Escucho el eco del ronquido en mis oídos.
Noto la baba que hace su recorrido matutino, dormida.
La baba.
La baba y otras formas de morir ahogada.
Abro los ojos repentinamente…Abruptamente…Mente…Que cae… ¡Voy a morir en el abismo!
AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH.
Caigo de la cama. ¡Sueño maldito, Versalles magnífico! ¡El lujo de ser pobre!
Golpe. El suelo está frío. Muy frío. Hasta mis demonios me maldicen.
La cama, se encuentra arriba. Yo, me encuentro abajo.
¿Y ahora? Ahora, abandonar al amor de tu vida.
¡Que no me hablen de despedidas dolorosas!
Las persianas se suben, y recibo los rayos del rey Luis XIV. Oh, ¡el sol despierta!
(el drama, de la baba, se convierte en los jardines acuáticos del palacio del Sol).
Pero de pronto, noto un hueco en mi mente. Mi mente, tiene una aguja.
La aguja del reloj.
La aguja que amenaza mi tardía llegada a clase.
Tic, tac, tic.
Toc, toc, toc.
¡La criada llama!
—¡Voy, voy!
—¡Llega tarde majestad, la esperan!
—¡Osados!
Y cojo la guagua.
Porque el carruaje se quedó en mis sueños.
Y olvidé, que, desde la ventana de mi habitación, el ronquido del Sol se me quedaba mirando, con ojos llorosos…Pues la universidad, me esperaba. Y pronto, volví a la realidad. Cuando el chaparrón, mojó hasta mis bragas. Con perdón.
—Disculpe, ¿puedo entrar?
—Llegas tarde de nuevo, Eloísa.
—Es lo que tiene soñar con el siglo XVIII.
—El arte de lo cotidiano.
—Ya ves, esto de ser pobre y tener gustos caros… ¡Qué desdichados aquellos faraones contemporáneos!
—Eloísa, ¿qué estás diciendo? Estás mezclando asignaturas.
—¿Y usted no mezcla?
—Hay que tener las cosas amuebladas.
—Los sueños nunca estarán amueblados. ¡Y el arte tampoco! ¡No hablemos de lo cotidiano!
—Eloísa… ¿Qué has desayunado hoy?
—Un canapé de Leonardo da Vinci. Me lo trajo una monjita de Santa Maria delle Grazie.
—Venga entra, y no interrumpas más la clase.
Y para mi suerte, tropiezo con mis pies. Pero no me agarra como en las películas románticas. Ni tampoco me enamoro de la profesora. Esto es la realidad, me digo. Algo abochornada voy hacia mi asiento. Le guiño un ojo y ella prosigue con la clase.
—Te has lucido —susurra Leo.
—Lo sé.
—¿Con quién has soñado hoy?
—Creo que me toca soñar con Madame de Pompadour.
—¿Y Boucher?
—Shhh, que duermo ya.
—¿Con los ojos abiertos?
—Efectivamente.
Gracias por leer!
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