacarla antes, ¿entendés? —le dice tratando de mantener un tono calmo.

—Si... claro... Sólo te importa tu hija —replica ella en tono hiriente.

Martín suspira con cansancio y luego agrega.

—Ella... me escribió una carta. Después de que... casi...

—¿Qué carta? —pregunta Leti con repentino interés.

—¿Querés leerla?

—Obvio.

Martín busca en su celular y cuando encuentra la carta, le pasa el aparato a la chica. Ella lo toma en sus manos y lee.

Martín... mi amor... ya sé que es difícil de aceptar, pero... yo no le tengo miedo a la muerte. ¿Sabés a que le tengo miedo?... A la enfermedad incurable, incapacitante, crónica, progresiva, deteriorante... Al sufrimiento. Propio y de los que te quieren. A vivir en estado vegetativo. Y a no vivir, porque, ¿qué clase de vida se puede vivir en ese limbo? Sin saber si estás viva o muerta. Si estás soñando o despierta. Me aterra pensar en ese lugar intermedio. No estar ni acá, ni más allá. Quizás escuchando las voces de los que te quieren y no pueden dejarte ir. Y tampoco pueden seguir con sus vidas, porque vos seguís ahí. ¿Qué pasaría si te escuchara diciéndome que me amás y que no podés vivir sin mí, y no pudiera decirte que tenés que aprender a vivir sin mí?...... Por eso te lo quiero decir ahora. No quiero vivir nunca en ese limbo. Hay que aceptar la muerte. La propia y la ajena. Es inevitable. Todos vamos a morir. Y nos vamos a volver a encontrar en algún lugar. Estoy segura.

Leticia termina de leer la breve declaración con lágrimas resbalando por sus mejillas y le pregunta al hombre.

—¿Cómo sé que lo escribió ella?

—¿Pensás que no lo escribió ella?

Ella no contesta. Y al cabo de un momento le dice sin mirarlo.

—Está bien... Podés... firmar eso.

Martín la mira sonriendo con tristeza.

6 de Enero de 2020 a las 22:33 0 Reporte Insertar Seguir historia
3
Leer el siguiente capítulo "Adiós"

Comenta algo

Publica!
No hay comentarios aún. ¡Conviértete en el primero en decir algo!
~

¿Estás disfrutando la lectura?

¡Hey! Todavía hay 46 otros capítulos en esta historia.
Para seguir leyendo, por favor regístrate o inicia sesión. ¡Gratis!

Ingresa con Facebook Ingresa con Twitter

o usa la forma tradicional de iniciar sesión