Se le marcan hoyuelos en las mejillas cuando sonríe. Y lo hace muy a menudo, transportándome al mismísimo paraíso. Thelonious Monk gira en la vitrola y se oye de fondo sin tapar nuestra conversación. A ella le encanta porque a mí me encanta.
― Insomnio, tengo insomnio, Bonnie. Estoy cansado.
Es comprensiva y me ofrece un trago señalando la bandeja en la mesita de al lado, sobre la que se yerguen muchas botellas trasparentes, con líquidos de diferentes colores. Acepto y me sirvo vodka.
― A mis hijos se los lleva ella. Y la hipoteca...
Niega con la cabeza, lamentándose. Bonnie es buena oyente porque a mí me gusta que me escuchen. No quiero reproches, no quiero consejos, solo un par de oídos en buen estado.
Perdido en sus ojos grandes y negros, tanteo el bolsillo frontal del saco donde tengo el paquete de cigarros y ella me dirige un gesto reprobatorio pero divertido. Claro, siempre lo olvido. El aroma a sudor y encierro de la habitación me hacen pensar que estoy dentro de un bar de mala muerte en el que puedo dar rienda suelta a mis vicios. Pero Bonnie sabe que me gustan los cigarros y enciende uno ella misma con gesto burlón. Exhala dibujos, me cuenta la historia que le estoy contando, pero trazando pinceladas de humo en el aire como si fueran de óleo sobre lienzo. En su historia hay un final feliz, me quedo con mis hijos y nos mudamos a una casa heredada de un tío lejano del que alguna vez le conté. ¡El tío sin hijos! Una tumba llena de buitres. Un testamento extraviado y... falsificable si se cuenta con los contactos idóneos.
Mi adorable Bonnie siempre tiene buenas ideas.
Ella nota que mi humor cambia, que ya no me siento tan cansado, y me invita a bailar. Me aferro de forma extraña a la cintura fina de su presencia insustancial y damos unos cuantos pasos alrededor de la habitación de escaso mobiliario.
Se acaba el agradable momento con Bonnie, un par de horas después, cuando suena el teléfono y las paredes del cuarto cambian de color. Siempre nos despedimos como si fuera nuestro último encuentro, pero soy adicto a Bonnie y le prometo que voy a regresar, teniendo la certeza de ello ardiendo en mi interior.
Salgo al pasillo y me topo con el rostro poco agraciado de un hombre de aspecto enfermizo. Su fina piel descansa sobre un cuerpo huesudo, que parece carecer de músculos, tose mucho y se trona los dedos de las manos de exagerados nudillos. Otro cliente que llegó temprano a configurar sus fantasías...
Dejo la puerta abierta y él se arroja al interior de la habitación, sediento. Camino por el pasillo hacia la salida donde leo, cada vez que vengo, en el vidrio de la puerta: "Habitación de realidad virtual. Prohibido fumar".
Gracias por leer!
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