alberto-suarez-villamizar3721 Alberto Suarez Villamizar

TODO CAMBIÓ EN LA VIDA DE PEDRO DESDE AQUELLA NOCHE, SEGURAMENTE GUARDE EL SECRETO PARA SIEMPRE.... SÓLO EL SABE LO QUE PASÓ


Cuento Todo público.
Cuento corto
0
4.0mil VISITAS
Completado
tiempo de lectura
AA Compartir

EL CARRUAJE NEGRO





AUTOR: Alberto Suárez Villamizar




- Pedro no te vayas, espera a que amanezca ya es muy tarde, son las 11.30 p.m y debes atravesar el parque y el “callejón de las Marías” y por esas zonas acostumbra a salir el “carruaje negro”


- Si Pedro, -insistieron los demás - espera nos tomamos otros tragos y nos vamos cuando amanezca, es mejor no correr riesgos.


-No amigos, definitivamente debo irme, es cierto que es tarde, pero yo no creo en el cuento de ese espanto, así que les agradezco mucho pero me marcho ahora mismo - respondió Pedro.


- Bueno, está bien, pero después no digas que no te lo advertimos alcanzaron a decir - cuando Pedro ya cruzaba la puerta de salida internándose en la penumbra de la fría y desolada calle.


Aunque aparentaba no sentir temor por los comentarios que se hacían en el pueblo acerca de la aparición del “carruaje negro”, a los hombres que se atrevían a transitar por eso parajes a altas horas de las noches sin luna; la verdad era otra.


Avanzó con aire resuelto en medio de la densa niebla que cubría con su manto blanquecino la calle que lo conduciría inicialmente al parque central, y de ahí al “callejón de las Marías”, para finalmente llevarlo a su casa; donde seguramente no sería bien recibido por Sara, su esposa, quien le recriminaría no solo por llegar a tan altas horas de la noche, sino también por haber estado ingiriendo licor.


En realidad no estaba seguro a que temía más: si al espanto o a enfrentar la ira y los regaños de su esposa.


Pero, ¿Qué era el espanto llamado el “carruaje negro”?


Contaban en el pueblo quienes decían haber tenido un encuentro con él, que se trataba de un espanto que se movilizaba en una carreta de color negro halada por dos corceles blancos, conducida por un individuo que portaba toda su indumentaria de color negro, que solía aparecerse a altas horas de las noches sin luna, a los hombres que se les hacía tarde por estar consumiendo licor en los bares del pueblo. También decían que el cochero acostumbrada a subir a sus víctimas y llevarlas a las afueras del pueblo, donde amanecían, dejando ver en su cuerpo el rastro de los azotes propinados con su látigo de cuero, marcas que ya eran conocidas por quienes caían en sus manos. Eran innumerables las historias sobre los encuentros que habían sostenido los mayores del pueblo con aquel misterioso carruaje y su ocupante.


Pedro llegó a la esquina del parque y se detuvo unos instantes; pensó regresar al bar con sus amigos y continuar en su compañía hasta que amaneciera, tal como se lo habían propuesto, pensó hacerlo pero se imaginó la cantidad de burlas y bromas que le harían en tal caso, por lo tanto desistió de hacerlo. Había decidido marcharse e ir a su casa, y así lo haría.

A pesar de la poca visibilidad debido a la neblina que hacía casi imposible orientarse, miró en todas las direcciones, tratando de adivinar la presencia del espanto. Sentía en sus sienes el ritmo acelerado de su corazón, en realidad tenía miedo.


Se agachó para anudar bien sus zapatos, y una vez se levantó, emprendió una veloz carrera para cruzar los senderos del parque, rodeados a lado y lado de unos viejos y frondosos robles, que a esa hora daban al lugar un aspecto lúgubre y fantasmagórico. Eran aproximadamente doscientos metros los que debía cubrir y de allí tomar el “callejón de las Marías” algo más corto y menos tenebroso. Alcanzó a recorrer pocos metros cuando sintió el ruido de unos cascos sobre el adoquinado del sendero. Quiso correr más rápido para intentar escapar del lugar. pero con tan mala suerte que tropezó, y cayó pesadamente sobre el frío piso. Se sintió impotente para reanudar la carrera, y escuchó acercarse el ruido del carruaje hasta llegar al sitio donde él yacía, indefenso y lleno de pánico.


- Por qué corriste? – interrogó el cochero.


Tirado en el piso, sintiendo un fuerte temblor de su cuerpo no se atrevió a contestar, menos a mirar a aquel extraño que le interrogaba.


- Por qué diablos? responde – insistió en tono airado el personaje que vestía totalmente de negro.


Atemorizado desde el piso, Pedro lo escuchaba sin abrir los ojos para no ver aquella fantasmal figura. De pronto, sintió apearse al cochero y escuchó los pasos que lentamente se acercaban.


- Vamos responde, gritó a su lado el espanto produciendo un fuerte ruido al golpear al aire su látigo de cuero.


Pedro ya no supo más, pues debido al terror, perdió el conocimiento. Empezaba a clarear cuando despertó. Lentamente abrió los ojos mirando a lado y lado, y tras cerciorarse que se hallaba solo, empezó a examinar sus brazos y su cuerpo buscando las huellas de los golpes propinados con el látigo, pero para su sorpresa no halló ninguno. Rápidamente se puso en pie, y mirando a todas partes en busca de personas que lo pudieran haber visto, continuó el camino hacia su casa.


Sigilosamente para no producir algún ruido que despertara a su mujer, abrió la puerta, y entró caminando de puntillas por el corredor que conducía a su habitación. Empujó suavemente la puerta y con cuidado se dirigió a la cama, la cual halló vacía y con una hoja escrita donde se leía un mensaje:


- “Pedro he tenido que salir urgentemente a casa de mis padres, y no encontré la forma de darte aviso. Mi padre se encuentra enfermo y esta noche debo asistirlo. No te preocupes, estaré bien": Sara”


Desde entonces Pedro se distanció de sus amigos y de las parrandas. A nadie comentó lo ocurrido esa noche, ya que por fortuna nadie pudo encontrar marcas en el cuerpo producidas por un látigo como prueba del un encuentro con el fantasma del “carruaje negro”.


Por su parte, su esposa atribuye ese cambió de conducta a las bondades del producto que un domingo compró en el mercado a un curandero, que dice ser descendiente de un cacique indígena, y luce un penacho de plumas en su cabeza, además carga unas cajas de madera donde deposita dos enormes serpientes; y que con megáfono en mano anuncia a los curiosos y transeúntes:


"llevo productos para curar toda clase de enfermedades, alejar a los hombres de los vicios, y remedios que sirven para los males de amor"…..




FIN


10 de Enero de 2019 a las 02:44 0 Reporte Insertar Seguir historia
29
Fin

Conoce al autor

Alberto Suarez Villamizar Nací el 27 de enero de 1958 en la ciudad de Bucaramanga, Santander, Colombia. Cursé estudios de enseñanza media hasta finalizar en 1976, en Bucaramanga. Laboralmente estuve vinculado con empresas de ingeniería civil en construcción de vías, lo que me permitió conocer varias regiones del país. Escribo por hobby, y mi mayor satisfacción es que mis escritos lleguen a todas aquellas personas amantes de la lectura

Comenta algo

Publica!
No hay comentarios aún. ¡Conviértete en el primero en decir algo!
~