«El beso frente al Hotel de Ville», tomada en 1950 por el fotógrafo Robert Doisneau.
Aquel beso fue un respiro, y se convirtió en arte. Una muestra de afecto entre el bullicio, frente a la estela que dejaban los viandantes al caminar por las aceras de la ciudad. Era la representación de la belleza en lo cotidiano, la sensación de calma después de la tormenta, después de la guerra. Entonces descubrí cuál era la clave de la felicidad, y había tardado tanto tiempo en encontrarla porque nunca me habría imaginado que estaría en la monotonía del día a día. Está en el olor a humedad después de una noche lluviosa, en la melodía que cantan los pájaros con alegría por las mañanas, en el suspiro que lanzas al entrar en tu hogar después de una larga jornada de trabajo, en la compañía de las personas a las que más quieres. Aquel beso significó todo para mí, porque cuando sentí sus labios sobre los míos se detuvo el tiempo, y nada más importaba. Sabía que lo tenía a él y que él me tenía a mí. El dolor se había quedado atrás, también la espera, el miedo, la melancolía y la agonía. Sólo nosotros éramos conscientes de ello, porque el resto de personas continuaban su rutina ajenas a la maravillosa monotonía, ajenos a los detalles, al valor de lo más simple. Los engranajes habían dejado de funcionar, y durante unos instantes pude verlo todo con claridad a pesar de tener los ojos cerrados. Nos dejamos inundar por las preocupaciones, los problemas, y es difícil pensar que habrá luz al final del túnel, es complicado dejar hueco a la esperanza. Sin embargo, aquel beso hizo florecer las ganas que muchos habían perdido, y en realidad, no sólo era una muestra de afecto, era también una muestra de valentía, era el impulso que necesitaba una ciudad que se había dejado impregnar por el caos, la angustia y el dolor. Lo quería a él, pero también quería demostrar el amor que sentía por la vida, por una felicidad tan efímera que había que esforzarse por encontrarla, pero que sabía que siempre estaría escondida en algún rincón, o incluso en varios. Aquel día la encontré, aunque siempre había estado dentro de mí, sólo que nunca antes había comprendido cómo hallarla. Ahora sé que el tiempo se puede detener con un beso, pero también de otras maneras, cualquiera en la que te molestes en valorar lo que tienes, lo cotidiano del día a día.
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