Se había decretado, por órdenes del rey, que todas las personas de la comarca debían pasar un día entero sin usar sus respectivas mascaras. La orden causo cierto revuelo e inquietud en unos, pánico y asombro en otros, pues nunca antes ningún soberano había pedido a sus súbditos semejante cosa. Al rey se le había ocurrido tal idea una tarde en su palacio, mientras observaba a los cómicos bufones hacer acrobacias y payasadas, entonces se le ocurre y le pregunta al camarlengo: “¿Qué te parecen estos bufones?”, “que son graciosos” responde el camarlengo: “ya lo sé, lo que te pregunto es si piensas que habrá un momento donde no sean felices, donde no todo sean bromas y risas” dijo el rey “seguramente” respondió el camarlengo. Al día siguiente el rey emitió el comunicado, atraves del cual, todos los hombres y mujeres debían pasar un día sin mascaras. Con cierta duda, las buenas personas del reino obedecieron y se quitaron sus máscaras. Ocurrió que la gente empezó a contemplarse minuciosamente, se tocaron sus rostros pálidos y suaves, algunos tenían una barba entera y ojeras. La luz del sol les quemo la cara, el agua y el viento los toco como una caricia. Y el panadero, pudo ser panadero, el zapatero, zapatero, el granjero, granjero, y así. Esta tendencia llevo a que todos pudieran decir lo que pensaban sin temor de nada, corrían por las calles locos de alegría, abandonando sus labores. Incluso varios consortes del rey, como los bufones manifestaron su desprecio, y acordaron que no necesitaban de un monarca para dirigir sus vidas. Esta tendencia llego a tal punto que el rey, armando a los pocos hombres que aún le juraban lealtad, en un sorpresivo ataque contuvo a los rebeldes. El rey se sentía arrepentido de ordenar tal decreto, y promociono otro, en el cual, se prohibía, bajo cualquier circunstancia, que las personas no usaran sus máscaras. El desacato de esta orden, era la muerte, y así, en lo sucesivo del tiempo, siempre que alguien quisiera quitarse sus máscaras era rápidamente pasado por la ejecución, para evitar derramar la sangre del pueblo innecesariamente: “es mejor vivir en la ignorancia”, fue el lema del rey, y estas palabras fueron trasmitidas de generación en generación.
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