Te acompañé a dejarme. Fui contigo al lugar en donde sería, quizás, la última vez que nos veríamos. Te acompañé a mi propio abandono, y a romper mi propio corazón. Porque si algo sucedió, pequeño mío, es que nuestra intensidad se convirtió en mi paz, en mi perfecta imperfección. Qué cruel, la vida, que nos hizo conocernos para un año después juntarnos y luego aislarnos. Pero más cruel fue nuestra promesa de permanecer juntos y luego romperla con decisiones incongruentes. Aquél gris y turbio día, algo en mi intuición me dijo que te irías lejos. Y no me refiero a los miles de kilómetros de distancia, sino a los millones de kilómetros de mi alma. Las circunstancias cambiaron, y tú con ellas. Tu ticket, tus palabras y tus visiones a futuro revelaron lo que no había podido distinguir. Empezaste a desvestirte frente a mí, a desvestir tus intenciones, tus defectos, tus formas de lidiar con las circunstancias, tu forma de coquetear conmigo y con la vida, de infiltrarte en mis sentimientos, y al mismo tiempo frenarlos. Te mudaste de piel, y te convertiste en la culpa de mis pesadillas, de mis infernales noches insomnio, de mi ansiedad, tristeza y desamor. Y esa paz que me transmitías cuando estabas aquí se transformó en un estado de intranquilidad continua que empezó a ahogarme. Desde entonces te tengo y no te tengo. Desde entonces estás y no estás. Desde entonces eres y no eres. Y yo soy libre, pero no lo soy.
Te fuiste y llegué a aceptar tu ausencia. A acostumbrarme a tu lejanía, a tu forma de hacerme creer que permanecerías. Lastimosamente me conformé con tus no respuestas, e incluso, y estúpidamente, las pensé correctas. Tu silencio confundió tanto mi cerebro que me hizo dudar de lo que realmente sientes por mí, pero dudé más de lo que yo siento por mí. Te entregué el poder de jugar ajedrez con mis ilusiones y con mi esperanza de volver a compartir todo juntos.
Y lo peor, sí, lo peor, es que aún así y con todos tus benditos defectos y desplantes, te extraño todos los días de mi vida. Te respiro cuando me despierto y cuando estoy a punto de dormir. Cuando te pienso y cuando no también. Echo de menos tu misteriosa mirada, tu delicioso olor, tu risa contagiosa y auténtica, tu forma de mirarme y hacerme sentir tuya. Extraño los momentos a solas, nuestras conversaciones profundas, nuestras travesuras, y nuestros mil y un besos de cariño intenso. Extraño despertarme en tus brazos, y sentirme en casa. Extraño tu complicidad, tu energía, y sobre todo tu locura, esa locura que sin explicaciones pegaba con la mía. Extraño tu forma de hacerme sentir la mujer más hermosa del mundo, cuando por dentro sabías que no me sentía así. Extraño todo lo que fuimos aquí y todo lo que hubiésemos podido ser, pero no lo que somos ahora. Extraño quien fuiste aquí pero no quién eres allá. Porque pese a que quiero que seas feliz, libre, y que vueles. También me encantaría volar contigo, no con la persona que aún no logro descubrir.
Capaz todavía no aprendo a aceptar estar separados. O capaz es mejor así. Pero esta forma de quererte y rechazarte al mismo tiempo solo ha hecho que me pierda en mí. Y es que respirarte se ha vuelto mi tortura, pero al mismo tiempo la única forma que tengo de estar junto a ti.
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