vanesacarrillo_00 Vanesa Carrillo

Teté era el mejor perro del mundo. Era cariñoso, obediente y leal. Hasta aquel fatídico día, cuando cometió el error que le quitaría la vida. Pero Teté es bueno. Él no hace cosas malas. No es justo lo que le ocurrió. Ahora Teté está enfadado. Está tremendamente enfadado, y sabe quién pagará.


Cuento No para niños menores de 13.

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Teté

Papá enterró a Teté tres días después del ataque. Era un día gris y las sombras de los árboles eran muy largas. Lo vi desde la ventana de mi cuarto: cavó un hoyo a los pies del viejo roble y lo arrojó dentro liado en una sábana blanca. Supe por la expresión de su cara que él tampoco estaba contento. Papá también quería a Teté. Siempre había sido un perro bueno, aunque demasiado juguetón. Era un perro joven, aún no estaba completamente adiestrado. Quizá fue eso lo que lo llevó a cometer el error que le quitaría la vida.

     Todo ocurrió muy rápido. Fue en una mañana soleada de otoño, donde el cielo estaba teñido de un tono cerúleo intenso. Mi hermano Samuel estaba jugando en su habitación, papá estaba cortando leña en el granero y Teté y yo estábamos jugando con una pequeña pelota de goma delante de la casa. Era su juguete preferido. Le gustaba que Samuel o yo se la lanzáramos muy lejos, él iba a buscarla y nos la traía, y entonces volvía a empezar. No sé cómo ocurrió. Quizá hice algún gesto demasiado brusco que pudo asustar a mi perro. El caso es que Teté me mordió. Recuerdo que al principio sólo lo vi clavar sus colmillos de can en mi pierna, sorprendida, y después vino el dolor. Un dolor inimaginable. Se me cerraron los ojos llenos de lágrimas y grité tan fuerte que vacié mis pulmones completamente y me sentí incapaz de volver a respirar. La sangre salió caliente y a borbotones mientras Teté me miraba, con la cabeza inclinada y la lengua fuera, esperando a que alguien le lanzara la pelota.

Papá, que había oído el grito, vino corriendo. Oí que me llamaba por mi nombre mientras yo iba y volvía, entre la realidad y la inconsciencia.

Me recogió del suelo entre sus brazos fuertes y me llevó a la ciudad en su camioneta para que me curaran la pierna, que se había puesto morada y tenía un aspecto espantoso. Oí a algunas personas decir que no lo conseguiría, o que al menos iba a perder la pierna, mientras estaba ingresada en la habitación del hospital. Sin embargo, puedo decir que tuve suerte y no me ocurrió nada de eso, sino que pude volver a casa pronto. Papá, que no se había separado de mi lado ni un momento y que había dejado a Samuel a cargo de la casa en su ausencia, me llevó de vuelta unos días después. 

Allí, papá me llevó a la habitación y me metió en la cama, que está junto a la ventana, y me tapó la pierna vendada con las sábanas. No sabíamos si volvería a caminar. Después de eso vino el silencio. Miré por la ventana intentando encontrar algo que me distrajese y entonces vi a Teté. Caminaba despacio por el jardín, como si en algún punto de su conciencia de perro hubiese alcanzado a comprender lo que había hecho y las consecuencias que tendría. De repente apareció mi padre. Llevaba su escopeta colgada al hombro. Teté ni siquiera huyó, sólo se quedó quieto, sin comprender lo que iba a ocurrirle. Mi padre se situó junto a él y le disparó. Yo pegué un salto. Dejó su cadáver en el mismo sitio donde le había disparado y no lo movió. No lo tocaría en días.




Ahora es de noche. Papá está en su dormitorio, pero dudo que duerma. Veo a Samuel desde mi cama, enterrado entre las mantas, inmóvil y tranquilo, durmiendo plácidamente. Todas las luces están apagadas. La noche es fría y cerrada, incluso puede que llueva. Bajo las sábanas se está bien, son suaves y me mantienen cálida. Pero, en cambio, yo no tengo sueño. No dejo de pensar en Teté. En su cuerpo tendido en el suelo del jardín. Intento sacarlo de mi cabeza, pero no puedo. Sin embargo, es extraño como poco a poco logro entrar en ese estado hipnagógico previo al sueño, mientras soy llamada por Morfeo y mantengo una ligera conciencia y un ágil aplomo. Finalmente, esa parte del cerebro se desactiva para activar esa otra, cruzando la brecha entre los dos mundos, y me introduzco en ese lugar paralelo e inefable, alejado de la realidad.


Es un golpe lo que me despierta. Abro los ojos de par en par, sobresaltada, y me quedo mirando la oscuridad, expectante. La tercera vez lo reconozco. Es su pelota de goma, rulando a través del corredor. Rezo para que sólo sean imaginaciones mías. Quizá todavía esté soñando. Cuando suena por cuarta vez me doy cuenta de que es real, que estoy despierta y de que él ha vuelto. Teté. ¿Estará enfadado conmigo por dejar que papá lo matara o sólo quiere jugar? Sea lo que sea no quiero saberlo. Teté me atacó. Me dejó impedida. Teté está muerto. Estoy asustada. Muy asustada. Quiero llamar a mi padre, pero no me salen las palabras. Samuel sigue durmiendo, sin inmutarse. Dejo de oír la pelota y me quedo muy quieta en la cama, con los ojos fuertemente apretados. Por favor, que se vaya. Por favor, que me perdone, que me deje tranquila.

Y entonces ocurre. Un sonido espantoso desde la puerta. Unas uñas desgarrando la madera. Sus zarpas. Teté hacía eso cada vez que quería entrar a mi cuarto y la puerta estaba cerrada. Quiere que le abra. Ahora siento frío. Mi corazón se acelera, desbocado en mi pecho. Teté hace tanto ruido que me extraña que el resto no se despierte, que no lo oigan. Tal vez yo sea la única que puede verlo u oírlo.

 ̶̵̶ ¡Vete! ̶̵̶ le grito de repente ̶̵̶ . ¡Déjame en paz, por favor!

Los arañazos se detienen. Todo vuelve a la calma. Se ha ido. Cierro los ojos, aliviada, y las lágrimas me caen por las mejillas, mojándome las orejas. Mi hermano sigue durmiendo. Yo también debería dormir. Me giro hasta quedar tumbada de lado y me tapo hasta la cabeza. Aprieto los ojos, intentando que el sueño vuelva a caer sobre mí. Calmo mi respiración. Intento pensar en otras cosas bonitas como las flores del jardín o la cara de mi madre. Ya está. Todo ha terminado.

Alguien gira el picaporte de la puerta. Oigo una respiración pesada, como la de un animal hambriento. Sus pasos son ligeros. El corazón me da un vuelco cuando escucho un pequeño gruñido, como un animal justo antes de atacar. Ante su presa. Yo soy su presa. Empiezo a llorar de nuevo. Sólo quiero que Teté se vaya. Pero él puede oler mi miedo. Mientras llamo a mi hermano gimoteando sin obtener respuesta, el perro da la vuelta a la cama y se sitúa frente a mi pie herido. Va a morderme de nuevo. Quiero salir corriendo pero no puedo. No quiero verlo, su cuerpo espantoso de muerto viviente. Busca con el hocico mi pie. Si me muerde otra vez, no podré soportarlo. Justo antes de que pueda clavarme los dientes, me lanzo al suelo. Mi pie escayolado cae con un sonido hueco y cierro los ojos por el dolor. Teté está entre las sombras del cuarto y sólo veo sus brillantes ojos negros. Me arrastró hacia el pasillo y veo que la puerta del cuarto de mi padre está cerrada. Lo llamo pero no puede oírme. Nadie puede. Esto es entre Teté y yo. Decido huir escaleras abajo, así que me arrastro hasta ellas y miro atrás. Ahí está, andando despacio como el lobo jefe de una manada, preparado para atacarme. Me lanzo hacia las escaleras y cuando llego a la planta baja, pienso dónde podría esconderme. Al final me decido por huir al exterior. Llego a la puerta principal y la abro. Al salir a la calle, el frío es mucho peor de lo que pensaba. Avanzo por el suelo de madera, sin saber qué hacer o a dónde ir, angustiada. Entonces veo la escopeta a un lado, sobre la mesa del porche. Me arrastro hasta ella entre lágrimas, temblando de frío y terror. La cojo entre mis manos y la apoyo en mi hombro: he visto a mi padre hacerlo cientos de veces. El perro sale despacio, elegante, con paciencia y confiado. Ni siquiera se acobarda al ver la escopeta. Veo sus ojos de alquitrán negro mirándome, imaginando lo que hará conmigo si no lo mato de una vez. 

Así que lo hago. 

Aprieto el gatillo. 

No ocurre nada, sólo se oye un chasquido. 

No hay munición.

Abro los ojos de horror y grito de forma desgarradora. Antes de despedazarme, tuerce el morro hacia un lado y puedo adivinar que está sonriendo. 

Y entonces ataca. 

Se lanza sobre mí y clava sus dientes en mi pierna. Comienza a arrastrarme por el porche y yo araño el suelo. Salimos a cielo abierto y tira de mí, avanzando sobre la hierba. Mientras me arrastra hacia el bosque para acabar conmigo, puedo ver el cielo. Ya no hay nubes, se ha despejado completamente, y puedo apreciar la inmensidad del Cosmos. Está plagado de estrellas, miles de puntos dorados que tiemblan, amenazando con despegarse y caer en una inmensa lluvia dorada. Como una fina capa de sal sobre el mármol negro. 

 Es realmente bonito.

 Teté es bonito también.

19 de Enero de 2019 a las 16:28 1 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

Conoce al autor

Vanesa Carrillo Escribir es mi medicina. Todos los libros deberían ser abiertos alguna vez. Si buscas algo diferente, estás en el sitio correcto. "Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él", Carlos Ruiz Zafón. Instagram: vanesacarrillo_00

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