adgl2001 Alfredo Gámez

Buenas tardes amigos mios, les traigo la historia de mi amigo Eduardo Soto, donde nos cuenta sobre su viaje a la más oscura meseta del amazonas, en busca de lo desconocido.


Cuento No para niños menores de 13.

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La historia de Eduardo Soto.


Mi nombre es Eduardo Soto. Nací en Carabobo, San Diego, el año de 1989. Por pura coincidencia, una de las más grandes manifestaciones en la historia de Caracas se desarrollaba cuando yo apenas salía del vientre de mi madre. Yo considero que estoy ligado al destino de vivir bajo el yugo de la corrupción y el infortunio circunstancial. Curiosamente mi madre se llama Soledad, lo que me ponía tenso a veces el sobre-pensar, porque desde pequeño, el entorno que me rodea y mi persona no convergen, jamás he alzado la voz ni comparto experiencias con nadie. Para cualquiera sería pudrirse tras el pasar de los años, pero para mi solo es un hecho cotidiano más. Sin embargo, el vacío nunca me llegaba a penetrar el espíritu, los autores y artistas se encargaron erradicar toda tristeza, han sido mi única compañía, mis parientes lejanos de toda la vida. Admiro cada relato terrorífico de Lovecraft, la melancolía en las novelas de un Poe devastado, como también la sutileza de Borges al escribir y vivir la vida bajo la oscuridad plena. Todos tienen algo en común, saben hablar el lenguaje del alma, el lenguaje de más avanzada comprensión que solo pocos logran acceder a un reducido conocimiento en comparación al gran universo que los une a todos.

El 23 de julio de 2012 me gradué como licenciado en Letras de la Universidad Central, y fue más o menos un año después que decidí mudarme a Ciudad Bolívar a explorar y experimentar las vicisitudes de la naturaleza lejos de la ciudad. Tiempos los de hoy donde la cultura literaria pasa desapercibida corrompidos por pantallas brillantes llenas de texto son de absoluta depresión, para mi no existe entonces razón de defender las ideas que se presentaron en sucesos posteriores de la nación, que la llevaron a un declive económico. Las personas hoy en día, viven bajo condiciones de un acontecer político de lo más lento y conformista, cada día tornándose más opresivo, más estricto y más humillante. Y ya desde hace un par de meses, doy por muerto un estado donde la ignorancia abunda.

Unos días más tarde, entre el 5 o el 10 de noviembre del mismo año, abandoné la ciudad en un viaje de revelaciones por las rocosas y extraordinarias mesetas que me puede ofrecer la geografía venezolana. Por varios años me adentre a los lugares más escondidos de la región guayanesa, con expectativas de escribir algo genuino y original, aunque me vencía el constante sentimiento de imitar a rajatabla. Justo ayer, me encontraba en Caicara del Orinoco rumbo al parque nacional del Sarisariñama, donde se halla la meseta más grande e inexplorada, que ni científicos pueden sustentar una tesis completa sobre toda la amalgama de biodiversidad presenciada en la misma.

Pensé que sería el lugar perfecto para escribir un relato, una suerte de inspiración diría yo, ya que la esencia que irradia la selva es una de inconmensurable belleza. Yo estaba cansado de caminar y el calor me provocaba delirios cada tanto, pero eso no quitaba mi gran contento de todos modos. Aunque una fría corazonada me pasó por la mente luego de ver el gigantesco precipicio que tenía delante de mí. La meseta es tan antigua como Pangea, y se cree que aquí hace eones se pudo originar la vida. William Phelps Jr, Charles Brewer-Carías, Julian Steyermark, y Stalky y Nora Dunsterville, son científicos testigos del endemismo puro e indescriptible del Sarisariñama. Los Yekuana, indígenas pobladores de la región descendientes de tribus precolombinas, fueron parte de las razones que me llevaron a este lugar, ya que estudie su cultura en mis años en la universidad y me pareció de lo más fascinante, un joven con gran interés en la literatura me ofreció un libro sobre un profesor de la Católica Andrés Bello donde expresa todas sus costumbres y tradiciones, así como su mitología creacionista y acerca de la naturaleza.

Le dieron el nombre a la meseta tras escuchar el ruido de lo que ellos piensan, se trata del espíritu habitante en ella, con el aspecto de un ave, o por lo menos un animal volador, gigantesco, lleno de pelo y de ojos relucientes que hasta un ciego podría verlos, el cual lanza un rugido desde lo más profundo del acantilado que aparenta no tener fin, hasta la boca del agujero donde comienza la sima. Se trata del Sari, el pájaro del abismo.

Entonces me encontraba allí, sin rasurar, con un bolso con equipo de alpinismo, libreta y lápiz para escribir, un termo lleno de café y guantes de cuero. Amarré la cabuya a dos árboles de impresionante tamaño del que se podían observar las extensiones de sus raíces a considerable distancia, asumí correctamente que eran los indicados y no tarde demasiado en dar los primeros pasos hacia atrás, dándole la cara al cielo poco nublado por la mañana, mientras cerraba los ojos con miedo y saltaba al pozo en busca de lo desconocido, una razón para escribir. Lo que en mi fortuna resulta que debajo del risco del que pende la cuerda, a una presumible profundidad, terminé en una pequeña cueva con una boca de entrada que aproximo seis o siete cabezas sobre mí. Si existe experiencia parecida a bajar por el acantilado de la meseta, yo pondría como analogía el sumergirse por las fosas marinas donde la luz del sol se vuelve un mito para sus seres habitantes. Era tal la oscuridad que usar mi linterna te dejaba desconcertado a los pocos metros, no la usé como medio. Comenzó una lluvia templada por encima de la boca de la meseta, algo muy natural y que resulta bastante necesario, el agua lograba hacer reflejo e iluminar la zona, a lo que me hallé asentando la vista al fondo un paisaje sacado de fantasía. Árboles de inmensa magnitud, arbustos de gran tamaño con hojas de variados colores y formas que en mi vida presencié, estruendos de cascadas a lo lejos cayendo sobre pilares de roca primigenias, estalactitas y estalagmitas del tamaño de edificios, entre todo lo que cabe mencionar a simple vista. Es sin lugar a duda alguna la tierra del inicio y del fin. ¿Acaso los dinosaurios se extinguieron o viven en este lugar? Obviamente yo ya lo sé, pero la verdad no me causaba sorpresa encontrarme algo semejante en este sitio tan inhóspito en el momento, y no cuestioné que existía vida inteligente pues se pueden escuchar las chicharras, el chillido de los murciélagos y el silbar de algunas aves exóticas. Es la auténtica imagen del paraíso subterráneo de Julio Verne, la conspiración resultó ser cierta, nos habitan debajo de nuestros pies. Aunque, eso me deja en una mala posición si reconsideramos la veracidad del mito del Sari.

Los habitantes más cercanos al origen de la tribu Yekuana, no eran navegantes como sus posteriores, vivían en lo oculto de la selva a costa de la cacería y recolección de frutos, de los cuales generaciones tras generaciones advertían la peligrosidad que corrían aquellos quienes profanaban las tierras de los espíritus como entidades de extrema violencia, luego interpretaciones catolicistas del colonialismo reescribieron la historia desde la perspectiva de un creacionismo monoteísta diluviano, acabando con todas las bestias. Tras pensarlo, llegue a la hipotética conservación de especies extintas del mesozoico tardío y el cenozoico temprano dentro de las distintas mesetas que engloba el panorama tempo-geológico. No le di tantas vueltas al asunto, suspiré, me serví la primera taza de café y comencé a redactar luego de haber escampado la lluvia, en una cavidad cual capilla eclesiástica posando su luz en mi cuaderno. Gran parte de mi adolescencia fui católico después de ser adoctrinado por mis padres hasta que los filósofos materialistas, nihilistas y pluralistas me abrieron los ojos más tarde, me considero particularmente reivindicado de promover sus ideas. Lo que yo podía observar desde la caverna perfectamente sería un escenario religioso, pero yo lo veo más como un caos de espléndida espontaneidad que emana una trascendente esteticidad. Comparto lo que maestros del Taoísmo promulgan como la contemplación de la naturaleza en su estado más puro, porque la naturaleza y todo lo que la rodea es Tao.

Tras escribir un par de líneas me empezaron a brotar las venas creativas y no paraba de imaginar situaciones tras otras, es como si el solo estar aquí te trajera a la mente las millones de historias que en vida jamás se habían escrito. Dí en el clavo al venir, sentía como la suerte me sonrió y ella me sonreía a mi. Y para este punto, el éxtasis de la imaginación me trajo el que consideraría mi Magnus Opus: El mito de Odmareisha. Un relato de gran ambición con gran influencia Lovecraftiana acerca del fin del mundo por una criatura invisible, inteligible, que existe desde tiempos remotos guardando reposo en la meseta hasta el dia en que los hombres se conviertan en máquinas. Iba a ser espectacular, lo presentía tanto en mi mente creadora como en mi corazón de lector. Pero, me surgió una circunstancia que se contrapuso a todas mis ideas. Yo jamás había visto una criatura primigenia, ni en el mundo de los sueños o mucho menos en su estado físico. Pensé: “Bueno, esto tampoco le había sucedido a ningún escritor, que idiota soy, por favor” Suspiré de nuevo y me dirigí a la salida de la caverna, ya que aún se podía apreciar el entorno bajo la oscuridad del interior de la meseta. En ese instante empecé a sentir mucho frío en el que una brisa me paso por todo el cuerpo, tanto así que me temblaron las piernas, sin embargo seguía estando animado a escribir, esta vez usando mi linterna.

La altura, la humedad pudorosa, el frío, el olor a sal y otros aromas eran factores que entorpecieron mi desarrollo. Habían insectos como hormigas del tamaño de mi dedo índice con el aspecto de alacranes que me causaron inspiración y decidí tomar data de su especie. Al poco rato, en mi libreta guardé dibujo y registro sobre todo tipo de animales fantásticos que me hallé tanto de camino como de ingreso a la meseta. Lance un bostezo satisfactorio que hizo eco por todos lados. Mi presencia en el lugar se había dejado claro. Volví por mis cosas, guarde mi libreta, me tomé otra taza de café, usé mi bolso como una almohada y me arrope con mi chaqueta y me quede dormido un par de minutos más tarde. Cuando mi mente estaba apunto de entrar en el trance onírico, escuché perfectamente el estallido sónico que hacen los aviones caza cuando viajan a velocidades superiores al sonido. Me espantó y me paré en menos de un segundo, me acerqué lentamente al final del piso del que da inicio la caverna y me asomé observando de frente al acantilado, sin poder ver algo.

En el saco de mi bolso tenía una pistola de bengalas que compré hace tiempo para esta ocasión, la cargué con una de las tres municiones que tenía, me acosté en el piso con los brazos alzados apuntando al abismo y disparé. Cosa que no dio frutos ya que la luz roja que emitía se volvía cada vez más imperceptible conforme caía hasta desaparecer en su totalidad. Estaba realmente asustado, sabía que el presentimiento de antes no era cualquier coincidencia y me detuve a pensar que podía hacer. A los pocos segundos, en el silencio espacial más desolador que se podría concebir, escuché un rugido tan imposible de reproducir por una grabadora, que el estruendo hizo temblar las rocas, batir los árboles, hacer volar las aves y levantar la ráfaga de aire más fuerte que podrías imaginar, lanzándome hacia el agujero negro que me tragaria inevitablemente. Fue el momento más aterrador de toda mi vida, grite pavoroso con toda intensidad aunque fuese inútil, la criatura a gran velocidad me atrapó con su larga cola emplumada sin que yo pudiese apenas parpadear y me levantó, sacándome de la caverna incluso de la meseta hasta las nubes del cielo. Creía que mi muerte se había escrito, que mi existencia ya no tendría valor alguno después, perdí toda esperanza y desasosiego a la muerte, pero algo increíble sucedió después. En menos de un fragmento de segundo pude establecer contacto visual con la bestia, y entendí que nada más y nada menos estaba con el Sari. Lo que yo vi en sus ojos, dios, no puedo explicar con palabras todas las imágenes que me transmitieron sus grandes y relucientes perlas cósmicas, observé tanto el nacimiento como la muerte del universo mismo, el futuro de todos los seres vivos, todos los acontecimientos del ahora y del mañana, el fin de la vida, el último movimiento en el cosmos y el consumo absoluto de la entropía. Todos estos conocimientos quedaron impregnados en mi mente, el nivel de iluminación que pudo alcanzar los dioses del oriente y el mediterráneo como Jesús o Buda son incomparables con los que me mostró el Sari. Todo estaba claro, conocí su verdadero origen y no es ni remotamente de este mundo, ni de esta galaxia, incluso tal vez por lo que yo creo era su aspecto tetradimensional, no sea ni de este universo.

Me llevó ferozmente cerca del suelo y me lanzó contra los árboles fuera de la meseta, me rompí la pierna izquierda y un par de costillas, así como tenía rasguños y cortadas por todos lados, pero no había dolor que pudiese sobrepasar lo que ví, la experiencia que concebí ni la traumática escena. Desde los cielos lanzó otro de sus rugidos, haciendo un hoyo en las nubes y una ventisca poderosa que derribó varios árboles, a la misma velocidad que un cohete, salió disparado hacia las profundidades, y yo sabía porque, pero no tengo intenciones de contarles nada.

Desde hace un par de meses fuí atendido en el Hospital Ruiz y Páez, llevaron unas cuantas semanas mi recuperación total hasta que me dieron de alta el 28 de Marzo de 2013. Le tuve que explicar a los doctores que me caí en el camino de regreso a casa ya que sabía que no creerían mi historia, yo ya lo sabía todo. Volví a caracas en busca del muchacho que me prestó su libro sobre etnias, yo le explique mi situación y aceptó ayudarme a escribir esta historia desde su computadora. Verán, ese mismo día termine de escribir mi historia sobre Odmareisha y lancé el cuaderno al acantilado, ya que dicho nombre no debe ser conocido hasta 4 eones después. Con una losa de roca afilada me amputé las manos a propósito después de que el dios Sarí, me reveló su conocimiento infinito y sus implicaciones con extenso detalle. Tanto lo que debía hacer como aquello que no también. Como ya que conozco mi destino, la muerte es solo la segunda etapa que me espera en unas semanas. Quizás, igual reencarnaré y nos veremos en al menos un Puc. Ya entenderán lo que quise decir en el año 10800, cuando se desate la guerra entre el imperio intergaláctico de Titánpolis contra los Anunnaki. Hasta entonces, el Sari nos vigilará, con sus ojos omniscientes, desde las profundidades de la meseta desconocida.

19 de Febrero de 2019 a las 20:16 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

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Alfredo Gámez Ilustrador venezolano, Artista de Cómic e Historietas, aficionado a la escritura | Portafolio: http://instagram.com/adgl2001_ig

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