Cuando el niño despertó, vio una luz espectral levantarse como una lanza desde el agua del manantial. Era una media tarde de Junio, del año 931 de la Cuarta Edad. El sol radiaba en el cielo despejado, sobre los maravillosos mares añiles del Este de Vanjer. El mundo parecía estar en quietud.
El niño contemplaba la luz, y no entendía. Era plateada como la cortina de una llovizna otoñal, pero destellaba con rayitos. Cuando se había quedado dormido sobre la hierba a la orilla del manantial, en medio de aquella selva inhóspita, esa extraña luz no había estado allí.
El lugar circundante estaba lleno de árboles de tupido que cada vez se volvían más oscuros. La humedad también había crecido. En la cumbre de una cresta de rocas, entre dos picos de piedra erizados que formaban un arco, descendía una maravillosa cascada con un vertiente cada vez más salvaje.
La luz emergía desde las profundidades del manantial donde la cascada desembocaba. Invadido por la curiosidad, decidió averiguar de qué se trataba. Se metió al agua, nadó hasta ese sitio, y sumergió la manito delgada hasta la profundidad. Introdujo los dedos entre unas piedras, removiéndolas, esparciendo la tierra, hasta que acarició un inesperado objeto redondo, muy distinto a cualquiera de las piedritas lisas que se pueden encontrar en el fondo. El objeto estaba enterrado parcialmente. La luz erecta y fantasmal provenía de él, y parpadeaba con cada roce de los dedos. Sabiendo que no podría sacarlo tan fácil, el menudo muchacho sumergió su otra mano para tirar con más fuerza. Haló y haló, hasta que finalmente la sacó del agua con un tirón violento usando todo el peso de su cuerpo. En las manos del chiquillo resplandeció una esfera oscura del tamaño del puño de un adulto. Otra luz relampagueaba salvaje en su interior. El cielo se oscureció súbitamente, arremolinando nubes negras de tormenta como cuando la lluvia llora las tumbas.
El niño miró la esfera, y sintió una emoción en su corazón. La rozó con su mano: el cristal estaba frío; y el agua, una vez caliente, también se había enfriado. Pero estaba enamorado de la belleza del ejemplar. Un destello dorado como fuego ardiente lo saludó desde el interior. Aparecieron unas secuencias de caracteres desconocidos, difuminándose unos tras otros.
«Ni… dân», murmuró el niño para él, aunque no tenía idea como ese condenado Nombre había llegado a sus labios. Sus ojos seducidos se fijaban en las flamas bailarinas en el alma de la esfera negra. El Nombre seguía llamando en su mente en susurros escabrosos, en palabras de horror.
— Nidân…—repitió firmemente.
Entre el cinturón de árboles selváticos apareció un hombre adulto. Vestía un ropaje simple, digno del Cuarto Eón (el ciclo de tiempo, al que los Hombres del Sur se referían simplemente como Cuarta Edad). Era un atavío negro de seda, casi de pies a cabeza, con una capa gris de tela gruesa cubriéndolo como un Señor, y con botas también oscuras como la tinta. Debajo del cuello tenía un collar con una luz naranja. Parecía ser una ropa escogida específicamente para asistir a algún evento en particular.
— Hijo—llamó calmado desde la orilla del manantial—. Es tiempo. Vámonos, que se nos hace tarde. Tu madre debe de estar preocupada, y ya sabes que no hay que hacerla esperar.
Pero sus expresiones cambiaron de repente. Los labios se le transformaron en una mueca torcida. Las arrugas de su perfil se oscurecieron, toscas, hurañas como fustigadas por un rencor terrible. La frente severa se frunció. El niño lo miró y se dio cuenta, y vio a su padre yendo hasta él, metiéndose lentamente en el manantial, entrando en el agua sin importarle mojarse. El niño sintió que su padre no le despegaba la mirada, como un cazador a su presa. Una mirada que nunca había visto en él. De repente hasta había una neblina paranormal flotando sobre la tierra.
— ¡Mira, papá!—dijo un poco asustado—. Se llama Nidân.
Ese nombre... tan viejo como la tierra misma; viejo, conocido pero también desconocido. En sus ojos, el niño descubrió que su padre lo había oído antes; por supuesto que debía de haberlo oído, si algo sabía de historia. La expresión pálida en su cara enojada lo confirmaba. De pronto, el hombre dio tres zancadas y alcanzó a su hijo dentro del agua. El niño lo sintió más alto que nunca antes, y lo miró con miedo mientras su padre lo miraba desde la altura. Con un agarrón salvaje, su padre le arrebató la esfera de su mano.
— ¿Dónde has conseguido esto?
El niño vio que su padre también echó un vistazo a las profundidades de la esfera oscura. Adentro de ese hermoso cristal negro se veía la misma danza de la flama latente y violenta, que golpeaba las paredes transparentes que la atrapaban. Y entonces, ambos oyeron una voz prolongada y siniestra llamando desde adentro, una voz que apenas era entendible, pero que era terriblemente amenazante. El agua vibró; al comienzo fue suave, pero luego más fuerte, y más fuerte. El niño sintió como si estuviera a punto de conocer un horror antiguo. No se equivocaría.
— Navish ugimniûn yl ameriâ yl iâvris—recitó la Sombra en la esfera.
El niño tembló, y al buscar la mirada de su padre, vio cómo los ojos de él se volvían oscuros, vacilantes como la primera lluvia primaveral, y penetrantes como la luna coronada por una escarcha de estrellas.
— Papá…—llamó, encogiéndose de miedo, pues nunca lo había visto así.
El hombre no contestó.
— ¡Papá!
— Sa… ¿sabes qué es esto?—finalmente respondió, con sus ojos tan punzantes como jabalinas.
— No. No sé, papá. Pero sé su nombre… Me lo dijo.
— ¿Su nombre? Por las cuatro lunas, dime qué oíste.
— Me dijo su nombre, papá. Y vi un fuego negro. También dijo "Magia Negra", aunque en otro idioma que no sé por qué pude entender, si no lo había oído nunca, papá… pero estoy seguro que eso quería decir. En mi cabeza sé que eso significaba.
— ¿Magia Negra?—repitió el hombre, empalidecido—. Maldita sea, dime dónde la has encontrado. ¡Dímelo ahora!
— Aquí, debajo del agua, papá… Debajo de la cascada, ¿ves? Pero ahora es mía, papá; es mía para siempre.
— ¿"Tuya"?—repitió el hombre, endureciendo sus puños.
— Sí, papá… Es mía. Es mía, y de nadie más; y debo de cuidarla con todo lo que tengo a mi alcance. Es mía.
Un silencio trepidante abominó el manantial. El niño vio cómo su padre lo miraba con un furor inédito. Nunca lo había visto tan congestionado de ira, enojado como si estuviera enfrentando a un violador del nombre de su familia. Su buen papá siempre había sido sensible con él, muy amable, cariñoso, atento y bondadoso, pero ¿porqué estaba así ahora?
— ¡No es tuya!—gritó su padre de repente, y lo golpeó con una cachetada que lo lanzó contra el agua—. No digas disparates, muchacho tonto. ¡Que ni se te vuelva a ocurrir! Ven, levántate por las cuatro lunas, y vámonos ya. Dame tu brazo. Que me des tu brazo. Eso es… vamos, apura. Hay que irnos.
El niño salió del agua temblando del terror, pero en su mano, en su pequeñita mano, descubrió que había cogido una roca afilada y puntiaguda desde el fondo del manantial. ¿Cómo? no lo recordaba.
— ¡Aún no quiero salir!—lloró enojado—. ¡¿A dónde vamos, papá?! ¡Suéltame, suéltame!
— No querrás que te vuelva abofetear, no—le espetó arrastrándolo con más fuerza—. No se hablará más, y tú, escucha bien, tú no volverás a regresar a este lugar. ¿Escuchaste?
El hombre guardó la maldita esfera en su bolsillo. Miró lado a lado, y de un solo tirón sacó al muchacho fuera del agua; luego lo apuró hasta abandonar el manantial. El menudo muchacho miró sobre su hombro por última vez mientras soltaba la roca puntiaguda, y lo único que descubrió fue a la oscuridad cerrarse a sus espaldas entre los árboles tenebrosos.
Desde entonces, pasaron catorce años; catorce largos y tranquilos años, hasta que un día...
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Prólogo - De un hallazgo imprevisto
Me intrigo! Esta interesante el prologo! Y el siguiente capítulo cuando?
Prólogo - De un hallazgo imprevisto
Me gusto mucho la inclusión de frases como “Por las cuatro lunas!” Que sería el equivalente a “Por Dios!” En nuestro mundo, te recuerdan que estas un mundo con su propio fondo y que probablemente su religión se base en adorar a los astros. Además tienen cuatro lunas (Espero) que es bastante genial.
Prólogo - De un hallazgo imprevisto
Grandiosa forma de escribir!!! Me recuerda mucho a los libros de El Señor De Los Anillos. Así si que da gusto leer. Diez de Diez!!
Prólogo - De un hallazgo imprevisto
Muy buen inicio, te atrapa desde el comienzo y te deja con esa ansia de leer mas, definitivamente es un buen escritor, sabe dominar la escritura para hacer conectar la historia con el lector, ademas que cuenta con buen uso de palabras y signos de puntuación, Buen Prologo! :)