La nueva casa no estaba mal. Olía a rancio, aunque si tenía en cuenta que en la anterior unos vecinos aprovechaban para robarnos cuando nos íbamos tampoco me podía quejar.
Nos habíamos mudado a la otra punta de la ciudad, a una zona menos urbana
donde reinaba el silencio. Con tanto alboroto había perdido varias cosas, entre estas mis auriculares, los que usaba casi siempre, sobre todo cuando iba al colegio. En aquel viaje de veinte minutos (o entre cinco y seis canciones) me entretenía tanto que nunca prestaba atención a los demás pasajeros o al recorrido que hacía el colectivo.
Ahora sin música y con un nuevo recorrido iba a tener que prestar atención. Aquella mañana subí por primera vez a ese autobús, el autobús 58, no iba muy lleno pero los asientos individuales estaban todos ocupados así que me senté junto a una señora, ella del lado de la ventana y yo del lado del pasillo. Sin más que hacer me puse a ver a los demás pasajeros, todos con cara de sueño, nada interesante, excepto por una chica. Iba sola y sin sacar la vista de la ventanilla, tenía el uniforme del colegio, uno que se ubicaba a unos pocos kilómetros del mío. Me hubiese gustado hablarle pero no sabía de qué, no podía cruzar el pasillo y de la nada pararme a su lado y empezar a hablar de cualquier cosa. Bueno, sí podía, pero sería extraño.
Cuando bajé ella seguía ahí, seguro el colectivo pasaba después por su colegio, en ningún momento del recorrido corrió la vista de la ventanilla, seguro se había quedado sin sus auriculares.
Al día siguiente, como era de esperar, ella estaba ahí, en el mismo lugar, con la mirada perdida hacia el exterior. Me senté otra vez en los asientos dobles, del lado del pasillo y un poco más cerca de ella. Nunca corría la cara de la ventanilla, ni sacaba el celular, ni miraba a los demás. Los demás pasajeros tampoco prestaban mucha atención, todos estaban en lo suyo, algunos leyendo, otros con el celular pero ninguno parecía muy despierto.
El resto de la semana fue igual, por supuesto no me animé a hablarle ¿ De qué le iba a hablar?, decidí olvidarme, si en algún momento salía la oportunidad lo iba a hacer.
El sábado tuve que ir al centro de la ciudad, para ir podía tomarme el 58 ya que después de mi colegio pasaba por la zona. Cuando subí y miré donde sentarme ella estaba ahí. De todas formas algo me confundía, tenía puesto el uniforme de su escuela ¿Un sábado?. Algunos colegios te dan como castigo ir un sábado pero dudaba que el suyo fuese así.
Miré el lado bueno, podía sentarme delante de ella y quizás preguntarle, o quizás hacer que se me caiga algo en su dirección y así buscar una excusa para acercarme. Me senté delante de ella y esperé un poco, no debía esperar tanto sino íbamos a pasar por su colegio y perdería mi oportunidad. Algunas personas subieron, noté que eran exactamente las mismas que se subían el resto de la semana, incluso con la misma ropa.
Ya estábamos cerca de mi escuela y tenía que apurarme. Me habían entrado los nervios y tenía frío ¡Eso! me iba a voltear y le iba a preguntar si le molestaba el frío para poder cerrar la ventanilla.
Di la vuelta y alcancé a mirarla, no tenía mucha expresión en la cara, aunque miraba todo el tiempo hacia afuera no parecía prestar atención, tenía la mirada hacia la nada, como aquellos que van a la guerra.
-¿Perdón?- dije con nerviosismo- ¿Te molesta si cierro la ventana?
En ese momento sus ojos, llenos de miedo y vacío, se clavaron en los míos.
-No deberías poder verme-dijo.
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