juan-criollo1525153912 Juan Criollo

Existen dos formas de catalogar a una persona ante un crimen, victima o victimario. ¿Es caso que solo puede ser una de ambas?


Cuento Todo público.

#347 #relato
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El Victimario

Hubo una vez en la que no fui a la escuela y me quedé todo el día en casa acostado, Mamá se dedicó a prepararme comida saludable y nutritiva para que yo me pudiera sentir mejor, y la verdad es que eso me ayudaba mucho a recuperarme, sentir su cariño y preocupación a cada momento durante ese día era lo que yo necesitaba. Cuando llegó la noche y antes de que pudiera irme a dormir se acercó a mi cama y dijo que quería contarme una historia, lo que me pareció extraño porque ya había crecido lo suficiente para no necesitar de sus cuentos ni de la luz encendida para irme a acostar. Aun así acepté escucharla, me pareció el cierre adecuado para ese día. Mamá puso su mano sobre mi frente, tal vez asegurándose que yo no tuviera temperatura, luego se sentó en el pequeño taburete junto a mi cama y comenzó:

Hace algún tiempo, visité un pueblo que tenía por costumbre entrevistar a cada uno de los turistas que llegaban ahí con el fin de identificar qué tipo de persona serías, una buena o una mala. A ellos no les interesaba saber si tenías tu pasaporte, o tus documentos de identificación, a ellos les interesaba conocer quién realmente era la persona con la que estaban hablando. Cuando me dejaron ingresar al pueblo pregunté la razón por la que ellos insistían tanto en conocer a una persona, y esa razón los llevó a una historia que había ocurrido hace mucho tiempo atrás en ese mismo pueblo.

Desde que el pueblo se fundó, los pocos habitantes que yacían en su territorio se conocían entre sí, juntos formaban una comunidad que podría convivir lejos de una civilización. Sin embargo, quién llegara ahí sería bienvenido y podría quedarse para habitar y contribuir al desarrollo del pueblo, y es así como el número de casas empezó a crecer, al igual que el de las familias y los niños que asistían a la pequeña escuela del lugar. Existían tiempos muy armoniosos hasta que se vieron interrumpidos por el problema de cualquier lugar cuando este presenta una gran población, la escasez de alimentos junto con la pobreza, ya que al parecer, los gobernantes no realizaban una adecuada administración de los recursos, y las plazas de empleo no abastecían a la cantidad de pobladores que se encontraban ahí, pero lo peor de todo no fue la inestabilidad política y económica que estaba experimentando el pueblo, lo peor era la desaparición de dos niños en una semana. La policía del lugar se dedicó a investigar los alrededores, pero los extensos bosques les llevaba días por recorrer sin siquiera hallar alguna pista de los pequeños desaparecidos. Los padres se encontraban muy preocupados por sus hijos, los acompañaban a la escuela y solo los dejaban salir los días Domingo para ir a la iglesia y rezar porque las cosas mejoraran en el pueblo. La situación de pobreza llevó a algunos mendigos pedir caridad fuera de la iglesia cada domingo con la esperanza de tener algo con qué sobrevivir durante el resto de la semana.

Laura, una de las niñas del pueblo e hija única de padres que trabajaban vendiendo víveres, asistía cada domingo a la iglesia en compañía de ellos, y al ser el único día y lugar en el que podía estar que no fuera la escuela, disfrutaba y aprovechaba cada momento de su estadía, saludaba a los vecinos, miraba cada rincón de la iglesia impresionada por la decoración que esta tenía y también tenía tiempo de sentir tristeza por los desafortunados que se encontraban afuera implorando una moneda. De todos los mendigos que yacían fuera de la iglesia, a Laura le llamaba la atención una señora de edad avanzada que siempre andaba cubierta por unas viejas mantas, como para protegerse del frío. La niña siempre le pedía una moneda a sus padres para darle a la anciana al salir de la iglesia, cuando su madre le reprochó que ese acto les dejaría en la misma situación, Laura le contestó: “Piensa que algún día tú también estarás así”.

Los niños se sentían atrapados en casa, el aburrimiento era tenaz, y ya habían pasados varias semanas sin hallar señales de los dos niños desaparecidos. Laura se sentaba cada tarde arrimando su quijada al espaldar de la silla de su padre mientras veía a la ventana y contemplaba como la plaza del pueblo se hallaba vacía sin la sola presencia de un niño para jugar. Hubo una tarde en la que cayó una gran tormenta y Laura pudo ver como la plaza se vació por completo, sin ningún comerciante o adulto que estuviera caminando, solo las gotas de lluvia cayendo y formando grandes charcos en el piso. Fue en ese momento en donde se dio cuenta que la anciana a la que le dejaba una moneda cada domingo en la iglesia, se encontraba caminando a paso lento en medio de la lluvia dirigiéndose al bosque, pero sus pasos eran tan lentos que ni siquiera había terminado de cruzar toda la plaza y ya se había empapado por completo, Laura asumió que su avanzada edad le impedía caminar y que la lluvia había mojado la única vestimenta que la anciana tenía. “Hoy por la noche, de seguro la pobre viejecita se dormirá temblando y no despertará jamás”, se decía Laura así misma. En su desesperación por ver tal escenario en la ventana se levantó de la silla y corrió hasta la habitación de sus padres para contarles lo que estaba pasando, pero debido a la tormenta ambos se negaban a salir y socorrer a la anciana, esta vez, ni las palabras de Laura sensibilizaron a su madre, quién le ordenó a la niña que se quedara en su habitación jugando con sus muñecas para que ya no tuviera que presenciar lo que ocurría allá afuera. Pero la niña había permanecido demasiado tiempo encerrada que cuando encontró el motivo necesario para salir, corrió hacia la puerta de la entrada sin importar lo que había dicho su padre y su madre, puso un pie en la calle y uno de sus zapatos de charol se mojó instantáneamente, seguido de todo lo que llevaba puesto al momento de correr hacia la plaza para socorrer a la anciana. Laura cruzó la plaza y vio como la sombra de la mujer se adentraba en el bosque a fin de encontrar un lugar donde pudiera escampar de la tormenta, o eso es lo que había pensado la niña antes de llegar hasta donde la anciana. Cuando Laura alcanzó a la señora, lo primero que hizo fue tomarla por el brazo para llevarla hasta su casa, pero algo le impidió hacerlo, y era que esta tenía sus manos ocupadas cargando el cuerpo de uno de los niños del pueblo, Martín, un compañero de la escuela. El cuerpo del pequeño se encontraba inmóvil en los brazos de la anciana, y esta pese a su edad se había dado el trabajo de cargarlo dando pequeños pasos por todo el pueblo, camuflada por sus viejas mantas. Laura pegó un grito apenas reconoció a su amiguito de la escuela, pero aquel ruido duró poco pues una de esas arrugadas manos tapó la boca de Laura silenciándola. Aquella mujer no había contado con que alguien la estuviera viendo mientras llovía y peor aún que la siguieran, apenas podía cargar con el cuerpo del niño y ahora tendría que cargar con el cuerpo de aquella niñita que le daba una moneda cada semana, tal vez habría podido cargar los dos cuerpos y escabullirse hasta lo más profundo del bosque sin ser vista, pero no se las pudo arreglar con el papá de Laura que venía tras de ella en busca de su hija.

Laura se salvó, y milagrosamente Martín también, que después de estar inconsciente le informó a la policía como aquella anciana que todo el pueblo conocía como inofensiva, seducía a los niños con monedas para que fueran con ella, posterior a este relato, la anciana confesó el asesinato de dos menores de 7 y 8 años, revelando además la ubicación de sus cuerpos enterrados en lo profundo del bosque. La noticia no solo impactó al pueblo sino que además recorrió hasta la ciudad y en los periódicos se podía leer como título “LA VICTIMARIA QUE SE HIZO PASAR POR UNA VICTIMA” narrando los monstruosos hechos ocurridos, desde ahí quiénes fueron los gobernantes de aquel pueblo se preocuparon por el bienestar de sus ciudadanos y tras realizar un estudio a la región y a su habitantes, controlaron el ingreso de aquellos desconocidos que tuvieran las intenciones de poner un pie en el lugar.

De la pequeña Laura se oían muchos comentarios en el pueblo, muchos la mencionaban como la pequeña niña valiente que le dio fin a la pesadilla de los padres, y como la última de las víctimas de la anciana, pero cuando la pequeña leyó uno de los titulares que recorrían en el periódico contando su historia, se preguntó si en verdad ella había sido la víctima, pues hasta donde ella sabía, era la única que le daba las monedas a la anciana, mismas monedas que esta usó para seducir y capturar a los niños que ahora yacían muertos, tal vez actuó más como victimaria, que como víctima.

“Y ese es el fin de la historia”- dijo Mamá acariciando mi frente, deseándome las buenas noches y recordándome que mañana tengo escuela y no debo faltar más.

Analizo la historia dándome cuenta que Mamá sabe que he mentido con mi enfermedad, y que aun así me ha permitido quedarme en casa con ella, claro que, eso también le costó, ya que hoy faltó a su trabajo para cuidarme de una falsa enfermedad. Durante todo el día fingí ser una víctima, y Mamá me creyó sabiendo que yo era un victimario y nada más. No sé si podré dormir con esta consciencia que ahora tengo, solo sé que ella me ha dejado muy en claro que el día de mañana ya no debo faltar. Sin embargo, no sé cómo decirle que la razón por la que no quiero ir a clases, es porque mi maestro me toca en donde no debe… “Buenas Noches Mamá”.

24 de Marzo de 2019 a las 02:16 0 Reporte Insertar Seguir historia
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