khbaker K.H Baker

La manada se ha dividido y, aunque Connor hace todo lo posible por mantener a salvo a los suyos, Daven es mucho más ambicioso y quiere hacerse con la totalidad del grupo. Destruir a Connor es su objetivo y para ello, usará el único arma con el que sabe que no fallará... Una mujer herida y la compasión de Connor.


Paranormal Hombres lobo Todo público.

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Capítulo 1

1

Por un momento juraría que había muerto, que había tenido un momento de lucidez antes de que la oscuridad absoluta la engullera y que, en ese momento, se encontraba sufriendo el viaje que la llevaría hasta el purgatorio, antes de que dictaminaran que iban a hacer con ella. Sin embargo, un dolor agudo que viajaba de un extremo al otro de su cuerpo, le aseguraba que todavía estaba viva. Podía sentir los latidos de su propio corazón como si le estuviese golpeando directamente en los oídos con fuerza, incluso, si se concentraba, estaba segura de que podría escuchar como su sangre fluía con rapidez por sus venas.

Había comenzado a nevar con más fuerza, pero ella ya no sentía el frío que había paralizado su cuerpo hacía tan solo unos minutos, antes de que la inconsciencia la envolviera por primera vez. La mujer deslizó una de sus manos por la nieve, enterrándola parcialmente en un intento de sentir la gélida sensación que transmitía, pero le fue imposible. Temió haber perdido la sensibilidad de su cuerpo, sin embargo, un agudo dolor se abrió paso a través de sus extremidades hasta llegar a sus sienes, donde se manifestó como un martillo percutor que golpeaba sin cesar. Era un terrible dolor, aún así, se sintió aliviada ya que eso le hacía saber que su sistema nervioso funcionaba correctamente.

En las últimas horas, había sucumbido a la inconsciencia al menos tres veces en lapsos de tiempo muy distintos. La primera vez fue a causa de los martillazos de su cabeza, de los que no pudo deshacerse ni siquiera cuando volvió a caer inconsciente. Pasaron horas hasta que pudo despertar de nuevo, lo supo por la dirección del sol, que había cambiado considerablemente desde entonces. Al dolor de cabeza que le impedía pensar con claridad, se le sumó un punzante dolor en la espina dorsal cuando intentaba cogerse al tronco de un árbol para ponerse en pie. En esos momentos, las nubes eran demasiado espesas como para saber con certeza qué posición ocupaba el sol, pero tenía la ligera impresión de que no faltaba mucho para el ocaso. La última vez que cayó presa de la inconsciencia, las nubes se habían desplazado y, aunque el sol había caído lo suficiente como para acabar ocultándose tras las montañas más lejanas, el cielo dibujaba unos bellos tonos anaranjados y rosados que describían un hermoso atardecer.

El aullido de un lobo consiguió estremecerla, pronto anochecería y, por el bosque, comenzarían a pulular los primeros animales salvajes en busca de algo que echarse a la boca, si no se movía de allí, ella sería la cena esa noche.

Volvió a enterrar los dedos en la nieve, buscando un punto de sujeción para poder arrastrarse pero, cada vez que intentaba moverse, el dolor palpitante de la espina dorsal se unía a uno mayor que le recorría el abdomen y provocaba que las ganas de encogerse fuesen mayores.

Cuando la luna comenzó a resplandecer, la mujer que había estado luchando por salir de aquel lugar para salvar su vida, perdió toda la esperanza cuando sintió las primeras pisadas en la nieve. Los lobos se acercaban y se montarían un festín con su cuerpo, que tan solo había avanzado unos pocos centímetros desde el lugar en el que había caído, dejando una estela de sangre en la nieve.


2

El pensamiento sobre la insensibilidad de su cuerpo se esfumó cuando sintió como su cuerpo estaba más cálido de lo normal. Se llevó una mano a la cabeza, apretando la mandíbula cuando un dolor sordo le recorrió los huesos desde la punta de los dedos hasta el hombro. Abrió los ojos con pesadez, incluso el mínimo movimiento de su cuerpo le molestaba y, cuando una intensa luz la cegó por un momento obligándola a cerrar los ojos de inmediato, emitió un suave quejido que le desgarró la garganta.

Ya no se encontraba en el bosque, ni tampoco era de noche como ella recordaba, los rayos de sol se filtraban por la ventana de lo que parecía ser una habitación en una casa totalmente desconocida para ella. Se forzó a abrir los ojos una vez más, y lo primero que vio fueron figuras resplandecientes que sabía que tan solo eran fruto de una ilusión óptica. Intentó hacer memoria, averiguar dónde estaba, como había llegado hasta allí o si era capaz de reconocer algún detalle del lugar en el que estaba, pero fue inútil, aquello tan solo sirvió para acentuar el dolor de cabeza que sentía.

Se dio cuenta de que llevaba una ropa totalmente diferente a la que ella recordaba, su ropa hecha jirones había desaparecido y, en su lugar, llevaba puesto un camisón que le llegaba hasta los tobillos. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, consiguió bajar los pies al suelo, estremeciéndose ante el calor que desprendía.

Lo primero que captó su atención en aquella habitación fue un cuadro en el cual había plasmadas formas extrañas bajo la firma de un tal Alex. Se acercó al cuadro, frunció el ceño e intentó saber qué podía significar todo aquello, pero desistió en su tarea y decidió encaminarse hacia la puerta. El pomo, al igual que todo lo que había tocado, estaba caliente, pero no lo suficiente como para llegar a quemarle la palma de la mano. Cuando abrió la puerta, el sonido de unas voces la llevó a caminar hacia unas escaleras, con la curiosidad y la precaución a flor de piel. Estaba en un lugar que desconocía con gente que podía ser hostil.

—No puede quedarse aquí —dijo una voz femenina y melódica.

—¡Tiene que quedarse aquí! —respondió un hombre con rudeza y la voz baja—. Estaba en territorio enemigo, tenemos que hacerle algunas preguntas.

—¿Vas a dejarme con una asesina? —preguntó la mujer.

—No sabemos quién es, no sabemos si forma parte del grupo de Daven ni sabemos nada sobre ella…

—¿Y por qué la trajiste entonces? —replicó la mujer.

—La atacaron —terció el hombre—. Se estaba muriendo, no iba a dejarla tirada.

—Odio tus obras de caridad, Connor.

—Y aún así, sigues ayudándome —dijo el hombre y, cuando ella asomó ligeramente la cabeza a través del hueco de las escaleras, vio que él sonreía.

Las miradas de Connor y de la mujer que la acompañaba se giraron hacia ella cuando la madera crujió tras apoyarse en la barandilla. Connor se apoyó las manos en las caderas y la miró con una pequeña sonrisa intentando transmitirle seguridad. Él comprendía lo difícil que podía ser estar en un lugar donde no conocía a nadie e intentó que su estancia allí fuese lo más cómoda posible. Al ver que su rostro no mostraba ninguna emoción, le hizo un leve gesto con la cabeza, indicándole que se uniese a ellos en el salón. Ella obedeció a su gesto y comenzó a bajar las escaleras lentamente, aguantando un quejido cada vez que ponía el pie sobre un escalón.

—¿Te duele mucho? —preguntó Connor, ella asintió una vez llegó al pie de las escaleras.

Aquel hombre le sacaba más de una cabeza de altura, por un momento se vio intimidada, desde el piso superior no parecía tan grande, pensó. A su lado se sentía tan insignificante y frágil, que su mente comenzó a divagar entre las posibles opciones que tenía si resultaba ser alguien peligroso.

Después de repasar las dimensiones de Connor, llevó la mirada a la mujer que estaba cruzada de brazos, mirándola como si fuese una bestia sin correa.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Connor, captando nuevamente su atención. Ella frunció el ceño e intentó hacer memoria pero, al no ser capaz de recordarlo, dijo el único nombre que le vino a la mente.

—Alex —respondió, y la garganta le ardió al hablar, haciéndola toser.

—Trae un poco de agua, Astrid —dijo Connor, girándose para mirar a la mujer que, sin ganas, fue a por lo que había pedido.

Cuando la mujer volvió con el vaso de agua, se lo entregó a Alex que lo cogió sin dejar de mirar el líquido que había en su interior. Alzó la mirada hacia Astrid y frunció el ceño antes de negar con la cabeza.

—No voy a bebérmelo —dijo y, a consecuencia de la sequedad de su garganta, volvió a toser.

—¿Qué has hecho Astrid? —preguntó Connor.

—¡No he hecho nada! —exclamó ella.

—Le ha echado veneno —dijo Alex. Connor cogió el vaso y se lo acercó a la nariz antes de girarse hacia Astrid.

—¿Por qué? —preguntó con una tranquilidad envidiable.

—¡Porque te empeñaste en traer a alguien que estaba en territorio enemigo!

—¡Estaba herida, Astrid! —gritó Connor, y Astrid salió de la casa visiblemente enfadada y dando un portazo. Al escuchar aquello, Alex frunció el ceño y se miró el cuerpo, aparte del dolor interno no veía nada fuera de lo normal—. No se lo tengas en cuenta, ella es así de desconfiada.

—Dijiste que estaba herida —dijo Alex, sin prestar atención a lo que Connor había dicho—. ¿Dónde?

—Cuando te encontré, tenías el abdomen desgarrado y estabas cubierta de sangre. Astrid tuvo que pasar la mayor parte de la noche en vela para poder salvarte la vida —explicó.

—¿Por qué lo hizo? Me odia.

—Porque yo se lo pedí, además, no te odia, es solo que no te conoce —dijo, posando una mano sobre el hombro de Alex, pero ella dio un paso hacia atrás.

—Tú tampoco me conoces.

—¿Qué hacías en el territorio de Daven? —le preguntó.

—¿Quién es Daven?

—Nuestro enemigo.


3

Después de conocer algunos detalles sobre por qué Connor la había llevado hasa allí, donde la había encontrado y quién era Daven, Alex se quedó sola en aquella casa para poder descansar. Cuando despertó del sueño de media mañana vio que, sobre una silla de la habitación, había un conjunto de ropa similar al que ella llevaba puesto antes de que la llevaran hasta aquel lugar. Se sentía mucho mejor que la primera vez y, aunque todavía notaba un ligero entumecimiento en las extremidades, levantarse le resultó mucho más fácil.

Al quitarse el camisón para enfundarse aquel conjunto que le habían dejado preparado, se miró en el espejo de pie que había en una de las esquinas de la habitación y vio que unas vendas cubrían su abdomen. Aunque vagamente, recordó como le ardía el vientre mientras intentaba arrastrarse sobre la nieve, pero en esos momentos ya no sentía nada de nada por lo que, con cuidado, se quitó la venda para descubrir que no tenía ninguna herida. Los pantalones le quedaban un poco cortos, pero todo lo demás le venía perfecto, incluyendo unas botas de montaña que había debajo de la silla, por lo que no le vio trabas a la idea de inspeccionar un poco la casa. La mujer que vivía allí la consideraba un peligro potencial, pero tal vez fuera Alex la que debía temerle, al fin y al cabo, para encontrarla, Connor tuvo que cruzar la línea enemiga y dudaba que fuese con buenas intenciones.

En el piso de arriba no había más que dos habitaciones y un baño, por lo que bajó a la sala principal, que se partía en dos habitaciones y una cocina. La sala contigua a la que ella había estado cuando Astrid y Connor comenzaron a discutir, tenía tres estanterías plagadas de libros cuyos lomos le llamaron la atención. Aquella especie de biblioteca era singular ya que, colocados en todos los lugares posibles, había armas antiguas y animales disecados, creando una imagen bastante tétrica.

—No toques nada —dijo Astrid a su espalda, logrando sobresaltarla cuando estaba a punto de coger un libro.

—¿Por qué? —se cuestionó Alex.

—Porque es mi casa, es mi biblioteca y son mis normas.

—¿Dónde está Connor?

—No eres bien recibida en estas tierras —expuso Astrid, cruzándose de brazos.

—Aún así, aquí estoy —respondió Alex—. Connor me quiere aquí, él me trajo, la única que no quiere estar en mi presencia eres tú, lo cual me lleva a plantearme que quizá eres tú quien debe marcharse.

—Connor no te quiere aquí, solo le das pena —explicó Astrid—, y en cuanto estés curada, te echará de aquí.

Alex apretó la mandíbula, le había quedado claro la clase de gente que rondaba por aquellas tierras y, si todos eran igual de amables que Astrid, no se quedaría mucho más por allí, al fin y al cabo, por alguna razón que desconocía, no estaba herida. Ante el silencio de Alex, Astrid esbozó una sonrisa burlona en su rostro, que perduró hasta después de que Alex saliese de aquella casa.


4

—¿Ha podido descansar? —preguntó Connor, después de entrar en la casa con un montón de madera entre sus manos que dejó en un cesto de mimbre al lado de la chimenea.

—No me he acostado —respondió Astrid, sentada en un sillón de la sala mientras untaba su cuerpo con cremas naturales.

—Me refiero a Alex, ¿cómo está? Tengo algunas preguntas que hacerle —preguntó mientras subía los escalones de dos en dos.

Al llegar al piso superior, miró en todas las habitaciones, pero no había ni rastro de ella. Con la sensación de que algo malo iba a pasar, Connor se asomó a la ventana y observó como los demás miembros de la manada hacían su vida sin preocupaciones, como si viviesen en un mundo alternativo sin tener constancia de lo que había pasado en aquella casa. Después cerró la ventana y volvió a bajar las escaleras con los puños apretados, intentando controlar la ira que, poco a poco, iba creciendo en su interior.

—¡¿Dónde está?!

—Se ha ido —respondió Astrid sin mirarle.

—¿Por qué has dejado que se vaya? ¿Qué le has dicho?

—No le he dicho nada —mintió, alzando la vista para mirar directamente a Connor a los ojos—, ha dicho que no quería estar aquí y se ha largado. ¿Por qué tienes tanto interés en ella? ¡Apenas la conoces! Por lo que sabemos de ella, podría ser una asesina. ¡La encontraste en el territorio de Daven!

—¡Sí, pero de espaldas a su pueblo! —exclamó Connor—. Estaba huyendo de algo… o de alguien y necesito que me diga qué le pasó.

—Si fuera como nosotros habríamos, percibido su aroma —contrapuso Astrid, poniéndose en pie.

—No si ocultó su rastro —explicó él—. Sabes de sobra que puede hacerse si encuentras las plantas correctas.

Astrid le miró con una extraña expresión en su rostro y, de un soplo, se quitó el mechón de la cara antes de volver a sentarse. Connor negó con la cabeza y le dio la espalda antes de caminar hacia la salida.

—¿A dónde vas? —preguntó Astrid.

—A buscarla.


5

El aire le quemaba los pulmones. Cada vez que inhalaba, por poco que fuera, sentía un ardor recorriendo todo su sistema respiratorio. Aún así, debía hacer un esfuerzo y, tras salir de casa de Astrid, se había dedicado a vagar sin rumbo. Aquel lugar no era demasiado grande, no llegaba a ser una ciudad, sin embargo, Alex estaba segura de que allí había más de trescientas personas. Al principio, cuando todavía estaba cerca del núcleo de aquel pueblo, pasaba desapercibida entre la gente, sin embargo, ahora que ya se encontraba cerca de los límites del pueblo, comenzaba a llamar más la atención.

Sintió como las miradas se clavaban en su nuca y los susurros comenzaban a resonar por donde ella pasaba. Alex apretó el paso, clavó la vista al frente e intentó no cruzar la mirada con nadie. Fue entonces cuando, de pronto, alguien la cogió de la muñeca y la arrastró al interior de un callejón. Alex intentó resistirse, pero eso solo le sirvió para que el entumecimiento de sus extremidades pasara a ser un dolor sordo.

Era incapaz de ver a la persona que la había arrastrado, puesto que se encontraba detrás de ella, aprisionando su cuerpo con un brazo y tapándole la boca con la mano que le quedaba libre. Alex cerró los ojos con fuerza y comenzó a respirar entrecortadamente, entonces sintió como liberaban su cuerpo poco a poco, al mismo tiempo que la acorralaban contra la pared. Un hombre de profundos e intensos ojos azules y barba de una semana tenía las manos sobre la pared, bloqueándole el paso e impidiendo que se marchara de allí.

Los murmullos que Alex había estado escuchando pasaron a la altura del callejón y fueron perdiendo intensidad a medida que se alejaban. Ambos llevaron la mirada hacia la calle peatonal y, una vez desaparecieron los murmullos y los insultos, volvieron a mirarse a los ojos.

—¿Qué haces aquí? ¿Estás loca? Te matarán si te reconocen —preguntó el hombre. Alex frunció el ceño y contuvo la respiración, su corazón latía con fuerza y no solo podía escucharlo claramente, sino que también podía escuchar los latidos acelerados del hombre.

—¿Qué me está pasando? —susurró.

—¿A qué te refieres?

—Puedo escuchar los latidos de tu corazón…

El hombre rió mientras negaba con la cabeza, después retiró las manos de la pared y dio un paso hacia atrás.

—Claro que puedes, todos podemos.

—No lo entiendo —dijo Alex, pasándose una mano por el pelo.

—Aeryn, somos licántropos, podemos hacer eso y mucho más.

—¿Quién es Aeryn? —preguntó ella.

—Eres tú… —El hombre hizo una pausa, temiéndose lo peor—. Espera… ¿Sabes quién soy? —Ella le miró de abajo arriba, acabando por centrar toda su atención en sus ojos—. Aeryn, soy Kevin, dime que sabes quién soy, por favor… —dijo ante la ausencia de respuesta.

Ella se encogió de hombros y suspiró.

—Lo siento… pero no te conozco.

29 de Julio de 2019 a las 08:16 0 Reporte Insertar Seguir historia
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