khbaker K.H Baker

Audrey Caitlin Morrison, contable de día, hacker de noche. ¿Su principal problema? Bemett, un hombre que vigila todos y cada uno de sus movimientos. Enfrascada en una relación tóxica de la que piensa que jamás podrá escapar, Audrey se verá envuelta en un dilema que pondrá su corazón en juego. Todo lo que un día deseó, llamará a su puerta y trastocará su mundo, creándole así más problemas de los que ya tiene. Bemett, en su afán por arrebatarle toda posibilidad de libertad, endurecerá su yugo cuando Audrey imponga sus propias normas.


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Prólogo

1

Se había enfadado otra vez y de nuevo por algo que Audrey desconocía. Sospechó que Bemett ya estaba de mal humor y había pagado con ella la frustración que arrastraba durante todo el día.

Había entrado dando un portazo y lo primero que hizo fue buscarla por toda la casa. Audrey había llegado hacia poco del trabajo y se había dado una ducha. Para cuando él llegó, ella acababa de encender el ordenador para que arrancase mientras hacía algo de cenar.

—Estoy hasta los huevos de ese ordenador —Bemett arrastraba alguna que otra sílaba, como si esperase así dar más miedo.

—Trabajo con él, no puedes venderlo —respondió ella, adivinando sus intenciones. No era la primera vez que lo hacía.

Cuando Audrey todavía estaba estudiando la carrera, se buscó un empleo como ayudante de un tatuador; no quería que sus padres asumiesen todo el pago de la universidad y pensó que lo correcto era ayudarles, al fin y al cabo era ella la que estaba estudiando.

Con el tiempo se compró su propio equipo, sus propias agujas y sus tintas, pero un día, a Bemett se le cruzaron los cables y lo vendió todo aprovechando que había vuelto antes del trabajo y ella no estaba.

<<Esta vez no ocurrirá lo mismo>>, se dijo Audrey.

—¿Tienes algo que decir? —dijo Bemett, mirándola con los ojos entrecerrados.

—No —respondió Audrey. Era mejor agachar la mirada que comenzar una pelea verbal, porque sabía que de ser así, acabaría volviéndose física.

Audrey salió de la habitación donde tenía su pequeño puesto informático y caminó en dirección a la cocina pero, antes de que pudiese llegar a su destino, Bemett la empujó sin una pizca de suavidad y le cortó el paso.

No quería reconocerlo porque eso supondría tener que volver a pensar en todo lo que había pasado, pero sabía qué era exactamente lo que se le venía encima. Bemett la cogió del brazo con fuerza y la zarandeó antes de arrastrarla por lo que quedaba de pasillo, para meterla en la cocina a la fuerza.

—Llego tarde del trabajo y lo único que pido es tener la puta cena hecha, ¿y qué me encuentro? Con ese jodido ordenador encendido, porque al parecer, es mucho más importante que yo. ¿Verdad que sí? —Aquella pregunta sin duda era una trampa mortal—. ¡Responde!

—No… No es más importante que tú… —susurró Audrey con la voz quebrada a causa del miedo.

—¿Qué no es más importante? ¿Me estás diciendo que miento? Si no es más importante dime, ¡¿por qué no está la cena hecha ya?! —Un sonido sordo cargado de ira silenció los gritos de Bemett, antes de dar paso al sollozo de Audrey, que yacía en el suelo a causa del golpe.

Bemett comenzó a rebuscar por los armarios de la cocina en busca de algo que Audrey desconocía. Desde que vivían en aquella casa, él nunca se interesó por entrar a la cocina, es más, siempre hacía lo posible por evitarlo. Audrey era la que le llevaba y recogía las cosas.

Al principio de la relación, Bemett era atento y considerado con ella, él había sido un joven interesante al que envolvía un halo de misterio, y ella era una adolescente centrada en sus estudios que, después de meses de insistencia, acabó cayendo en sus redes. Con el tiempo, Bemett comenzó a juntarse con personas que no le convenían, comenzó a hacer negocios turbios en los que involucraba a Audrey como cabeza de turco y, con el paso del tiempo, Bemett se había transformado en un hombre celoso y agresivo que aprovechaba la mínima excusa para ponerle la mano encima.

Audrey quería haberle dejado hacía ya mucho tiempo, pero no tenía a donde ir. Había cometido el error de distanciarse de su familia y ya no tenía claro que pudiese volver con ellos, no después de cómo les había tratado a causa de defender a Bemett. Al hecho de no poder volver a su casa, debía sumarle que Bemett no iba a permitir que ella se fuera. Habían sido muchos los negocios turbios que Audrey había realizado para él, y muchos más los que había presenciado. Si dejaba que se fuera así como así, ella podría denunciarle y eso, era algo que Bemett no iba a permitir.

Cuando al fin encontró lo que estaba buscando, Bemett cogió la sartén más grande que encontró y la dejó caer encima de Audrey, provocando que ella se encogiese cuando el pesado metal le cayó en las rodillas. Otra marca para su colección de moratones.

—Haz algo decente antes de que salga de la ducha —le ordenó—. ¿Has comprado cervezas?

Audrey asintió a pesar de que no había sido así porque no quería que volviera a pegarle y, cuando Bemett salió de la cocina y ella escuchó cerrarse la puerta del baño, gateó hasta la nevera mientras rezaba por que hubiera al menos un par de cervezas, suspirando de alivio al ver que todavía quedaban tres.


2

La hora de la cena se echó encima y Audrey estaba terminando de poner la mesa. Ni siquiera había podido sentarse enfrente de su ordenador para acabar con su trabajo. Como empleo adicional, Audrey se dedicaba a reforzar el sistema de seguridad del banco donde ejercía como contable, así como también, ocupaba parte de su tiempo en seguir estudiando. Quería finalizar el último título que había comenzado a sacarse cuando las cosas con Bemett se comenzaron a torcer. Sus estudios deberían esperar hasta que él se durmiera o se largara al bar si consideraba que tres cervezas no eran suficientes como para pasar la noche.

Cuando Audrey volvió a la cocina para coger los platos de comida, antes de volver al salón y dejarlos sobre la mesa, Bemett ya se encontraba sentado en su silla, con el tenedor y el cuchillo en las manos. Audrey había decidido preparar algo sencillo, un poco de pasta con unos huevos estaba bien para que Bemett estuviera satisfecho, aunque se había tenido que controlar para no echarle matarratas. Con la suerte que tenía, seguramente Bemett no se moriría, solo se quedaría medio tonto y se volvería el doble de agresivo.

El aroma que desprendían los platos era delicioso, pero a Audrey se le había cerrado el estómago desde la trifulca en la cocina. A pesar del nudo de su estómago, no podía negarse a cenar porque a Bemett no le gustaba comer solo, por lo que, intentando controlar las ganas de vomitar que sentía en esos momentos, comenzó a comer lentamente, moviendo de vez en cuando la comida de un lado a otro del plato.

—¿Está bueno? —se atrevió a preguntarle, casi en un susurro afónico.

—Las he probado mejores —Bemett la despreció como de costumbre—. Deberías pedirle consejo a Layla, la cocinera del bar de la esquina.

No era la primera vez que Audrey escuchaba hablar de esa tal Layla, y estaba segura de que, si no fuera porque esa mujer rondaba los cuarenta años, Bemett se habría acostado con ella. Si hay algo que le caracterizaba, aparte de su mal carácter, era su obsesión por las mujeres jóvenes. Audrey incluso estaba segura de que, si no fuera porque no podía irse con una chica más joven sin incurrir un delito de pederastia, él ya la habría dejado por otra.

—Lo tendré en cuenta, lo siento —se excusó ella encogiéndose de hombros.

—No lo harás, no mientas otra vez —dijo, dejando los cubiertos de mala manera encima del plato, antes de abrirse la segunda cerveza que reposaba sobre la mesa—. Recoge todo esto, yo te espero en la cama. No tardes.

Aquellas palabras no auguraban nada bueno, Audrey sabía qué era lo que se le avecinaba. Bemett estaba necesitado de amor, si es que a aquello se le podía considerar como tal.

Hacía años que Audrey no disfrutaba del sexo, hasta llegar al punto en el que, con solo hablar del tema, se le ponía muy mal cuerpo, hasta llegar incluso a vomitar ante la imagen. Bemett no era delicado con ella ni dentro, ni fuera de la cama, a él solo le importaba su propio placer y le daba igual si con ello torturaba el cuerpo de Audrey.

Para su consuelo, cuando Audrey acabó de limpiar la cocina y el salón, algo en lo que no se había dado ninguna prisa en un intento de alargar el momento de su pesadilla, y volvió a la habitación, Bemett ya estaba dormido, desnudo y roncando con la boca abierta. Ella suspiró aliviada y salió de la habitación sin hacer ruido, usaría aquellas horas de tranquilidad para sumergirse de lleno en la pantalla del ordenador, hasta que los párpados le pesaran tanto que no tuviera que exasperarse dando vueltas en la cama para esperar a que el sueño la venciera.

19 de Junio de 2019 a las 13:43 5 Reporte Insertar Seguir historia
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Leer el siguiente capítulo Capítulo 1 - Mark

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Cris Torrez Cris Torrez
interesante quiero saber como sigue
August 15, 2020, 02:36
Nathaly L. Nathaly L.
me gusto
November 27, 2019, 18:52
ana hoy ana hoy
Muy buen inicio y excelente final!
August 22, 2019, 03:54
MariaL Pardos MariaL Pardos
Audrey sufre el mal de la comodidad, enfermedad muy extendida y más ocultada. Me gusta como comienza!
June 19, 2019, 16:35
Cuenta Borrrada Cuenta Borrrada
Un buen inicio!
June 19, 2019, 13:51
~

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