carpio_pedro1572475307 Pedro Carpio.

Un hombre agobiado de la rutina de su vida conoce a una hermosa mujer que estaba decepcionada del amor, saldrán a cenar y verán que no son tan diferentes, excepto por una cosa, un secreto, averígualo.


Cuento Sólo para mayores de 18.

#infidelidad #erotismo #mentiras #castigos
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Nena, no te lleves mis calzoncillos.

Richard llevó a Naya a un restaurante lejos de la ciudad, uno bastante elegante donde los platos y los cubiertos brillaban, la noche estaba fresca, el cielo estrellado y aparentaba estar tranquilo para largo rato. Richard había dejado durmiendo a su esposa junto a sus hijos, dijo que era una emergencia, que la pareja del conocido de una amiga presentaba graves problemas con la respiración y que probablemente se presenten más cosas, así que le dijo a su esposa que no lo esperara despierta. A Naya la conoció cuando atendía a un paciente, el paciente lo había llamado por que había leído su número en una vieja guía telefónica, todo por una verdadera emergencia, de esta manera pudieron conversar un rato. Buenos temas, buenas respuestas, una charla increíble, aunque siendo tan entretenida sintieron que el momento se había quedado corto. La emergencia fue resuelta con facilidad, fue una familia bastante amable, le dieron el dinero, y como por una especie de “por si acaso” le dio a Naya su número personal con la excusa de que en ocasiones no respondía el número de la vieja guía telefónica, ella por supuesto había captado el mensaje, pero aceptó gustosa tal vez para alguna otra oportunidad poder terminar satisfactoriamente la tertulia. Naya no era doctora ni nada por el estilo, era profesora, sólo que le gustaba leer y estar informada siempre de salud y política. De esta manera se encontraban ahora comiendo y riendo bajo las estrellas, a orillas de la ciudad, después de haber pactado el encuentro una tarde cuando Naya regresaba del trabajo en coche, y Richard tenía una discusión con su esposa por la falta de atención a los niños. Degustaron despacio la comida, volvieron a hablar de política y de salud, y resultó que Richard también sabía algunas cosas sobre docencia, buenas cosas, ciertamente este encuentro resultó ser mucho mejor que el primero, aunque ninguno de los dos tenía grandes esperanzas, Richard estaba cansado, del trabajo a su casa, de su casa al trabajo, en el trabajo problemas, en su casa discusiones, el tráfico y todo el sistema encima de él exigiendo concentración absoluta, aplastándolo. Naya comentó que hacía poco había cortado con tipo mucho mayor, la llamaba y la buscaba por donde sea obsesivamente creyéndose dueño completo de ella, y por si fuera poco terminó enterándose que toda esa obsesión era inútil pues todo el tiempo que estuvieron juntos el tipo la engañaba, estaba casado sólo que su esposa estaba en otro país también junto a sus hijos, esperando a su esposo que, aparentemente, estaba en un viaje de negocios, eso explicaba por qué el tipo hacía constantes viajes al extranjero, era para ver a sus hijos y hacer el amor con su esposa, esto la destrozó rompiendo toda comunicación con él y gritándole en la cara sus mentiras, hasta terminaron en una comisaría porque el viejo no le dejaba tomar el bus para volver a casa, eso fue lo peor, dijo Naya, y que estaba cansada de toda esa basura del engaño, se preguntaba cómo es que a un hombre no le basta con una sola mujer, y si no le basta por qué se comprometía, en fin. Richard escuchaba sin pronunciar una sola palabra, sin pedirle que haga pausas, en realidad se había perdido gran parte de la historia, desde que Naya confesó sobre el embrollo del hombre casado, se puso a pensar tristemente en el detalle de su matrimonio y de que no podría ir más allá, en cualquier momento se lo tendré que decir, pensaba para sí mismo, pero mientras el vino comenzaba a escasear y pedían otro, la relación, aunque sabiéndolo a tientas, se volvía más estrecha, y las risas eran más sinceras y las miradas y los silencios más culpables, y los asientos estaban más cerca, y las piernas y las manos se rosaban, y el sonido de los vasos en un brindis sin sentido, todo fluía y avanzaba tan rápido, tan bien que no se percataron de las horas, del final de la calma del cielo, de los meseros dando el último aseo al piso y a las mesas. Bueno, dijo Richard, creo que ya es hora de irnos, mejor lo hacemos nosotros antes de que nos echen, y rieron por este comentario caminando hacia afuera con Naya cogiéndole del brazo…

Era muy tarde y estaban muy lejos de casa, la lluvia parecía acrecentarse, así que decidieron frenar en el estacionamiento de un motel que estaba a una cuadra del restaurante donde cenaron, y casi sin pronunciar palabras más que risas, bajaron entre la lluvia con un poco de prisa, bromeando con el recepcionista al paso, y entraron a una habitación, una de las últimas del pasadizo, era un cuarto bastante limpio y blanco, paredes rosas con corazoncitos, una cama en forma de corazón con sábanas blancas, un gran espejo, un pequeño yacusi cuadrado, piso de cerámica brillante, todo se veía bastante bien, aunque les dio igual porque al momento de estar los dos adentro no dejaron de besarse, la lluvia camuflaba todo ruido exterior, así que solamente ellos podían escucharse. Esos grandes suspiros de amor, esos golpeteos de la piel, sintiéndose mutuamente uno sobre otro, Naya estaba hermosa, tenía unos brillantes ojos, unos brillantes pendientes y Richard acariciaba su cuello, sintiendo su glamour hasta terminar saciado, muerto y acabado en sus pechos de porcelana, hastiado hasta de su propia respiración, contemplándose así mismo en el gran espejo junto una fiera de grandes piernas, mientras ella apaciguadamente cogía el sueño…

Cuando amaneció y el sol de la ventana del cuarto del motel le dio en el rostro, abrió los ojos, le tomo varios segundos volver en sí y darse cuenta de que no podía salir de la cama, que no podía incorporarse, que sentía sus manos y pies atados, y que estaba solo, no lo entendía, lo último que recordaba era su imagen en el espejo junto a ella, espejo que ahora, a plena luz del día, no le parecía gran cosa, más bien se veía viejo, viejo y sucio, y las paredes manchadas no sé de qué, y las sabanas amarillas, y el colchón que le picaba el culo porque estaba hecho de vieja paja, ¡oh mierda!, pensó, ¡en donde diablos me metí!, cuando enseguida entró Naya, tan elegante y hermosa como siempre, con esa grandes piernas y esos brillantes ojos y pendientes, él se quedó viéndola por un momento, y ella se quedó viéndolo en el mismo, hasta que Richard rompió el silencio tratando de pedir su libertad pero Naya lo interrumpió diciéndole -por qué, por qué no me lo dijiste…- casi preguntándose a sí misma, en esto otra vez el silencio por varios segundos, segundos que Richard trató de romper luego pero que Naya volvió a interrumpir diciéndole -pensé que me comprendías, pensé que lo de anoche…- Richard trató de disculparse, pidiendo, suplicando y rogando que lo escuchara, que lo liberara, pero en los ojos de Naya había odio y lágrimas, y sus oídos estaban sordos y en su mente no entraban palabras más que sólo sus pensamientos. Tu esposa llamó hace un rato- dijo, y en esto Richard se calló- le dije donde estas y ahora está viniendo para acá…- él abrió los ojos muy asustado y sin saber cómo responder ante esto tartamudeando dijo –co como, ¡cómo te atreviste!, Na ¡Naya!, ¡tengo hijos!, mi esposa, mi esposa me pedirá el divorcio, ¡no me quiero divorciar!, ¡mis hijos¡, mis hijos querrán ver a sus padres juntos, al menos hasta que sean lo suficientemente grandes, Naya, ¡por qué lo hiciste…! - pero ella lo seguía mirando sin escuchar nada, y lloraba sin más remordimientos que el haberse querido dar otra oportunidad para el amor, Richard seguía hablando y ladrando e intentado liberarse, pero no lograba nada, hasta que Naya comenzó a moverse quitándole todas las sabanas, alejando su ropa y cualquier trapo cerca de él, dejándolo completamente desnudo, carne blanca, peluda y deforme a la vista, cogió su bolso y comenzó a meter su ropa, mientras Richard decía- qué haces, ¡Naya!, ¡qué diablos haces!, no te lo lleves, no…- y lo último que metió fue sus calzoncillos -Los llevaré, los llevaré y los tiraré en alguna parte, mucha suerte y olvídate de mí, querido…- le dijo mientras salía del cuarto llevándose sus grandes piernas, sus pendientes brillantes y sus ojos lacrimosos consigo, Richard quedó atado de manos y pies en los barrotes de las esquinas de la cama, a la espera de su esposa, gritando, implorando- Naya, amor, por favor, !nena, no te lleves mis calzoncillos¡, ¡no…!- pero la nena ya se había ido.

FIN.

1 de Noviembre de 2019 a las 22:39 0 Reporte Insertar Seguir historia
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