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Uruk sur


Esta historia la escuché hace años en un bus. Era una historia normal de cómo un joven se sentía muy mal porque la mujer que le gustaba no le correspondía. Lo que me sorprendió, y es la razón por la que la recuerdo, es el dolor con que lo contaba. Un dolor que lo tomaba por sorpresa. Recuerdo que le dijo a su amigo: "No puedo creer que algo pueda doler tanto", y lo dijo con una voz tan cargada de melancolía y haciendo un gesto tan desgarrador, que se quedó para siempre guardado en mi memoria. Espero que les guste.


Cuento Sólo para mayores de 18.

#anécdota #ficcióndelarealidad #loescuchéporahí
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Tiempo de un tiempo con Paola.

Hace unos días, Miguel, mi amigo de la universidad, resolvió no darle más vueltas a la idea que venía rumiando por los últimos dos meses. Se paró envalentonado y, echándose lo que él consideraba necesario al hombro, salió de su casa con la firme y estúpida determinación de viajar por el mundo. Yo estuve pensando bastante en la decisión que tomó Miguel. Él es un hombre perezoso, muy perezoso. Es más, un día lo vi cancelar una cita con una vieja con la que veíamos cálculo, porque tenía la moto en el taller y le daba mamera irse en bus a recogerla. Esa vieja estaba buenísima, era una de esas mujeres que están tan ricas que ni siquiera despiertan deseo, como cuando uno ve la foto de una hamburguesa en el menú de un restaurante; es tan perfecta, y al mismo tiempo, tan distante de una hamburguesa real, que lo que realmente hace, es quitarle el hambre a cualquiera. Eso pasaba con esa vieja. Yo la veía caminar por ahí, y pensaba <<Esa vieja jamás llega tarde>> Era cierto, jamás llegaba tarde, pero lo que me sorprendía era que lo que se me venía a la mente era eso y no, por ejemplo, una fantasía retorcida y rica, sudoroso y salival, como me pasaba con las viejas coherentemente buenas. El caso es que esta mujer-monumento, a la que nadie le hablaba porque parecía salida de un libro de anatomía, se le acercó a Miguel una noche, mientras jartábamos en un bar al que ella también había ido, y comenzó a hablarle. Dos horas después la vieja se le estaba sentando en las piernas, le acariciaba las mejillas, le pasaba los dedos entre el cabello, peinándolo y repeinándolo. Totalmente sobria. Totalmente decidida a comérselo. Todos sentíamos una voracidad insoportable que emanaba de ella y que tenía como objeto a Miguel.

 

Durante semanas se le estuvo acercando, le hablaba todo el tiempo, se le pegaba, casi se le restregaba, y siempre, irradiando esa hambre que le tenía a Miguel. Hasta que un día el papanatas nos contó que la vieja lo había invitado a la casa, nos dijo que lo había llamado y que le había dicho que le cayera al día siguiente, que tenía la casa sola. ¡Estaba claro! Lo llamó para que fueran a tirar ¿y va este malparido y le cancela? Mucha pereza tan hijueputa la que se gasta Manuel.

 

Ahora, en clase de cálculo II, cada vez que la ve sentada en la misma silla en que siempre se sienta, retira la vista rápido. La evita en los pasillos. No inscribió dos materias que necesitaba meter, para no encontrársela en clase y ya no quiere volver al bar de aquella noche. Dice que la vieja no le da buena espina, pero todos sabemos que es pura mierda, sabemos que se siente más arrepentido que un ferviente católico en una marcha de orgullo gay.

 

Entonces sí, Miguel es muy perezoso. Ese es el peor defecto que tiene. Por eso pienso que se va a regresar rápido o que nunca va a volver. Una cosa o la otra, la cosa es que ese man no va a conocer el mundo, por mucho, conocerá un solo sitio, en el que probablemente se quede; por lochudo y por huevón.

 

Yo, vivito como siempre he sido, le voy a hacerle a la vieja. Claro, si Manuel en verdad no regresa. Lo que pasa con él es que se hace querer. Con lo perezoso que es, jamás me ha dejado tirado. Es muy buen parcero. Ese es una de las mejores virtudes que tiene.

 

La vez pasada le hablé. Fue rarísimo. Ese día, cuando se acabó la clase, la vi comenzar a recoger todo su ajuar. Siempre saca un montón de cosas cuando llega al salón. Por eso, sale siempre de últimas. Esperé a que todo el mundo se fuera, como para no tener audiencia, y me le acerqué. Casi me regreso del puro culillo. La saludé y ni me miró, solo se limitó a devolverme el saludo <<Hola, cómo estás>>. Se me fue el impulso y estaba a punto de decirle cualquier güevonada para no quedar como un pelmazo. pero luego volteó y paila, la vi a la cara y dejé de ser yo. Se me fue el desprecio, el distanciamiento, la rabia. Me le senté al lado y le comencé a preguntar cosas.

 

Yo: ¿Cómo te llamas?

Ella: Paola.

Y: ¿Por qué siempre llegas tan temprano?

Paola: Ni idea, porque me rinde en el bus.

Y: ¿Dónde vives?

P: En el Tunal.

Y: << ¿mi perro vive en el tunal?>>— ¿Uy, de verdad? ¿Eso es lejos?

P: Más o menos. Depende de la hora.

Y: ¿Por el tráfico o por la curva geodésica?

P: Eh... sí, por el tráfico

Y: <<Chiste tan pendejo>> —Yo me llamo Manuel.

P: Hola Manuel.

Y: Soy amigo de Miguel.

P: Ah… Miguel. ¿Qué es de la vida de él?

Y: Nada. Se fue de viaje.

P: Seguro no vuelve.

Y: Sí, seguro no.

P: Entonces… nos vemos mañana.

Y: ¿Tienes algo que hacer?

P: ¿Ya?

Y: Sí.

P: No, nada en especial ¿por?

Y: Pues ¿Te quieres tomar una cerveza?

P: Está muy temprano.

Y: <<La hora pico de la cerveza>> —Un té, un café, una gaseosa o una aromática.

P: Bueno, te acepto un café.

 

Nos fuimos para la cafetería y pasamos toda la tarde echando mierda. Es una mujer inteligente, o bueno, no sé si inteligente, pero astuta sí es. Tiene un humor afilado. Suelta chistes inesperados que no hacen reír, pero que alegran bastante. Se toma el café a sorbitos, pero se lo acaba rápido. No usa maquillaje, pero pareciera que sí. Cruza la pierna cuando cuenta historias, se saca el zapato del pie que tiene elevado y se lo deja colgando en la punta de los dedos. El pelo le brilla incluso en la sombra. Nunca me preguntó cosas sobre mi vida, pero me pidió mucho mi opinión. Hablamos, solo hablamos. Yo solo hablé y no pensé en otra cosa que no fuera sobre lo que estamos hablando. El día se fue rápido. Cuando oscureció, se despidió y se fue. Al día siguiente, y el resto de días hasta ahora, llega al salón y se sienta junto a mí, dejando su perenne posición vacía en el primer asiento de la primera fila. A mí eso me gusta, porque no solo me viene a hacer compañía, sino que también me visita, porque son dos cosas diferentes. Ella, tan amable, me deja estar en mi sitio. Me deja estar más tranquilo. Somos amigos. O bueno, ella es mi amiga, no sé qué seré yo para ella. Un amigo, espero.

 

¨

 

Ayer hablé con Paola. Llevamos siendo amigos varios meses. Tiempo en el cual he logrado acercarme a ella. Me ha contado cosas de su vida, yo le he contado cosas de la mía. Hemos salido a tomar en varias oportunidades. Borrachos hemos llorado a moco tendido. Nos hemos confesado tristezas viejas. Penas que hemos pasado y recuerdos que nos avergüenza seguir atesorando. Nos hicimos muy bueno amigos. Ahora que la conozco bien me gusta más. Por eso le dije que nos viéramos un rato ayer en la tarde. Al principio me dijo que le daba mamera. Pero insistí diciéndole que era importante. Yo rara vez tomo las cosas con seriedad. Me imagino que por eso me dijo que sí de una vez, sin preguntarme qué era lo importante. Cuando nos encontramos le dije que me gustaba. Ella me dijo que yo no a ella. Me dijo que estaba enamorada de Miguel desde el día en que se le sentó en las piernas en ese bar cerca de la universidad.

 

¨

 

He pasado todo el día hecho una piltrafa. No puedo dejar de sentir ese punzante dolor en el pecho. Me sorprende los mucho que algo puede doler. Esta mañana me levanté y no he movido un solo músculo hasta ahora, que ya va a oscurecer.

 

¨

 

Hace un rato María Antonia, una amiga de ella a la que le caigo como bien, me llamó. Me dijo que Paola le mandó un mensaje todo lacrimógeno en el que le avisaba que se iba de viaje. Que se iba a buscar a un tal Miguel. Ella sabía que a mí me gustaba mucho Paola, y decidió contarme para que no me hiciera ilusiones. Le di las gracias y colgué. Me puse a mirar el techo mientras se me salían las lágrimas sin control. No gimotee, ni nada. Solo se me escurrían las lágrimas y me bajaban por los cachetes, hasta terminar siendo absorbidas por la funda de la almohada. El dolor se agudizó. Creo que me dolió tanto que me desmayé unos segundos. No estoy seguro, puede ser que me quedé repentinamente dormido.

 

¨

 

Mientras que escribo esto, estoy a la espera que el tranquilizante que me acabo de tomar haga efecto. No tengo nada más que contar. Fin.

9 de Noviembre de 2018 a las 20:22 0 Reporte Insertar Seguir historia
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