ricardo-paddin1571652261 Ricardo Paddin

El hallazgo de cartas de amor, ocultas en una caja libro, determinan una serie imprevisible de consecuencias-


Cuento Todo público.
Cuento corto
0
3.8mil VISITAS
Completado
tiempo de lectura
AA Compartir

La Caja Libro

Martín Lombardo era dueño de una librería de viejo, en la calle San Juan, en la zona del bajo. Vivía allí mismo, en una pequeña trastienda, ubicada detrás de una de las estanterías y su dependiente y sobrino Pedro de 30 años, también vivía allí y dormía en el sótano, húmedo y mal ventilado del local, que se utilizaba como de depósito.

Lucía, la esposa de Martín y tía de Pedro, había muerto ahogada en unas trágicas vacaciones de invierno en Mar del Plata, 25 años atrás.

Martín era un comerciante próspero pero despiadado. Tenía arreglos con empleados de varias casas funerarias de la zona, a quienes pagaba una comisión por comunicarle los domicilios de los fallecidos, cuando sus familiares requerían los servicios de las funerarias.

Entonces, con el mismo espíritu de un ave de rapiña o de un carroñero, se presentaba inmediatamente en la casa del difunto, a la hora que fuera, para hacer ofertas miserables por los libros que pudiera haber, aprovechando el mal momento emocional y las posibles dificultades financieras de los deudos, que debían afrontar los gastos del sepelio. Frecuentemente obtenía bibliotecas enteras a precio vil.

Una vez recibidos los libros, encargaba a su sobrino Pedro que revisara el material en el sótano, que compusiera lo que fuera necesario y les confeccionara una ficha con el número de inventario, título, autor, editorial y otros datos de interés.

Pedro era minucioso en su trabajo de revisión, porque su tío, aunque muy amable con los clientes, era muy severo con él, y le imponía una disciplina de trabajo abusiva, obligándolo a largas jornadas de trabajo. Así lo habían criado a él y lo mismo hacía con Pedro.

Lo dejaba sin cenar, la única comida del día además del desayuno, por cualquier falta en la revisión de los libros, aunque fuera mínima. La pérdida de su esposa Lucia, a la cual había maltratado desde siempre, había convertido a Pedro en su única víctima disponible. Pedro era hijo de una hermana de Lucía ya fallecida cuando él era un niño de dos años y Lucía se había hecho cargo de su crianza, pese a la mala voluntad de Martín

Luego de la muerte de la tía Lucía, Pedro quedó sometido a una disciplina de hierro, que incluía severos castigos físicos. Pero ahora Martín se abstenía de tales castigos, porque Pedro lo sobrepasaba en fuerza y altura. Aún así, Martín lo dominaba, amenazándolo con dejar de brindarle casa y comida.

Pedro no estaba preparado para desenvolverse por si mismo en la vida. Era un verdadero autodidacta, porque había leído casi todos los libros de la biblioteca, pero carecía de estudios formales. Su tío jamás lo había enviado a la escuela y sin estudios formales no tenía forma de conseguir algún trabajo. Salvo su tío, no tenía otros parientes.

- Mañana van a traer una colección de más de 200 títulos que acabo de comprar, anunció Martín, y los quiero al otro día en la estantería, listos para la venta.

- Está bien tío
Al otro día llegó una camioneta que descargó seis grandes cajas llenas de libros. Pedro, sin ayuda de nadie tuvo que bajarlas al sótano, y empezó con sus tareas de revisión y clasificación. Estaban en buen estado.

Cuando estaba por terminar la revisión de la cuarta caja, tomó uno de los últimos libros que quedaban. Siempre los hojeaba, para eliminar manchas, señaleros, fotos o flores que a veces la
gente deja entre las hojas de un libro.

Pero este no era un libro como todos. Ni siquiera era un libro, aunque lo parecía. Al abrir la tapa, encontró con que en realidad era una caja. Una caja libro, que se usa para guardar cosas reservadas entre los libros de un anaquel y puede pasar inadvertida para cualquiera.

En el lomo se leía el poco atractivo título de “La misteriosa ciudad Z” y en la portada “La historia de la búsqueda del Paititi por el coronel inglés Percy Harrison Fawcett”

La caja contenía cartas manuscritas en hojas de cuaderno escolar. Eran 18, sin los sobres y fechadas la primera en marzo de 1972 y la última de julio de 1975.

Pensó en leerlas, pero su tío lo apuraba para que terminara con su trabajo. Muchas veces lo obligaba a trabajar toda la noche para tener los libros disponible para la venta a la mañana siguiente, así que las guardó sin decir nada a su tío para leerlas luego, y las escondió bajo el colchón del catrecito donde dormía.

Martín jamás bajaba al sótano, porque la escalera estaba mal iluminada, era muy empinada y los escalones muy angostos y gastados.

- ¿Terminaste con el trabajo que entró ayer?, preguntó Martín a la mañana siguiente, durante el desayuno.

- Si tío, ya está casi todo acomodado en las estanterías. Ahora, después de limpiar el local bajo y termino de subirlos -contestó Pedro y agregó- ¿A quién le compró estos libros tío?

- Eran de una señora mayor que falleció. Se los compré al hijo. Ella los conservaba de recuerdo, porque habían sido de otro hijo, fallecido hace varios años. En realidad no pregunté demasiado ni tampoco me importa, siguió Martín, porque sólo me interesa conseguir un buen precio.

- Estaban en buen estado, comentó Pedro

- ¿Remarcaste como siempre?

- Si tío, como siempre.

- Bueno, terminá rápido de desayunar, limpiá todo muy bien y bajá para continuar subiendo los libros.

Remarcaban con un sistema muy sencillo. Como norma general cada libro se vendía a 4 veces el valor de compra. Pero podía ser más según el estado, la antigüedad del libro y también por supuesto según la cara del cliente.

Pedro terminó de subir los libros y los ubicó en las estanterías. Estaba ansioso por leer las cartas, pero su tío era muy severo y si no subía enseguida los libros faltantes lo dejaría sin cenar, cosa que hacía a veces sin motivo alguno, por pura maldad y avaricia.

Pedro permanecía todo el día en el negocio, ocupándose de la limpieza, las compras y alcanzando algún libro de un anaquel demasiado alto. Martín se había caído una vez y ahora la escalera era un tarea reservada para Pedro.

Esa noche, después de cenar y limpiar, bajó al sótano donde dormía y leyó todas las cartas, una por una, muy atentamente.

Eran de una mujer que firmaba L y dirigidas a G. Tenían una linda caligrafía femenina, de letra pequeña y prolija, aunque era evidente que algunas las había escrito bajo alguna urgencia.

Las 4 primeras eran cartas de un amor romántico, pero a medida que se afianzaba la relación, L subía el tono romántico de los comentarios, con algunos detalles y pormenores sexuales muy explícitos, con los que L parecía deleitarse, proponiendo a su amante nuevos juegos y posiciones para explorar y desarrollar todo el potencial sexual que podrían alcanzar. Se expresaba en un lenguaje cuartelero, sumamente gráfico y crudo.

En la siguiente, L comparte con G una inquietante novedad. Piensa que su marido sospecha de ella y la vigila, por lo que deberán ser muy cuidadosos en sus encuentros.

Más adelante, en otra carta, le cuenta que Martín la increpó por sus infidelidades y declaró saber que el nombre de su amante.

- Mi amor -escribe L- quiero pedirte que tengas mucho cuidado con él. Lo conozco, es muy violento, No te enfrentará cara a cara, porque es un miserable, pero podría darte una puñalada por la espalda. Todo el tiempo lleva un cuchillo en la cintura, por si tratan de robar en el negocio.

En la siguiente carta hay noticias alarmantes: L. le informa que está preocupada porque registra un atraso de 3 meses en su período. Finalmente, en otra carta le confirma a G. que está embarazada.

En la siguiente, L le dice que si bien hace tiempo que ella y Martín están viviendo un matrimonio blanco, es decir que jamás en años han tenido intimidad, está pensando en seducirlo como la única solución, para que crea que el embarazo es resultado de ese encuentro “...aunque se que no aprobarás esto y que no estarás de acuerdo, no se me ocurre otra solución...”

En la carta número 14, L le informa que no logró seducir a Martín.

- Sospecha de mi embarazo, que comienza a notarse pero él nada dice. Estoy segura que lo sabe. Pienso que está tramando algo, es un hombre terrible y no dejará que esto pase sin consecuencias. Tenemos que huir juntos lo antes de lo pensado. Por favor mi amor, prepará todo para viajar lo antes posible.

En la última carta, L está aterrada. Su marido piensa llevarla a Mar del Plata en pleno invierno, por un lote importante de libros que piensa comprar y para descansar algunos días allí. L. no cree que sea cierto, piensa que está tramando algo terrible, la carta está fechada 15 de julio de 1975

Intrigado Pedro, decide averiguar la procedencia de los libros. Seguramente Martín no lo recuerda y aunque así fuera no lo diría. Habla entonces con el transportista que trajo las cajas con los libros, que le da la dirección de donde retiró los libros.

Duda si debe presentarse o no ante el vendedor. Intuye que algo terrible puede suceder. Tiene como una angustia, un sentimiento negativo, un presagio inquietante.

Finalmente el siguiente domingo se presenta y conoce al que vendió los libros. Es el señor Juan José Centeno. No sabe bien cómo comenzar la conversación, hasta que finalmente dice

- Señor, yo trabajo en la librería a la que Ud. vendió unos libros hace un par de semanas.

- Si, eran de mi hermano Gregorio, ya fallecido hace bastantes años, pero mi madre los conservó como recuerdo. Al fallecer ella, yo decidí vender todo, ¿hubo algún problema con los libros?, porque le aviso que ya gasté la plata que me pagaron.

- No, al contrario, estaban en muy buen estado, pero encontré entre los libros algunas cartas dirigidas a un tal G. que ahora entiendo, era la inicial del nombre de su hermano Gregorio, y es casi seguro que estaban dirigidas a él. Son de hace algunos años.

- Si, deben serlo, porque Gregorio fue muerto hace años, en julio de 1975.

- ¿Fue muerto?, ¿quiere decir que lo mataron? preguntó Pedro

- Una noche tarde, al llegar a su casa, no vivía aquí, trataron de robarle y le pegaron una cuchillada. Lo dejaron tirado en la calle y murió desangrado. Recién lo encontraron a la mañana siguiente.

Un extraño presentimiento, una angustia vertiginosa se fue apoderando de Pedro. La concordancia de las fechas con la de la muerte de Lucía y la inicial G llamaron su atención y ahora acaba de enterarse que murió con pocos días de diferencia con Lucía.

- ¿Dice que no vivía aquí? preguntó

- No, Gregorio vivía en la calle Bolívar a media cuadra de San Juan, contestó Juan José

A Pedro el corazón le comenzó a latir aceleradamente. Era a media cuadra de la librería del tío Martín. Ya eran demasiadas coincidencias. Lucía y Gregorio eran vecinos, vivían a pocos metros uno de otro y había muerto con pocos días de diferencia.

- Si vivía en la calle Bolívar, habrá conocido a Martín Lombardo, el dueño de la librería de la esquina y a su esposa Lucía, dijo Pedro

- Supongo que se conocerían, siendo vecinos. Gregorio tenía a su mujer muy enferma y hacía venir a una señora para aplicarle inyecciones con calmantes a su esposa que estaba postrada.

Pedro no dijo nada, pero sabía que su tía Lucía había sido enfermera y aplicaba inyecciones a domicilio. Por lo tanto es posible, o mejor dicho, casi seguro que así haya conocido a Gregorio.

Pedro quedó pensativo y muy perturbado. En unos pocos minutos, había descubierto el origen de la relación entre Gregorio y Lucía, que era conocida por Martín según cuenta Lucía en una de sus cartas.

Ahora tenía una visión general de lo sucedido. Observaba el cuadro completo. Comenzó a entender la tragedia que se había desatado tantos años atrás.

- Gracias por su atención, dijo Pedro, levantándose para despedirse. ¿Y que quiere que haga con las cartas?

- Ya no tienen ninguna importancia dijo Juan José, habría que tirarlas.

- Esta bien, pero como están dirigidas a su hermano, se las dejo y Ud. hará lo que le parezca mejor –y casi sin pensarlo agregó- tal vez convendría que Ud. también las vea por las dudas antes de tirarlas.

Ahora, con todos estos datos pudo reconstruir la trama de lo sucedido. Evidentemente la firma L de las cartas correspondía a Lucía. Cuando Martín descubrió que Lucía lo engañaba con Gregorio, decidió que los mataría a los dos.

A Gregorio lo habrá esperado una noche y lo mató de una puñada y uno o dos días después llevó a Lucía a Mar del Plata y la empujó al mar en el Cabo Corrientes, donde las olas golpean con fuerza contra las rocas al pie del mirador. El mar se llevó el cuerpo, que jamás fue recuperado.

Seguramente Martín declaró a la policía que ella se había acercado demasiado al borde del mirador, donde perdió pie y cayó al mar. Era una explicación posible porque las olas salpican ese promontorio rocoso y siempre está húmedo y cubierto de musgo.

La investigación determinó que había sido una muerte accidental, una tragedia. No era la primera vez que alguien caía accidentalmente al mar desde ese mirador. Y además, con las bajas temperaturas invernales y el viento frente al mar, no habrá habido nadie que los viera. Pero ahora para Pedro era obvio que Martín la había empujado a la muerte, dos días después de matar a Gregorio.

Pedro estaba aturdido con esta realidad abrumadora. ¿Qué podía hacer? Si lo confrontaba, seguramente su tío lo echaría a la calle, o algo peor, porque siempre tenía un cuchillo en la cintura. Tampoco podía ir a la policía con sólo suposiciones.

Quería pensar bien los pasos a seguir. Después de unos días, decidió sorprender a su tío y cuando Martín volvió a la librería luego de ir al banco le preguntó de repente

- ¿Tío, conoce Ud. a un tal Gregorio Centeno?

- ¿Qué dijiste? -preguntó Martín con una expresión de asombro- ¿por qué me preguntás eso?

- Porque hoy vinieron dos policías de civil y otro uniformado preguntando por usted. Les dije que no estaba y me dijeron que volverían en otro momento. Ellos nombraron a Gregorio Centeno. Traían unas cartas que podrían ser de la tía Lucía y querían ver si Ud. confirmaba que la letra era de ella.
- Los dejé solos mientras lo esperaban tío, y pasé a la trastienda, detrás de la estantería. Y escuché a uno de los policías decir: “ahora tal vez podamos aclarar este misterio, porque creo que aquí hay algo raro”

A Martín se le aflojaron las piernas y apoyándose en el mostrador caminó hasta una silla, derrumbándose. Estaba pálido y con la mirada perdida. Esta reacción era una confesión de culpabilidad. Pedro confirmó que sus sospechas eran ciertas.

Sintió por su tío más desprecio del que ya sentía. Este miserable había matado a sangre fría a Gregorio y empujó al mar a su mujer embarazada. Sintió desprecio, pero no lástima y tensó más la situación

- ¿Y quién es Gregorio Centeno, tío?, ¿usted lo conoció? ¿Y que le digo a la policía cuando vuelvan?

Martín seguía con la mirada perdida, respaldado en la silla. No dijo una palabra. Entró un cliente, pero Martín, siempre atento con el público, ni lo miró. Pedro tuvo que atenderlo. No era usual. Martín no quería que atendiera a los compradores.

Mientras buscaba completar el pedido del cliente, Pedro miró varias veces a Martín de reojo. Estaba como ausente y le temblaban ligeramente las manos que tenía apoyadas en el mostrador. Estaba pálido como un muerto.

A Pedro le causaba un cierto placer morboso ver el sufrimiento de este hombre al que aborrecía y que lo había maltratado y explotado desde su niñez. Sintió, por primera vez en su vida, que dominaba completamente la situación. Una sensación nueva y por cierto muy placentera.

Martín debe pagar por lo que ha hecho, por sus horribles crímenes tan premeditados. Ha vivido impune hasta ahora, pero él se encargará de que pague un precio muy alto... pero ¿cómo?

No tuvo que esperar demasiado. A los pocos días, mientras trabajaba en el sótano, Pedro se sobresalto con dos violentas detonaciones en la planta alta.

Subió volando las escaleras y vio a Martín en el piso: agonizaba. Frente a él, con el arma todavía humeante, estaba Juan José, el hermano de Gregorio.

Por un momento Juan José vaciló, pensando si debía eliminar a Pedro, testigo de su crimen y lo apuntó con el arma. Pero luego la bajó y dijo

- Leí las cartas que me dejaste. Este viejo inmundo mató a mi hermano y a su propia esposa como si fueran perros. Se merecía lo que le hice.

Pedro no contestó. Miraba el arma en la mano de Juan José, aunque por fin pudo hablar y le contestó

- Yo también leí las cartas. También creo que él los mató a los dos y por lo tanto, supongo que se lo merecía -y agregó- pero ahora tiene que irse. Rompa la cerradura de la caja y llévese el dinero, para que parezca un robo. Eso le diré a la policía.
- Y ahora, lo más importante de todo .agregó Pedro- destruya las cartas que le dejé, porque si las encuentran en su poder, serán un elemento altamente incrimina torio.

- Si por supuesto, lo haré de inmediato y gracias, contestó Juan José

Cuando llegó la policía para comenzar las investigaciones, creyeron encontrarse con un caso claro de homicidio en ocasión de robo, porque la caja estaba rota y vacía.

Cuando interrogaron a Pedro sobre lo que había visto, contestó.

- No mucho señor. Yo estaba en el sótano y subí cuando escuché los tiros, creo que dos, pero cuando llegué no había nadie -mintió- y encontré a mi pobre tío en el suelo, creo que ya estaba muerto, y los llamé a ustedes.

Y ahí terminó todo. Otra muerte sin aclarar, como hay tantas. La investigación quedará archivada hasta que aparezcan nuevas pruebas, si es que aparecen.

Acostado en su pequeño catre del sótano Pedro se da cuenta que es cómplice o al menos encubridor del crimen, por haberle mentido a la policía

Pensó en toda la increíble cadena de eventos que había sido necesaria combinar para llegar a este resultado, no podían atribuirse a la mera casualidad. El lo atribuía a alguna voluntad superior como Dios por llamarlo de alguna manera o a la providencia.

Porque no puede ser casualidad que Lucia escribiera las cartas, que Gregorio las conservara en una caja libro entre los libros de su biblioteca, que a su muerte la madre de Gregorio cuidase los libros en homenaje a su memoria, hasta que después de la muerte de la muerte de la madre de Gregorio, los libros volvieran a manos de Martín cuando se los compró al hermano de Gregorio, aunque por supuesto sin saber de quién se trataba.

Y tampoco era casualidad que las cartas fueran encontradas por Pedro cuando revisaba la colección y que luego de leerlas por simple curiosidad, las puso en las manos de Juan José, quién finalmente, luego de leerlas también, llegó a misma conclusión que Pedro y cerró el círculo al matar a Martín, algo que parece un justo castigo para este monstruo que era Martín.

¿Todo esto pudo ser mera casualidad? –se preguntó- ¿simplemente fue el azar? Si así fue, es realmente increíble la serie de eventos que han debido combinarse para llegar a este resultado.
.
Entonces, vino a su mente la famosa frase de uno de sus autores favoritos, Mark Twain “La diferencia entre la ficción y la realidad es que la realidad no tiene por que ser verosímil.”

- nada más cierto señor Twain, pensó.

El cansancio del día lo iba venciendo. Apagó la luz del velador y se hundió en una paz tan apacible y pacífica como no había vuelto a sentir desde que en su niñez, amorosamente lo acunaba su tía Lucía.

Y con voz apenas audible, ya casi dormido repitió

- nada más cierto...

21 de Octubre de 2019 a las 12:20 0 Reporte Insertar Seguir historia
0
Fin

Conoce al autor

Comenta algo

Publica!
No hay comentarios aún. ¡Conviértete en el primero en decir algo!
~