ren-cayrouge1549772563 Ren Cayrouge

La rivalidad entre Yuren, un obstinado muchacho quien todo cuanto desea es ayudar a los suyos, y Eloi, un terrible joven cuyo bello aspecto le ha abierto las puertas a una realidad un tanto diferente a la de sus compañeros, no hace sino poner en riesgo la unión de su pequeña familia de huérfanos ante las injusticias de la sociedad en la que viven. Pero podría ser un inesperado accidente la navaja que corte finalmente el hilo del que penden sus vidas como la conocen. Amor, odio, familia, una tragedia repentina y un cambio de corazón. •*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*•*• "Una joya que es realmente la gloria del orfebre que hubo de cincelarla. No te asombres si enloquece de amor a todos los humanos." Ambientada en la antigüedad, en un continente imaginario inspirado en el medio oriente.


Drama No para niños menores de 13.

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• I - Demonio •

Eloi no se parecía a ninguno de nosotros, chiquillos andrajosos, mugrientos, con la piel curtida por el sol y el cabello pajizo. Él era, en pocas palabras —y sin desgastarse repitiendo cada uno de los adjetivos altisonantes que la gente solía usar para aludirle—: sencillamente hermoso.

Sus ojos eran grandes, brillantes y un punto medio entre el azul y el verde, como las gemas de turquesa que atildaban las joyas de los altos señores. Te atrapaban. Te hipnotizaban. Te hacían olvidar por un instante en dónde estabas parado. Su cabello era del color del caramelo en un punto tostado y se torcía en ondas suaves en torno a su rostro melado y de facciones finas. Era más pequeño de estatura que Ashun, aunque tenían la misma edad, y su cuerpo al contrario que el de este, que era fornido y musculoso para sus escasos quince años, era esbelto y delicado. Todo en Eloi resultaba atrayente de un modo extraño, para hombres y mujeres, para viejos y jóvenes, para los altos señores y para los esclavos por igual, y él era bien consciente de ello. Laila, quien junto a Ashun le conocían desde la niñez, solía decir que los años le habían transformado completamente; que había habido una época en que había sido un chico risueño y alegre. Pero para Inoe y para mí, los menores de nuestro grupo y quienes podíamos recordarle sólo después de su curiosa metamorfosis, aquello no podía distar más de la realidad; pues el muchacho de belleza arrebatadora que sonreía y cautivaba, que acaparaba miradas allá a donde quiera que fuese y que se movía con la donosura de un cervatillo alado, era alguien completamente diferente cuando estaba puertas a dentro a solas con nosotros, sus hermanos.

Para nosotros, Eloi era un completo demonio.

Tenía un temperamento terrible e impredecible. Estallaba en intensos ataques de furia y pocas cosas escapaban a su ira cuando algo lo sacaba de sus casillas; lo cual ocurría con frecuencia. Sus encantadores ojos de turquesa se encendían entonces como llamas ardientes y aquel menudo muchacho parecía perfectamente capaz de estrangular con aquellos finos y hermosos dedos a cualquiera que se cruzase en su camino. Por esa razón, ninguno de nosotros se le acercaba más de lo que era prudente ni trataba más con él de lo que era estrictamente necesario; de manera que siempre estaba sólo. Tenía un cuarto propio en la diminuta casa y casi todo el tiempo que estaba en ella, vivía confinado allí. Ninguno de nosotros sabía realmente en qué ocupaba las largas horas que pasaba en su habitación mientras los demás nos molíamos los huesos trabajando como asnos; en especial Ashun, sobre quien gracias a su constitución fuerte y a su insólita resistencia a los trabajos pesados, recaían las labores más duras. Ashun era quien se ocupaba de nosotros y velaba por nuestro bienestar. Era quien levantaba nuestras esperanzas cuando estábamos abatidos y quien intercedía por nosotros ante el peligro. Era todo lo contrario de nuestro otro hermano. Por esa razón, Ashun era mi hermano favorito, mi héroe; mientras que a Eloi... yo le detestaba con todo mi ser.

—Inútil... —murmuró el demonio, cuando mientras fregaba los platos de la cena uno de estos resbaló desde mis dedos adoloridos y se precipitó al suelo, partiéndose contra la madera y haciéndole virar tan rápido, que el cabello le voló en torno al rostro.

Estaba sentado a la mesa, en un perpetuo silencio y haciendo absolutamente nada, como de costumbre. El comentario fue a media voz, por lo que intuí que había sido más una reacción y que no buscaba una afronta conmigo, pero ya fuera que buscara problemas o no, yo había sido capaz de oírlo perfectamente. Nadie jamás replicaba a sus comentarios y sus insultos, por más hirientes que estos fueran; nadie excepto yo.

—Lo siento. Algunos aquí trabajamos todo el día y estamos exhaustos.

Pude sentir su mirada de cuchillas sobre mi nuca sólo una fracción de segundo antes de que uno de los fragmentos del plato roto, que había ido a parar para mi mala fortuna a sus pies, se estrellase contra la pared frente a mí, muy cerca de mi rostro, antes siquiera de que terminara de secarme las manos para poder recogerlos. Vi su sombra proyectarse en la pared sobre la mía muy tarde como para reaccionar y defenderme antes de que su mano encontrase mi cuello y se cerrase en torno a él con fuerza, haciéndome dar una arcada. Sus ojos refulgían de furia.

—¿Quieres repetir eso?

Estuve a punto de lanzarle un puñetazo directo al rostro, harto de él, cuando tras el sonido de un portazo, el cuerpo fornido de Ashun se puso en medio de ambos, obligándole a soltarme.

—¿No puedo dejarlos solos ni por media hora? —dijo, con su voz siempre tan quieta y arrulladora.

Había una sola fuerza en el mundo capaz de mitigar la ira asesina de Eloi, el hermoso demonio. Aquella era Ashun. Nunca supimos por qué, o de qué modo lo conseguía, pero de alguna manera lograba aplacar siempre su furia. No se escapaba de sus amenazas ni de sus frías miradas, pero nunca sufrió las consecuencias de su enojo más allá de un golpe con poca fuerza o de un insulto poco elaborado.

—Siéntate. Te vas a cortar así descalzo —le reprendió con suavidad nuestro hermano al tiempo en que se agachaba a recoger los fragmentos del plato roto, dándome sólo la vista de su espalda amplia y morena, surcada de algunas cicatrices dejadas por las puntas de un látigo en el pasado.

Yo me había quedado sujeto al viejo mesón junto al lavabo, con una mano alrededor del cuello adolorido y respirando agitadamente en un intento de calmar mi propia rabia, para no arrojarme sobre Eloi y arrancarle de la cabeza cada mechón del sedoso cabello que mis dedos fueran capaces de hallar antes de que me asesinara; lo cual era lo más probable, pues Eloi no necesitaba ser alto ni fuerte como Ashun para ganar una pelea. Era rápido con las manos y siempre encontraba la manera de hacerse con algo contundente o afilado antes de que cualquier golpe encontrase su rostro, el cual protegía fieramente. Eloi retrocedió hasta su silla, subiendo los pies sobre esta y abrazando sus rodillas a la altura de su rostro, contemplando a Ashun recoger el plato roto. Cuando levantó la mirada para verme, sus ojos todavía parecían humear como una hoguera recién apagada.

—Estuve en el mercado del zoco de los altos señores antes de que todos se marchasen y esperé. He dejado junto a la puerta una bolsa con bananas, manzanas y algunas naranjas frescas que pude recoger. No tendremos otra oportunidad de comer fruta probablemente en un largo tiempo, así que hay que acabarlas antes de que se pongan malas —dijo al erguirse, echándose hacia atrás el largo cabello que intercalaba mechones rubios más claros y más oscuros y que siempre le caían rebeldemente sobre los hombros, pese a que intentaba mantenerlo fuera del camino, atándose una porción de este a la nuca.

Contrastaba su cabello claro con su piel atezada por el sol. Si bien Eloi era indiscutiblemente hermoso, Ashun era bien parecido de un modo más varonil. Las chicas jamás le quitaban la vista de encima en los campos de trabajo; sobre todo cuando el calor del sol le obligaba a librarse de la camisa. Sin embargo, había una chica en particular que era completamente inmune tanto a la belleza angelical del uno, como al atractivo tosco del otro.

—Peleando ustedes dos, como siempre —comentó Laila observándonos de uno en uno a Eloi y a mí, tras lo cual salió de debajo de la cortina que servía de puerta a la habitación junto a las escaleras. Entonces cruzó la estancia para venir a dejar un plato a medio terminar sobre el mesón de la cocina. Exhausta, acomodó un mechón suelto de su cabello negro detrás de su oreja y suspiró—. Inoe tiene que descansar ¿podrían ser un poco más silenciosos?

Me mordí los labios recogiendo con cuidado los restos de loza rota que quedaban en el piso. Ashun observó con expresión triste el plato de Inoe, todavía lleno de verduras medio mordisqueadas.

—Hoy tampoco ha comido casi nada...

Incapaz de aceptar que nuestro hermanito pasara un sólo día sin comer en su delicado estado, tomé el plato del mesón de forma obstinada, fui a la bolsa junto a la puerta para hacerme con una banana, que eran las favoritas de Inoe, y me encaminé con dirección a la habitación:

—Yo haré que coma. Ayer casi terminó su plato ¿recuerdan? Lo haré todos los días a partir de ahora de ser necesario, hasta que mejore.

Laila sonrió de esa forma maternal en que solía hacerlo. Ashun dio una cabeceada, animándome a entrar:

—Que tengas suerte. Dile que iré en un momento.

—El chiquillo haría bien en morir —terció Eloi. Ni siquiera el tono suave que atildaba la cadencia aterciopelada de su voz conseguía mermar jamás la crueldad que caracterizaba a sus comentarios—. Si yo fuera ustedes, dejaría que pase y le ahorraría el seguir alargando el suplicio de la enfermedad que lo está consumiendo vivo —añadió, perdiendo la mirada en las hendiduras de la madera de la mesa.

Su comentario ácido fue para mí como viento sobre brazas encendidas, y sólo consiguió avivar de nuevo mi rabia. Arrojé el plato sobre la mesa, provocando un estruendo y me envaré con los puños a los costados, dispuesto a terminar con lo que había empezado poco antes de que Ashun llegase:

—¿Es que acaso no sabes cómo mantener la boca cerrada?

—Yuren —me reprendió Ashun, omitiendo por completo las palabras viles de Eloi.

—¡¿No le has oído?!

—Es suficiente. Llévale a Inoe su plato de vuelta y ve que coma.

—¡No! ¡ya me tiene harto! —grité, haciendo que Laila se estremeciese en su sitio cruzando los brazos, a sabiendas de que a ese paso pronto conseguiría despertar la ira de Eloi, y con ello, a toda la casa y todo el vecindario. Ashun me detuvo en cuanto di un paso hacia él, con intención de molerlo a golpes como fuera— ¡Maldito seas! —le grité con toda la rabia de la que era capaz cuando mi otro hermano mayor me frenó, consciente de que no había forma en que lograría zafarme de él— ¡Ojalá fueras tú quien se estuviese muriendo! ¡maldito seas, Eloi!

—¡Yuren! —gritó Ashun de pronto, perdiendo la paciencia. Todo se había quedado en silencio.

Al mirar a mis espaldas, Inoe estaba bajo la cortina de su cuarto y nos observaba desde su pequeña estatura de uno en uno con sus grandes ojos marrones enmarcado de mechones rubios. Lucía alarmado y confundido.

—¿Por qué están discutiendo? —pidió saber con voz llorosa.

Laila fue en su encuentro alzándole del piso entre los delgados brazos y depositándole un beso en la mejilla, actuando otra vez como la madre en la cual se había visto obligada a convertirse para nosotros, tras haber sido todos arrancados de los brazos de la propia.

—No es nada. Vamos a la cama ¿quieres que me recueste junto a ti?

Arrojándonos a Eloi y a mí una mirada llena de reproche, Laila se adentró con Inoe en el cuarto que compartían ambos, dejándonos a los tres en la estancia principal, mudos y perplejos.

Ashun suspiró profundamente:

—Realmente espero que no los haya oído. A ninguno de los dos.

—Ashun... —intenté razonar con él pero sólo obtuve de su parte una dura mirada que me silenció.

—¿Qué creen que pasaría por la cabeza de un niño enfermo de ocho años si oyese a sus hermanos mayores gritando que se va a morir?

Ashun no tuvo que gritarme a mí para empezar a sentir que las lágrimas me picaban detrás de los ojos. Maldije mi bocaza y mi mal genio. Cuando levanté la mirada para ver a Eloi, esperando encontrar aunque fuera un poco de remordimiento en la suya y llegar a alguna especie de consenso tácito con él, este me dedicó una sonrisa. No como la de Ashun o como la de Laila; sino una de sus sonrisas cínicas y crueles, las cuales jamás lograban transmitir la menor felicidad. Sentí que las venas me palpitaban en las sienes y salí corriendo de allí, dando un portazo y dejándoles solos. Corrí y corrí sin detenerme hasta que llegué al canal, al costado de cuya ribera me acuclillé para dejar salir finalmente todo lo que guardaba en el pecho en un grito que se levantó en el vacío del cielo.

La noche estaba helada, pero el cielo estaba claro y la visión de las estrellas rojizas ocultas tras el velo del humo de las antorchas que iluminaban la ciudad me reconfortó. Sentí pasos a mis espaldas y advertí la figura fornida de Ashun acercándose por la hierba. Le ignoré, pero cuando sentí su mano tibia sobre el hombro, las lágrimas pulsaron otra vez en las esquinas de mis ojos. Mi hermano favorito tenía aquel extraño efecto en mí:

—Le odio... —susurré, abrazando mis rodillas con fuerza y hablando entre ellas.

Ashun guardó un solemne silencio antes de contestar:

—No le odias.

—¡Lo hago! —grité— ¿Por qué tiene que ser de esa manera? ¿por qué tiene que ser tan cruel? Si Inoe se muere...

—No digas eso. Eso no pasará.

—Si aquello pasase, Eloi no derramaría ninguna lágrima.

—No... probablemente no lo hiciera —concordó Ashun—. Pero sufriría igual o más que ninguno de nosotros.

—No digas estupideces. Para sufrir más que ninguno de nosotros tendría que quererlo más que ninguno de nosotros, y ese infeliz no quiere a nadie. A nadie sino a sí mismo.

Ashun guardó silencio unos instantes. Me permitió decir todo lo que tenía para decir después de eso. Maldecir a nuestro hermano, luego jurar que un día lo haría puré. Y después sólo suspirar, hasta que estuve calmado.

—Vamos a casa —sugirió.

—No quiero. No quiero volver y ver a ese monstruo otra vez.

—No lo verás. Ya se ha ido, poco después que te marchaste.

Oir aquello hizo que me relajase un poco. A sabiendas que no me lo encontraría, ahora deseaba ir a casa. Disculparme con Laila y asegurarme de que Inoe había terminado su comida. Me puse de pie con ayuda de mi hermano mayor cuando este me tendió la mano y me sacudí los posteriores del pantalón de la tierra del suelo. Antes de encaminarnos, eché un último vistazo a las estrellas. No se podían ver desde el sitio en donde vivíamos y a veces extrañaba su luz.

—Yuren, antes de que nos vayamos....

—¿Qué pasa? —quise saber.

Antes de hablar, Ashun inhaló una profunda bocanada de aire frío de la noche, hinchando el pecho:

—¿Puedes prometerme que en adelante intentarás ignorar a Eloi? No habla en serio, él sólo busca molestarte y siempre permites que lo haga. Si dejas de actuar como un chiquillo irascible dejará de meterse contigo. Tienes un carácter tan horrible como el suyo a veces ¿sabes?

—No me compares con él.

—No lo hago, Yuren —suspiró Ashun—. Lo que intento decir es que vivido con él el mismo tiempo que Laila. Lo conozco mejor que ella y sé que no es fácil entenderlo; pero...

—¡¿Qué es lo que hay que entender?! ¡Es un mocoso malcriado! —repliqué, empezando a alterarme de nuevo, arrojando los brazos hacia todas direcciones como solía hacer cuando me enojaba—. Nunca ha trabajado igual que nosotros; por eso es así. Un niño mimado, consentido y sin empatía por nadie. Es sólo gracias a su aspecto que consiguió llegar hasta donde está.

—Basta ya... —suspiró mi hermano mayor.

—¡Lo digo en serio! ¿acaso tú no lo piensas? Lo que no daría yo por trabajar en la casa de algún alto señor como él lo hace, sólo cantando canciones, tocando instrumentos, atendiendo la puerta, llevando bandejas con botanas para los huéspedes y luciendo bonito ante ellos. Lo que no daría cualquiera de nosotros por ser la mascota de alguno de esos viejos pomposos y pasar el día acomodado en cojines de plumas en vez de estar afuera partiéndonos la espalda en los campos, sudando y jadeando bajo el calor ardiente del sol y llorando por las noches del dolor de las manos y los pies heridos. ¡Es tan, pero tan...! —grité arrastrando la voz desde el fondo del pecho—... Tan injusto.

Ashun me observaba de forma desaprobatoria.

—Mira a tu alrededor, Yuren —pidió.

Hice lo que me indicó. Las calles estaban desiertas.

—No a la ciudad. Allá —me indicó, inclinándose sobre mi hombro y señalándome el sitio baldío que estaba cruzando el canal, donde cientos de tiendas se alzaban en la negrura de la noche—. ¿Qué ves?

—Tiendas.

—¿Sólo tiendas?

No. No eran solo tiendas. Afuera había tendederos con ropa colgada, cubas de agua, hogueras apagadas, carretas, uno que otro animal... Era sólo uno más de los cientos de asentamientos donde solían vivir los chicos de nuestra clase. La clase obrera.

—Gente dentro de ellas, probablemente. ¿Y qué? ¿Qué pasa con eso?

—Es gracias a la posición de Eloi que vivimos en una casa y que Inoe está a salvo del frío —me recordó Ashun—. Le debemos mucho.

—¡Eso no es cierto! —chillé, enfermo con la idea de que Ashun regalase a Eloi todo el mérito que compartían— Aún si vivimos en una casa gracias a él, eres tú quien trabaja más duro de entre todos nosotros. ¡Tú eres quien siempre nos ha cuidado!

Ashun se había quedado en silencio otra vez, observándome sin mirarme realmente. Estaba cansado; pude saber eso sólo con mirarlo a los ojos.

—Vamos a casa, Yuren.

Sin ánimo de seguir discutiendo y sabiendo que no llegaría a nada, me acompasé a los pasos de Ashun y ambos nos encaminamos de regreso a nuestro hogar.

Tal y como mi hermano había prometido, Eloi no estaba por ninguna parte. Su horario no era fijo como el de nosotros. A veces trabajaba todo el día y otras era solicitado en casa de su amo sólo por las mañanas, las tardes, o las noches; durante las esplendorosas fiestas que la clase de los altos señores, quienes eran casi la nobleza de nuestra sociedad, disfrutaba casi a diario. Vivían todos vidas llenas de placeres desmedidos. Fiestas cada día sin importar el día y sin importar la hora. La mayoría de ellos eran hombres obesos y con problemas de alcohol. El alto señor Mailard, el amo de Eloi probablemente no era la excepción. Nuestro hermano nunca hablaba de él y se ponía de mal humor sólo con la mención de su nombre. Nunca le habíamos visto, pero sabíamos que era un hombre muy poderoso, con muchas tierras y riquezas. Por mucho que odiara admitirlo, Ashun tenía razón. Si bien era él quien trabajaba más duro y ponía comida en la mesa, era gracias a Eloi que gozábamos del lujo de tener una casa sólo para nosotros cinco en la que resguardarnos del frío; aunque fuera pequeña, vieja y sólo tuviese dos cuartos. Era todo gracias a la generosidad del amo Mailard, quien no podía permitir que su querida mascota durmiera en la calle y corriera el riesgo de infectarse de piojos o contraer alguna infección que le hiciera perder el hermoso cabello acaramelado, o le hiciera caer los perfectos dientes. Lo que era comida nutritiva, ropa de calidad y el no tener que trabajar al sol, eran privilegios exclusivos de Eloi. El resto de nosotros, sólo gozábamos del lujo que significaba un techo; pero eso, para un grupo de niños de las calañas más pobres, era extremadamente raro.

Dentro de Yrose, la nación en la que habíamos crecido, la vida para los niños y adolescentes se apegaba a un estricto status quo: los chicos más fuertes eran enviados a las minas extrayendo metales y oros valiosos, o a los campos, en donde acarreaban costales y tiraban de carretas. Otros más, como Ashun, quienes eran excepcionalmente fuertes eran enviados a obras de construcción; ya fuera para contribuir en la edificación de diversos edificios con distintos propósitos, o para engrandecer las mansiones y palacios en los que vivían los altos señores, allá en las zonas de más alta clase de la ciudad; llamadas "Edenes Señoriales". Los chicos más jóvenes y débiles como Inoe (aunque este estaba eximido temporalmente de trabajar gracias a la enfermedad que había contraído) eran enviados a granjas para alimentar y cuidar animales pequeños como pollos y conejos, limpiar establos, y sembrar. También podía tocarles trabajar en fábricas textiles como mano de obra cosiendo ropajes, calzados; elaborando joyería quienes poseían las manos más hábiles; o limpiando, asistiendo, o trabajando en cocinas, cortando y pelando verduras. Los más listos y quienes estaban alfabetizados como Laila, eran bien apreciados en bibliotecas y oficinas. Laila trabajaba como mensajera y moza de cordel, trayendo y llevando paquetes pequeños o cartas por toda la ciudad, y leyéndolas a sus destinatarios; debido a lo cual terminaba el día agotada y con las piernas muy adoloridas.

Y luego, por supuesto, estaba la otra clase; aquella a la que me gustaba llamar 'las mascotas'.

Se trataba de muchachos de poca edad elegidos en base a dos únicas características: ser de la clase obrera —la clase que podía comprarse— y ser particularmente bellos. Estos eran muy populares entre los altos señores quienes les adquirían y mantenían cerca como si de animales de compañía se tratasen; más limpios e inteligentes que uno, y además capaces de cumplir órdenes. Su función se limitaba sencillamente a la de adornar la casa y servir a sus amos en las tareas y actividades más simples, como acompañantes, o como simple entretenimiento; cantando, danzando, leyendo, o tocando instrumentos. A esta última clase pertenecía Eloi.

En la clase obrera —dada la escasez de alimentos y donde las infecciones debido a la falta de higiene estaban a la orden del día—, la desnutrición severa, la calvicie, los parásitos, las afecciones a la piel, las malformaciones, la ausencia de miembros, la pérdida de piezas dentales y en general los estragos que causaban en la condición física de una persona las malas condiciones de vida, eran frecuentes; de manera que resultaba difícil encontrar ejemplares atractivos entre la población más pobre. Los pocos que llegaban a aparecer eran codiciados. Eloi era uno de los que más. Sumado al hecho de haber tenido la inmensa fortuna de nacer de muy buen ver, Eloi había comenzado a trabajar en su aspecto en cuanto había alcanzado la madurez suficiente para percatarse de cómo funcionaba nuestro mundo. Cuidaba celosamente de su dentadura y de su piel; trataba su cabello lavándolo con vinagre —que era barato, y lo mantenía brillante y libre de parásitos— cepillándolo a diario para tenerlo suave y sedoso, y había moldeado su personalidad hasta convertirse en la criatura encantadora que era hoy en día; aunque sólo fuera una fachada. Los altos señores no habían tardado demasiado en fijarse en él, y de esa forma era que había obtenido su privilegiada posición como la mascota de uno de ellos, en cuya casa actualmente servía como si fuera uno más de los animales exóticos del amo Mailard. Yo solía preguntarme con frecuencia como sería trabajar allí; cuantas comodidades tendría... Solía preguntárselo a Ashun, quien era la única persona con la que Eloi trataba en términos más o menos cordiales. Sólo a través de él era que podía pintarme una imagen mental del esplendoroso mundo de los nobles; mundo que Eloi conocía a la perfección y que no se dignaba nunca a compartir.

Esa noche, cuando nos acostamos Ashun y yo a dormir junto a la hoguera al fondo de la casa —sitio que ocupábamos por las noches desde que habíamos cedido por completo la única otra habitación de la casa a Inoe y Laila, la cual era pequeña y difícilmente podía albergarnos a los cuatro—, supe tan solo con poner la cabeza sobre la almohada y soltar el primer suspiro de agobio que no conciliaría el sueño fácilmente.

Ashun se quedó dormido casi al instante y por algún tiempo me entretuve en los visos ambarinos que la luz de la chimenea le proyectaba sobre el rostro perfilando sus rasgos duros. No podía culparlo por caerse casi muerto después de haber trabajado todo el día. Yo trabajaba junto a Ashun en construcción como obrero de asistencia. Mis labores se limitaban a tareas simples, como traer y llevar herramientas, poner clavos, acarrear agua y asistir a quienes realizaban el trabajo más duro. Esto debido a que si bien no era tan débil como para enviarme a trabajar en las granjas, tampoco tenía la fuerza de Ashun; aunque aspiraba a ello quizás en unos dos años más, cuando tuviera su misma edad.

Giré sobre mi petate, inquieto y molesto. Estaba cansado, sí, pero la pelea con Eloi me había dejado con los ánimos enardecidos y necesitaba descargar mi frustración de alguna manera. Me puse de pie, dispuesto a salir a dar una vuelta o a lanzar un par de piedras por el canal, cuando la visión de la puerta entreabierta del único cuarto de arriba me detuvo sobre mis pasos. Era la habitación que pertenecía a Eloi. Fui presa de una inmensa curiosidad. Nunca la había visto por dentro; se nos tenía estrictamente prohibida la entrada a todos, menos a Ashun, aunque incluso él tenía un acceso bastante restringido y sólo cuando Eloi estaba allí. Miré por sobre mi hombro a mi hermano mayor dormido y después espié a través de la cortina que servía de puertas al segundo cuarto donde Laila e Inoe dormían profundamente, acurrucados como solían hacerlo para paliar el frío. Entonces, encendí una lámpara y subí las escaleras con cuidado.

Me detuve en la puerta sin animarme a tirar de la perilla, sintiendo que en cualquier momento, Eloi surgiría desde sus adentros e intentaría estrangularme otra vez. Pero no estaba. No haría daño echar un vistazo dentro para ver cómo vivía su graciosa majestad y después salir, volver a la cama y hacer como si nada hubiese pasado. Nunca le tomaba a nuestro hermano tan poco tiempo regresar a casa, de modo que este no me apremiaba. Pero por mucho que intentara convencerme de que temía más a la reacción del resto de mis hermanos que a la súbita aparición de Eloi por cualquier circunstancia, tuve que admitirme a mí mismo que la segunda opción me aterraba más que la posibilidad de que un puma entrase por la ventana en el preciso instante en que pusiera dentro un pie y me desollara. Tragué saliva y armándome de valor entré en el cuarto cerrando con cuidado la puerta a mis espaldas. Me había esperado una gran cama doble engarzada en ébano y oro, con sábanas de seda. Cuencos llenos de delicias finas y fruta fresca. Divanes repletos de almohadones de pluma de pato... Sin duda tenía yo demasiada imaginación, pues todo lo que había en el cuarto era un catre pequeño y sencillo, ligeramente en mejor estado que el otro que había en la casa, una mesa de noche con una lámpara y un libro, y un tocador pequeño con tres cajones y sobre el cual había objetos variados. El lugar tenía un aroma agradable a incienso. Y de todas las maravillas que esperaba encontrarme en el cuarto de Eloi y que no encontré, aquella a la que había dado la menor importancia y que en cambio sí estaba allí fue por la que sentí más envidia de él. Tenía una ventana a través de la cual podía verse el cielo estrellado, cosa que no era posible desde ningún otro lugar de la casa.

Intenté no distraerme demasiado en ella para tener tiempo de curiosear los objetos sobre el tocador. Había sobre él una jofaina de cerámica llena de agua que olía a rosas junto a una toalla y un aguamanil a juego. También un arca pequeña de ébano, adornada de gemas de vidrio que contenía joyas. Era costumbre que los jóvenes que servían en las casas de altos señores llevasen aretes en ambas orejas y un anillo en el dedo con la insignia del escudo de la casa a la cual servían. Pero además de aretes y el anillo que obviamente no estaba allí, encontré un par de brazaletes, ajorcas y collares de metales preciosos guindando gemas y piedras que lucían muy valiosas. Si eso me perteneciera, lo hubiese vendido hace tiempo para comprar mejores medicinas para Inoe o hacer arreglos en la casa, pero todo lo que Eloi poseía no eran más que obsequios del amo Mailard. Propiedades que le permitía conservar en usufructo, destinadas a usar sólo en su presencia y que probablemente no tenía la autoridad para vender. Sería acusado de robar, con toda seguridad. No sólo perdería su posición, sino que muy probablemente también una mano... en cuyo caso ya no tendría con qué intentar estrangularme. Reí con la idea. Encontré también entre sus pertenencias varios frascos de aceites perfumados que olían muy caros, un pebetero de piedra, un peine fino de carey y un espejo de mano plateado que levanté con cuidado. No me extrañaría que alguien tan celoso con su espacio privado y de la talla de lunático que era Eloi tuviera calculado de forma milimétrica dónde se disponían cada una de sus pertenencias con el fin de detectar enseguida el allanamiento de algún intruso... Como yo. De manera que no podía arriesgarme.

Nunca había visto mi reflejo con tanta claridad en alguna parte; los espejos eran objetos que servían sólo a la clase alta, destinados a devolver el reflejo del esplendor de sus señores y nada más. Objetos como Eloi. En cuanto al resto de nosotros, no me cabían dudas de que la mayoría había pasado su vida entera sin conocer su aspecto. Yo acarreaba agua tantas veces al día que mi reflejo no me era ajeno y tenía la dicha de conocerlo bastante bien, pero aun así, me sobrecogió un poco el poder verlo por primera vez con tanto detalle. Miré mi rostro desde cada ángulo posible buscando alguno que luciera favorable, preguntándome si con el debido cuidado sería posible que algún alto señor se fijase en mí y me permitiera trabajar en su casa aunque solo fuera alimentando a sus perros, o abriendo cartas. Pero la respuesta llegó a mí en una rotunda negación. No podía decir que mi rostro fuera desagradable, pero me había pasado la vida bajo el mismo techo que la criatura más hermosa que había pisado la tierra la última década y media, de manera que mis parámetros de belleza estaban bastante distorsionados. Bien podría considerarme yo mismo como un muchacho bien parecido, pero entonces bastaría con pararme junto a Eloi frente a ese espejo y empezaría a parecerme más a un ganso con mi falta de quijada, mis ojos oscuros, mi nariz larga y recta, y mi cabello rebelde que al igual que el de Laila, no tenía ningún color llamativo. Dejé el espejo sobre el tocador con un suspiro y retrocedí hasta sentarme sobre la cama donde dormía su majestad, tendiéndome de espaldas sobre ella. Era más cómoda que mi petate tejido pero me desagradaba el hecho de que olía como él e hice un respingo. El bastardo olía demasiado bien para lo que tendría que oler un muchachito miserable. Al ponerme de pie y ordenar lo mejor que pude las colchas de la cama, determiné que estaba siendo un chiquillo otra vez —el chiquillo irascible que Ashun me había encarecido que no fuera—, y que realmente no tenía razones para odiar a Eloi. Era cruel, violento, apático, egoísta y un idiota cuando quería serlo... pero no había hecho nada realmente malo más allá de simplemente haber nacido con un rostro bonito, y de ser un completo amargado pese a ello. Merecía mi desagrado quizás, pero no mi odio. Y con ese pensamiento abandoné su habitación cerrando la puerta y regresé a mi lugar junto a la chimenea, donde finalmente me dormí.

Pasé una mala noche pese a haber conseguido conciliar el sueño, lo cual me llevó a despertar muy temprano en la madrugada, cuando el sol ni siquiera había salido aún. Por más que lo intenté no pude dormirme otra vez y la hora se aproximaba para levantarnos e ir a cumplir jornada como cada día, de manera que resolví que no tenía otra cosa que hacer sino quizás dar una vuelta por la calle para despejarme y despertar, y luego regresar a casa para desayunar algo junto a Ashun y partir a nuestras tareas diarias. El relinchido de un caballo me hizo pegar un brinco cuando me calzaba los zapatos para salir, y al abrir la puerta, Eloi estaba frente a mí, de regreso al parecer desde su propio trabajo. Pese a nuestro disgusto la noche anterior, no pude mirarlo con el desagrado que hubiese querido. En cambio me encogí en mi sitio, inquieto, como si aquel tuviese alguna forma de saber que había estado en su habitación. Esperé a que dijera algo, pero Eloi no hizo otra cosa que apartarse de la puerta permitiéndome el paso, en vez de quitarme de su camino de un empujón como solía hacer normalmente. Cuando me apresuré a salir, nervioso por su extraño comportamiento, y bajé los escalones de la entrada, un segundo relinchido nos hizo a ambos levantar la cabeza. Frente a la casa había un elegante carruaje negro, algo más discreto que los que usaban los altos señores para pasear por las ciudadelas. El cochero ni siquiera se dignó a mirarme. Tan sólo azotó las riendas del único caballo que tiraba del carruaje y este avanzó perdiéndose al final de la calle. Sólo cuando se hubo esfumado el olor característico a equino fue que percibí un segundo aroma, viniendo de Eloi. Era fuerte y dulce. No tuve el valor de preguntar, pero eso no impidió que mi curiosidad me llevase a escrutarle con la mirada en busca de algo que me diera una pista de qué podía ser ese aroma. Muy rara vez, Eloi llegaba a casa con dulces y golosinas obsequiados por su amo, las cuales jamás tocaba y en cambio nos regalaba. No se debía a ninguna gentileza de su parte; más bien era que Eloi odiaba cualquier cosa que fuera dulce... Naturalmente. Pero hoy tenía las manos vacías. Fue entonces que me fijé también en otros detalles que antes, debido al nerviosismo no había notado. Había algo diferente en su aspecto. Su rostro seguía tan angelical como siempre, pero algo torcía sus facciones volviéndolas temblorosas, como si sufriese un profundo malestar. Estaba alicaído y triste, y sus ojos del color de turquesas habían perdido parte de su brillo característico gracias a las profundas ojeras que teñían su tersa piel. Nos observamos por algún momento antes de que Eloi hiciera algo que jamás, en todos los años que había vivido con él le había visto hacer: bajar la mirada, avergonzado. La mandíbula me cayó abierta como si fuese un imbécil, en el afán de decir algo pero sin hallar nada apropiado que decir en circunstancias tan extrañas. No tuve que pensar demasiado en algo, pues se me escapó la posibilidad en el momento en que al dar un paso para entrar, Eloi se tambaleó en un tumbo y sus rodillas azotaron el piso en la entrada de la casa, haciéndole desplomarse sobre ellas. Consiguió salvar su rostro de sufrir el mismo destino estampándose contra la piedra sólo gracias a su rápida reacción al asirse de la manija de la puerta, antes de desmoronarse por completo.

Todo el disgusto, la envidia, mi supuesto odio y todo el resentimiento por nuestra pelea del día anterior se esfumaron de mi ser en el momento en que subí de vuelta los dos peldaños de la escalinata de la casa para ir en socorro de mi hermano:

—¡Oye...! —exclamé, agachándome junto a él y poniéndole una mano sobre la fina espalda.

Este se llevó una mano a la boca, y se estremeció intensamente, gimiendo como si estuviese a punto de ir vomitar. Sus ojos estaban abiertos de par en par y llorosos a fuerza de la arcada que acababa de sacudirle y había comenzado a respirar agitadamente.

—¡¿Qué tienes?! —farfullé, empezando a temer con todas mis fuerzas a la posibilidad de que hubiese pescado alguna enfermedad, como Inoe— ¡Eloi!

No vi el momento en que sus manos encontraron mi pecho hasta que la fuerza de ellas contra mi cuerpo me arrojó lejos de sí, apartándome de un violento empujón y haciéndome rodar los dos escalones que había subido para ir en su auxilio. El hermoso demonio respiró un par de veces más con cierta dificultad y se irguió en su sitio, altivo y tan impetuoso como siempre, volteando sobre su hombro sólo el tiempo suficiente para arrojarme una mirada llena de desprecio:

—No me toques —fue todo lo que dijo antes de entrar en la casa, cerrando la puerta a sus espaldas de un azote.

Me quedé allí, sentado sobre el piso, mudo, paralizado y sintiendo en las nalgas el frío y la humedad de la piedra. Había empezado a congelarme, pero estaba demasiado perplejo para poder reaccionar a lo que había pasado.

10 de Febrero de 2019 a las 04:31 1 Reporte Insertar Seguir historia
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FR Flor Rocio
No conozco para nada esta plataforma y al perecer hace tiempo no publicas por aca pero aun asi que emocion encontrarte yeeiiii
February 10, 2020, 00:48
~

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