3 de Octubre de 1944
Portillo de Lázar, Vall d'Arán
El sargento primero Mario García más que correr saltó tras los sacos de arena que sus compañeros habían colocado para librarse de las balas de los Republicanos. Le habían enviado a la frontera para lidiar con cualquier avance de los maquis ahora que la guerra mundial había acabado; esperaba alguna escaramuza con guerrillas, pero aquello era una invasión.
—¡Martínez, llame a comandancia, que envíen refuerzos!
—¡Señor, no podemos aguantar, hay que retirarse!
—¡Resistiremos hasta que yo diga basta, hostias! ¡Llame a comandancia!
García se agachó instintivamente cuando escuchó el restallar de un Tokarev SVT 40. Solo era un novato en el ejército la primera vez que vio a un compañero caer bajo el fuego de un francotirador, y no lo había olvidado ahora que era sargento de la Guardia Civil. Un policía armado cayó al suelo con un estertor sanguinolento.
—¡Tirador! ¡A cubierto, abrid fuego, fuego!
A su lado dos guardias civiles terminaron de montar una ametralladora 938 Dreyse y cumplieron la orden; pudo ver a los maquis poniéndose a cubierto a ambos lados de la carretera, entre los árboles; a ambos lados de la línea nacionalista, dos parejas de policías armados intentaban evitar que el enemigo los rodease cubriéndose en la espesura. García sabía perfectamente que era una batalla perdida: solo podía resistir lo que pudiese, debilitar al enemigo y retirarse a una nueva posición. Aquel movimiento no lo había esperado, nadie lo habría esperado: ¿Qué esperaban conseguir? Incluso aunque tomarán Portillo de Lázar o diez pueblos más, era cuestión de tiempo que el ejército español llegara. No tenía sentido.
Hubo dos detonaciones en la espesura. Todos se pusieron a cubierto un instante antes que las granadas de mortero hicieran blanco; todo se fundió en un silbido agudo, pero García se levantó apretando los dientes y gritó algo que él mismo no podía oír bien.
—¡Retirada! ¡Reti...!
Un preciso disparo le impactó en el bajo vientre; el sargento se quedó en pie, miró hacia el enemigo, y la vio: Una mujer de mediana edad, de pelo castaño y mejillas morenas. Una mujer que caminaba con una cojera inconfundible, que lo había acompañado a través del terror de aquela Masía maldita.
Y entonces comprendió lo que ella le dijo cuando le preguntó sobre su cojera. ¿Cómo no se había dado cuenta? ¿Cómo no lo había visto?
"Me resbalé en un río".
En el río Ebro, con otros miles de republicanos.
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