srta-paz Rocío Paz

Una habitación prohibida. Un hijo, temeroso de su madre, intenta develar los secretos que ella guarda. La muerte y lo desconocido aguardan.


Cuento Todo público.

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Presagio de locura

Despertó empapado en una mezcla de su propio sudor y lágrimas. Sentía la cara pegajosa y las manos entumecidas. Un incipiente moretón le rodeaba el brazo. Recordaba, vagamente, los episodios de la noche anterior y el miedo le corrió por el cuerpo retorciéndole el estómago.

Bajó de la cama. Oyó los pasos ligeros de <<ella>> en el pasillo que daba a su habitación. Le temía. La veía con ojos desconfiados, no lograba comprender del todo lo que había sucedido. De forma muy silenciosa se acercó a la puerta, de a un paso a la vez. Las manos le temblaban. Abrió apenas y sin hacer ruido. La vió pasar, tenía la taza de café en la mano, el pelo largo y negro en un rodete alto –ligeramente despeinado- y su habitual cara de hastío. Estaba parada en el borde de la escalera, chequeando su teléfono.

Él la seguía observando -expectante-, dispuesto a dar un empujón si se veía en peligro. Sabía que nadie le creería: ni su papá, ni su hermana. Pero también sabía que estaba en lo cierto, la había visto. Sus ojos no lo habían engañado. Se frotó los párpados buscando de alguna manera refrescar el recuerdo, asegurarse de tenerlo bien presente. Con una sensación de falsa valentía se repitió a sí mismo lo que había ocurrido la noche anterior y volviendo sobre sus pasos decidió que debía dejarlo por escrito, en caso de que algo le sucediera:

Anoche la ví. Entré a la habitación prohibida, a la que ella llama “oficina” y a la que nunca, nunca me deja entrar. Papá y mi hermana se fueron por unos días a la casa de los abuelos. Yo me quedé, porque me sentía algo enfermo. Mamá se quedó cuidándome, aduciendo que –además- tenía trabajo pendiente.

La había visto muy rara los días anteriores: estaba nerviosa, apenas comía, fumaba demasiado y siempre se estaba enroscando un largo mechón de pelo entre los dedos, con un gesto impaciente casi constante. Parecía esperar algo, pero no sé bien qué. Temí que estuviera engañando a papá, así que anoche, cuando se fue a duchar, me decidí a buscar pruebas de lo que fuera que estuviera ocurriendo.

Primero pensé en revisarle el teléfono, pero sabía que siempre lo llevaba con ella. Luego se me ocurrió revisar en su oficina, después de todo era donde más tiempo pasaba. Así que agarré la llave -que siempre mantenía oculta en un alhajero y que a su vez estaba guardado en una caja dentro del placard de su habitación- y me metí con destreza, haciendo el mínimo ruido posible.

Mis ojos intentaron abarcarlo todo, pero era imposible. Dentro había un artefacto que ocupaba casi toda la habitación, tenía un sinfín de cables conectados, luces intermitentes y una suerte de escudo lumínico. Se parecía mucho a máquinas extraterrestres que veía en las películas que tanto miedo me daban. Temía que de allí saliera una bestia horrible: un alienígena que me succionara las tripas y usara mis vértebras para hacerse un collar.

Escuché unos golpes provenientes del interior: primero, apenas audibles. Luego se volvieron más y más firmes. Me paralicé. Mi segunda reacción fue huir. Me dí vuelta, listo para salir corriendo, pero una mano que salía de aquella máquina me asió del brazo. Cerré los ojos. Los apreté fuerte, rogando que fuera una pesadilla y despertar, así, en la comodidad de mi cama, pero no. La mano me apretaba con fuerza.

Me volteé –temblando- temiendo que mi cuerpo colapsara y la ví: era ella, mi mamá, la que se estaba duchando en la habitación contigua. Era imposible. La miré con desconfianza, estaba aterrorizado y aún así no podía sacarle los ojos de encima. Sentí la boca seca y pastosa, no podía tragar saliva y las palabras se me atoraban en la tráquea.

Sin dudas era ella, pero parecía mayor . Las canas se asomaban entre su pelo negro. Tenía arrugas donde antes se extendía una piel lisa y firme. Si, definitivamente era mamá sólo que se veía casi como una anciana. Me dijo sólo una cosa que se grabó en mi memoria y que fue suficiente como para helarme la sangre: <<No corras hacia la escalera, por lo que más quieras –dijo suplicante- no corras hacia la escalera>>. El tono de su voz me erizó la piel. Ví el dolor pasearse por su mirada. Una mezcla de amor y pérdida se percibían en el calor de la mano que me atrapaba.

Me soltó y la puerta de la gran máquina se cerró detrás de ella. Traté de tranquilizarme, con la sensación aún latente de sus palabras. Salí de aquella inquietante oficina, dejé la llave en su lugar y volví a mi habitación.

Escuché a mamá salir de la ducha tarareando la misma canción de siempre. Era ella de nuevo, mi mamá: <<ella>>. Me quedé dormido entre lágrimas y confusión. Sentía que, de alguna manera, me estaba volviendo loco. Pero no, sabía que no. Había sido real…

Su mamá lo notaba distante. Le preguntó en varias ocasiones si le ocurría algo, pero él siempre fingía media sonrisa y le decía que estaba todo bien. Nunca se le fue esa sensación de desconfianza y temor, la sensación de que su respiración se detenía cuando ella se le acercaba.

Los días transcurrieron y no lograba conciliar el sueño: de noche, todo cobraba una nueva dimensión y los recuerdos se entreveraban en su cabeza anudando sus pensamientos y consumiéndolo. No podía comer, no podía pensar. Levantarse cada día de la cama le representaba un esfuerzo ímprobo. Desde lo sucedido aquella noche, su mamá no había vuelto a trabajar en la oficina. Él temía que ella sospechara algo, pero al mismo tiempo le daba cierta tranquilidad pensar que, tal vez, ella hubiera abandonado el temido y macabro proyecto.

Como si le leyera la mente, esa tarde mientras terminaba los deberes en su habitación la escuchó entrar en la oficina. En su mente revivió los golpes que retumbaban en la máquina antes de que <<ella>> apareciera. No sabía si lo que oía era real o producto de su corazón que bombeaba sangre con más y más fuerza. Los oídos le latían, se sentía mareado y confuso, como si percibiera el mundo extracorpóreamente. Estaba sofocado. Con el pánico propagándosele por las venas salió corriendo de su habitación. Necesitaba tomar aire, sentirse en contacto con la realidad, huir de lo indecible.

Era tal su desesperación que escuchó los gritos y aún así no entendía lo que pasaba. Estaba fuera de sí. Se detuvo de repente ante el horror: logró tomar conciencia de lo que había sucedido. Como flashes de memoria vió a su hermana en la escalera, a él corriendo como un poseso y tropezar con ella. La vió caer. Escuchó el pánico en su voz, su mirada desorbitada, el golpe sordo escalón tras escalón. Repitió en su cabeza el presagio fatídico que le decía que no corriera. Vió el cuerpo que yacía sin vida a los pies de su padre y lo entendió: tuvo la absoluta certeza de que el tiempo es un tirano y no le gusta que jueguen con él.

16 de Febrero de 2019 a las 22:11 0 Reporte Insertar Seguir historia
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