Tomé la copa de vino blanco en mi mano derecha, y tomé asiento en la mecedora que colgaba desde el cielo raso del porche de madera chocolate. Fijé mis ojos en el abdomen desnudo bajo la cazadora de cuero negro, pasando luego a los vaqueros oscuros y ceñidos del bombón sexy que caminaba con su escopeta puesta sobre el hombro, hacia el blanco al que había acertado sin problemas un minuto atrás.
Jamás había pensado que mis pequeñas vacaciones de concentración antes del concurso de baile, que había decidido tomar en una linda cabaña alejada de la ciudad, resultarían tan distractoras, por completo. Sin embargo, no podía quejarme, esa era una distracción realmente atractiva. Sexy... o mucho más que eso.
Tomé un sorbo desde mi copa mientras marcaba al teléfono de mi alocada amiga, Marcie.
Tenía la ligera esperanza de que la señal hubiese vuelto. Después de todo, al parecer, la suerte estaba de mi lado esta vez.
Fijé mi vista en esas manos largas y esbeltas que recogían el zorro muerto desde el suelo.
Varonil, misterioso...
—¡Mariah! —exclamó ella de pronto, desde el otro lado del teléfono.
Con la voz aguda, sorprendida de mi llamada.
No dudé un segundo en lanzarme a contarle lo que me estaba quitando el sueño.
—Blanco súper-extra sexy a la vista —murmuré—. El ave abandonó el nido y también los ensayos de danza. ¿Puede ser mi suerte o en realidad el destino ha hecho lo suyo ya?
Oí el gran ''Oh'' sorprendido de mi rubia amiga.
Sonreí, observando esa mandíbula perfecta, libre de barba, y su cabello alborotado.
—Uno a diez, Mariah —dijo ella—. ¿Sobrepasa tu línea estricta sobre sexy-después-de-siete?
—Le doy diez puntos por arriba del diez, Marcie. Eso sería un veinte —solté, encantada.
Tomé un sorbo más del delicioso vino en mi boca. Sabía que no debía preocuparme por el hombre sexy escuchando algo de lo que yo podía decir, por dos razones: Estaba más o menos a unos tres metros de distancia de mi cabaña, y no parecía conocer aún sobre mi existencia espía hacia él, en lo más mínimo.
>>—Si fuese el diablo mismo venido desde el infierno, no me importaría irme junto a él.
—¡Wow! Debe ser realmente guapo entonces, amiga, pero creo que el ave debería abandonar sus andanzas como espía de hombres sexys, y volver al nido. A la misión realmente importante. Ensayar para tu concurso de baile. Nena, es en tres días.
La parte responsable en mí misma, sabía tan bien como Marcie que esa era la razón por la cual había venido aquí, y luego de cuatro días de frustración sobre no poder ensayar en paz, viendo que existía un bombón deambulando fuera de mi cabaña, se me estaba complicando. Debía ensayar en algún minuto.
Llevé mi vista hacia él otra vez, y sentí como si una asta gélida atravesara mi cuerpo. Él estaba mirándome desde la distancia.
Yo desvié sonrojada mi vista hacia cualquier otro punto en el bosque. Mi respiración se aceleró y mi corazón se disparó. Pestañeé, creyendo que había sido demasiado ruidosa y me había escuchado. Naturalmente volví mi vista hacia él un segundo después, encontrándome con nadie.
Ese misterioso hombre sexy había desaparecido como por arte de magia en un segundo.
Arrugué el ceño, perpleja. ¿Qué demonios?
>>—¿Mariah, estás ahí?
Volví en mí entonces, apresurándome a contestar a Marcie.
—Ahm... claro, sí. Lo sé —balbuceé—. Creo que volveré adentro y me concentraré en ello entonces. Sí, eso haré.
Aquello parecía más un vago intento por calmarme a mí misma, antes que contestar a Marcie, pero de cualquier forma funcionó.
Ella suspiró.
—Llámame luego, Mariah —murmuró en despedida.
Yo aún continuaba perpleja, sentada en el diván mecedor. ¿Quién podría desaparecer así de rápido, como un fantasma? Podría haberse internado en el bosque, pero... ¿Quién sería tan rápido?, considerando que el área en donde él se encontraba cazando estaba libre de tanto arbusto y árboles, permitiéndome observarle sin obstáculo alguno.
>>—¡Tú vas a ganar! —exclamó Marcie.
Yo sólo me levanté de la mecedora para entrar a la sala con rapidez. De pronto sentía un poco de frío. Aunque me había calmado un poco con la suposición más lógica que podía formular. Que tal vez él podría haber salido corriendo a toda velocidad tras un nuevo blanco de cacería.
Lógica era lógica.
Solté el aire que había estado reteniendo inconsciente y cerré la puerta echando el cerrojo tras mi espalda.
—Claro, lo haré —contesté, sin tener mucha idea sobre lo que ahora hablábamos.
Y con un ''Adiós'' flojo, colgamos.
Caminé hacia mi habitación, rebusqué en mis alforjas hasta encontrar el disco con la única melodía que necesitaba ensayar para la ocasión, y caminé de regreso a la sala.
Mi traje estaba siendo retocado amablemente por la modista privada de mi madre, por lo tanto, debía ensayar con lo que llevaba puesto. Unos shorts azul marino y una camiseta polo blanca de mangas largas, ceñida a mi cuerpo.
Aquello no me suponía un problema, el único e inquietante problema fue el voltearme luego de poner el disco en el reproductor, y encontrarme con unos ojos zafiro voraces, intensos, que me estudiaron desde la punta de mis pies descalzos, hacia mis ojos.
Di un respingo hacia atrás, asustada. Perpleja, confusa. Él... ¿cómo había entrado?
—Vaya, eres mucho más bonita desde cerca, Mariah —murmuró, poniéndose de pie desde el sofá a la vez que yo daba un paso hacia atrás.
Mis ojos abiertos de par en par ante su presencia, la confusión y el miedo hacia su espeluznante visita sorpresa, se fijaron con rapidez en la puerta de entrada. El cerrojo había sido abierto sin siquiera un forcejeo, pero yo sabía que las posibilidades dentro de lo racional para abrir desde afuera como por arte de magia, eran nulas. Sin embargo, ninguna ventana estaba abierta, la cabaña no tenía una puerta trasera, y si se hubiese escabullido por la pequeña ventanilla del baño, cosa imposible, yo habría escuchado sus pasos. ¿Cómo carajos entonces?... ¿Cómo sabía mi nombre?
Me estremecí, dando un último paso hacia atrás antes de estar acorralada por completo entre su cuerpo bien esculpido y la repisa del estéreo.
Mi cuerpo temblaba y mis piernas flaqueaban. Él... Algo en él andaba mal. Aparte del hecho de ser condenadamente sexy, aún mucho más caliente desde esta distancia.
—Me presento, señorita. Llámame Sotah, yo te llamaré Mariah —murmuró, tomando mi mano para besarla—. No es mi estilo llamar a nadie por su sobrenombre, jamás.
Su sonrisa de medio lado era peligro puro, el porte confiado en él era peligro del bueno. Él era peligro puro.
Mi corazón latía desbocado por su cercanía. Su cuerpo, demasiado caluroso para ser normal, pegándose al mío poco a poco.
—¿Cómo has entrado? —murmuré, tratando de mantener mi postura firme, ante todo.
El disco comenzó a sonar a mi espalda, y la sonrisa de Sotah se ensanchó, dejando ver una hilera de dientes blancos y perfectos, que hasta parecían afilados.
—Las presentaciones ya están fuera del camino, así que podemos comenzar con la diversión.
Su mano derecha descendió hacia mis caderas, su mano izquierda atrajo mi rostro hacia el suyo, y al segundo, sólo sentí el calor de sus labios dibujando los míos con pasión.
Mi vista se nubló poco a poco, y aunque había tratado de abrir los ojos y escapar del trance al que sus labios estaban arrastrándome sin saber cómo, no pude.
La música continuó sonando, y oí su voz en mi mente, sin que él siquiera dejase de besarme.
<<Baila para mí, Mariah>>.
Susurró, escalofriante, desconcertándome.
<<¿Esto es real?>>.
<<Oh, muy real>>.
Sotah me soltó, los cabellos de mi nuca se erizaron.
Él llevaba otro atuendo ahora. Una gabardina púrpura sobre la camisa blanca desabotonada hasta el pecho, pantalones oscuros y ceñidos sobre unas botas relucientes.
¿Qué?
Fruncí el ceño, confundida y aturdida, incluso algo asustada.
Era demasiado evidente, estaba terriblemente claro, que él no era un hombre común. ¡Oh, no señor! Pero entonces... ¿quién era? O mucho mejor dicho, ¿qué... era?
Tragué saliva.
—¿Qué has hecho? —inquirí, soltando el aire desde el fondo de mi estómago.
Me sentía alborotada de alguna manera, mucho más allá de estar desconcertada por un hombre bastante atrevido y maleducado, que irrumpe en las casas de los demás de alguna manera extraña. Todo se sentía real, me sentía real, me sentía diferente... como si fuese una persona distinta. Y a pesar de todo, me sentía muy a gusto con él.
Sotah sonrió, y levantó los dedos dispuesto a chasquearlos. Volví a arrugar el entrecejo.
—Esto —chasqueó, y de pronto sentí la corriente fría del lugar en donde estábamos, acariciar mi vientre desnudo.
Estaba vistiendo un encantador sujetador de terciopelo púrpura, al contraste con su gabardina.
>>—Esto —otro chasquido, y ahora mis shorts habían sido reemplazados por un pequeño pañuelo del mismo material sobre mi cintura, con monedas plateadas colgando desde él y un largo velo de seda desde el lado derecho de mi cadera, en donde estaba el amarre del pañuelo que dejaba al descubierto mi pierna. Se agitaba en el aire, cubriendo un poco de mi muslo desnudo—. Y por último esto —la sonrisa peligrosa se acentuó en su rostro.
Lo siguiente que tenía era un velo rojo en mis manos, el cabello que había en una coleta horas antes, ahora caía como un manto chocolate sobre mi espalda. Y para drama, no llevaba ropa interior. ¡Qué demonios!
La melodía volvió a sonar desde el principio, y entonces Sotah sacó de quién sabe dónde, un diván pequeño y rojo que ahora yacía sobre el suelo, con un plato gigantesco de uvas verdes y moradas. ¿Acaso él era alguna extraña especie de mago?, me pregunté, y en un segundo tenía la respuesta en mi mente.
<<No, no lo soy>>. Vi su sonrisa ensancharse al punto de enseñarme todos sus dientes, espeluznante. <<Soy alguien muy poderoso, que quizás ha venido desde el infierno>>.
La carcajada que lanzó fue seca, con un eco fantasmagórico en mi mente.
Ya nada tenía sentido racional. No cuando tenía un hombre sexy al extremo, esperando a que yo bailase para él. En un lugar que ni siquiera es un lugar, sólo espacio con sombría oscuridad en todos sus rincones, y una luz blanquecina sobre nosotros.
<<Mariah, preciosa, estoy ansioso por verte bailar algo tan exótico como la danza del vientre. Sé de antemano que se te da magníficamente bien>>.
Susurró una vez más en mi mente. ¡Dios!
—Está bien —murmuré, tomando en mente lo que nuestro acuerdo sería desde ahora. Yo quería algo de diversión también, algo de diversión con su cuerpo—. Luego me dejarás liderar el juego a mí. Lo que quiera. Es un...
<<Trato>>.
Pude distinguir la sonrisa traviesa entre sus labios. En definitiva, el ave abandonó el nido de la cordura hasta la próxima primavera.
La melodía cambió a una más lenta, más sensual, más seductora, y yo moví el velo sobre mis brazos. Acaricié con el dorso de mis manos bajo mi barbilla hacia mis oídos. Moví las caderas con sensual lentitud, suave, provocativa sin ser insinuante, sin poder pensar en nada más que sus ojos intensos fijos en mi cuerpo. Estaba sintiéndome cada vez más deseosa de besar sus labios otra vez, cada vez más deseosa de acariciar su cuerpo. Aunque, así como todo, yo sabía que aquello que estaba ocurriendo en lo más profundo de mi ser, de mi vientre, no era producto de la ilusión a la que él me había llevado sin yo saber cómo, ni mucho menos por obra de él.
Yo sabía tan bien como nadie, que le deseaba desde el primer momento en que lo vi, hace tres días.
Me moví hacia adelante, a paso suave, delicado. Cada vez que me acercaba más hacia donde Sotah se hallaba sentado saboreando un racimo de uvas, más aumentaba mi deseo hacia él. Mucho más.
Jugué con el suave velo, escondiéndome dentro de él, escondiendo mi cuerpo detrás de él.
La sonrisa en mi rostro era, en todos los sentidos, producto de lo encantada que me sentía. Atrevida.
¿Cómo se sentiría tenerle dentro de mí?
Moví mi cuerpo de lado a lado, contoneando mis caderas. Rápido y lento, con delicadeza.
<<Hmmm... Delicioso>>.
Susurró en mis pensamientos.
Aún con la duda de cómo podía hacer aquello, no me importaba demasiado ahora. Sólo era su presencia y la mía. Su deseable presencia y la mía.
La melodía estaba llegando a su clímax, yo moví mi cuerpo más cerca de Sotah. Pude ver su sonrisa de medio lado, traviesa, sus ojos recorriendo cada centímetro de mi cuerpo danzante, su lengua acariciando su labio inferior. Atrapado en mi baile.
Me sentí poderosa por un momento. Él me había tenido de la misma manera tres días seguidos, y ahora estaba siendo mi turno.
Moví mis brazos a la altura de mi cabeza, escondiendo la mitad de mi rostro tras el fino velo carmín. Miré directamente a sus ojos, luego mi vista se desvió hacia sus carnosos labios rosa. Puso una uva purpura entre sus labios, mordió sin quitar la vista de mis ojos. Quitó la mitad sobrante de entre sus dedos, y se relamió examinando mi cuerpo desde mis ojos hacia mis pies descalzos. ¡Oh, joder! ¿Podía ser más sexy?
<<Delicioso, Mariah, eres realmente sensual. ¿He dicho que me vuelve loco tu cabello? Tu cintura, tus labios...>>.
Sentí mi cuerpo ardiendo, quité el velo que me cubría y me acerqué sin dudar hacia él. Moví las caderas de lado a lado, con suavidad, frente a su rostro, y pasé el velo sedoso tras su cuello.
Él sonrió abiertamente. Una sonrisa complacida y sensual. Sensual como todo en él.
Le sonreí, mi vientre bajo cosquilleaba, mi corazón golpeaba contra mi pecho. Sotah me devoraba sin disimulo alguno con aquellos hermosos orbes resplandecientes, y yo sentía cada vez más intenso, la opresión y el palpitar, constante y delicioso, en mi sexo. La excitación.
La suave piel fría de sus dedos largos acariciaba mis piernas. Él relamía sus labios, los mordía de la manera más provocativa que jamás hubiera imaginado. Podía notar a la perfección el bulto amenazante con romper sus pantalones, empalmado.
¡Diablos!
Observé su sonrisa burlesca en el rostro, junto a su mirada incitante y juguetona. Me atrapó observando su miembro, y estaba bastante segura que había podido leer mis pensamientos de igual manera.
Deseaba sentir sus labios sobre mi cuerpo, sus manos... su cuerpo unido al mío.
Entonces observé su mirada oscurecerse, y tiró de mis manos sentándome a horcajadas sobre su regazo. Me besó con furia, pasión desenfrenada. Nuevamente el trance comenzó a desmoronarse a mi alrededor, sentí mi mente vaciarse, dejar de ser invadida de un segundo a otro. Luego Sotah me soltó.
Fijé mis ojos en la bombilla de luz blanca en el techo de la cabaña, y me vi a mí misma sentada a horcajadas sobre su regazo, pero estábamos sobre el sofá.
Toda ilusión se había esfumado, sólo restaba el deseo de piel entre ambos.
—Bailas muy bien, Mariah —murmuró, levantando a su vez mi camiseta de polo—. Yo que tú no me preocuparía demasiado sobre ese presunto concurso. ¿Quién podría igualarte?
Me sonrojé de inmediato, y él acarició mis piernas mirando directo a mis ojos.
Dividiéndome ante el desconcierto y la confusión ante sus palabras, opté por sonreír. De cualquier forma, comprendía que Sotah no era un hombre común. En su mundo, husmear en los pensamientos y la mente de los demás, sería algo totalmente normal.
—¿Cómo has hecho todo eso?
Esperaba una respuesta directa, sin embargo, la sonrisa secreta dibujada entre sus labios brilló como una amenaza a no husmear más allá de lo que debía. Al parecer, tendría que resignarme a comprender que no me diría nada de ello.
¿Es un mago?, pensé una vez más.
—Incorrecto —susurró en mis labios a modo de respuesta.
Y sin perder un segundo más, comenzó a desnudarme.
Quitó la camiseta tirándola ávido hacia un lado. No era de sorprenderse el que no llevase ropa interior, estas vacaciones eran un descanso en todo sentido.
Sus labios se entreabrieron, su caliente respiración agitada se mezclaba con la mía. Enredé mis dedos en su cabello corto y suave, atrayendo su rostro hacia mis pechos desnudos. Sotah lamió en respuesta.
<<Hmmm...>>.
Jadeé, besando el lóbulo de su oreja, su mandíbula, su cuello. Sintiendo sus grandes manos recorrer mi espalda, mi cintura, mis nalgas.
¡Oh, infierno!
Mis dedos desordenaron su cabello, tirando de él a mi gusto. Sus labios devoraban mis pechos, voraz, succionándolos a su gusto.
Gemí, deslizando mis manos a través de su pecho desnudo, buscando el sendero hacia la cremallera de sus vaqueros.
Sotah gruñó, dejándome el camino libre por un minuto, sólo para poder quitar el estorboso broche de sus vaqueros. Su erección golpeaba contra ellos. Mis dedos liberaron su encierro pronto.
—Oh, Mariah...
Hundió su rostro en mi cuello, besando, mordisqueando. Marcándome. Su mano derecha buscó mi rostro y me atrajo hacia sus labios con fiereza. Mi cuerpo ardía bajo sus caricias, bajo la intensa excursión de su lengua en mi boca. Sus manos se deslizaron a través de mi espalda, haciéndome estremecer. Gustosa, podía sentir el roce de su erección contra mi feminidad sobre la delgada tela de mis shorts, que, segundos más tarde, Sotah rasgó con fuerza, destreza, como si fuese una pequeña prenda hecha de papel. La quitó, tirándola destrozada hacia el otro lado del sofá.
Adiós shorts favoritos.
Gemí, y en un momento, estaba sintiendo su carne penetrar en la mía.
<<¡Oh, Sotah!>>.
—Oh, preciosa Mariah... —gruñó en mi oído.
Posó sus manos a cada lado de mis caderas, y comenzó a llevar el ritmo del vaivén de sus embestidas con rapidez.
Gruñó, gimoteó, me estrechó contra su cuerpo feroz, haciéndome retorcer de placer sobre su regazo, sobre su cuerpo caliente.
—¡Oh, demonios! —gemí, observando su sonrisa torcida ensancharse.
Podía ver todos sus dientes.
—Aquí tienes al rey de todos ellos.
Los cabellos de mi nuca se erizaron, mi cuerpo se estremeció de placer, y a la vez, en un escalofrío indescriptible.
Recordé las palabras que había dicho a Marcie.
<<Si fuese el diablo mismo venido desde el infierno, no me importaría irme junto a él>>.
Jadeé, apoyando mis manos en el respaldo del sofá, una a cada lado de la cabeza de Sotah.
No estaba dispuesta a arruinar el momento pensando en ello. No estaba dispuesta a arruinarlo cuando estaba a un paso del infernal orgasmo.
—Vamos, Mariah —gruñó sobre mi oído, depositando un suave beso. Sus manos presionaron con fuerza mis caderas, sus embestidas se hicieron profundas y lentas. Sentía su miembro palpitar al compás de mi sexo, dentro de mí. Gemí—. Libérate para mí, preciosa. Córrete.
Sentí cual asta ardiente atravesaba mi cuerpo, los espasmos se dividían desde grandes a pequeños, placenteros. A su orden, me desplomé llegando al orgasmo sobre Sotah.
<<¡Oh, Mari!...>>.
Su voz hizo eco en mi mente, una vez más, y su cuerpo se tensó bajo el mío liberándose a su vez. ¡Oh!
Un par de minutos después, había vuelto a poner mi camiseta en su lugar, tratando de cubrir algo de mi cuerpo.
Sotah sonreía, con esa sonrisa de medio lado terriblemente sexy, y me observaba desde mi lado.
—Pensé que no era tu estilo llamar a nadie por un sobrenombre jamás... —susurré, bajito.
Su sonrisa se ensanchó.
—Puedo hacer una excepción de vez en cuando —guiñó hacia mí, haciéndome sonrojar. Luego le observé arrastrarse sobre mí, dejándome bajo su cuerpo—. Contigo, por ejemplo.
—Ah, ¿sí? —dije, mordaz, divirtiéndome.
El elevó una de sus delineadas cejas, y eliminó la distancia entre nuestros labios en un segundo. Atrapó con calidez mis labios con los suyos. Feroz, apasionado, exquisito. Nuestras anatomías bajas se juntaron una vez más, él empujó su cuerpo contra el mío, dejándome sin aliento.
—Por supuesto que sí —murmuró, separándose de mí. Mi cuerpo punzaba, deseosa de él—. Ahora, Mariah —sonrió—, fue un verdadero placer conocerte. Ya sabes cómo buscarme.
Se puso de pie, obligándome a regañadientes a levantarme también. ¿Debía irse justo ahora?
—No, no lo sé —dije, sin sarcasmo alguno. Realmente no sabía cómo, ni tan siquiera sabía en donde estaba viviendo. Por lo que tenía entendido, no existía otra cabaña por aquí aparte de esta. Era solitaria—. Y creo que querré volver a verte...
Me sonrojé una vez más. ¿Desde cuándo había adoptado la inocente costumbre de sonrojarme ante un chico?
—Recuerda mi nombre, preciosa Mariah. Sólo debes decirlo y estaré aquí en un segundo —se acercó a mí y besó mi cuello, mi oído, mi barbilla, mis labios...—. Si te sirve de algo, siempre podrás encontrarme viniendo aquí.
—Pero debo irme en...
—Lo sé —interrumpió, fijando sus ojos en los míos—. Lo sé todo sobre ti, Mariah.
Me estremecí, mi estomago pareció subir y bajar en su lugar.
Algo dentro de mi sabía que él no estaba jugando conmigo, no dudaba sobre lo que había sucedido. Si Sotah podía husmear en mi mente, llevarme a una fantasía casi real, no dudaba en que él pudiese saber mucho más de mí. Pero mi duda era: ¿Quién era él realmente? ¿Qué era Sotah en realidad?
—Has dicho que no eres un mago, pero me has dado pruebas sobre tus poderes sobrenaturales. Has hurgado en mi mente, has dicho algo sobre demonios... —no había otro camino más iluminado ahora mismo—. ¿Eres un...?
—Puedes sacar tus propias conclusiones, preciosa Mariah —la mirada sigilosa en sus ojos—. Quizás sí, quizás no... ¿Podría ser?
Sonrió, su sonrisa peligrosa una vez más.
Rodé los ojos y le sonreí. Bien, estaba confundida, pero sabía que este no sería nuestro último encuentro. Podría averiguarlo.
—Esto no se ha acabado, la próxima vez tendrás que darme tú mismo la explicación.
Sus ojos me escrutaron, avanzando lentamente hacia la puerta.
—La próxima vez, dudo que una conversación sea nuestra prioridad.
Mordí mi labio inferior. Hmm... eso sonaba muy delicioso.
Lo último que obtuve de Sotah fue una prometedora mirada acompañando su sonrisa traviesa, antes que se esfumase y reapareciese fuera del porche de la cabaña.
Lancé un suspiro.
Si este hombre era lo que yo estaba pensando, estaba oficialmente segura que nada de cuernos puntiagudos ni patas de macho cabrío. Si este hombre era lo que estaba dejándome pensar, el diablo sería sinónimo de perfección masculina.
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